Pasado y presente
Conocer y aceptar la historia crea ciudadanos dotados de mayor sentido cr¨ªtico, m¨¢s responsables, m¨¢s independientes, capaces de enfrentarse con autoridades abusivas y de defender derechos propios y ajenos
El pasado alem¨¢n, manchado por el desencadenamiento de las dos guerras del siglo XX y por el genocidio jud¨ªo, ha dado lugar a m¨²ltiples trabajos hist¨®ricos y a muy sustanciales reflexiones ¨¦tico-pol¨ªticas sobre el papel del mal en las comunidades humanas o la alteraci¨®n de la conducta personal en situaciones emocionales masivas. Sobre ello vuelve tambi¨¦n Los amn¨¦sicos,libro de la periodista e investigadora francoalemana G¨¦raldine Schwarz. Pero lo supera y sugiere otras muchas cosas.
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Schwarz establece, para empezar, la responsabilidad de todos los alemanes en lo ocurrido: exceptuando, naturalmente, a los oponentes activos al nazismo ¡ªque bien caro lo pagaron¡ª, la sociedad no se opuso a la escalada de medidas antisemitas de 1933-1938, como no se opuso a la matanza posterior, ni puede simular que no supo lo que estaba ocurriendo. Pero la responsabilidad se extiende igualmente a franceses, italianos, h¨²ngaros, polacos o tantos otros, que tampoco protegieron a sus jud¨ªos amenazados. Aquellas sociedades ¡ªtodas desgarradas internamente, ante aquel conflicto, y todas plagadas de colaboracionistas¡ª coincid¨ªan sin embargo en 1945 en percibirse a s¨ª mismas como meras v¨ªctimas de los nazis.
La autora distingue, por supuesto, grados de responsabilidad, sobre todo individual. No es lo mismo pasividad que aquiescencia, delaci¨®n, lucro aprovechando la situaci¨®n o apoyo entusiasta. Pero reconoce la dificultad de atribuir responsabilidades colectivas, es decir, de dividir con trazos gruesos a las comunidades que viven situaciones traum¨¢ticas en grupos de verdugos y v¨ªctimas. Una dificultad que aumenta cuando se proyectan tales culpas sobre las generaciones siguientes. Porque, sobre todo en enfrentamientos ideol¨®gicos ¡ªlos ¨¦tnicos perviven m¨¢s¡ª, el tiempo diluye las identidades, los descendientes de los protagonistas originarios no siempre perpet¨²an las posiciones pol¨ªticas de sus padres o abuelos e incluso se mezclan y tienen hijos comunes. Tampoco es lo mismo sufrir personalmente una dictadura, una guerra civil o un genocidio que o¨ªrselo contar a nuestros padres; y no digamos vivirlo como tercera generaci¨®n, a trav¨¦s de nuestros abuelos. Si la memoria individual es traidora, la trasmitida puede acercarse a la pura distorsi¨®n.
Si la memoria individual es traidora, la trasmitida puede acercarse a la pura distorsi¨®n
A partir de 1945, la conciencia alemana frente a aquel pasado sucio evolucion¨®. Adenauer negaba cualquier colaboraci¨®n de la poblaci¨®n con el nazismo, a la vez que integraba sin pudor a los cuadros del NSDAP entre las ¨¦lites de la nueva Rep¨²blica Federal. En los sesenta, la rebeli¨®n universitaria y la libertad sexual facilitaron el distanciamiento y la denuncia del pasado nazi. Y en los ochenta estall¨® la disputa de los historiadores, o Historikerstreit: conservadores como Ernst Nolte exoneraban al pa¨ªs del nazismo, ocasional extrav¨ªo causado por un grupo de criminales; el fil¨®sofo J¨¹rgen Habermas y los historiadores ¡°sociales¡±, en cambio, interpretaban las tragedias del siglo XX como culminaci¨®n del Sonderweg, o ¡°camino excepcional¡±, alem¨¢n, dominado desde Bismarck por un nacionalismo beligerante.
Con lo que finalmente se abri¨® el ba¨²l de los recuerdos y las denuncias, que acabaron siendo en la Alemania occidental m¨¢s completas que en cualquier otro pa¨ªs europeo. Alemania se convirti¨® en el modelo de un buen ¡°trabajo de memoria¡±; lo cual permiti¨® construir una sociedad civil y una democracia excepcionalmente s¨®lidas. A partir de su reflexi¨®n sobre lo ocurrido, los alemanes interiorizaron unos valores y un esp¨ªritu cr¨ªtico cruciales para una convivencia en libertad: al repudiar extremismos, dirigentes providenciales y discursos de odio contra otras comunidades, adquirieron mayor sentido de la responsabilidad. S¨ªntoma, o consecuencia, de todo ello fue su generosa reacci¨®n ante la crisis de los refugiados sirios. No s¨®lo la oficial. Cientos de ciudadanos recibieron los trenes de refugiados con pancartas multiling¨¹es de ¡°?Bienvenidos!¡± y bolsas de comida, agua, ropa, pelotas u ositos de peluche. Aquellos trenes de 2015 redimieron a Alemania, si tal cosa fuera posible, de los de 1942-1944.
