Apuestas de alto riesgo
El sistema necesita que se desarrollen pol¨ªticas de reforma sustantiva en sus puntos centrales y para ello es necesario una coalici¨®n de gobierno lo m¨¢s s¨®lida y eficiente posible
Quienes tienen vocaci¨®n de l¨ªderes pol¨ªticos tienen algo de apostadores profesionales. Suelen tentar a la fortuna que Maquiavelo entend¨ªa como factor intr¨ªnseco de la vida pol¨ªtica. Pedro S¨¢nchez ha demostrado atracci¨®n por el riesgo. Le ha valido hasta hoy para alcanzar sus objetivos. Primero, para imponerse contra pron¨®stico a la vieja guardia de su partido y conquistar por dos veces la secretar¨ªa general socialista. Despu¨¦s, para aprovechar la fugaz oportunidad de descabalgar al desgastado Rajoy y ganar la primera moci¨®n de censura en cuarenta a?os de democracia espa?ola. Est¨¢ por ver ahora si la misma obstinaci¨®n y arrojo le valdr¨¢n para dar al pa¨ªs un Gobierno estable y eficiente, con capacidad para resolver los graves problemas planteados. O si, por el contrario, le llevar¨¢n a donde no desea, empeorando la situaci¨®n de ineficiencia pol¨ªtica que nos afecta desde hace tiempo.
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Porque el riesgo que corre en este nuevo envite es muy elevado. Parece como si se pasara por alto el hecho de que no estamos ante una incidencia ocasional de cualquier ciclo pol¨ªtico. No estamos ante una peripecia circunstancial. La cuesti¨®n es que el sistema de gobierno articulado durante la Transici¨®n ya no se acomoda a las exigencias de una sociedad que ha experimentado importantes transformaciones sociales, culturales y econ¨®micas. Son transformaciones que no se corresponden con el inmovilismo pol¨ªtico e institucional que nos aqueja.
Es cierto que cuesta admitir la ¡°crisis de r¨¦gimen¡±, una calificaci¨®n casi blasfema para quienes se sienten protagonistas de la dificultosa transici¨®n posfranquista. O incluso para los que nos consideramos espectadores comprometidos con ella. Pero la expresi¨®n se demuestra adecuada si entendemos por r¨¦gimen lo que algunos aprendimos de Duverger v¨ªa Jim¨¦nez de Parga en nuestro primer curso universitario. Un r¨¦gimen pol¨ªtico es la forma que una sociedad tiene de gestionar sus problemas colectivos, recurriendo a una determinada combinaci¨®n de instituciones, normas y actores sociales y pol¨ªticos. Desde esta perspectiva, el balance del r¨¦gimen de 1978 durante sus primeros 20 a?os de existencia puede recibir valoraciones matizadas. Pero no se podr¨¢ negar que dio al pa¨ªs dos d¨¦cadas de estabilidad y progreso sin precedentes en su historia contempor¨¢nea.
El bloqueo institucional no puede atribuirse solamente a rasgos psicol¨®gicos de los dirigentes pol¨ªticos
Sin embargo, de manera progresiva y acelerada desde principios de este siglo, el r¨¦gimen va dejando de ser una forma de gestionar razonablemente los problemas colectivos. Presenta indicios graves de fatiga estructural. Son atribuibles a factores internos y a factores de un entorno global que ya no es el de los a?os setenta del siglo pasado. La crisis de r¨¦gimen se manifiesta en su incapacidad para reaccionar satisfactoriamente ante los retos provocados por aquellos factores: en materia de desigualdad econ¨®mica, protecci¨®n social, sostenibilidad medioambiental, calidad educativa, etc¨¦tera. Sin olvidar su ineptitud manifiesta para emprender cambios urgentes en la organizaci¨®n territorial y en la estructura constitucional del Estado.
La dificultad repetida para formar mayor¨ªas de gobierno es otro s¨ªntoma de la misma crisis. El bloqueo institucional no puede atribuirse solamente a rasgos psicol¨®gicos ¡ªseg¨²n algunos, incluso patol¨®gicos¡ª de sus dirigentes. Procede de elementos estructurales da?ados que no ser¨¢n compensados por el voluntarismo de personas empe?adas en un m¨¢s o menos agitado muddling through. O, en t¨¦rminos castizos, en un ir tirando a trancas y barrancas. La cosa no va ¨²nicamente de desconfianzas entre dirigentes o de qu¨ªmicas personales incompatibles. La actual negativa del PSOE a compartir capacidad de decisi¨®n con Unidas Podemos prueba de nuevo la resistencia a reconocer que no ser¨¢ posible solventar las grandes cuestiones pendientes, aplicando esquemas del pasado como ser¨ªa la pretensi¨®n de conservar la hegemon¨ªa de los tiempos del bipartidismo.
