H¨¦roes y tumbas
Vitorear a asesinos y torturadores se adentra en el territorio de lo perverso
Que a alguien que ha asesinado a varias personas, sea por la motivaci¨®n que haya sido, o a quien particip¨®, entre otros varios delitos, en el secuestro de un hombre al que mantuvieron enterrado vivo dos a?os (y al que habr¨ªan dejado morir en su sepultura con tal de no revelar d¨®nde estaba esta) cuando vuelven a sus pueblos despu¨¦s de cumplir sus condenas sean recibidos como h¨¦roes produce a¨²n m¨¢s desaz¨®n que sus propios cr¨ªmenes. Sea delictivo o no, el espect¨¢culo de su recibimiento, con sus vecinos y familiares haci¨¦ndoles pasillo y aplaudi¨¦ndolos y el correspondiente dantzari ofreci¨¦ndoles un aurresku de bienvenida, desborda toda categor¨ªa moral para adentrarse en el territorio de lo perverso, se justifique como se quiera justificar. Ni el deseo de independencia, ni los lazos de sangre o de amistad, ni la pertenencia a un grupo que hace ya mucho dej¨® de distinguir la raz¨®n de la sinraz¨®n justifican unos comportamientos m¨¢s propios de sociedades prehumanizadas que de una del siglo XXI.
Y no es necesario acudir a las im¨¢genes de sus delitos (las de los guardias civiles muertos, la de Ortega Lara saliendo del zulo como un muerto viviente o como uno de los jud¨ªos supervivientes de los campos de concentraci¨®n nazis) para captar toda la perversi¨®n de esos homenajes que sus vecinos y familiares les ofrecen en su regreso a sus pueblos como si fueran soldados heroicos de los que se muestran orgullosos. A casi nueve a?os ya de la rendici¨®n del ej¨¦rcito al que pertenecieron y del reconocimiento por parte de ¨¦ste de lo anacr¨®nico e in¨²til de su actividad, que quienes lo integraron y apoyaron sigan sin darse cuenta de la inmoralidad de esta y contin¨²en consider¨¢ndola justa y heroica hace desconfiar de la raza humana, por lo menos de ciertos grupos de ella cuando el fanatismo los penetra y los corrompe como esas enfermedades que afectan a los organismos vivos.
?Qu¨¦ enfermedad afecta a todos esos que aplauden a criminales confesos, a aut¨¦nticos torturadores, sea cual sea su motivaci¨®n, a esos padres de familia y a esas madres que esgrimen bengalas y banderas patri¨®ticas, a esos ni?os que aplauden el paso de unos h¨¦roes a los que ni siquiera conocen, pues cuando ellos nacieron, ya estaban en la c¨¢rcel? ?Conocer¨¢n sus delitos, los cr¨ªmenes por los que los juzgaron? ?Sabr¨¢n de sus consecuencias para otras personas? Y, si lo saben, ?qu¨¦ pensar¨¢n de ellas?
Cuando alguien llega a esa degradaci¨®n moral, cuando alguien justifica con argumentos, sean pol¨ªticos o se amparen en una venganza b¨ªblica en respuesta a presuntos o demostrados ataques sufridos por ellos, el asesinato y la tortura, es que ha bajado ya al escal¨®n m¨¢s bajo de la deshumanizaci¨®n y retrocedido en el tiempo a ¨¦pocas anteriores a la culturizaci¨®n del hombre. Por eso es in¨²til tratar de convencer de su situaci¨®n a quien ya ha llegado a ese extremo, como es in¨²til tratar de ponerle calificativos. A quienes jaleaban como a h¨¦roes a dos asesinos confesos cualquier reproche moral les parecer¨¢ interesado y rid¨ªculo, de la misma manera en que a los dirigentes nazis les parec¨ªa una debilidad la piedad. Cuando Primo Levi abandon¨® el campo de exterminio en el que a punto estuvo de morir, escribi¨®: ¡°No es en absoluto una cuesti¨®n ociosa tratar de describir lo que es un ser humano¡±. Unos 2.600 a?os antes que ¨¦l, el gran Homero ya hab¨ªa escrito: ¡°No hay cosa, de cuantas respiran y andan sobre la tierra, m¨¢s lamentable que el hombre¡±.
¡°?Qu¨¦ confuso es todo, qu¨¦ dif¨ªcil es vivir y comprender!¡± escribir¨ªa por su parte el argentino Ernesto S¨¢bato en Sobre h¨¦roes y tumbas.
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