La burla que mata
A algunos compa?eros de Ver¨®nica no les funcionaron los sentimientos correctores de la crueldad. No estar¨ªa de m¨¢s que antes de sacudirse la culpa, la sintieran
El linchamiento no es una invenci¨®n surgida en las redes sociales, se apresuran a decir aquellos que temen que pueda ponerse en duda su existencia. Pero lo cierto es que han generado una suerte de desconexi¨®n con la realidad, que nos libera de la responsabilidad personal: al mismo tiempo que nos ofrecen mecanismos m¨¢s sofisticados para amplificar un linchamiento nos inducen a creer que lo que vemos en una pantalla o lo que reenviamos depende de la voluntad de un yo virtual que no ha de responder a las mismas obligaciones que el real. Que antes de las redes ¨¦ramos maledicentes, cotillas o crueles, capaces de hacer da?o y tambi¨¦n de acusarlo, est¨¢ claro, pero todo iba m¨¢s despacio, la burla se materializaba, se daba en mano, en un VHS, por ejemplo, que algunos entusiastas estaban locos por compartir. Ahora, la burla se viraliza en un segundo, y costar¨¢ que entendamos que el ataque virtual provoca un da?o verdadero. Es lamentable que reparemos en eso cuando ocurre una desgracia, pero estamos obligados a reflexionar sobre nuestro comportamiento digital.
Si compartir unas escenas ¨ªntimas sin permiso de quien en ellas aparece se puede cobrar una vida, tambi¨¦n debiera tener consecuencias legales, laborales y sociales. Las legales est¨¢n en marcha. Las laborales, no s¨¦. ?Es l¨®gico que un departamento de Recursos Humanos no se haga cargo del sufrimiento de una trabajadora? ?No tendr¨ªan que admitir que han sido negligentes en su funci¨®n? Si exigimos responsabilidades al claustro de un centro educativo cuando algo tr¨¢gico le ocurre a un ni?o en el ¨¢mbito escolar, ?por qu¨¦ no pedir explicaciones en el lugar donde transcurre la mayor parte de la vida adulta?
Hablaba de responsabilidades sociales porque hay algo que nos concierne colectivamente: el abuso desproporcionado de la burla. Es m¨¢s sencillo que una persona se reponga de una discusi¨®n agria en la que se intercambian insultos graves que de una burla colectiva. La burla incumbe a nuestra autoestima, al sentido del rid¨ªculo, nos condena a la exclusi¨®n y nos hace sentir culpables y desgraciados a un tiempo. Si esa mofa est¨¢ provocada por escenas que muestran un comportamiento de naturaleza ¨ªntima, entonces nos arrebatan lo m¨¢s sagrado, que es el pudor. Nos dejan socialmente desnudos, desarropados. Quien no entienda que ese se?alamiento somete a la v¨ªctima a una tortura fatal es porque necesita unas cuantas lecciones de empat¨ªa, eso que antes llam¨¢bamos piedad, misericordia o compasi¨®n, hasta que fuimos descartando estos t¨¦rminos del vocabulario por sus connotaciones religiosas. Mal hecho. Definen muy bien lo que deber¨ªamos sentir los seres humanos cuando vemos a otro en un estado de vulnerabilidad.
A algunos compa?eros de Ver¨®nica no les funcionaron estos sentimientos correctores de la crueldad. No estar¨ªa de m¨¢s que antes de sacudirse la culpa, la sintieran. Otra palabra, culpa. Es sano sentirla cuando se merece, aunque exija una reconsideraci¨®n sobre uno mismo. Por lo dem¨¢s, esto de airear el sexo de las mujeres como si fuera un delito o un pecado es preocupante. Si alguien en nuestro entorno familiar es objeto de burla o chantaje por una escena sexual (me temo que sabremos de m¨¢s desgraciados casos de difusi¨®n de la intimidad ajena) deber¨ªamos saber arropar a quien sufre, proteger a nuestro ser querido del insoportable acoso, aunque eso conllevara tragarnos el orgullo. Porque es muy triste pensar que a esos ni?os tan peque?itos habr¨¢ que explicarles que su madre se quit¨® de en medio por una burla de las que hacen sangre. De las que matan.
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