?Son las escuelas infantiles la soluci¨®n a la conciliaci¨®n?
Son necesarias m¨¢s medidas como la ampliaci¨®n de los permisos; el fin de la precariedad laboral o la flexibilidad horaria por parte de las empresas
Ten¨ªa nueve a?os cuando le pregunt¨¦ a mi madre por qu¨¦ ella no trabajaba ¡°como las dem¨¢s madres¡±. En ¡°las dem¨¢s¡±, obviamente, entraban s¨®lo algunas de las madres de mis compa?eros, pero para m¨ª supongo que era m¨¢s f¨¢cil ubicarlas en el conjunto preponderante. Las dem¨¢s. Fue una tarde de camino al colegio, al que volv¨ªamos a pie despu¨¦s de comer y de ver al menos uno de los dos cap¨ªtulos que pon¨ªan de los Simpson ¨Caquella serie inmortal que sobrevive a¨²n hoy sin que sus personajes hayan mutado un ¨¢pice, como si su cometido fuese embalsamar nuestra nostalgia¨C. Recuerdo que ¨ªbamos siempre a la carrera, aunque a ojos de mi madre and¨¢bamos al ralent¨ª; y recuerdo especialmente aquel d¨ªa porque la respuesta de mi madre a mi pregunta ha resonado en mi vida como un eco desde entonces: ¡°Porque todos me dec¨ªan que c¨®mo iba a dejarte tan peque?a si volv¨ªa al trabajo¡±. Estruendo. Por aquel entonces, principios de los 90, se acababa de ampliar el permiso de maternidad a 16 semanas ¨Cfrente a las 14 vigentes en 1981, el a?o en que nac¨ª¨C, y se abr¨ªa la posibilidad de solicitar una excedencia por cuidados de hasta un a?o manteniendo el puesto de trabajo. En cierto modo aquella respuesta de mi madre, ese ¡°no fui yo, fueron ellos lo que me apartaron del mundo¡±, era la justificaci¨®n en la que se refugiaba para explicar una decisi¨®n que siempre ha sido sospechosa de estar en continua contradicci¨®n. Para m¨ª en cambio, aquel paraguas de palabras se abri¨® para resguardar el relato que durante a?os he estado construyendo con respecto al trabajo ¨Claboral y dom¨¦stico¨C, los cuidados y la maternidad.
Hace seis a?os nac¨ªa mi primera hija. Por aquel entonces yo trabajaba en un grupo editorial, al que acced¨ª a trav¨¦s de unas pr¨¢cticas universitarias con 23 a?os. Las condiciones eran bastante est¨¢ndar: de lunes a viernes, de 9 a 18, un mes de vacaciones. El sueldo, claro, tambi¨¦n com¨²n: poco m¨¢s que mileurista, ese perfil de poblaci¨®n del que algunos (vete t¨² a saber qui¨¦nes) se re¨ªan hace doce o trece a?os pero que en realidad es el ¨²nico que he llegado a conocer en mi entorno. Si hay vida m¨¢s all¨¢, es un misterio. Durante el embarazo trazamos un plan a seguir para poder pasar el mayor tiempo posible con la ni?a: juntar vacaciones para alargar al m¨¢ximo los permisos de maternidad y paternidad, sumar mis horas de lactancia, reducci¨®n de jornada para m¨ª (por deseo vehemente y con el objetivo de continuar con la lactancia materna sin agobios) y cuidados por parte de su padre (porque teletrabajaba) mientras yo estaba fuera. Todo muy medido.
Cuando tuve a mi hija en brazos, volv¨ª a escuchar el eco de la conversaci¨®n que tuve con mi madre. Los mensajes a mi alrededor eran otros, en mi caso conten¨ªan principalmente dos palabras de peso: trabajo fijo. ?Pod¨ªa permitirme priorizar cuidar a producir y entregarme a la causa? ?Era una locura dejar un trabajo? ?Era un privilegio en aquel momento trabajar? Durante las semanas que siguieron a su nacimiento empez¨® a derrumbarse el plan de acci¨®n: las cuentas de la reducci¨®n no sal¨ªan y las demandas de un beb¨¦ de pocos meses no encajaban con ese plan maestro de teletrabajo ¨Csujeto a un horario que era extenso y fijo¨C. En ese momento, a?o 2013, nuestros salarios dejaban fuera de juego la excedencia; inasumible para un presupuesto mensual en el que la vivienda copaba ¨Cy copa?¨C la mayor¨ªa de los ingresos.
De hecho, leo que, seg¨²n datos del Banco de Espa?a, desde finales de 2013 el alquiler en Espa?a se ha encarecido un 50%. Un ascenso que ni de lejos ha ido de la mano de los sueldos. La alternativa que ten¨ªa al agotar los permisos era la de hacer uso de una guarder¨ªa p¨²blica (escuela infantil para los ofendidos) de 8.30 a 18.30 o reducir la jornada y con ella el salario, pero tambi¨¦n las horas de guarder¨ªa. El gasto de todo esto era elevado, pero aunque hubiera sido un recurso gratuito nos resist¨ªamos a que nuestra hija pasara tantas horas fuera de casa. Pensamos toda clase de cosas, desde mudarnos al campo a vivir hasta reducir la jornada y buscar trabajo en fin de semana para completar. Reparto total en un riguroso plan semanal. Por suerte, una semana antes de que mi permiso se acabara me acog¨ª a un ERE en mi empresa. Y aquello que en cualquier otro momento hubiera sido un drama fue recibido en casa como quien encuentra una balsa en mitad del oc¨¦ano tras el naufragio. Algo a lo que aferrarnos hasta que encontr¨¢ramos un barco m¨¢s grande o, mejor, la tierra prometida.
