Romper el hechizo
Toda tentativa de ilustraci¨®n es, en ¨²ltimo t¨¦rmino, una suerte de desencantamiento. Pero el mundo es hoy m¨¢s ancho y rico
Ya nada es lo que era: ni el ciclismo, ni nuestro barrio, ni la democracia siquiera. Los tomates han perdido el sabor, el cine abusa de los remakes y los domingos ya no son los de nuestra infancia¡ ?Ni siquiera el kilo es ya un cilindro de platino iridiado! A uno se le ensombrece el ¨¢nimo oyendo estas jeremiadas, variaciones del adagio manrique?o que rezaba que todo tiempo pasado fue mejor. Sigue cundiendo la nostalgia una vez que los cient¨ªficos han puesto rostro a un agujero negro, algo que solo parec¨ªa posible en la ciencia ficci¨®n, y han enviado una sonda m¨¢s all¨¢ de Neptuno, hasta un asteroide apodado Ultima Thule que rebasa con mucho lo que los romanos imaginaron al acu?ar dicho t¨¦rmino. ?Por qu¨¦ nos dejamos llevar por la melancol¨ªa?
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No es una actitud nueva. La ret¨®rica del ¡°desencantamiento del mundo¡±, por decirlo con Weber, hunde sus ra¨ªces en una larga tradici¨®n intelectual, surgida al rescoldo de la Revoluci¨®n Industrial y afianzada sobre el viejo pesimismo pol¨ªtico. Keats lamentaba en su poema Lamia que se hubiera destejido el arco¨ªris, como si, al enunciar la teor¨ªa corpuscular de la luz, Newton hubiera robado el enigma a un fen¨®meno que era mejor no comprender del todo. No han sido pocos los autores que, desde entonces, han tratado de convencernos de que el precio del progreso es la p¨¦rdida del sentido. Argumentan que la misma t¨¦cnica que nos ha permitido medir y pesar el mundo es la misma que nos distancia de ¨¦l, convirti¨¦ndolo en una suerte de mariposa clavada en el alfiler, f¨¢cilmente analizable pero carente de vida.
Lo cierto es que toda tentativa de ilustraci¨®n es, en ¨²ltimo t¨¦rmino, una suerte de desencantamiento. Abierta la tramoya de par en par, contemplamos las bielas y los pistones que accionan el decorado, y en ese momento el misterio se desvanece. Quienes protestan contra esto no tratan de recuperar la inocencia, una empresa cuanto menos ¨ªmproba, sino que m¨¢s bien ejercen su derecho al pataleo. Ocioso es tratar de recomponer el hechizo una vez que se ha roto. Ser¨ªa, en expresi¨®n de Wittgenstein, como intentar reparar una tela de ara?a con los dedos.
Tampoco el mercado laboral es ya lo que era. Sostienen los expertos que, de cara a la Cuarta Revoluci¨®n Industrial, nuestras sociedades van a requerir de propuestas creativas que garanticen la protecci¨®n de los m¨¢s desamparados. Como ha escrito Luc¨ªa Velasco, no basta con oponerse a la tecnolog¨ªa, como al calor del maquinismo hicieron los luditas y los conmilitones del ¡°capit¨¢n¡± Swing, rompiendo telares mec¨¢nicos y trilladoras agrarias. Dormirse en los laureles del pesimismo, la m¨¢s irresponsable de todas las actitudes, ser¨ªa a este respecto como ponerse a quemar almiares mientras el tren de la historia nos pasa por encima.
No basta con oponerse a la tecnolog¨ªa. Dormirse en los laureles del pesimismo es la m¨¢s irresponsable de todas las actitudes
Mantenernos despiertos es un imperativo moral. En un art¨ªculo de 1945, Josep Pla escribi¨® acerca de la perplejidad que le causaba la contemplaci¨®n de gorriones en su Palafrugell natal: a su juicio, estos realizaban una serie de expediciones que parec¨ªan contravenir su naturaleza sedentaria. Ocho d¨¦cadas despu¨¦s, no es poco lo que hemos descubierto acerca de las migraciones de las aves estacionarias, que ocupan una extensi¨®n mucho mayor de lo que intu¨ªamos.
Entretanto, ?se ha roto definitivamente el hechizo? Quiz¨¢, pero hoy el mundo es m¨¢s ancho y m¨¢s rico. Sirvan de ejemplo los p¨¢jaros de Pla, considerados entonces aut¨®matas sin raciocinio, cuya funci¨®n consist¨ªa en regalarnos el o¨ªdo con ¡°esa m¨²sica numerosa como el espacio pero aleda?a al d¨ªa¡±, en expresi¨®n de Emily Dickinson. Hoy sabemos que el exiguo tama?o de su cerebro se debe a motivos de aerodin¨¢mica, y que la evoluci¨®n les ha permitido prescindir del neoc¨®rtex igual que prescindieron de la vejiga. ?C¨®mo explicar, si no, que el propio carbonero, con su cerebro de medio gramo, sea capaz de recordar los miles de apostaderos en que esconde las semillas? Hasta hemos conseguido averiguar el funcionamiento del vuelo en bandada, un bell¨ªsimo misterio que, a pesar de los denodados esfuerzos de un sinn¨²mero de ornit¨®logos, permanec¨ªa sin esclarecer.
Al arrimo de la ilustraci¨®n y la ciencia, el mundo se recompone a la luz de nuestra mirada, como si de un caleidoscopio se tratase. Desaparecen los arcanos indescifrables, pero no los motivos para el asombro: basta con observar un nido de golondrinas, oculto bajo un alf¨¦izar o sobre un aparato de aire acondicionado, y pensar que sus inquilinos lo han localizado despu¨¦s de un viaje de 3.000 kil¨®metros. Sostiene Menno Schilthuizen en Darwin viene a la ciudad (Turner), que para apreciar la evoluci¨®n de las aves urbanas basta con fijarse en el p¨¢jaro carbonero de Barcelona: resulta que la estrechez de su corbata, una mancha de color negro relacionada su virilidad, no es un asunto meramente ornamental, sino que denota que la ciudad es refugio para los machos menos agresivos y m¨¢s d¨¦biles. ?Qui¨¦n lo hubiera imaginado? Nos rodea un mundo fascinante que exige una mirada atenta.
Jorge Freire es escritor.
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