Vieja
No queremos contemplar escenas como la que narro, pero no deber¨ªamos apartar la mirada
El huerto de la residencia donde est¨¢ ingresada mi suegra est¨¢ sembrado de espliego. El aire de la sierra resulta tonificante. Y, sin embargo, al entrar en ¨¦l todo perturba: las cuidadoras reparten vasitos de zumo o cuencos de gelatina a un grupo de cuarenta ancianos y ancianas que, seg¨²n su grado de autonom¨ªa, dormitan en sus sillas de ruedas o rellenan con ceras perfiles de b¨²caros y flores. A veces se les vuelan los papeles. No se prestan las ceras de una mesa a otra. No se hablan apenas. Han adoptado una actitud hostil que quiz¨¢ sea un mecanismo de defensa para paliar la sensaci¨®n de soledad entre desconocidos. Una viejecita, que solo viene por las ma?anas al centro, me da dos besos: ¡°Encantada de conocerla¡±. Mi suegra se aferra a un neceser donde cree que guarda su dinero: ¡°?Y por qu¨¦ yo no oigo?, ?qu¨¦ me pasa?, ?es que me voy a quedar as¨ª?¡±. A su lado, una anciana sonriente canta a voz en grito: ¡°De pintar un ¨¢ngel negrooooooooo¡¡±. Cuando alcanza los agudos, rellena los pulmones y advierte: ¡°Os vais a enterar¡±. Chilla como un cerdo herido, mientras que otra pintora la amenaza con darle una leche, y la mujer que me ha dado dos besos apacigua los ¨¢nimos: ¡°?Por qu¨¦ no te duermes un poco?¡±. La cantante responde: ¡°No tengo sue?o¡±, pero inmediatamente apoya la frente sobre la mesa y se queda traspuesta. En la playa de la localidad en la que veraneo con mis padres, otra anciana cantarina, debajo de la sombrilla, come bocadillos y despu¨¦s entona coplas con una voz estent¨®rea, pero afinada. Al despedirnos de mi suegra, me dice: ¡°Solete¡±. La sacamos del jard¨ªn de los lot¨®fagos. En la sala, viejos y?viejas cabecean delante del televisor, y oigo a?una mujer que habla muy bajito: ¡°Que alguien me ayude, que alguien me ayude¡¡±. No s¨¦ si es una cantinela o he de llamar al personal sanitario.
La residencia donde est¨¢ ingresada mi suegra no es un lugar especialmente s¨®rdido. Aqu¨ª no pegan a nadie. Hay sesiones de gimnasia y peque?as clases y juegos: ¡°?A ver!, ?localidades de la Comunidad de Madrid que empiezan por la letra a!¡±. Algete, Alcorc¨®n, Ajalvir, Alcal¨¢, Aranjuez¡ A m¨ª no se me ocurren muchas m¨¢s. A mi suegra le lavan la cabeza y le cardan el pelo todos los viernes. Ella le da propina a la peluquera: ¡°S¨²bemelo m¨¢s, m¨¢s, que soy bajita¡±. Los pasillos rara vez huelen a pis. Y, sin embargo, cuando vamos a verla, las ideas se me hacen un grumo o una bola que no puedo tragar. Viejos abandonados en gasolineras, ancianas emparedadas en sus casas para prolongar el cobro de la pensi¨®n ¡ªEspa?a renegra, tiznada¡ª, nonagenarias maltratadas, desprestigio de auxiliares y profesionales del gremio, y, a la inversa, abuelas que vuelven locas a las hijas que las amparan en su casa, tiran¨ªas, el reverso oscuro de los cuidados, el chantaje afectivo, personas muy mayores que cuidan de personas ancianas, depresiones, la incapacidad pol¨ªtica para arreglar esta situaci¨®n en una sociedad cada vez m¨¢s envejecida y m¨¢s hip¨®crita ¡ªconfesionalmente hip¨®crita¡ª en los asuntos que conciernen a la muerte. En el horizonte, la posibilidad de la muerte digna y la eutanasia, frente a la amenaza quiz¨¢ no tan peliculera del soylent green. No queremos contemplar escenas como la que acabo de narrar, pero no deber¨ªamos apartar la mirada. Con todo mi ego¨ªsmo y toda mi humanidad, pienso qu¨¦ ser¨¢ de nosotros, qu¨¦ ser¨¢ de m¨ª.
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