Un matrimonio entre una ni?a de 13 y su t¨ªo cincuent¨®n: el oscuro secreto del grandioso palacio del ¡®Gatopardo¡¯
Durante el rodaje de la m¨ªtica pel¨ªcula italiana, Luchino Visconti tom¨® decisiones que rayaban la extravagancia. Una de ellas fue elegir el ¡®palazzo¡¯ Valguarnera-Gangi como escenario principal
¡°Yo esta pel¨ªcula solo la puedo hacer as¨ª. Si quieres, me puedes sustituir¡±, fue el ¨®rdago de Luchino Visconti a su productor, Goffredo Lombardo, para zanjar una cl¨¢sica disputa sobre dispendios presupuestarios durante el rodaje de El Gatopardo (1963). A fin de cuentas, el director ya hab¨ªa transigido demasiado al admitir que Burt Lancaster, exacr¨®bata hijo de un cartero del Harlem, interpretara en la pel¨ªcula a un pr¨ªncipe siciliano cuyas ra¨ªces aristocr¨¢ticas se hund¨ªan en el subsuelo de la Historia. En su obsesi¨®n por ofrecer una imagen fidedigna de la Sicilia de mediados del siglo XIX, Visconti hab¨ªa tomado decisiones que rayaban la extravagancia: est¨¢ documentado que, en una escena en la que Lancaster deb¨ªa abrir un caj¨®n y sacar de ¨¦l un simple pa?uelo, el actor no solo se encontr¨® con que pod¨ªa elegir entre una docena de exquisitos pa?uelos de hilo, sino que en aquel caj¨®n, cuyo contenido no se ver¨ªa en el plano, tambi¨¦n hab¨ªa una veintena de camisas blancas, 15 pares de calcetines y varias corbatas de seda. Por supuesto, el ¡°as¨ª¡± de Visconti tambi¨¦n implicaba un rodaje en aut¨¦nticos palacios sicilianos. Uno de ellos, Villa Boscogrande, que aparece en la apertura del filme, tuvo que ser restaurado antes del rodaje. No ocurri¨® lo mismo con el palazzo Valguarnera-Gangi, en el centro hist¨®rico de Palermo, un lugar bell¨ªsimo, tan refinado y al mismo tiempo tan inmoderadamente aparatoso, que parec¨ªa haber sido creado para la ocasi¨®n por un decorador sin limitaciones econ¨®micas ni imaginativas. Sin embargo, llevaba all¨ª desde siempre: como se dice en El Gatopardo, el siempre de los hombres.
El n¨²cleo original de la casa, ubicada en el antiguo barrio de la Kalsa, data del siglo XIV, pero fue a mitad del XVIII cuando la familia Valguarnera decidi¨® reunir varios edificios de su propiedad en un proyecto unitario al que aplic¨® todo el esplendor escenogr¨¢fico del barroco tard¨ªo y el rococ¨®. El resultado cierra con su planta en forma de L la plaza Croce dei Vespri de Palermo, llamada as¨ª por las V¨ªsperas sicilianas, la matanza de franceses que en 1282 puso fin al dominio de los Anjou en la isla, y que dar¨ªa paso al reinado de la dinast¨ªa de Arag¨®n (la leyenda asegura que bajo la plaza yacen los cuerpos de varias v¨ªctimas de la carnicer¨ªa).
Los Valguarnera eran una antiqu¨ªsima familia de origen catal¨¢n cuyo rastro llegaba hasta la Gerona visig¨®tica, y que recal¨® en Sicilia en el siglo XIII acompa?ando a su primer rey aragon¨¦s, Pedro III el Grande. Mucho despu¨¦s, en 1743, tuvo lugar la boda entre el pr¨ªncipe Pietro Valguarnera y Marianna Valguarnera Branciforte, que a los ojos de hoy presenta dos peculiaridades m¨¢s que chocantes: la primera es que la novia ten¨ªa 13 a?os, mientras que el novio estaba a punto de cumplir los 50, y la segunda es que eran t¨ªo y sobrina. Marianna era, adem¨¢s, sordomuda, lo que entonces se consideraba una grave tara que reduc¨ªa sus ya m¨ªnimas perspectivas de independencia. El matrimonio hab¨ªa sido acordado por la familia para reunir en una sola rama la inmensa riqueza y los t¨ªtulos de Pietro y su difunto hermano mayor, Francesco Saverio, padre de Marianna. La escritora Dacia Maraini narr¨® esta historia ¨Cno sin a?adirle unos cuantos elementos novelescos¨C en su libro La larga vida de Marianna Ucr¨¬a, publicado en 1990, y adaptado al cine en 1997 por Roberto Faenza. A trav¨¦s de su madre, la artista y galerista Topazia Alliata, Maraini es descendiente directa de la aut¨¦ntica Marianna Valguarnera, y pas¨® gran parte de su infancia, su adolescencia y primera juventud en otro de los palacios familiares, Villa Valguarnera, en la cercana Bagheria. En la versi¨®n de Maraini, la peque?a Marianna es violada por su t¨ªo, agresi¨®n que le provoca un trauma que la deja sin palabras durante el resto de su vida, y que precipita el matrimonio acordado.
