No hay tu t¨ªa
La inestabilidad pol¨ªtica que sufrimos es fruto del pasmo y la corrupci¨®n de los gobernantes. No ha habido negociaciones, ni di¨¢logo, ni empe?o en que hubiera una coalici¨®n triunfadora. Solo reproches y tonter¨ªas
En la ¨²ltima de sus famosas 30 lecciones sobre democracia, Giovanni Sartori, quiz¨¢ el cient¨ªfico social m¨¢s apreciado del ¨²ltimo cuarto de siglo, define a la democracia como una gran generosidad. Por lo mismo ¡°est¨¢ siempre potencialmente en peligro¡±. Para Sartori, el problema no reside tanto en la m¨¢quina del sistema, buena en su conjunto, como en los maquinistas, que ¨¦l identifica con el hombre masa de Ortega. Sin osar medir mis conocimientos con los del sabio italiano, me atrever¨ªa a decir que el hombre masa es m¨¢s bien el ciudadano que viaja en los vagones, aunque a veces lo haga colgado del estribo. Los aut¨¦nticos maquinistas son en cambio los l¨ªderes de los partidos, cuya impericia y egotismo pueden hacerlo descarrilar.
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Los recientes acontecimientos en nuestro pa¨ªs as¨ª lo ponen de relieve. La generosidad de la que Sartori habla consiste en entregar a la ciudadan¨ªa decisiones sobre cuyas consecuencias no est¨¢ muchas veces informada. No obstante, la inestabilidad pol¨ªtica que padecemos no es tanto fruto de la rebeli¨®n de las masas, hoy desfiguradas por la globalizaci¨®n y las nuevas tecnolog¨ªas, como del pasmo y la corrupci¨®n de los gobernantes que las manipulan. As¨ª lo ponen de relieve los argumentos y explicaciones que los l¨ªderes de los cuatro grandes partidos esgrimen ahora para justificar la repetici¨®n electoral.
Conviene suponer que es la ignorancia y no el cinismo lo que lleva a Pedro S¨¢nchez a declarar una y otra vez que el pueblo espa?ol ya habl¨® y dijo que quer¨ªa que ¨¦l fuera el presidente del Gobierno. Lo que hizo el pueblo en las pasadas elecciones, y lo que ha de hacer en las pr¨®ximas, es elegir un conjunto de diputados capaces de decidir, por votaci¨®n en Cortes, qui¨¦n debe gobernarnos. Eso explica precisamente que ¨¦l sea todav¨ªa hoy jefe del Ejecutivo no por elecci¨®n popular, sino por decisi¨®n de la C¨¢mara despu¨¦s de que presentara una moci¨®n de censura contra Mariano Rajoy, cabeza de lista del partido entonces m¨¢s votado. Quienes atacan o critican la monarqu¨ªa parlamentaria por el peso espec¨ªfico que tiene el substantivo, olvidan que la sustancia real del r¨¦gimen no es la Corona, sino el Parlamento, aunque gramaticalmente parezca calificar el sistema en vez de nuclearlo. Esto es as¨ª en todas las democracias coronadas, que por otra parte suelen ser las m¨¢s igualitarias y avanzadas en Europa. El parlamentarismo es pues la piedra angular del sistema, aunque los partidos y sus l¨ªderes persistan en debilitar su funci¨®n, invadiendo cuanto pueden las instituciones y someti¨¦ndolas a su ambici¨®n y albedr¨ªo como en el caso extremo del Parlament de Catalu?a y los dirigentes del proc¨¦s.
El veto, el no es no, la procacidad y el insulto son los signos distintivos del pretendido debate pol¨ªtico
Quiz¨¢s una parte del problema es simplemente ling¨¹¨ªstica y proviene de que el jefe de Gobierno sea denominado presidente en nuestra Constituci¨®n en vez de primer ministro, que es apelativo m¨¢s modesto y humilde. Un ministro solo es un servidor del pueblo, no su conductor. Lo m¨¢s com¨²n es que la consideraci¨®n presidencial est¨¦ reservada a los primeros mandatarios de las rep¨²blicas, titulares de la Jefatura de Estado y no pocas veces del Poder Ejecutivo. En cualquier caso, esta confusi¨®n de nombres no ayuda a la clarificaci¨®n de relaciones entre la Corona y el jefe de Gobierno, que no est¨¢n reguladas ni tasadas formalmente. Mucho menos a¨²n en lo que se refiere a la prerrogativa, exclusiva del Monarca, de proponer un candidato a presidente que, seg¨²n la ley, puede incluso no ser diputado, como no lo era el propio S¨¢nchez cuando triunf¨® su maniobra del voto de censura. Para resaltar el car¨¢cter democr¨¢tico y parlamentario del proceso la Constituci¨®n de 1978, por primera vez en nuestra historia, dio en ¨¦l enorme relevancia al presidente del Congreso. Adem¨¢s de ser quien propone formalmente al candidato en nombre del Rey, ha de refrendar tambi¨¦n la convocatoria de nuevas elecciones. Huelga analizar el papel desempe?ado por la actual presidenta de la C¨¢mara, m¨¢s parecido al de una secretaria de actas que al de una alt¨ªsima representante del Estado.
