La tecla
Me pareci¨® que hab¨ªa entendido cosas que realmente importan. Al d¨ªa siguiente las olvid¨¦
Llegu¨¦ a su casa a la una de la madrugada y sali¨® a recibirme mientras hablaba por tel¨¦fono. Con un gesto me indic¨® la puerta que da a la cocina. Entramos y mir¨¦ asombrada esa parte que no conoc¨ªa del departamento en el que hab¨ªa estado varias veces: salas y mesas que parec¨ªan replicarse al infinito. Cuando colg¨®, nos saludamos con un abrazo fuerte. Hablamos brevemente de cosas que hab¨ªan sucedido. Despu¨¦s pasamos al comedor donde me present¨® a los dem¨¢s. Las ventanas estaban abiertas y la noche entraba como el cauce de un r¨ªo. A eso de las tres de la madrugada ¨¦l se puso de pie y camin¨® hasta el piano con ese andar tan suyo, como si apartara multitudes. Empez¨® a tocar. Cant¨® canciones de otros ¡ªno las suyas, las que lo transformaron en leyenda¡ª, y de pronto me se?al¨® y dijo: ¡°Ven¨ª, toc¨¢ conmigo¡±. Me retraje, como siempre hago cuando los focos se vuelven hacia m¨ª. Contest¨¦: ¡°No, no s¨¦ tocar el piano¡±. Con un escepticismo divertido, como quien dice: ¡°?Qui¨¦n sabe realmente hacer algo?¡±, me respondi¨®: ¡°Dale, ven¨ª¡±. Me sent¨¦ en la banqueta, a su lado. Me indic¨®: ¡°Toc¨¢ la melod¨ªa¡±, como si eso lo explicara todo. Fue como estar al volante de una Ferrari sin saber manejar, con alguien que convert¨ªa cada una de mis maniobras escandalosas en algo hermoso. Hasta que, de pronto, toqu¨¦ una tecla negra que salt¨® por el aire y termin¨® sobre la tapa del piano de cola Yamaha que debe costar una fortuna. Me qued¨¦ paralizada. ?l tom¨® la tecla, se la puso en la boca a modo de cigarro, me mir¨® con aire rufi¨¢n y me dijo: ¡°No pasa nada¡±. Me fui a las cinco. Mientras volv¨ªa a casa en taxi record¨¦ los a?os en los que esta ciudad era mi tumba, en los que el futuro parec¨ªa un insulto. Me sent¨ª como una vasija, limpia y sencilla, dispuesta a inaugurarlo todo. Me pareci¨® que hab¨ªa entendido cosas que realmente importan. Al d¨ªa siguiente las olvid¨¦.
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