S¨ªndrome del muro
En Europa pronto habr¨¢ m¨¢s kil¨®metros de barreras que en el punto ¨¢lgido de la Guerra Fr¨ªa
Hace un a?o (me lo ha recordado el tel¨¦fono, aunque nunca le he pedido que gu¨ªe mi memoria hasta tal punto) me alojaba por trabajo en una habitaci¨®n con ¡°las peores vistas del mundo¡±. Ese era, de hecho, uno de los reclamos del hotel. Todo muro fronterizo acaba por convertirse en atracci¨®n tur¨ªstica, y, en una vuelta de tuerca a esa m¨¢xima, los gerentes acababan de abrir su negocio en Bel¨¦n, a cuatro pasos del muro erigido por Israel en torno a Cisjordania. Su sombra se proyectaba sobre el edificio y, al mirar por cualquiera de las ventanas, mis ojos topaban con la estructura de hormig¨®n rematada de p¨²as, cuyo trazado ilegal serpentea entre calles y olivares. Perder la l¨ªnea del horizonte provoca una agud¨ªsima sensaci¨®n de irrealidad. Por eso, cuando Berl¨ªn estaba dividida por un muro de la mitad de altura que el de Bel¨¦n, se acu?¨® un t¨¦rmino para describir los trastornos derivados de la claustrofobia y el desgajamiento: Mauer-Krankheit (mal del muro).
Desde hace cuatro milenios, explica el historiador David Frye (Muros, Turner), los muros han distorsionado invariablemente el horizonte. Algunos han dejado una cicatriz en el terreno, otros se conservan como reliquias del pasado y los actuales fronterizos parecen haber resurgido con fuerzas renovadas. Tambi¨¦n hay otros adaptados a los tiempos: invisibles, en la Red, para censurar la libertad de expresi¨®n, y en forma de pol¨ªticas que amparan multas millonarias a barcos humanitarios o de macrorredadas antiinmigrantes. Sigue inalterable la idea del muro como panacea. Ahora que es obvio que los recursos no son infinitos en un planeta extenuado cuya poblaci¨®n no cesa de aumentar, la imagen del muro es seductora para las agendas pol¨ªticas, pues son, a la vez, medio y mensaje de la ret¨®rica de la seguridad. La mitad de los muros fronterizos construidos desde 1945 han aparecido en el presente siglo, y en Europa pronto habr¨¢ m¨¢s kil¨®metros de barreras y muros que en el punto ¨¢lgido de la Guerra Fr¨ªa, destaca Tim Marshall en The Age of Walls. Prevalece la opini¨®n, pues, de uno de los personajes del famoso poema de Robert Frost, el de ese que repite convencido: ¡°Buen muro, buen vecino¡±.
El ¨¦nfasis en las fronteras y en la movilidad apunta, en esencia, a la cuesti¨®n de pertenencia. Respecto a ese sentimiento, Toni Morrison analiz¨® la desorientaci¨®n actual en uno de los ensayos recogidos en su ¨²ltimo libro, The Source of Self-Regard. Frustrado el sue?o de horizonte com¨²n y fronteras porosas anunciado tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, se aprecia una nueva ansiedad por redefinir las identidades. Se preguntaba la reci¨¦n fallecida escritora: ¡°?A qu¨¦ profesamos mayor lealtad? ?A la familia, al grupo ling¨¹¨ªstico, a la cultura, al pa¨ªs, al g¨¦nero? Y, si nada de eso importa, ?somos urbanos, cosmopolitas o simplemente solitarios? Es decir, ?c¨®mo decidimos ad¨®nde pertenecemos? [¡] ?Cu¨¢l es el problema con lo extranjero?¡±.
Este desasosiego se ve reflejado en el cortometraje Time to Leave, escrito por David Hare para la serie Brexit Shorts. En ¨¦l, una mujer inglesa cuenta que al final ha entendido por qu¨¦ la rabia no ha remitido, a pesar del triunfo del Brexit que ella apoy¨®. Y es que la situaci¨®n, dice, parece a¨²n m¨¢s deteriorada que antes: ¡°Votamos salir de Europa, pero no era eso lo que quer¨ªamos¡ Lo que quer¨ªamos era salir de Inglaterra¡±. Antes de levantar o reparar un muro, dice el poema de Frost, se debe pensar si es necesario y a qui¨¦n va a incluir y excluir, pues ¡°hay algo que no es amigo de los muros¡±. Y ese algo, al fin y al cabo, siempre va a intentar derribarlos.
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