La calle de Barcelona dise?ada para practicar el noble arte de sentarse a la fresca (y con las mejores vistas)
En la capital catalana apenas quedan espacios libres de turistas, pero esta premiada rehabilitaci¨®n de un antiguo barrio de barracas, obra de Ramon Bosch y Bet Capdeferro, es un ejemplo de arquitectura pensada para la vecindad
En verano se ven cosas que vosotros no creer¨ªais: seres humanos untados en litros de crema protectora mientras rotan y giran y se retuercen y sudan sobre la arena de la playa como pollos asados al sol, seres humanos saltando en manada desde balcones mallorquines poniendo a prueba su m¨¢s que dudosa inmortalidad, seres humanos avanzando en colas inabarcables por los museos y delante de cada vista pintoresca y cada edificio monumental al ritmo del chasquido de cien mil clics de cien mil selfies. Porque ese es el signo de los veranos de nuestro tiempo: el selfi. La expresi¨®n ¨²ltima de la hiperconexi¨®n y, a la vez, de la soledad.
El selfi es el veh¨ªculo de la presencia verificada por el grupo. Nadie sabr¨ªa que hemos estado en el Palacio Real o en la Sagrada Familia si no viesen nuestro selfie. Nadie sabr¨ªa que fuimos, efectivamente, nosotros quienes paseamos frente al Guggenheim de Bilbao si no comprueban que la cara que aparece delante del perrito floreado de Jeff Koons es la nuestra. Nadie creer¨¢ que subimos al Parc G¨¹ell si no est¨¢n al otro lado del disparador de nuestro tel¨¦fono m¨®vil. Y sin embargo, no lo est¨¢n. Al otro lado del objetivo no hay nadie; solo un palo de selfi.
El lugar al que no ha llegado Instagram
A poco menos de un kil¨®metro del Parc G¨¹ell pero a mil palos de selfi de distancia se levanta el Tur¨® de la Rovira, uno de los promontorios que anticipan el macizo de Collserola justo al final ¡ªo al principio¡ª del plano que lleva Barcelona hasta el mar. Si el parque de Gaud¨ª es uno de los reclamos tur¨ªsticos m¨¢s frondosos de la Ciudad Condal, el Tur¨® de la Rovira es uno de los sitios m¨¢s verdaderos y, de momento, menos turistificados de Barcelona.
Si bien su primera colonizaci¨®n se llev¨® a cabo a principios del siglo XX por familias acomodadas en casas de veraneo, la esencia del Tur¨® de la Rovira se defini¨® en primer lugar con el emplazamiento de los b¨²nkeres antia¨¦reos con los que la Rep¨²blica defendi¨® la ciudad durante la Guerra Civil, y m¨¢s tarde, ya en los a?os cincuenta, por los asentamientos autoconstruidos que la inmigraci¨®n interior levant¨® en los bordes de las calles empinadas del monte. Eran poco m¨¢s que barracas malamente ejecutadas que sobrevivieron durante mucho tiempo sin ni siquiera los servicios b¨¢sicos de electricidad o saneamiento. En fotos antiguas de la calle Mari¨¤ Lab¨¨rnia se ven los Seat 600 recostados contra las fachadas y los neum¨¢ticos en calzadas que a¨²n eran pistas de tierra.
La zona se fue adecentando con el paso de los a?os, y aunque tambi¨¦n se benefici¨® de la renovaci¨®n general de la ciudad con objeto de los Juegos Ol¨ªmpicos, hasta hace menos de una d¨¦cada a¨²n era un lugar semiolvidado, tomado por los coches que aparcaban ocupando la mitad de sus estrechas cuestas.
Fue a partir de 2010 cuando los sucesivos consistorios municipales decidieron rescatar el Tur¨® de la Rovira. En 2011, aprovechando su valor cultural y antropol¨®gico, el Museu d'Hist¨°ria de Barcelona habilit¨® el emplazamiento de los b¨²nkeres como espacio patrimonial y, un a?o despu¨¦s, el Ajuntament de Barcelona encarg¨® la rehabilitaci¨®n del espacio urbano de los enclaves habitados del Tur¨® de la Rovira, en especial de la calle Mari¨¤ Lab¨¨rnia.
