La fantas¨ªa piensa, la imaginaci¨®n ve

Podr¨ªan ser los restos de una obra: un mont¨®n de tablas de pizarra rotas. Est¨¢ demasiado desordenado para ser un apilamiento de material que espera formar parte de un edificio y esa cualidad le da un aire org¨¢nico, m¨¢s cercano a un ser vivo -un pabell¨®n-armadillo- que a una construcci¨®n topogr¨¢fica. Es un edificio sin fachada. Ante ¨¦l uno ve, sobre todo, una cubierta dura, como de crust¨¢ceo, o una cueva ventilada, con acceso doble y enfrentado. Tras el mont¨®n -que es la cubierta-fachada- aparece el pabell¨®n, un interior fr¨¢gil, como una caverna sujeta con palillos. Es la estructura lo que desconcierta: el apilamiento de la cubierta ¨Crecogido por una malla met¨¢lica- parece incomprensiblemente sostenido con fin¨ªsimas columnas blancas met¨¢licas. As¨ª, la primera impresi¨®n es que alguien ha metido el pabell¨®n bajo la alfombra del suelo: una tienda de campa?a bajo la capa de tierra existente. La segunda es de alta costura, c¨®mo pueden unos pocos puntos sujetar el pesado y complicado vestido. Esa pregunta estructural indaga sobre qu¨¦ permite la convivencia entre lo leve y lo pesado. Y esa doble condici¨®n parad¨®jica de di¨¢logo de opuestos: fr¨¢gil y robusto, a¨¦reo y terrenal, aleatorio y calculado, natural y artificial, es lo que finalmente intriga. Y desconcierta.

Aunque en ning¨²n campo de la vida es bueno esperar algo, la arquitectura genera estilos, recursos y sellos que nos ayudan a identificar y descodificar. Y del japon¨¦s Junya Ishigami (1974) esperamos ligereza y desconcierto. Es decir, debe desconcertar el doble para conseguir sorprender. Ha hecho edificios en forma de nube (puerto de Copenhague), esculturas p¨²blicas transparentes (Sidney) y viviendas con m¨¢s plantas que elementos arquitect¨®nicos. Al buscar ese desconcierto esta vez con un edificio temporal lo ha construido con un material s¨®lido, la piedra y adem¨¢s le ha dado una apariencia ciertamente leve. Ah¨ª radica el doble desconcierto: ?Es arquitectura o es arte? ?Es una ocurrencia o un manifiesto?

El dise?ador, y magn¨ªfico ensayista italiano, Bruno Munari diferenciaba entre la fantas¨ªa, la invenci¨®n y la creatividad, capaces de pensar, para distinguirlas de la imaginaci¨®n ¨Cque en lugar de pensar, ve-. Algo as¨ª sucede ante el pabell¨®n de Ishigami: no sabemos si inventa, si crea o si imagina. Y eso quiere decir que no sabemos si acierta o tantea. Personalmente, creo que tantea, arriesga, experimenta. Lo pienso porque conocemos su ambici¨®n y la ¨²nica manera que tiene alguien con una trayectoria inclasificable de sorprender es redirigiendo continuamente ese esfuerzo. Para eso sirven los pabellones temporales, para probar. As¨ª, Ishigami aprovecha su oportunidad. Cabe preguntarse si fracasa o acierta al cuajar un edificio indefinido, al hacer una pregunta en lugar de ofrecer una respuesta. El edificio resultante no est¨¢ en la naturaleza, pero habla de ella como lo hace el propio parque de Green Park -vecino a Hyde Park donde est¨¢ la Serpentine- y como lo hacen todos los hijos del limpio y artificial paisajismo ingl¨¦s.

As¨ª, a medio camino entre una monta?a, una cueva, una paradoja, un descuido, un invento o uno de los igl¨²s de Mario Merz, Ishigami deja la huella de la ambig¨¹edad en el historial de la Serpentine donde la sorpresa es marca de la casa y donde ya ha habido pabellones-bosque (Zumthor), globo (Koolhaas o Selgascano), grada (Sujimoto) o piedra ( Smiljan Radic). ?Qu¨¦ es el de Ishigami? Tal vez en la amplitud de la respuesta radica su aportaci¨®n.