Asuntos internos
Sin democracia interna en los partidos ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil resolver el bloqueo
Las elecciones previstas para el pr¨®ximo 10 de noviembre contar¨¢n con la presencia de un nuevo partido, M¨¢s Pa¨ªs, liderado por el exdirigente de Unidas Podemos ??igo Errej¨®n. La eventual entrada de esta formaci¨®n en el Parlamento, de cumplirse los pron¨®sticos, se sumar¨ªa a la de otros grupos pol¨ªticos que, fuera de los dos grandes partidos, han venido obteniendo representaci¨®n en las C¨¢maras a partir de las elecciones generales de 2015. Si por un lado este fen¨®meno desmiente que la Constituci¨®n del 78 y la vigente Ley Electoral conduzcan inevitablemente al bipartidismo, por otro obliga a recordar los requisitos que ambas normas exigen a los partidos pol¨ªticos en tanto que actores imprescindibles en la formaci¨®n de la voluntad ciudadana. En particular, los relacionados con la democracia interna.
Las dificultades para formar Gobierno a partir de una composici¨®n parlamentaria en la que los nuevos partidos tienen un peso destacado no se deben en absoluto a su presencia en las C¨¢maras: si est¨¢n en el Congreso de los Diputados y en el Senado es porque ¨¦sa ha sido la voluntad de los ciudadanos. Cuesti¨®n diferente son las posiciones pol¨ªticas que han adoptado, bloqueando en distintos momentos la posibilidad de pactos para formar Gobierno por perseguir el se?uelo del sorpasso (o para conseguirlo o para evitarlo), tanto en el ¨¢mbito de la izquierda como en el de la derecha. Y no solo eso, sino que adem¨¢s lo han perseguido en virtud del exclusivo inter¨¦s de los l¨ªderes, sin reparar en los costes para el pa¨ªs ni para el sistema. Cuestiones estrat¨¦gicas esenciales para una formaci¨®n, pero tambi¨¦n para el correcto funcionamiento de las instituciones, son decididas en la c¨²spide de los partidos y en ocasiones ratificadas en consulta directa a las bases. Los ¨®rganos colegiados no cuentan ni, en realidad, podr¨ªan hacerlo, puesto que son fruto del dise?o de los m¨¢ximos dirigentes.
No es un mal que aqueje ¨²nicamente a los nuevos partidos; si acaso, estos no disponen de unos aparatos ni de un poder territorial que, como los de las formaciones m¨¢s consolidadas, limiten la voluntad del l¨ªder. Pero no es tampoco un mal al que parezca estar escapando la m¨¢s reciente de las formaciones, M¨¢s Pa¨ªs, donde la ausencia de estructuras y la urgencia por concurrir a las pr¨®ximas elecciones est¨¢n concentrando la totalidad del poder en la figura de su principal promotor. Las crisis a las que este partido se ha visto enfrentado en sus breves semanas de existencia, y la manera de resolverlas, no son un buen augurio.
La democracia interna que la Constituci¨®n exige a los partidos pol¨ªticos no resolver¨¢ por s¨ª sola el actual bloqueo pol¨ªtico. Pero es seguro que sin democracia interna ser¨¢ a¨²n m¨¢s dif¨ªcil resolverlo, porque las obcecadas ambiciones personales de los l¨ªderes se seguir¨¢n confundiendo con imperativos pol¨ªticos inexorables. Si a ello se suma la cada vez m¨¢s imp¨²dica identificaci¨®n entre el discurso pol¨ªtico y la simple propaganda electoralista, en la que los grandes partidos llevan ventaja sobre los nuevos, las posibilidades de que el bloqueo se enquiste se multiplican. Para evitarlo, la ¨²nica salida que los partidos han dejado a los ciudadanos es votar masivamente en una segunda convocatoria electoral que no hubiera sido necesaria. En contrapartida, la responsabilidad de los partidos, de todos los partidos, consiste, simplemente, en no cegarla de nuevo.
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