Mema
Nada hay m¨¢s inseguro que un seguro, nada m¨¢s despiadado
A veces las personas de lengua aparentemente insecticida somos criaturas c¨¢ndidas. Nos percatamos de algo irritante y al final de ese salto en paraca¨ªdas, que consiste en caernos del guindo, nos metemos una leche tan estruendosa que nos envenenamos por nuestra inocencia, credulidad, por la confianza depositada en el lado oscuro de la Fuerza: en mi cotidianidad el capitalismo me estalla como petardo en la mano y se lleva por delante al dedito que encontr¨® un huevo, al que lo casc¨® y al que le ech¨® sal. Yo ¡ªpueril, ceporra, mema¡ª veo anuncios de las aseguradoras, tiernos osos polares, tel¨¦fonos rojos que nunca llaman a Mosc¨² ¡ªMosc¨² comunica¡ª, monta?as rusas de la tranquilidad, soles oper¨ªsticos y toda la parafernalia para captar clientela que paga por morirse, accidentarse laboralmente, estamparse con la moto contra un quitamiedos, ahogarse en las aguas fecales procedentes del piso del arriba y, se lo prometo, me siento segura ante esa c¨¢lida oferta empresarial para superar los trances peores de la vida. Conf¨ªo en m¨¢ximas literariamente deplorables ¡ªquien paga manda¡ª que garantizan una cuota de bienestar en mi v¨ªnculo con entidades bancarias y compa?¨ªas de seguros. Me proteger¨¢n y cuidar¨¢n de mis ahorrillos. Mi visi¨®n amable no llega al extremo de creer que estos negocios est¨¢n regentados por hermanitas de la caridad: he le¨ªdo Pacto de sangre, soporto las comisiones que me cargan los bancos por utilizar mi dinero e intent¨¦ comprar un colch¨®n a trav¨¦s de una financiera que me rechaz¨® por no disponer de sueldo fijo. Habr¨ªa podido pagar a tocateja, pero me exig¨ªan abonar los intereses de las cuotas. Estas triqui?uelas ¡ªprestamistas filantr¨®picos, trileros a lo grande, que alguien se lucre de nuestra necesidad de beber¡ª me llevan a perder la ingenuidad.
Ya nos hab¨ªamos escandalizado ante la convicci¨®n de que ciertos bancos nos roban. Para superar ese trauma se hace pedagog¨ªa: me dicen que en la nueva versi¨®n de Mary Poppins la rabieta del ni?o que quiere gastar su penique en pienso para palomas se ha reconvertido en una lecci¨®n sobre lo productivos que son los fondos de inversiones ¡ªo similar¡ª porque el pap¨¢ de aquel ni?o animalista, ¨¢crata y sensible invierte unos fragmentos de libra en el banco y ahora todo es jauja gracias a ese gesto que no cuesta nada¡ Interrumpo el hilo para expresar mi estupor frente a esas tarjetas que redondean los precios hacia arriba para que ahorres. Yo lo flipo. Pero volviendo a la seguridad que nos ofrecen las empresas privadas ¡°asistenciales¡±, el cielo se ha desplomado sobre mi cabeza al enterarme de que las aseguradoras del hogar te echan, v¨ªa carta certificada, cuando no les produces beneficios. Yo pensaba que esto solo ocurr¨ªa en EE?UU con los seguros m¨¦dicos que no cubren los c¨¢nceres de las personas j¨®venes. No me quieren proteger. Un osito no me abraza, aunque se hayan resquebrajado mis paredes; no se preocupan por mi mar de la tranquilidad ni nada: aun siendo buena pagadora, si doy x partes en un a?o ¡ªno es vicio¡ª, me ponen de patitas en la calle. Nada hay m¨¢s inseguro que un seguro, nada m¨¢s despiadado. Asumimos esta sospecha con naturalidad pasmosa y, pese a saber que ¡°el Consorcio de Compensaci¨®n de Seguros atiende los riesgos extraordinarios siempre que tengas suscrita una p¨®liza¡± ¡ªme lo sopla mi amigo Manu¡ª, a las memas como yo el coraz¨®n se nos para al recordar a v¨ªctimas de huracanes y gotas fr¨ªas. A quienes a¨²n esperan, con p¨®liza o sin ella, el arreglo de las grietas provocadas por el terremoto.
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