Las balanzas del bienestar
Los pa¨ªses nombran ¡®guardianes¡® para los Objetivos de Desarrollo de la ONU pero no se entrev¨¦n las rupturas pol¨ªticas necesarias
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Imaginemos un Gobierno que decide destinar un 2% de su producto interior bruto a prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres. Los recursos se distribuyen en medidas preventivas, en mejorar los mecanismos de detecci¨®n, atender a las v¨ªctimas y procurarles un presente y un futuro dignos. En el transcurso de unos a?os, aumentan las denuncias, el n¨²mero de agresiones y homicidios disminuye, y mejoran las expectativas de las v¨ªctimas. La sociedad termina por comprender la ra¨ªz y complejidad del fen¨®meno y muestra mayoritariamente su repulsa. Imaginemos ahora otro Gobierno que destina esa misma proporci¨®n de su PIB a combatir la violencia provocada por el narcotr¨¢fico. En este caso, los recursos se destinan casi en su totalidad a incrementar el gasto militar y de las fuerzas de seguridad del Estado. Aqu¨ª, en cambio, la violencia que se pretend¨ªa combatir, lejos de disminuir, aumenta. En un contexto de corrupci¨®n generalizada, los homicidios se disparan justamente en los territorios con mayor presencia del ej¨¦rcito y la polic¨ªa. La inseguridad ciudadana alcanza niveles sin precedentes.
?Tiene ese mismo esfuerzo presupuestario el mismo valor a?adido? Depende de lo que entendamos por valor a?adido. Si lo que evaluamos es el aumento del gasto en s¨ª, es probable que en el segundo ejemplo el saldo sea superior al estimular a su vez otros gastos paralelos, como la producci¨®n de armas, por ejemplo. Si, por el contrario, lo que nos interesa es constatar mejoras de progreso social, concluir¨ªamos que, bajo par¨¢metros objetivables de calidad de vida de las comunidades m¨¢s afectadas, su incidencia es positiva en el primero y negativa en el segundo. Sin embargo, el indicador m¨¢s utilizado, por ser el m¨¢s disponible, para analizar los esfuerzos en pol¨ªtica p¨²blica de los Estados y compararlos entre s¨ª es precisamente la evoluci¨®n del gasto en relaci¨®n con el PIB. Sin duda, el camino m¨¢s corto, pero no el mejor. En general, evaluar las balanzas p¨²blicas en funci¨®n de la productividad y el crecimiento puede llegar a distorsionar sobremanera la realidad porque mide a medias lo que pretende medir, y adem¨¢s, otras cosas importantes, como si somos m¨¢s libres, felices o solidarios, ni siquiera las observa.
A¨²n tenemos pendiente decidir colectivamente d¨®nde termina el derecho de una minor¨ªa a elegir lo que para la mayor¨ªa resulta inalcanzable
?C¨®mo otorgar, entonces, valor a aquello que contribuye al bienestar de una sociedad? Esta es precisamente la pregunta para la que Jacinda Arden, primera ministra de Nueva Zelanda, busca respuesta. Su presupuesto nacional del bienestar, anunciado hace unos d¨ªas, est¨¢ orientado a lidiar con problemas y desaf¨ªos tan dispares como la pobreza infantil, la discriminaci¨®n de la comunidad maor¨ª, la violencia machista, el sinhogarismo y las emisiones de CO2. La idea no es nueva, pero se?mueve despacio. Ya en 2008, la?Uni¨®n Europea, a instancias de la presidencia francesa, cre¨® una comisi¨®n para la medici¨®n de la econom¨ªa y el progreso social. Ese esfuerzo colectivo, recogido en Medir nuestras vidas, de los economistas Stiglitz, Sen y Fitoussi, no era m¨¢s que una fundada invitaci¨®n a mejorar la m¨¦trica. Es un debate necesario al que cada vez se unen m¨¢s voces, desde el ecologismo hasta el feminismo, que, para ser justos, especialmente esta ¨²ltima hace siglos que lo reclama, pero de momento no parece que hayamos pasado de formular las preguntas. De hecho, algunos a?os m¨¢s tarde del trabajo de aquella comisi¨®n, la UE dio un paso en la direcci¨®n contraria al incluir en la contabilidad econ¨®mica los beneficios de la prostituci¨®n y el tr¨¢fico de drogas. En el ejercicio de visibilizar la aportaci¨®n de las actividades ilegales a la econom¨ªa resultaron unas nuevas sumas que consiguieron aumentar la riqueza europea hasta en un 4%. Todo un contrasentido. A trav¨¦s de los desaf¨ªos impuestos por la crisis ecol¨®gica, el aumento generalizado de la desigualdad y la automatizaci¨®n del empleo es m¨¢s f¨¢cil entender la perversidad de crecimientos que no asumen los l¨ªmites sociales o ecol¨®gicos.
Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU son un referente importante en esta direcci¨®n, pero por ver est¨¢ que logre efectivamente ir m¨¢s all¨¢ de realizar esfuerzos a?adidos que funcionan m¨¢s desde una l¨®gica de promedios de cumplimiento que desde un ejercicio reflexivo de cambio de paradigma. Mientras los pa¨ªses nombran guardianes que velan por cada uno de los 17 indicadores, en la mayor¨ªa de los escenarios no se vislumbran todav¨ªa las rupturas pol¨ªticas necesarias. Si el futuro deseable es un sistema econ¨®mico m¨¢s peque?o que opere dentro de los l¨ªmites que impone la naturaleza y est¨¦ socialmente cohesionado, tendr¨ªamos que empezar por reconocer que los dilemas a los que nos enfrentamos raramente son un juego de suma cero. A¨²n tenemos pendiente decidir colectivamente d¨®nde termina el derecho de una minor¨ªa a elegir lo que para la mayor¨ªa resulta inalcanzable. Todav¨ªa nos queda por entender c¨®mo resolver la relaci¨®n prevalente entre percepci¨®n de bienestar y capacidad de consumo material. Se trata de llegar al fondo de las cuestiones. No vayamos a quedarnos nadando en la superficie por miedo a sumergirnos mar adentro.
Margarita Le¨®n es profesora de Ciencia Pol¨ªtica de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona.
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