?ltimamente han surgido debates en torno a la escolarizaci¨®n de los ni?os de 0 a 3 a?os. La organizaci¨®n Save the Children, sin ir m¨¢s lejos, publicaba el pasado mes de septiembre un informe en el que analizaba esa etapa educativa. Entre otros, mostraba datos acerca de c¨®mo est¨¢ distribuido su acceso entre comunidades aut¨®nomas y clases sociales, siendo la poblaci¨®n m¨¢s vulnerable la que curiosamente m¨¢s depend¨ªa, seg¨²n sus autores, de esa escolarizaci¨®n. En el informe tambi¨¦n se sugieren cambios en esa etapa, pero ¨Cy esto me parece relevante¨C, no creen que la gratuidad sea tan prioritaria como la equidad en el acceso. Hablan de lo que se conoce como ¡°efecto Mateo¡±, que viene a decir que a quien tiene, se le dar¨¢, y tendr¨¢ m¨¢s; pero al que no tiene, aun lo que tiene le ser¨¢ quitado. ¡°En ausencia de mecanismos compensatorios, a la educaci¨®n infantil 0-3 acceden mayoritariamente las clases medias y altas como mecanismo principal de conciliaci¨®n, quedando fuera las m¨¢s desfavorecidas¡±, se?alan.
En cuanto a si una guarder¨ªa es o no necesaria para un beb¨¦ o ni?o peque?o, lo cierto es que no lo es a priori. Y digo a priori porque en todo caso, depender¨¢ de las necesidades y preferencias de la familia, de su log¨ªstica, de sus circunstancias, de sus expectativas, de su red ¨Co de la ausencia de la misma¨C. A m¨ª me llama la atenci¨®n que la medida estrella de conciliaci¨®n sea para todos los partidos pol¨ªticos y organizaciones de trabajadores, sin excepci¨®n, las guarder¨ªas. "Si queremos los resultados de Suecia hay que hacer cosas como Suecia", dec¨ªa Albert Rivera en un acto sobre su plan de conciliaci¨®n hace poco m¨¢s de un a?o. Quiz¨¢s no deber¨ªamos esperar resultados como los de Suecia sencillamente porque no somos Suecia. Ni Francia. Ni Dinamarca. Quiz¨¢s podr¨ªamos empezar a ser pioneros en algo: en darle sentido a la palabra conciliaci¨®n y entender lo que supone; porque si bien es complicado entregarse en cuerpo y alma a dos tareas tan enormes como producir y criar ¨Csobre todo los primeros a?os¨C, ayudar¨ªa tener unos permisos mucho m¨¢s amplios, unos horarios de trabajo racionales, cierta flexibilidad laboral, acabar con la precariedad de los salarios o que el precio de la vivienda no se comiera el presupuesto familiar.
Vuelvo a mi madre. Para ella dejar el trabajo fuera de casa para entregarse a la crianza fue en realidad como entrar en una jaula. Por un lado, pasaba la mayor parte del d¨ªa sola y viv¨ªa en una contradicci¨®n permanente con respecto al trabajo fuera de casa. Mensajes, deseo, mensajes, deseo. Mi pregunta hoy es: ?Qu¨¦ quer¨ªa ella realmente? Estruendo otra vez. En su caso, aunque ten¨ªa un trabajo de escasa cualificaci¨®n y mal remunerado, su aportaci¨®n econ¨®mica al n¨²cleo familiar se perd¨ªa. Es m¨¢s, su ausencia del mercado laboral se tradujo a futuro en un trabajo remunerado mucho m¨¢s precario: de dependienta a limpiar ba?os ajenos. Quiz¨¢s por eso me cuesta ver ese techo de cristal del que hablan muchas veces para referirse a la conciliaci¨®n; esa que entiende de empleos de alta cualificaci¨®n, reconocidos social y laboralmente. Me cuesta tambi¨¦n encontrar en los discursos imperantes a quienes pongan en valor el trabajo que no se ve, el de los cuidados, porque el de mi madre era (es) un trabajo no remunerado, claro, pero tampoco reconocido. Ella siempre se ha quejado de lo poco que valor¨¢bamos su trabajo y raz¨®n no le ha faltado porque ni yo misma he entendido su valor hasta que he pasado la treintena. No s¨¦ cu¨¢nto tardar¨¢ mi hija en verlo, si sabremos transmitirle su envergadura. S¨¦ que poner los cuidados y la infancia en el centro supone un cambio de mentalidad. Puede que s¨®lo as¨ª dejemos de ver las guarder¨ªas gratuitas como la panacea de la conciliaci¨®n.
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