La idea era conectar el nodo del Tur¨® de la Rovira con los dem¨¢s hitos urbanos de la ciudad mediante nuevos caminos peatonales. Los arquitectos Ramon Bosch y Bet Capdeferro, responsables del proyecto, consideraron desde el principio que la intervenci¨®n deb¨ªa ser tan poco invasiva en su materializaci¨®n f¨ªsica como transformadora en su realidad urbana. Se termin¨® en 2016 y en 2018 fue premio en la XIV Bienal Espa?ola de Arquitectura y Urbanismo y premio FAD de la Opin¨®n.
Tomar la calle: el noble arte de sentarse a la fresca
La operaci¨®n es m¨ªnima: apenas un ensanche y una reconstrucci¨®n de las aceras, transformadas en plataformas horizontales levemente escalonadas. Sin embargo, el resultado c¨ªvico es ejemplar. Como esas plataformas tienen un pavimento distinto, a cada casa autoconstruida, a cada barraca original o reformada le corresponde un fragmento de espacio urbano, un fragmento de calle. Y se lo apropia. Y lo ocupa. Lo ocupa con mesas y sillas, con bancos, con sombrillas y con conversaciones. Lo ocupa con vecinos y con vecindad. En un lugar que era inaccesible y tomado por el coche, y en un mundo donde las personas somos nodos de comunicaci¨®n a larga distancia, Bosch y Capdeferro recuperan el noble arte de sentarse a la fresca. La calle Mari¨¤ Lab¨¨rnia ya no es solo calle, es una sucesi¨®n lineal de plazoletas peatonales. Sus creadores la llaman "Calle Plaza".
Pasear por all¨ª una ma?ana de verano nos traslada a un paisaje mental que va a una velocidad del tiempo distinta. Si las conexiones digitales contempor¨¢neas se sustentan en redes tirantes y tersas, puestas al l¨ªmite, sentarse a hablar en la calle ¡ªen tu calle¡ª es una red relajada. Y ambas maneras de relacionarse son perfectamente v¨¢lidas, solo deber¨ªamos darnos cuenta de que una no invalida la otra.
Por otro lado, tal y como abandera el proyecto de Bosch y Capdeferro, tambi¨¦n deber¨ªamos darnos cuenta de que las mejores arquitecturas, especialmente si son urbanas, no son las m¨¢s caras sino, precisamente, las que favorecen las relaciones de sus habitantes. Porque con el fin de la crisis, se dir¨ªa que el mundo de la arquitectura ha vuelto a la maldici¨®n del star system. Los concursos vuelven a premiar proyectos megal¨®manos, los ayuntamientos vuelven a buscar edificios emblem¨¢ticos que coloquen a su ciudad en el mapa y los turistas vuelven a viajar para hacerse selfis.
De hecho, los b¨²nkeres del Tur¨® de la Rovira comienzan a aparecer en las gu¨ªas tur¨ªsticas y sus atardeceres se han visto colonizados de j¨®venes no siempre civilizados. Es algo que no puede prohibirse y, en el fondo, es inevitable, pero al menos es un espacio p¨²blico donde a¨²n no es necesario pedir turno para ir, como en el Vessel de Nueva York.
En realidad, es muy probable que todas esas personas que esperan su turno para fotografiarse en el Vessel junto a cientos de personas que hacen lo mismo en el mismo sitio est¨¦n m¨¢s solas que el se?or que sonr¨ªe al fot¨®grafo sentado en la calle-plaza de delante de su casa. Y eso que no tiene casi nada: un plano horizontal, una silla ocupada y una mesa de pl¨¢stico. Enfrente, una silla vac¨ªa tambi¨¦n de pl¨¢stico, esperando. Porque a la espera, nadie est¨¢ solo.
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