Pol¨ªtica cesante
Contra el desencantamiento con la democracia no suele haber terapias
Hay ¨¦pocas en las que el sufrido columnista de pol¨ªtica nacional empieza a desesperarse. Pasan las semanas y no acontece nada relevante. Seguimos ya meses sin que se atisbe la posibilidad de la formaci¨®n de Gobierno. Con el frente catal¨¢n secuestrado hasta la aparici¨®n de la sentencia del Supremo, solo nos queda seguir el politiqueo entre Vox y sus pactos frustrados en Murcia y Madrid o, sobre todo, el partido de ping-pong ret¨®rico entre Podemos y el Gobierno en funciones.
Siempre se puede apostar por ver c¨®mo acaba este bloqueo, culpabilizar a una u otra parte, asombrarse por la extravagante consulta que Podemos propone a sus bases, o especular sobre posibles reformas legales que impidan que esto siga siendo la norma en el pr¨®ximo futuro. Pero seguiremos sin hablar de pol¨ªtica, de esa que se hubiera producido en forma de decisiones o, por ejemplo, mediante la presentaci¨®n de proyectos de reforma; o sea, los contenidos de lo que vulgarmente llamamos ¡°gobernar¡±. Ahora solo se politiquea, y el coste est¨¢ a la vista. Si en el mundo m¨¢s general de las transacciones econ¨®micas se habla del lucrum cessans, la p¨¦rdida de beneficios derivada de alg¨²n da?o, en pol¨ªtica podemos recurrir a algo similar: no gobernar tiene tambi¨¦n sus consecuencias negativas, su lucro cesante.
El que m¨¢s deber¨ªa preocuparnos es el m¨¢s intangible, el que no se mide por contenidos concretos, sino por la erosi¨®n de ese combustible tan imprescindible para la democracia que es la confianza. Es el recurso m¨¢s escaso y el m¨¢s amenazado. Y ahora con mayor raz¨®n, porque, en definitiva, somos bien conscientes de que solo podremos resolver nuestros grandes problemas a partir de la creaci¨®n de consensos m¨ªnimos entre las diferentes fuerzas pol¨ªticas. Es decir, justo aquello de lo que cada d¨ªa nos vamos convenciendo que es imposible. Desde 2015 llevamos intent¨¢ndolo sin ¨¦xito. Y esto no es solo un problema de las reglas o procedimientos establecidos, que es donde se est¨¢ poniendo el foco, sino de los actores que tienen que operar con ellas.
La confianza en una democracia est¨¢ en relaci¨®n directa con su capacidad para actuar en la l¨ªnea del inter¨¦s general. Y aunque somos plenamente conscientes del pluralismo de intereses e identidades que nos constituyen como sociedad, todos sabemos que estos pueden administrarse sin problemas si nos atenemos a las reglas b¨¢sicas que conforman el sistema. Cuando se deja que el tacticismo de los actores predomine sobre ellas, cuando las estrategias de confrontaci¨®n vetocr¨¢tica se imponen sobre las de cooperaci¨®n, cuando los pol¨ªticos se erigen en mera clase discutidora en vez de en clase decisora, es cuando comienzan a sonar todas las alarmas. Llevan sonando desde 2015 y seguimos sin reaccionar.
La explicaci¨®n m¨¢s corriente es la que dice que carecemos de verdaderos liderazgos. Puede ser. Tambi¨¦n sirve el argumento de la ¡°italianizaci¨®n¡±, que la sociedad est¨¢ comenzando a auto-organizarse a espaldas del sistema pol¨ªtico. Esto ¨²ltimo es preocupante porque apunta a un cambio estructural, no coyuntural, a la aparici¨®n de ciudadanos descre¨ªdos al borde del nihilismo pol¨ªtico. Contra el desencantamiento con la democracia no suele haber terapias.
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