En sus poses
Vivimos en una sociedad de gestos para la galer¨ªa y de enorme vacuidad interior
Los bandazos de Jair Bolsonaro en medio de la alarma mundial por los incendios en el Amazonas revelan la escasa capacidad de an¨¢lisis que se esconde bajo el autoritarismo. Los electores compran los discursos duros, las soluciones sencillas y la autoridad paternalista. Pero luego se encuentran tan desamparados como siempre. Acusar de colonialismo a quienes ofrec¨ªan ayuda para tratar de reducir los da?os en el pulm¨®n del mundo es mostrarse como un acomplejado l¨ªder local. Esa es la verdad detr¨¢s de todos los ascensos populistas, un oportunismo localista de corto recorrido, que se asienta sobre la base de mi pa¨ªs el primero, nosotros los mejores, sin entender que las fronteras son hoy de papel. Y m¨¢s ante la fuerza de la naturaleza. El problema mayor de la crisis ecol¨®gica en la que nos encontramos tiene que ver con la pol¨ªtica frentista. Los partidos se reparten unos roles asignados para atraer a los votantes y transforman los asuntos en dicotom¨ªas radicales. As¨ª, en los ¨²ltimos tiempos parece que el cambio clim¨¢tico es de izquierdas y los negacionistas son la vanguardia de la derecha.
Como bromeaba alguien hace ya a?os, llegar¨¢ un d¨ªa en que llover sea de izquierdas y un d¨ªa soleado de derechas. Tan mal estamos. Las estrategias de Trump para partir su pa¨ªs en dos dieron un resultado electoral magn¨ªfico, y una de las formas de dividirlo ten¨ªa que ver con la ecolog¨ªa y su ramificaci¨®n econ¨®mica. En Espa?a, donde el alumnado de Trump corre que se las pela para atrapar el tren de la reacci¨®n, sucedi¨® algo parecido con las medidas de restricci¨®n de tr¨¢fico en el centro de las ciudades. De pronto, este era el argumento principal de los partidos conservadores, la libre circulaci¨®n del autom¨®vil como bandera principal de la democracia del consumidor. Ellos mismos, que regulan la circulaci¨®n de las personas hasta l¨ªmites de inhumanidad inasumibles. Pues la jugada les sali¨® bien en algunas capitales y si se salvan las medidas no es por su buena voluntad, sino por la presi¨®n ciudadana y las instituciones europeas, que una vez m¨¢s vienen a poner cordura donde solo hay oportunismo.
Desde aquella broma del primo de Rajoy que negaba que en Sevilla hubiera subido la temperatura por el calentamiento global, el da?o que hace ese escepticismo socarr¨®n negacionista es evidente. El ?rtico nos pilla demasiado lejos, dicen algunos con desprecio intelectual. Y al otro lado, la falta de solidez en el discurso es tambi¨¦n preocupante. Porque la juventud parece capitanear la exigencia de soluciones frente al desastre clim¨¢tico, pero a la hora de la verdad no mueve un dedo por variar los h¨¢bitos de consumo. Su enfebrecida sumisi¨®n al tr¨¢fico digital, la negaci¨®n del valor artesanal y su defensa a ultranza del mensajerismo urgente contaminan tanto o m¨¢s que las peores costumbres ancestrales del desarrollismo zoquete. As¨ª que el calentamiento global es en realidad una sacudida global de culpas hacia el de enfrente. Los que nos conducen a la formaci¨®n de bandos contrapuestos deber¨ªan ser ridiculizados en lugar de premiados en las elecciones. Pero el primer cambio de h¨¢bitos se practica siempre en el ¨¢mbito ¨ªntimo, para luego exportarse socialmente. Aqu¨ª es donde fallamos. Vivimos en una sociedad de gestos para la galer¨ªa y de enorme vacuidad interior. La pose le ha ganado la partida a la posici¨®n. Lo fingido a lo conquistado.
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