Con la riqueza familiar amasada por nacimiento y matrimonio, Pietro Valguarnera emprendi¨® hacia 1750 las obras destinadas a construir el palacio que hoy conocemos. Y, para ello, no escatim¨® en gastos. El resultado es una casa con una fachada elegante y relativamente sobria ¡ªen armon¨ªa con la adyacente Galer¨ªa de Arte Moderno de Palermo, ubicada en un antiguo convento franciscano y un palacio g¨®tico catal¨¢n¡ª, que da pocas pistas sobre sus fastuosos interiores. Una vez atravesada la puerta de entrada, comienza el festival decorativo gracias a las escaleras dise?adas por el arquitecto Andrea Gigante, flanqueadas por columnas y bustos de m¨¢rmol ¡ªobra del artista Ignazio Marabitti¡ª, y con una barandilla de forja. A trav¨¦s de ella se llega a la asombrosa sucesi¨®n de salones en enfilade, con frescos en el techo y suelos de may¨®lica, como el sal¨®n oval, cuyo suelo representa el escudo de la familia Valguarnera en tama?o monumental; la sala roja, la inmensa sala amarilla o la versallesca galer¨ªa de espejos, que est¨¢ cubierta por un doble techo de 12 metros de altura con una b¨®veda calada a trav¨¦s de la cual se puede contemplar el fresco, y del que adem¨¢s penden l¨¢mparas de cristal de Murano. Fue en estas dos ¨²ltimas estancias donde se rod¨® la larga escena del baile que ocupa todo el tramo final de El Gatopardo de Visconti, con sus tres cuartos de hora de duraci¨®n.
Un rodaje que no estuvo exento de accidentes, como lo estuvo la publicaci¨®n de la novela original de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Palermo, 1896-Roma, 1957). Arist¨®crata diletante, Lampedusa era hijo del pr¨ªncipe siciliano Giulio Maria Tomasi di Lampedusa y de la princesa Beatrice Mastrogiovanni Tasca di Cut¨°, pero parec¨ªa m¨¢s interesado en sus estudios y en relacionarse con la intelectualidad de su tiempo que en administrar las haciendas heredadas de su progenitor. Entre 1954 y 1957 escribi¨® su ¨²nica novela, El Gatopardo, ambientada en la Sicilia del Risorgimento, y centrada en el pr¨ªncipe de Salina (para el que se inspir¨® en su bisabuelo, Giulio IV di Lampedusa), que observa con cierto desd¨¦n el ascenso de una nueva clase social burguesa llamada a desbancar a la aristocracia, pero que al mismo tiempo comprende la necesidad de asociarse con los reci¨¦n llegados a fin de perpetuar su estatus. La frase ¡°si queremos que todo siga como est¨¢, todo debe cambiar (¡±Se vogliamo che tutto rimanga com¡¯¨¨, bisogna che tutto cambi¡±), a menudo mal citada, resume esta actitud pragm¨¢tica y algo c¨ªnica en boca de Tancredi, el joven sobrino del pr¨ªncipe, que tras luchar en las filas de Garibaldi va a casarse con la hija de un nuevo rico, la bella Angelica.
