Otro fin del mundo es posible
La tristeza ecol¨®gica responde a una doble pesadumbre: la pena por la p¨¦rdida de lo que exist¨ªa y la angustia por la ausencia de porvenir.
OTRO MUNDO ES POSIBLE¡±. Esa fue la consigna del movimiento altermundista que agit¨® con optimismo el comienzo de siglo y que tuvo su momento m¨¢s floreciente en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, en 2001. Era el contrapunto al sarao neoliberal que entonces era Davos, donde se jaleaba la globalizaci¨®n como una locomotora imparable por las curvas del mundo, sin que nadie pensara en el maquinista y el sistema de freno. En Davos reinaba la excitaci¨®n. En Porto Alegre, la esperanza. Hoy la palabra com¨²n, reprimida todav¨ªa en los discursos pero omnipresente en las conversaciones, es la de colapso.
Del ilusionante ¡°otro mundo es posible¡± hemos pasado al pretraum¨¢tico ¡°otro fin del mundo es posible¡±. Es el t¨ªtulo de un libro impactante, publicado en Francia. Una especie de manual del ¡°dolor ecol¨®gico¡± y de c¨®mo afrontarlo. Los autores, Pablo Servigne, Rapha?l Stevens y Gauthier Chapelle, se definen como investigadores in-Tierra-dependientes, desconf¨ªan de las etiquetas de lo que denominan ¡°pr¨ºt-¨¤-penser¡± y con una iron¨ªa que no se despega del dolor se presentan como colapsonautas (en el mundo anglosaj¨®n, hay una comunidad bloguera de collapsniks). Su especialidad es la colapsolog¨ªa, el estudio de las cat¨¢strofes medioambientales y su interdependencia mundial, desarrollada en otra obra que en traducci¨®n libre podr¨ªamos titular C¨®mo todo puede irse al garete. En Une autre fin du monde est possible dan un paso adelante, la propuesta de una colapsosof¨ªa. Una sabidur¨ªa ante el colapso. Adem¨¢s de postular un activismo medioambiental, individual y colectivo, y de oponerse a una estrategia de mera supervivencia, esta especie de ¡°violencia lenta¡±, cada vez menos lenta, y no otra cosa es el cambio clim¨¢tico, exige una preparaci¨®n f¨ªsica y emocional. Una metamorfosis. Una relaci¨®n afectiva, de escucha y ayuda mutua, y una vida interior que no se paralice ante el miedo, ante la creciente atm¨®sfera de amilanamiento. Lo bien que lo dice la psic¨®loga Carolyn Baker: ¡°Adem¨¢s de preguntarte qu¨¦ es lo que puedes hacer, preg¨²ntate tambi¨¦n qui¨¦n puedes ser¡±.
Es cierto que hay irresponsables negacionistas del cambio clim¨¢tico, o indiferentes, que ven en el colapso posibilidades de negocio, al igual que hay gente que se forra en las guerras. La hipocres¨ªa de muchos poderosos que en p¨²blico hacen chistes sobre la cat¨¢strofe, como en el bochornoso episodio de Madrid Central, pero que luego se preparan para el ¡°s¨¢lvese quien pueda¡±. En Une autre fin du monde est possible se da cuenta del mundo de las gated communities, donde los m¨¢s ricos viven encastillados y en las zonas menos contaminadas. Pero tambi¨¦n se explica el fen¨®meno de la fuga de los adinerados de las grandes urbes masificadas a mansiones y refugios en las zonas m¨¢s preservadas del planeta. En este plan B, desde 2015, miles de millonarios abandonaron ciudades como Chicago, Par¨ªs o Roma.
La tristeza ecol¨®gica es una pandemia que ya tiene nombre, solastalgia, un h¨ªbrido de consuelo y nostalgia, creada por el fil¨®sofo Glenn Albrecht. Expresa la angustia ante la degradaci¨®n del medio en que se vive o se ha vivido. La tristeza ecol¨®gica responde a una doble pesadumbre: la pena por la p¨¦rdida de lo que exist¨ªa y la angustia por la ausencia de porvenir. La sequ¨ªa, cuando ha venido para quedarse, tambi¨¦n seca las almas. Las luci¨¦rnagas desaparecidas dejan cad¨¢veres de sue?os. Los salmones que ya no entran en los r¨ªos y que se mueren en el calor del deshielo de Alaska hacen a?icos las pantallas de los televisores cuando aparece un documental preciosista. Los incendios que dejan cicatrices incurables, sea en Canarias o en Siberia.
El dolor ecol¨®gico, la tristeza ambiental, la solastalgia no aparecen en las encuestas sobre el estado de salud. La gente que tiene que abandonar sus tierras, por la sequ¨ªa, por la sobreexplotaci¨®n minera, por la apropiaci¨®n del agua por grandes empresas. La multiplicaci¨®n de suicidios en zonas campesinas. O las depresiones en gente que no conoc¨ªa ese hundimiento, como los inuits, que han perdido la orientaci¨®n en la nieve desaparecida.
Y como colapsonauta ya no les hablo del colapso pol¨ªtico en Espa?a. Hay demasiada gente echando humo por la cabeza.
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