En la falta de respeto al Parlamento, y en los esfuerzos de los partidos y sus l¨ªderes para someter sus bases electorales a las decisiones que arbitrariamente toman, radica en gran medida el fracaso de Pedro S¨¢nchez a la hora de cumplir el encargo del Rey. No ha habido en realidad negociaciones, ni consultas, ni di¨¢logo, ni empe?o por parte de nadie en que hubiera una coalici¨®n triunfadora. Solo reproches y tonter¨ªas. Tambi¨¦n maliciosas ingenuidades, como querer gobernar con una minor¨ªa exigua arropado por el resto de fuerzas pol¨ªticas (todo el poder para m¨ª, que dijo Salvini en Italia); atribuir a intereses de Estado cuestiones fungibles, como la formaci¨®n de alianzas en Navarra o los baremos del impuesto sobre la renta; o apropiarse nada menos que del nombre de Espa?a para intentar formar una coalici¨®n electoral, como si los que no la integren no sirvieran a los intereses patrios. Nada digamos del hecho de que todos dieran p¨²blicamente por muerta la legislatura antes de que venciera el plazo oficial de la misma. El veto, el no es no, la procacidad y el insulto son los signos distintivos del pretendido debate pol¨ªtico. Tenemos por delante dos meses de o¨ªr las mismas cosas de la boca de los mismos individuos. Ni la televisi¨®n p¨²blica ni la privada parecen dispuestas a ahorrarnos semejante tortura, agudizada por los alaridos de los comentaristas.
La decisi¨®n de S¨¢nchez de no querer invertir tiempo y audacia, o sea, generosidad, en la formaci¨®n de un Gabinete nos ha llevado a una situaci¨®n parecida a la del Reino Unido. All¨ª el cierre temporal del Parlamento lo ha sido a petici¨®n del primer ministro. Aqu¨ª la disoluci¨®n del mismo para la elecci¨®n de uno nuevo es consecuencia del desistimiento del presidente en funciones a la hora de intentar negociar lo que parece inevitable en un sistema multipartidista sujeto a representaci¨®n proporcional: un Gobierno de coalici¨®n. Tanto en el Reino Unido como en Espa?a la Corona se ha visto involucrada de un modo u otro en estos eventos, y en ambos casos se ha invocado su neutralidad. Pero las monarqu¨ªas de Europa saben desde hace d¨¦cadas (algunas, desde hace siglos) que la pervivencia de la instituci¨®n depende sobre todo de su utilidad en la defensa de los derechos y aspiraciones de los ciudadanos. Ni borboneo, ni ninguneo.
Todo esto comienza a provocar un enorme tedio nacional
La culpa, en definitiva, si culpa ha habido, es de S¨¢nchez; pero tambi¨¦n del veto al que fue sometido por quien pod¨ªa asegurarle la mayor¨ªa con un programa pactado; o de quien se arroga por s¨ª mismo la cualidad de jefe de la oposici¨®n y de alternativa al poder, con menos de setenta diputados; o de la intemperancia de los herederos del 15-M al querer negociar en p¨²blico y desde la tribuna la formaci¨®n de Gobierno, como si un pleno de las Cortes fuera lo mismo que un mitin en la Puerta del Sol. En resumen, de los maquinistas que no saben o no quieren aplicar el manual de instrucciones al funcionamiento de la m¨¢quina.
Contrasta, por lo dem¨¢s, la brutalidad del lenguaje empleado en los discursos y tuits con el compadreo entre bastidores de personajes acostumbrados a ponerse a parir en p¨²blico. Entre su egocentrismo y el de los analistas de turno (del que no me siento excluido) hemos logrado convertir la pol¨ªtica en una batalla de ide¨®logos hu¨¦rfanos de ideas, animados adem¨¢s por intereses tan mezquinos como un sueldo para la familia de la alcaldesa de turno.
Todo esto comienza a provocar m¨¢s que indignaci¨®n un enorme tedio nacional. Casi dos semanas antes de que caducara el plazo constitucional que hoy expira para la convocatoria de nuevos comicios me encontr¨¦ con un distinguido socialista, habitante del coraz¨®n de las tinieblas. Le pregunt¨¦ si ¨ªbamos o no a tener nuevas elecciones. ¡°Naturalmente que s¨ª ¡ªme respondi¨®¡ª; es lo que Pedro quiere¡±. Lo quiso desde el principio, contra los inmaduros an¨¢lisis de quienes le acusaban de pretender aliarse con los independentistas. El hist¨®rico militante me a?adi¨® una explicaci¨®n: ¡°Como es lo que quiere Pedro, pues no hay tu t¨ªa¡±. Esto mejora incluso la sutileza del ¡°no es no¡±. Y me pareci¨® un buen resumen de la actual corriente de pensamiento en un partido que cont¨® entre sus filas a intelectuales como Fernando de los R¨ªos, Juli¨¢n Besteiro o Gregorio Peces Barba.
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