Esta es la idea central del libro: que una aceptaci¨®n honesta y cr¨ªtica del pasado permite el desarrollo de actitudes democr¨¢ticas y tolerantes en el presente. Cuando uno comprende que sus padres, sus abuelos, su comunidad, fueron responsables directos o indirectos de algunas barbaridades, cuando uno acepta la dificultad de atribuir con nitidez culpas colectivas, cuando uno se da cuenta de lo f¨¢cil que es convertirse en perseguidor, o consentidor de la persecuci¨®n, cuando uno entiende las muchas caras de la historia y las confusas identidades que ha heredado, es probable que hoy est¨¦ m¨¢s dispuesto a convivir con otras culturas, otras lenguas, otras creencias, otras posiciones pol¨ªticas. En cambio, los educados en un mundo mental aislado, que s¨®lo celebra los hero¨ªsmos y lamenta los sufrimientos de sus antepasados, que ¨²nicamente se percibe como descendiente de v¨ªctimas inocentes y nunca como heredero de vilezas, tienden a adoptar hoy posiciones de intolerancia, de simpleza ideol¨®gica, de repudio hacia el extranjero, de nostalgia fascista.
Alemania se convirti¨® en el modelo de un buen ¡°trabajo de memoria¡±; lo cual permiti¨® construir una sociedad civil
Dicho de otra manera: la multiculturalidad, la aceptaci¨®n del diferente, el reconocimiento de sus derechos, a la vez que la fuerte convicci¨®n de los nuestros, se derivan de la comprensi¨®n de la complejidad de los problemas pasados; lo cual es un s¨ªntoma de personalidad s¨®lida, y no d¨¦bil, como tiende a creer el llamado sentido com¨²n, criadero de demagogias. La amnesia, en cambio, la ignorancia, la simplificaci¨®n y sacralizaci¨®n del pasado, llevan al dogmatismo y al odio hacia los diferentes; indicio, de nuevo, de cualquier cosa menos de principios fuertes. Conocer y aceptar la historia, comprender las muchas maneras de evaluar las culpas ante los cr¨ªmenes y tragedias ocurridos, ser consciente de la fragilidad de las identidades heredadas, crea ciudadanos dotados de mayor sentido cr¨ªtico, m¨¢s responsables, m¨¢s independientes, m¨¢s capaces de enfrentarse con autoridades abusivas, de defender los derechos y libertades propios y reconocer los ajenos.
Nuestra experiencia lo ratifica diariamente. Los Gobiernos menos europe¨ªstas y m¨¢s proclives al fascismo, como Hungr¨ªa o Polonia, son tambi¨¦n los que se apoyan en una visi¨®n simplista y autocomplaciente del pasado. Italia, que tampoco hizo su ¡°trabajo de memoria¡± adecuadamente, sigue confiando en hombres providenciales, como Berlusconi o Salvini, y relativizando a Mussolini. El lepenismo franc¨¦s, obsesionado con los inmigrantes, sigue instalado en la amnesia parcial que borra el colaboracionismo con los nazis mientras exagera la magnitud y haza?as de la Resistencia. Los propios alemanes educados en la antigua RDA, que glorificaba a los ¡°h¨¦roes comunistas¡± opuestos al nazismo y no reconoc¨ªa que nadie ¡ªen especial, ning¨²n proletario¡ª se hubiera sentido atra¨ªdo por Hitler, son hoy quienes m¨¢s votos otorgan a la AfD. Por no hablar de Israel.
El caso alem¨¢n permite pensar, pues, en otras muchas cosas: en la complejidad de la historia humana, en la necesidad que tiene una cultura democr¨¢tica de evitar retroproyecciones simplificadoras y reivindicativas. El honesto reconocimiento de todo lo ocurrido, y no s¨®lo de lo que ennoblece nuestra imagen o refuerza nuestra posici¨®n pol¨ªtica, y la ecuanimidad ¡ªque no es equidistancia¡ª son las claves de b¨®veda para una convivencia libre; y los imperativos ¨¦ticos para un historiador.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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