Las principales editoriales italianas rechazaron el manuscrito de Lampedusa, que muri¨® de un c¨¢ncer de pulm¨®n sin verlo publicado. Gracias a la acci¨®n entusiasta de la escritora Elena Croce, que se lo hizo leer a su amigo, el tambi¨¦n escritor y editor Giorgio Bassani (autor de El jard¨ªn de los Finzi-Contini, otra obra maestra sobre el final de una ¨¦poca), se public¨® p¨®stumamente en 1958, para convertirse en un inesperado best seller que adem¨¢s obtuvo el prestigioso premio Strega.
Goffredo Lombardo, capo de la poderosa compa?¨ªa cinematogr¨¢fica Titanus, adquiri¨® los derechos del libro para rodar una superproducci¨®n a la italiana, con grandes estrellas. Al principio pens¨® para dirigirla en artesanos solventes como Mario Soldati o Ettore Giannini, pero despu¨¦s subi¨® la apuesta de la ambici¨®n est¨¦tica y contrat¨® a Luchino Visconti, que hab¨ªa demostrado su val¨ªa tanto en el gran espect¨¢culo historicista (Senso, de 1954) como en el melodrama realista (Rocco y sus hermanos, 1960). Por lo dem¨¢s, parec¨ªa imposible encontrar alguien m¨¢s adecuado para esta tarea: aparte de haberse bregado como director de escena de las grandes ¨®peras italianas del siglo XIX, el propio Visconti era resultado del matrimonio entre un duque ¨Cla familia Visconti fue ama y se?ora de Mil¨¢n durante la Edad Media, antes de ser sustituida por los Sforza¨C y la rica heredera de una saga farmac¨¦utica. Ser declaradamente comunista no le imped¨ªa, por otro lado, experimentar hacia la clase nobiliaria del siglo anterior una fuerte empat¨ªa. En todo caso, conoc¨ªa mejor que nadie el terreno que pisaba.
Para interpretar al protagonista, Visconti habr¨ªa querido contar con el actor ruso Nikol¨¢i Cherk¨¢sov, que hab¨ªa encarnado al Alejandro Nevski de Eisenstein. Y tampoco rechazaba la alternativa de Laurence Olivier, especializado en cometidos shakespearianos y roles nobiliarios en general. Pero Lombardo impon¨ªa a una estrella norteamericana, y tras barajarse los nombres de Gregory Peck, Spencer Tracy o Anthony Quinn, se acab¨® contratando al atl¨¦tico Burt Lancaster, que hab¨ªa ganado el Oscar al mejor actor de 1960 por El fuego y la palabra.
Al inicio del rodaje, que comenz¨® en Sicilia en mayo de 1962, las relaciones entre actor y director eran algo tensas. Sin embargo, Lancaster logr¨® llevar a Visconti a su terreno, al basarse en ¨¦l para componer su pr¨ªncipe de Salina. Ambos forjaron una respetuosa amistad; de hecho, una d¨¦cada m¨¢s tarde, Visconti volver¨ªa a contar con Lancaster en un papel similar, el del solitario intelectual de Confidencias (1974). Dos j¨®venes estrellas europeas en la cumbre de su belleza, Alain Delon y Claudia Cardinale (que ya hab¨ªan coincidido en Rocco y sus hermanos) interpretaban a los enamorados Tancredi Falconeri, sobrino del pr¨ªncipe, y Angelica Sed¨¤ra, hija de don Calogero, alcalde corrupto que representa el nuevo orden burgu¨¦s que aspira a fusionarse con la vieja aristocracia.
Como apoyo a Visconti, la pel¨ªcula cont¨® con el asesoramiento del hijo adoptivo del autor de la novela, Gioachino Lanza Tomasi, que adem¨¢s proven¨ªa de una familia nobiliaria ¨ªtaloespa?ola. El dise?o de producci¨®n de Mario Garbuglia, la fotograf¨ªa de Giuseppe Rotunno, el vestuario de Piero Tosi y la m¨²sica de Nino Rota alcanzaron una excelencia rara vez igualada. Todos estos elementos obtuvieron su m¨¢ximo lucimiento en la escena final del baile, rodada en el palazzo Valguarnera-Gangi. Visconti y Garbuglia rebuscaron en casas y anticuarios para seleccionar muebles y objetos con los que complementar la decoraci¨®n del inmenso sal¨®n de baile, que iluminaron con 10.000 velas que hab¨ªa que sustituir constantemente, lo que se convirti¨® en una pesadilla para los encargados del r¨¢cord. La cera goteaba sobre los actores, figurantes y componentes del equipo t¨¦cnico. Adem¨¢s, la opci¨®n de Visconti supon¨ªa un reto para Rotunno, que recibi¨® instrucciones de utilizar la menor luz el¨¦ctrica posible, anticip¨¢ndose al Barry Lyndon (1975) de Kubrick.
