El viaje como libertad
Toda lectura, o toda vida que empieza a adentrarse en lo desconocido, es una promesa de felicidad
La convalecencia en una cama de hospital incita a pensar en la libertad de los viajes, los que deparan los libros, y la propia vida. Y anclado as¨ª en la cama, le he pedido a mi mujer que me traiga ciertos libros que quiero, indic¨¢ndole d¨®nde buscarlos en los estantes por el momento lejanos de mi biblioteca.
?Viajar es m¨¢s necesario que vivir? ?O para viajar hay que vivir?
Otros art¨ªculos del autor
Cuenta Plutarco que Pompeyo Magno ve¨ªa que los marineros de su armada no quer¨ªan hacerse a la mar tempestuosa, y entonces los areng¨®, y una de las frases de esa arenga ha quedado para siempre: ¡°navegar es necesario, vivir no es necesario¡±.
Fernando Pessoa la transform¨® siglos despu¨¦s: ¡°quiero para m¨ª el esp¨ªritu de esta frase, transformada/La forma para casarla con lo que yo soy: vivir no es necesario; lo que es necesario es crear¡¡±
Crear viajando, crear leyendo, crear escribiendo. Crear viviendo.
Ismael, el marinero que nos cuenta la historia del viaje fatal del Pequod en Moby Dick, la novela de Melville, explica desde la primera p¨¢gina el porqu¨¦ de sus ansias de navegar: ¡°¡cada vez que me encuentro par¨¢ndome sin querer ante las tiendas de ata¨²des¡entonces, entiendo que es m¨¢s que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda¡±.
El capit¨¢n Ahab quiere llegar cuantos antes a su destino para encontrarse con la ballena blanca, que a?os atr¨¢s le arranc¨® una pierna. Este ser¨¢ un viaje poco placentero, pero uno de los grandes viajes de la literatura. Ismael, que cuando se pone melanc¨®lico piensa en ata¨²des, salvar¨¢ su vida en el naufragio agarrado a un ata¨²d fabricado por el carpintero de abordo, que aparece flotando a su lado.
Joseph Conrad fue ¨¦l mismo un viajero buena parte de su vida, como marino mercante. En El coraz¨®n de las tinieblas, Marlow navega a trav¨¦s del r¨ªo Congo, en tiempos de la brutal colonizaci¨®n belga en ?frica, cumpliendo el encargo de buscar a Kurtz, que ha enloquecido. Es otro viaje. No hacia la venganza, sino hacia la violencia, la explotaci¨®n, y la ambici¨®n de poder y riqueza.
La convalecencia en una cama de hospital incita a pensar en la libertad de los viajes, los que deparan los libros, y la propia vida
Simbad el Marino, "pose¨ªdo con la idea de viajar por el mundo de los hombres y de ver sus ciudades e islas", se encuentra de repente en una la isla que no es sino el lomo poblado de ¨¢rboles de una ballena dormida, que de pronto despierta y se adentra en la profundidad del mar¡±. Un viaje a lo imposible esta vez, como son siempre los viajes de la imaginaci¨®n.
Son libros que llamamos cl¨¢sicos, porque seg¨²n ?talo Calvino siempre tienen algo nuevo que ense?arnos. Han sido le¨ªdos generaci¨®n tras generaci¨®n, desde La Odisea a La isla del tesoro de Stevenson, y eso los hace cl¨¢sicos tambi¨¦n, la repetici¨®n.
Quiz¨¢s Melville nunca imagin¨® que Moby Dick se convertir¨ªa en un libro para ni?os, y tampoco Homero pudo vislumbrar que Ulises llegar¨ªa a ser un personaje de pel¨ªculas de dibujos animados.
O que las tramas que inventaron se volver¨ªan patrones de conducta en la literatura, en el cine, en las series de televisi¨®n que se multiplican hoy en d¨ªa, en las telenovelas, en los comics. Si hay un viaje, hay obst¨¢culos. No hay viajes placenteros donde los amaneceres se sucedan un d¨ªa tras otro sin sorpresas urdidas por malvados, o por el destino mismo.
El gusto de leer, y el de vivir, est¨¢n en las interrupciones de la felicidad. Toda lectura, o toda vida que empieza a adentrarse en lo desconocido, es una promesa de felicidad; y en la medida que esas interrupciones se multipliquen, mejor disfrutaremos como lectores, y seremos, igual que los personajes, v¨ªctimas del destino y sus desatinos.
Ulises quiere llegar cuanto antes a su hogar en ?taca, descansar en el regazo de su mujer, abrazar a su hijo tras diez a?os de ausencia. Pero no puede. Tendr¨¢n que pasar otros diez a?os de obst¨¢culos, peligros de muerte, aventuras amorosas, secuestros, naufragios, el descenso a los infiernos. Si no, no habr¨ªa historia que contar.
La felicidad prolongada se queda fuera del viaje, y fuera de las p¨¢ginas del libro. La frase ¡°y vivieron felices para siempre¡± cierra el relato, y lo que ocurra despu¨¦s ya no nos incumbe, ya no nos interesa porque la dicha sin obst¨¢culos no es literaria, como tampoco los viajes sin tropiezos ni sorpresas.
Y desde la cama del hospital, lejos de la libertad, uno oye el canto terrible y seductor de las sirenas, igual que Ulises amarrado al m¨¢stil de su nave.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y Premio Cervantes 2017.
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