Vaciar para construir: la fuente de Aschrott
Creo que hay una energ¨ªa de las cosas que desaparecen y que persiste aunque no la percibamos
Estamos tan necesitados de s¨ªmbolos y presencias que hemos olvidado una verdad elemental: la manera m¨¢s elocuente de demostrar que algo se ha producido es hacer notar ¡ªparad¨®jicamente¡ª su ausencia, delinear el hueco que ha dejado su volumen. La ausencia de las personas, al igual que los dibujos a tiza de los cad¨¢veres en las pel¨ªculas de cine negro, suele demostrar ese principio con una elocuencia dolorosa, y algo parecido ocurre tambi¨¦n con los objetos. En una entrada de su diario, J. R. Ackerley se quejaba de que hab¨ªan talado un ¨¢rbol gigante en el parque de Wimbledon, un ¨¢rbol centenario de tronco geminado bajo el que sol¨ªa pasar cuando sal¨ªa de casa. Al desaparecer, Ackerley se preguntaba no tanto qu¨¦ hab¨ªa sido del ¨¢rbol como en qu¨¦ lugar hab¨ªa quedado ese ¡°hueco¡± del tronco. ?Hay una energ¨ªa de las cosas que desaparecen y que persiste aunque no la percibamos? ?Queda impregnado de esa ausencia todo lo que construimos apresuradamente para encubrir que algo ha dejado de estar presente? Siempre he cre¨ªdo que s¨ª y que no aceptarlo requiere por nuestra parte un activo ejercicio de negligencia.
Hace unos d¨ªas mi amiga Isabel Cadenas Ca?¨®n me cont¨® una historia que me fascin¨®: la de la reconstrucci¨®n de la fuente de Aschrott, un monumento de la ciudad de Kassel ¡ªconstruido por un benefactor de origen jud¨ªo¡ª que hab¨ªa sido destruido por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, a modo de castigo para una comunidad que acab¨® sus d¨ªas casi al completo en campos de exterminio. La fuente de Aschrott, en plena plaza del Ayuntamiento, sufri¨® varias reconstrucciones durante los a?os posteriores a la guerra. En 1963 las autoridades civiles quitaron los parterres de flores que pusieron los nazis y decidieron reconstruirla con unas prisas que apestaban a mala conciencia. Nadie en Kassel quer¨ªa que le recordaran su v¨ªnculo con el odio racista que hab¨ªa provocado la destrucci¨®n de aquel monumento civil, de modo que copiaron de nuevo la fuente extinta, activando un interesante debate relacionado con la memoria: ?Tenemos derecho a reconstruir las cosas y desvincularnos sin m¨¢s? ?Es ¨¦tico pagar la cuberter¨ªa y fingir que no hemos matado al comensal? Afortunadamente el Ayuntamiento opt¨® finalmente por una decisi¨®n audaz. Durante la Documenta 8 la ciudad encarg¨® a Horst Hoheisel una ¡°intervenci¨®n¡± que hiciera recordar que la fuente hab¨ªa sido objeto de un ataque racista que no deb¨ªa ser olvidado. Hoheisel evit¨® un monumento ¡°pedag¨®gico¡± y trabaj¨® precisamente sobre la idea del hueco que hab¨ªa dejado en los habitantes la destrucci¨®n de la fuente original. En vez de construir un memorial incendiario, decidi¨® horadar en el suelo la misma figura de la fuente, es decir, hacer una fuente invertida y subterr¨¢nea, que tuviera exactamente la misma forma que hab¨ªan destruido los nazis, pero en el subsuelo. Por ella tambi¨¦n caer¨ªa agua, pero un agua que no se ver¨ªa, solo se oir¨ªa. Con una peque?a superficie agujereada en el suelo ¡ªdonde se mantiene la figura del monumento¡ª el paseante puede o¨ªr hoy c¨®mo cae el agua, pero no ver la fuente que est¨¢ bajo sus pies. Todo un caso ejemplar de ¡°contramonumento¡± (Gegendekmal), una obra memorial¨ªstica que pone en cuesti¨®n su propia existencia y explora la tensi¨®n entre la necesidad de recordar y la fobia a hacer una aleccionadora ¡°pedagog¨ªa civil¡±. Hoheisel no levanta una placa para explicarnos lo malos que fueron los nazis, se limita a marcar con tiza al cad¨¢ver y nos invita a sacar nuestras propias conclusiones. Quien quiera entender, que entienda.
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