La pel¨ªcula se estren¨® con cr¨ªticas dispares, pero obtuvo la Palma de Oro en una edici¨®n del festival de Cannes en la que Italia tambi¨¦n compet¨ªa con las ¨²ltimas obras de los j¨®venes Marco Ferreri y Ermanno Olmi. Pero, sobre todo, El Gatopardo llegaba en un momento cr¨ªtico para el cine internacional. De la mano de los autores de la Nouvelle Vague, y de otros cineastas rompedores como el propio Ferreri, Fellini o Bergman, se estaba fraguando un nuevo est¨¢ndar para el cine de autor desde el que el esplendor ornamental y la ampulosidad oper¨ªstica podr¨ªan interpretarse como una apuesta anticuada, aristocr¨¢tica en el peor sentido. Igualmente, en Estados Unidos fracasaban superproducciones a la antigua como la Cleopatra de Mankiewicz, y se preparaba el advenimiento de una nueva generaci¨®n que iba a renovar el panorama, con Coppola, Spielberg, Lucas o Scorsese ¡ªa los que Billy Wilder llamar¨ªa kids with beards, ¡°ni?os con barba¡±¡ª a la cabeza. Sin embargo, gracias a su naturaleza ¨²nica, m¨¢s all¨¢ de todas las etiquetas, un artefacto que podr¨ªa haber sido el canto del cisne de cierto tipo de cine termin¨® revitaliz¨¢ndolo, aclamado por su vigencia inagotable. Martin Scorsese tiene El Gapotardo en su lista de pel¨ªculas favoritas (la deuda de La edad de la inocencia con ella es manifiesta), y tanto Godard como Truffaut manifestaron su consistente admiraci¨®n por Visconti. As¨ª que la pel¨ªcula se convirti¨® en un ejemplo de su propio lema, porque logr¨® asegurar la pervivencia de una forma de nobleza f¨ªlmica haciendo que todo cambiara para que todo siguiera siendo igual.
El palazzo Valguarnera se adentr¨® en siglo XIX en un cierto estado de decadencia. La ¨²ltima heredera del linaje familiar, la princesa Giovanna Valguarnera, se cas¨® en 1820 con Giuseppe Mantegna, pr¨ªncipe de Gangi, que invirti¨® enormes sumas en reformar la casa sin desvirtuar su estilo original, pero a?adiendo en la puerta de entrada el escudo de su propia familia. Despu¨¦s la propiedad se someter¨ªa a otras obras de restauraci¨®n que han permitido que en la actualidad ofrezca en gran parte de su extensi¨®n ¡ª8.000 metros cuadrados no son f¨¢ciles de mantener¡ª un aspecto impecable. Sus actuales propietarios son la princesa Carine Vanni Calvello Mantegna di Gangi y el pr¨ªncipe Giuseppe Vanni Calvello Mantegna di Gangi, que ocasionalmente permiten visitas a la propiedad previa reserva.
En cuanto a El Gatopardo de Visconti, aunque en su d¨ªa fue publicitada como la respuesta italiana a Lo que el viento se llev¨®, pertenece a otra estirpe, la de las grandes obras de arte fuera del tiempo y de los c¨¢nones, y as¨ª se la reconoce hoy en d¨ªa. Adem¨¢s, en su visi¨®n de la clase nobiliaria como un fen¨®meno moribundo, no es ya que retratara con lucidez lo que estaba sucediendo en tiempos de la unificaci¨®n italiana, o en las d¨¦cadas siguientes, sino que tambi¨¦n desvel¨® una decadencia quiz¨¢ inherente a la propia instituci¨®n. No conviene olvidar que el palazzo Valguarnera-Gangi, joya del rococ¨® siciliano y de la historia universal de la arquitectura y las artes decorativas, se edific¨® como consecuencia del matrimonio entre una ni?a de 13 a?os y su t¨ªo cincuent¨®n.
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