La Universidad frente al conflicto
El manifiesto de la UAB comparte el lenguaje, el relato y las proclamas de las fuerzas independentistas
El pasado 21 de octubre, el m¨¢ximo ¨®rgano de representaci¨®n de mi universidad aprob¨®, en sesi¨®n extraordinaria, un manifiesto de repulsa a la reciente sentencia judicial. El texto acusa al Estado de haber forzado el ordenamiento jur¨ªdico, condena la violencia policial, reclama la puesta en libertad de presos pol¨ªticos y reivindica el derecho a la autodeterminaci¨®n del pueblo catal¨¢n. La Universidad, en cuanto espacio aut¨®nomo del poder econ¨®mico y pol¨ªtico, de libertad de creaci¨®n y pensamiento y de est¨ªmulo de actitudes cr¨ªticas, no tiene, reza el texto, margen para el silencio. El claustro de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona despu¨¦s de largas exposiciones individuales aprob¨® el texto, sin modificaciones, con 111 votos a favor, 24 en contra y 5 votos en blanco. No ha sido un caso excepcional. La mayor¨ªa de las universidades p¨²blicas catalanas se han adherido al manifiesto, con similar proporci¨®n de apoyos y rechazos y algunas con ciertas variantes. La Universitat de Lleida, por ejemplo, adjunt¨® la declaraci¨®n de personas non gratas al rey Felipe VI, el juez Manuel Marchena y la delegada del Gobierno en Catalu?a, Teresa Cunillera.
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Estos gestos institucionales han abierto interesantes interrogantes sobre el papel que deben desempe?ar, y desempe?an, las universidades en ejes de conflicto de diversa ¨ªndole. ?Puede una instituci¨®n expresarse en nombre de todos sus integrantes? ?Vulneran estos actos la neutralidad que atribuimos a una entidad p¨²blica? ?Debe la universidad pronunciarse sobre asuntos fuertemente controvertidos? Algunas voces solitarias, entre las que me encuentro, han criticado este pronunciamiento p¨²blico, pero conviene, desde mi punto de vista, afinar los argumentos. ?Es la neutralidad el problema? En primer lugar, la ausencia de pronunciamiento no siempre equivale a la imparcialidad de juicio. En segundo lugar, atr¨¢s qued¨® el tiempo en el que a las universidades se les exim¨ªa de tomar partido. A las instituciones de educaci¨®n superior de las sociedades contempor¨¢neas se les exige coherencia y compromiso. Demasiados horrores de nuestra historia reciente contaron con el silencio cobarde de no pocos templos del conocimiento. Se terminaron, y para bien, las torres de marfil. Por su responsabilidad en el desarrollo de una cultura c¨ªvica asentada sobre la base del pensamiento cr¨ªtico, la Universidad puede y debe pronunciarse sobre asuntos que siempre tienen, de una manera u otra, trasfondo pol¨ªtico. Tiene una responsabilidad que va mucho m¨¢s all¨¢ de los programas acad¨¦micos que imparte y que exige pronunciamiento cuando se vulneran derechos y se coartan libertades. Cuando una instituci¨®n se posiciona p¨²blicamente contra la violencia de g¨¦nero o declara su compromiso por la lucha clim¨¢tica, no necesita que la comunidad universitaria en su totalidad secunde la iniciativa con el mismo grado de entusiasmo. Es un todo que va m¨¢s all¨¢ de la suma de sus partes.
El problema, por tanto, no es que se vulnere una neutralidad que en realidad no existe, sino que estamos ante una declaraci¨®n de parte que comparte al mil¨ªmetro el lenguaje, el relato y las proclamas de las fuerzas independentistas, se encuentren estas en el Parlament, el Govern, la sociedad civil, los medios o las organizaciones estudiantiles. No es fruto de ning¨²n proceso consensuado en el que, al menos, podamos acordar un lenguaje com¨²n a trav¨¦s del cual exponer dudas y contradicciones. No obedece a ning¨²n esfuerzo por vislumbrar, entre tanto discurso de trincheras, un m¨ªnimo territorio compartido. Quedan as¨ª las universidades integradas en una l¨ªnea continua que domina todo el ecosistema p¨²blico en este pa¨ªs, incapaz de otorgar jam¨¢s legitimidad a las voces contrarias. Me causa perplejidad observar c¨®mo en estos ¨²ltimos a?os, los ¨²nicos lugares capaces de preservar la pluralidad de identidades e ideolog¨ªas son aquellos en los que predomina el principio de mercado. Las escuelas, las universidades, las empresas o los clubes deportivos privados rara vez tensionan la convivencia como sucede en los mismos espacios p¨²blicos. Y sin embargo, somos una comunidad plural. Los ferrocarriles que nos traen al campus recorren muy diversas estaciones de origen. No s¨¦ desde qu¨¦ autoridad moral quedan unos discursos legitimados por encima de otros.
Pero, adem¨¢s, transmite una imagen al exterior que no corresponde en absoluto con el esfuerzo cotidiano y constante que todas y todos realizamos para encontrar ese lugar de encuentro que haga posible la convivencia. Perfiles antag¨®nicos en Twiter conversan tranquilamente en la cafeter¨ªa de la Facultad. Colegas interpelados por convocatorias de opuesta ¨ªndole comparten a diario la hora de la comida. Profesores y estudiantes buscamos desde hace a?os los delicados equilibrios que nos permitan respetar los derechos y las obligaciones de todos. No es f¨¢cil, en absoluto, pero nuestro d¨ªa a d¨ªa est¨¢ repleto de microesfuerzos que nos permiten esta navegaci¨®n sin mapa. Sin embargo, somos v¨ªctimas de unas escenificaciones que eclipsan estos planos cortos y privilegian otros que mejor se ajustan a la l¨®gica de la confrontaci¨®n. El d¨ªa que seamos capaces de elevar todo este esfuerzo sostenido a los ¨¢mbitos desde donde se toman las decisiones y se lanzan las proclamas, tendremos manifiestos que duelan un poco menos.
Margarita Le¨®n es profesora de Ciencia Pol¨ªtica de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona.
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