El sue?o de Einstein o la ciudad en verano
No despreciemos la autoridad de los genios cuando sue?an
Hace unos meses traduje un hermoso libro sobre los sue?os de Einstein que me dio la clave para entender por qu¨¦ siempre me ha inquietado y fascinado Madrid en verano. Es cierto que una ciudad en agosto parece una casa vac¨ªa, m¨¢s peque?a y distante, pero tambi¨¦n familiar, como una expareja con la que uno se encuentra sin esperarlo y tiene de pronto la expresi¨®n de otra persona. Nos repetimos una y otra vez lo agradable que es cruzar las calles a una velocidad inusitada o hacer tr¨¢mites sin esperas, tal vez solo para no inquietarnos por el sentimiento fantasmag¨®rico que genera que eso sea posible. Estamos y no estamos, en buena medida porque las personas que hacen que la ciudad sea la nuestra muchas veces no se encuentran en ella, por eso nos sentimos como el ni?o abandonado para cenar y la ciudad es semejante a una enorme cama vac¨ªa en la que esperamos c¨®modos, pero tambi¨¦n desvelados.
En Los sue?os de Einstein, Alan Lightman rescata la actividad on¨ªrica que tuvo el joven Albert en 1905, ¨¦poca en que empez¨® a publicar los principios b¨¢sicos de la teor¨ªa de la relatividad. La vida de Einstein era sencilla: por la ma?ana trabajaba en la oficina de patentes, por la tarde paseaba con su amigo Besso, por la noche so?aba, pero la actividad mental era tan impresionante que provocaba im¨¢genes en las que las dimensiones convencionales del tiempo y la gravedad se torc¨ªan dise?ando mundos bizarros, aunque posibles para la f¨ªsica. A veces so?aba con personas que quedaban atrapadas en tiempos inm¨®viles, otras variaba la velocidad del tiempo seg¨²n la altura a la que viv¨ªan los habitantes¡. Pero el 16 de abril de 1905 Einstein tuvo un sue?o que me hizo comprender Madrid en agosto. So?¨® un mundo en el que el tiempo era como un flujo de agua y una perturbaci¨®n separaba un riachuelo de la corriente principal y lo conectaba al caudal anterior. Al suceder eso, los p¨¢jaros, la tierra y las personas atrapadas en esa corriente se ve¨ªan de pronto arrastrados s¨²bitamente al pasado. Conscientes del peligro que corr¨ªan si alteraban su entorno y de las repercusiones que pod¨ªan tener sus acciones en el futuro, esos viajeros del tiempo caminaban de puntillas y sin hacer ruido, como si temieran cualquier encuentro. Eran fantasmas m¨¢s fieles al futuro que al pasado, gente que no pertenec¨ªa al espacio que cruzaba y que por eso esquivaba las miradas y se escond¨ªan en los soportales.
Cuando traduje aquel sue?o de Einstein comprend¨ª que lo me hab¨ªa inquietado siempre de Madrid en verano no era tanto la escenograf¨ªa vac¨ªa de sus calles, como esa condici¨®n espectral de las pocas personas con las que me cruzaba. Entend¨ª que cuando un espacio se modifica tanto como al perder la inmensa mayor¨ªa de las personas que lo componen, tal vez todos los elementos que permanecen en ¨¦l entran tambi¨¦n en dimensiones impredecibles. Quiz¨¢ hemos probado ya, en un agosto presente, el preludio de un sentimiento futuro que acabar¨¢ con nuestra alegr¨ªa el pr¨®ximo octubre en ese mismo punto de la calle, tal vez la persona que nos esquiva la mirada al otro lado de la Gran V¨ªa sea nuestra madre el a?o que viene, o el adulto que nos mira tratando de no sonre¨ªr sea nuestro hijo dentro de diez a?os. Einstein so?¨® que es posible. No despreciemos la autoridad de los genios cuando sue?an. Tambi¨¦n se oyeron carcajadas cuando a alguien se le ocurri¨® anunciar que tal vez la Tierra no era plana.
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