Es una resistencia nost¨¢lgica, alimentada adem¨¢s por otra pieza del r¨¦gimen de 1978 que ha eludido su necesaria puesta al d¨ªa. Me refiero a la actitud de determinados aparatos de la Administraci¨®n central, reacios a ceder su capacidad de influencia sobre pol¨ªticas de Estado que en ocasiones quieren orientar a su manera, al margen de la expresi¨®n democr¨¢tica de la ciudadan¨ªa. Son estamentos que ¡ªa diferencia del Portugal que ahora nos llama la atenci¨®n¡ª no se transformaron en el momento original del sistema, tal como ha se?alado el profesor Robert Fishman en su investigaci¨®n comparada sobre los dos reg¨ªmenes peninsulares.
Tampoco es una casualidad que la discrepancia sobre la cuesti¨®n catalana haya sido presentada por el PSOE como obst¨¢culo insuperable para un acuerdo de gobierno con Unidas Podemos. Me temo que este sea el argumento m¨¢s sincero y cre¨ªble entre todos los esgrimidos por los negociadores socialistas durante las escaramuzas de la supuesta negociaci¨®n. Porque en el asunto catal¨¢n resalta de manera sobresaliente la incapacidad del r¨¦gimen para dar respuesta a una cuesti¨®n de innegable trascendencia. Afrontar esta cuesti¨®n pol¨ªticamente y no judicialmente implicar¨ªa, entre otras cosas, una redistribuci¨®n de cuotas de poder que incomoda a determinados aparatos burocr¨¢ticos del Estado.
Es indudable que la competencia por el electorado de izquierdas tambi¨¦n dificulta el acuerdo. Y es incontestable asimismo que a Unidas Podemos le est¨¢ costando articularse como el sujeto pol¨ªtico de nueva generaci¨®n que pretende ser. Lo cual le ha llevado a errores de planteamiento y a decisiones equivocadas.
Pero reducirles por ello a una funci¨®n subalterna y confiar la salida de la crisis del r¨¦gimen a una combinaci¨®n de profesionales de los partidos tradicionales y de la Administraci¨®n General del Estado no parece que haya de llevarnos demasiado lejos, tras la repetici¨®n sucesiva de elecciones generales. Al contrario, aumenta el riesgo de una explosi¨®n incontrolada de descontento que favorecer¨ªa el auge de tendencias autoritarias, promovidas por aquellos cuyas convicciones democr¨¢ticas son bastante precarias o totalmente inexistentes.
En estas condiciones parec¨ªa mucho mejor intentar una f¨®rmula tan ¡°revolucionaria¡± como la que practican desde hace d¨¦cadas casi todas las democracias europeas, ya sea un Gobierno de coalici¨®n, ya sea un pacto de investidura. Salvo sorpresas de ¨²ltima hora, no parece que se vaya a hacer de este modo, y que se prefiere acudir nuevamente a las elecciones. Los costes inmateriales de la campa?a electoral ser¨¢n importantes, si se desarrolla en plena resaca producida por la sentencia del proc¨¦s catal¨¢n, cuando amenaza la nueva crisis econ¨®mica o en el momento en que la UE afronta el desenlace ag¨®nico del Brexit.
Puede especularse con que su resultado posibilite otras alternativas que no sean la coalici¨®n PSOE-Unidas Podemos: por ejemplo, Gobierno minoritario del PSOE, abstenci¨®n positiva de los conservadores, gran coalici¨®n con el PP o el acuerdo moderado PSOE-Ciudadanos. ?Es esperable que alguna de estas alternativas pueda ser m¨¢s s¨®lida y eficiente cuando se trata de acometer pol¨ªticas de reforma sustantiva en puntos centrales del sistema?
Por lo dem¨¢s, y como remate, no cabe descartar que despu¨¦s de tanta agitaci¨®n volvamos al punto de partida, con condiciones parlamentarias no muy diferentes a las actuales y con resistencias renovadas a adoptar el camino que ahora se rechaza. En tal caso, puede agravarse todav¨ªa m¨¢s la crisis de un r¨¦gimen que no sabe reformarse a tiempo porque sus dirigentes no acaban de admitir la gravedad de la situaci¨®n. Edmund Burke escribi¨® en sus Reflexiones sobre la Revoluci¨®n Francesa una sensata advertencia: ¡°Los Estados sin capacidad de reforma ponen en peligro su misma conservaci¨®n¡±. En esta ocasi¨®n no estar¨ªa de m¨¢s atender a los consejos de un conservador inteligente.
Josep M. Vall¨¨s Casadevall es catedr¨¢tico em¨¦rito de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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