Cuando la costa era azul
'La novela de la Costa Azul', de Giuseppe Scaraffia, recorre, a lo largo del espacio y el tiempo, la vida estival de docenas de artistas en las playas m¨¢s glamurosas del planeta
¡°Cuando llegamos a la Costa Azul hab¨ªa desarrollado un complejo de inferioridad tan grande que no era capaz de plantar cara a nadie a menos que estuviera borracho: extra?a mezcla la inferioridad y la embriaguez¡±. Scott Fitgerald escribi¨® en Suave es la noche que ¡°Solo la parte m¨¢s artificial de nuestra vida consigue crear una armon¨ªa verdadera y una belleza aut¨¦ntica¡±. Sab¨ªa de qu¨¦ hablaba. Se hab¨ªa pasado semanas, lanzando caracoles o ceniceros a los invitados de los Murphy, el matrimonio de mecenas estadounidense que hab¨ªa sido su anfitri¨®n en Antibes hasta que se encapricharon de Hemingway ¡ªque los us¨® y luego despreci¨® en sus memorias¡ª o se hartaron de las tonter¨ªas de Fitgerald.
Por esas mismas fechas, durante los a?os veinte, y no lejos de all¨ª, en Villefranche-sur-mer, Paul Morand estaba entusiasmado. Compraba doradas en Niza y las llevaba a su casa colgadas de una ca?a. Era propietario por primera vez. Sin embargo, dec¨ªa, ¡°en vez de disfrutar del paisaje me preocupo por si alguien pudiera arrebat¨¢rmelo¡±.
En la misma costa pero algo m¨¢s de tres d¨¦cadas antes, en 1891, Ant¨®n Ch¨¦jov hab¨ªa concluido que Niza era ¡°una ciudad hecha para leer y en ning¨²n caso para escribir¡±. Nora Joyce, en cambio, la encontraba muy poco interesante. Se aloj¨® con su marido en el Hotel M¨¦tropole. Pero no se quedaron mucho. ¡°No se puede vivir nada m¨¢s que del sol y del azul del mar¡±, escribi¨®.
En Cap-Ferrat, William Somerset Maugham escrib¨ªa: ¡°La gente siempre me ha interesado. Pero nunca me ha gustado¡±. ¡°A pesar de sus triunfos literarios, estaba lleno de complejos. ¡°Se sent¨ªa una cuarta parte normal. Y las otras tres gay¡±, escribe Scaraffia. Su casa era completamente blanca, decorada con objetos chinos de gran valor, pero escasos. Su exesposa, Syrie era quien hab¨ªa dado a las casas por donde pasaba un barniz de pulcritud. ¡°El suyo hab¨ªa sido un matrimonio breve y tormentoso. Para mantenerlo a su lado, ella lo hab¨ªa intentado todo, llegando incluso al extremo de aceptar la presencia del inseparable secretario de su marido que en una ocasi¨®n tir¨® a su perro por la ventanilla del coche¡± , cuenta Giuseppe Scaraffia en su impagable La novela de la Costa Azul (Perif¨¦rica). ¡°Siempre he amado a personas a las que en realidad, yo les interesaba poco o nada, y si alguna vez alguien me ha querido, me he sentido violento¡±, escribi¨® Maugham.
Una costa azul infinita, desgranada en poblaciones costeras, lugares en los que se pod¨ªa gastar mucho o poco; vivir o sobrevivir; ser rico o indigente. Dos siglos de la vida ¡ªdentro y fuera de las casas¡ª pasean por las p¨¢ginas del libro de Scaraffia. Como voces de diccionario, por la novela desfilan de Toqueville a Stendhal, de Joseph Roth a Katherine Mansfield, de Walter Benjamin a Zelda y Scott Fitgerald. Tambi¨¦n Cocteau, Wilde y hasta Celine, odiando a sus suegros.
Katherine Mansfield describi¨® su Villa Isola Bella, anexa a la Villa Flora de su prima, como el ¨²nico lugar en el mundo. Sent¨ªa que el lujo la proteger¨ªa de cualquier mal. Su coche de caballos ten¨ªa cojines de seda y estaba tapizado de terciopelo. Las sirvientas vest¨ªan delantales de muselina y en su cuarto, decorado en gris plata esperaba la carta en la que su amante, John Middleton Murry, le anunciara que regresaba con ella. Cuando la carta lleg¨®, ella se neg¨® aceptarlo.
