Sepulturas sin quietud
Lo que a¨²n no hemos podido enterrar es el pasado
Tras dejar su antiguo domicilio bajo la pesada losa de granito en la cripta en la Bas¨ªlica de la Santa Cruz del Valle de los Ca¨ªdos, el General¨ªsimo Franco se ha acercado a un vecindario de viejos conocidos en el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, entre ellos el tambi¨¦n general¨ªsimo Rafael Le¨®nidas Trujillo. Si ambos quisieran visitar a amigos comunes en los alrededores de Madrid un domingo cualquiera, tendr¨ªan que ir, por ejemplo, hasta el cementerio de La Paz en Alcobendas para ver al general Marcos P¨¦rez Jim¨¦nez, dictador de Venezuela derrocado en 1958; o hasta el cementerio de San Isidro, para encontrarse con Fulgencio Batista, el s¨¢trapa cubano derrocado en 1959. Siempre tendr¨¢n mucho de qu¨¦ hablar.
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Trujillo vino a reposar finalmente en Mingorrubio tras muchos avatares. Muerto a balazos en 1961, fue desenterrado con urgencia de su tumba en su pueblo natal en Rep¨²blica Dominicana. Su familia, en plan de fuga, no quiso dejar al Gran Benefactor de la Patria atr¨¢s, y su cad¨¢ver anduvo a la deriva por el mar de las Antillas como pasajero de su yate de vela Angelita, hasta que recal¨® en Par¨ªs, en el cementerio de P¨¦re Lachaise, vecino provisional del mariscal Ney.
Cuando Anastasio Somoza Debayle, el ¨²ltimo de la dinast¨ªa de medio siglo, tuvo que irse de Nicaragua en 1959, inminente el triunfo de la revoluci¨®n, mand¨® a desenterrar una medianoche los cad¨¢veres de su padre, Anastasio Somoza Garc¨ªa, y de su hermano, Luis Somoza Debayle, para llev¨¢rselos consigo a Miami.
Otros dictadores son sacados de sus sepulcros no para ser transportados al destierro, sino para traerlos de vuelta con honores al suelo natal. Es lo que pas¨® con el general Jorge Ubico, de Guatemala, quien se vest¨ªa de casaca y tricornio, como Napole¨®n, y se peinaba como Napole¨®n.
Cuando la revoluci¨®n democr¨¢tica de 1944 lo depuso, se fue exiliado a Nueva Orleans donde muri¨® dos a?os despu¨¦s. Pero en 1954 los militares admiradores suyos regresaron al poder con el coronel Carlos Castillo Armas, a quien, dicho sea de paso, mand¨® asesinar Trujillo en 1957, vendettas entre tiranos. Uno de sus sucesores, el coronel Enrique Peralta Azurdia, hizo repatriar el cad¨¢ver de Ubico, y el avi¨®n de carga que lo tra¨ªa de vuelta fue escoltado por una cuadrilla de cazas de la Fuerza A¨¦rea. Ahora est¨¢ sepultado en el Cementerio General de la Ciudad de Guatemala.
A¨²n muertos, los dictadores siguen encarnando el poder que tuvieron en vida; siguen siendo odiados, o temidos
Uno que a¨²n no puede volver es el dictador mexicano Porfirio D¨ªaz, quien sigui¨® el camino del exilio en 1911 ante el avance de las fuerzas revolucionarias que buscaban su derrocamiento. Muerto en Par¨ªs en 1915, ya anciano, est¨¢ enterrado en el cementerio de Montparnasse.
Sepultados en secreto, desenterrados, vueltos a enterrar. Desaparecidos de sus tumbas, como el doctor Francia, Dictador Supremo de Paraguay, quien, seg¨²n el Libro de Inhumaciones de la Catedral de Asunci¨®n, fue inhumado ¡°en veinte y dos de septiembre de 1840¡ en el Presbiterio de la Iglesia de la Encarnaci¨®n¡ con sesenta y seis posas (clamor de campanas), vigilia y misa de cuerpo presente¡±. Ahora no se sabe qu¨¦ se hicieron sus restos.
A¨²n muertos, los dictadores siguen encarnando el poder que tuvieron en vida; siguen siendo odiados, o temidos, y por mucho que la losa que los cubre sea pesada, vuelven a salir de sus sepulcros porque los vicios y terrores que alimentaron mientras duraron sus tiran¨ªas, la degradaci¨®n, las humillaciones, la adulaci¨®n, la represi¨®n y la muerte, la capacidad de enga?ar y seducir, de pervertir las instituciones, de poner precio a cada qui¨¦n, siguen estando vivas, y a esas s¨ª es dif¨ªcil enterrarlas para siempre.
M¨¢s all¨¢ de las ideolog¨ªas, en este siglo y en los anteriores, los d¨¦spotas nunca dejan de parecerse entre ellos, desde luego que las reglas del poder absoluto son las mismas, con sus variantes vern¨¢culas.
Alejo Carpentier, en El recurso del m¨¦todo, retrata a un tirano de esos, pero tambi¨¦n las esperanzas que despierta el cambio tras su entierro, y la derrota de esas esperanzas:
¡°¡®Tumbamos a un dictador¡¯ ¡ªdijo El Estudiante¡ª pero sigue el mismo combate, puesto que los enemigos son los mismos. Baj¨® el tel¨®n sobre un primer acto que fue largu¨ªsimo. Ahora estamos en el segundo que, con otras decoraciones y otras luces, se est¨¢ pareciendo ya al primero¡ cae uno aqu¨ª, se levanta otro all¨¢¡ y hace cien a?os que se repite el espect¨¢culo¡ hasta que el p¨²blico se canse de ver lo mismo¡±.
Lo que a¨²n no hemos podido enterrar es el pasado.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y Premio Cervantes 2017.
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