En el Menton de los a?os veinte, Scaraffia entra en Fontana Rosa, la casa que Vicente Blasco Ib¨¢?ez compr¨® con el dinero de los derechos cinematogr¨¢ficos de Sangre en la arena y Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Hizo de ella un templo: bustos de may¨®lica de Balzac y Dickens presid¨ªan su ¡°jard¨ªn de los novelistas¡± donde, entre palmeras, p¨¦rgolas, rosaledas, ficus y templetes, las columnas estaban coronadas con los bustos de Zola, Goethe, Flaubert o Dostoievski. Cervantes ocupaba el lugar de honor entre los azulejos que narraban las aventuras de Don Quijote. Los bancos ten¨ªan cinco rosas ¡°el emblema de la logia mas¨®nica a la que pertenec¨ªa¡±. Giuseppe Scaraffia la describe como una casa ¡°con todo menos con cimientos¡±.
Est¨¢n las llegadas, los descubrimientos y el autodescubrimiento ¡ªese cl¨¢sico de combinar soledad y tiempo libre¡ª, pero tambi¨¦n los regresos al lugar donde se fue feliz. Y las casas. La transformaci¨®n del lugar y las mudanzas. Los cambios de pareja, los celos, las locuras, el despilfarro, la frugalidad, la guerra, la huida, la mentira, la obsesi¨®n, el trabajo, las esperas y todos los escenarios reinvent¨¢ndose: de tascas a restaurantes de lujo, de carros a bugattis, de artistas a potentados, de casas a edificios.
Entre un libro de viajes, un diccionario de veraneos literarios, una recopilaci¨®n de aforismos, un anecdotario minucioso, un estudio psicol¨®gico, una infinita columna de cotilleo literario y un espl¨¦ndido volumen desgranado en pueblos, la novela retrata a un porcentaje alto de escritores ¡°que confunden el amor por una mujer con su renacimiento art¨ªstico¡° (Jean Giono).
Corr¨ªa 1964 cuando Witold Gombrowicz encontr¨® en Vence la tranquilidad: ¡°A mis sesenta y un a?os, he conseguido lo que un hombre normal consigue sobre los treinta: una vida familiar, al menos en apariencia, un perrito, un gatito; confort, en suma¡±. En ese estado, Gombrowicz se pregunta:¡°?Ser¨ªa capaz de volver a nacer otra vez, pero aqu¨ª, en la Riviera?¡ Ya es tarde¡±.
Scaraffia cuenta que, a pesar de que era abiertamente homosexual, hubo dos ricas baronesas que trataron de casarse con Jean Lorrain a finales del siglo XIX. ¡°Se lo repito de una vez por todas, le dijo ¨¦l a la m¨¢s insistente: nunca. Amo mis deseos y detesto los deseos de los dem¨¢s. Sus millones me dan p¨¢nico¡±. Lorrain termin¨® viviendo en el puerto de Niza, el escenario de su infancia. ¡°Con cada mudanza, el mobiliario y la decoraci¨®n de las nuevas habitaciones se iban haciendo m¨¢s sobrios. Pero el mueble m¨¢s importante era la vista¡±.
Antes de encontrar su casa ideal Maeterlinck recorri¨® en motocicleta toda la Costa Azul. Por fin en 1911, el a?o en que recibi¨® el Nobel, dio con la Villa Ibrahim, un antiguo convento llamado as¨ª en honor a su propietario, un comerciante turco. Ten¨ªa un fondo de vi?edos, estanques decorados con azulejos persas, una escalera de m¨¢rmol que bajaba hasta una terraza abierta a la costa y una jungla de palmeras, olivos y cipreses ideal para quien terminar¨ªa escribiendo sobre La inteligencia de las flores o La vida de las abejas.
Uno aprende de la mano del inagotable y minucioso Scaraffia por qu¨¦ a Man Ray le llamaban el comemierdas (p¨¢gina 246), c¨®mo Nabokov acababa harto de las visitas de cortes¨ªa ¡ªo regresaba al lado de su mujer esquivando la pasi¨®n para poder escribir¡ª. Llega incluso a saber por qu¨¦ Erika, la hija de Thomas Mann, hizo grabar en la l¨¢pida de la tumba de su hermano Klaus, en cementerio del Grand Jas de Cannes, una cita del Evangelio seg¨²n San Lucas. Es el exergo de la ¨²ltima e inacabada novela de su hermano. Y es una reflexi¨®n que muchos de sus vecinos de la Costa Azul parec¨ªan compartir: ¡°Quien busque salvar su vida la perder¨¢; quien la pierda, la encontrar¨¢¡±.
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