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El muro del sur

El endurecimiento de las pol¨ªticas migratorias del Gobierno mexicano ha multiplicado las barreras invisibles de la frontera sur del pa¨ªs, m¨¢s de 1.000 kil¨®metros que miles de migrantes intentan cruzar para llegar a Estados Unidos

FRONTERA SUR. CAP 4.

El muro del Sur

¡°El presidente de los Estados Unidos es m¨¢s presidente de mi pa¨ªs que el presidente de mi pa¨ªs¡±. Roque Dalton (1969)

[Si no ve el player del audio, pinche aqu¨ª para escuchar el relato]

Antes de llegar a la estaci¨®n migratoria de Bethel, la polic¨ªa guatemalteca ya nos hab¨ªa asaltado dos veces.

Hab¨ªamos recorrido 134 kil¨®metros en un autob¨²s repleto de migrantes indocumentados y de coyotes. En aquel viaje, ninguno de los casi 40 pasajeros ten¨ªa documento alguno que le autorizara a caminar por Guatemala y, desde luego, ninguno que le permitiera entrar de forma legal a M¨¦xico. Todos, sin embargo, hab¨ªan atravesado Guatemala entera durante dos d¨ªas y todos entrar¨ªan a territorio mexicano esa misma tarde. Pero antes hab¨ªa que pagar y si algo qued¨® claro en aquel camino de tierra que bordea la Reserva Natural Sierra de Lacand¨®n, en Pet¨¦n, es que los polic¨ªas est¨¢n ah¨ª para eso: para cobrar.

¡°Vayan preparando el dinero, porque estamos llegando a Migraci¨®n¡±, anunci¨® el ayudante del chofer. Y aquellos que deb¨ªan hacerlo, comenzaron a sacar billetes de 100 quetzales (12,9 d¨®lares / 11,7 euros), como quien saca sus documentos. Los que iban por su cuenta, con esa cara de desamparo y susto, se revisaron los bolsillos y los escondites tratando de adivinar a cu¨¢nto les iba a salir la gracia. Los coyotes, en cambio, prepararon el pago por sus clientes, que va incluido en la tarifa del viaje y bromeaban estirando los billetes: ¡°Esta es la visa que se necesita aqu¨ª en Pet¨¦n¡±. Y todo indica que esa es.

En esta ruta, los migrantes vienen de Honduras
En esta ruta, los migrantes vienen de Honduras

Eso es un asunto de rutina y funciona as¨ª. Al llegar a la estaci¨®n migratoria hay de dos sopas: o vas a sellar tu pasaporte ¡ªsi es que tienes uno, claro¡ª o le untas las manos a los polic¨ªas fronterizos que suelen estar sentados bajo la sombra de un ¨¢rbol esperando que llegue su sustento diario. De manera que, cuando los oficiales vieron asomar nuestro autob¨²s, salieron de su letargo y se prepararon para ganarse el pan.

Salvo mi compa?ero de recorrido ¡ªcon su pasaporte mexicano¡ª y yo, el resto se form¨® en una cola, para comparecer ante los agentes, cada quien con sus documentos de viaje, enti¨¦ndase billetes, en la mano. Nosotros en cambio caminamos hacia la ventanilla migratoria, ante la estupefacci¨®n del chofer y su asistente, de los migrantes y de los polic¨ªas. Ese es el ¨²ltimo punto de control oficial antes de salir de territorio guatemalteco, ubicado a unos 40 minutos del r¨ªo Usumacinta, que sirve de frontera natural entre Guatemala y M¨¦xico.

Aquella caseta migratoria era la imagen del olvido y tras la ventanilla no hab¨ªa nadie. Aunque esta ruta es transitada a diario por centenares, miles, quiz¨¢, aquel minitemplo de los formalismos burocr¨¢ticos estaba desolado. Por no haber, no hab¨ªa ni agentes migratorios. Al fondo de la oficina, decorada con un ¨²nico escritorio, hab¨ªa un viejillo, sentado de espaldas a la ventana, en una especie de patio trasero, que sudaba y se entregaba al placer de comer sin prisas. Hubo que llamarlo a voces. Entonces el hombre nos mir¨® con cara de no tener idea de qu¨¦ se nos podr¨ªa ofrecer, dud¨® un rato y se levant¨® con toda la calma del mundo, camin¨® hacia la ventanilla y se sent¨® en su escritorio. Entonces encendi¨® la computadora. Antes de mirar nuestros pasaportes, regres¨® a la mesa dos veces para espantar a un perro que le merodeaba el almuerzo. ¡°?Van a turistear a M¨¦xico?¡±, nos pregunt¨® con una risita burlona. Para todo efecto pr¨¢ctico, ¨¦l representa al Estado guatemalteco y sus leyes de migraci¨®n. Ante sus ojos, hab¨ªa estacionado un autob¨²s y un grupo de personas dando dinero a polic¨ªas. Sobre ese hecho no tuvo mayores comentarios.

Cuando terminamos el tr¨¢mite, la mayor¨ªa ya hab¨ªa pagado el soborno indispensable a los oficiales y ocupaban sus asientos en el autob¨²s. Desde ese momento, nuestros compa?eros de viaje nos miraron con recelo y yo les di la raz¨®n: ?c¨®mo confiar en alguien que selle su pasaporte en medio de esta selva? Pens¨¦ que lanzar¨ªan miradas todav¨ªa m¨¢s fulminantes si supieran que yo no recorr¨ª los 551 kil¨®metros que nos separan de Honduras, sino que hab¨ªa llegado al Pet¨¦n subido en una avioneta dos d¨ªas atr¨¢s.

Los migrantes que cruzaron el muro del sur

 

Nunca me ha dado buena espina subirme a esos veh¨ªculos con r¨®tulos que encomiendan el viaje al Se?or Todopoderoso, menos si el veh¨ªculo es a¨¦reo. No s¨¦, me parece una lavadura de manos de parte de los choferes, o de los pilotos en este caso. Tampoco me dio buena espina que antes de despegar solo encendiera uno de los dos motores. El caso es que el mi¨¦rcoles 24 de julio ¡ªquiz¨¢ gracias al gran poder divino¡ª despegu¨¦ del aeropuerto de La Aurora, en Ciudad de Guatemala, a bordo de una avioneta min¨²scula y apretujada rumbo al departamento de Pet¨¦n.

Desde el aire, es decir, desde la altura, las cosas cambian, o parece que cambian. Por ejemplo, el Pet¨¦n y su selva Lacandona parecen un rompecabezas de piezas verdes brillantes y otras del color de la piel; el r¨ªo Usumacinta, un gusano estrecho y gris que se retuerce; y todo aquello junto, hasta donde la vista alcanza, pareciera ser una sola tierra que no comienza ni termina, sin las cicatrices bobas de las fronteras. Pero uno sabe que lo que est¨¢ abajo es una selva depredada y que ese gusano no es sino el r¨ªo m¨¢s caudaloso de todo M¨¦xico y Centroam¨¦rica y, sobre todo, que en ese verdor resplandeciente se imponen, profundas, una buena cantidad de cicatrices.

Bajo otros cielos, m¨¢s fr¨ªos y m¨¢s lejanos que el que surca este cacharro en el que vuelo, la selva ni siquiera alcanza a verse. Desde otras alturas ¡ªsin duda m¨¢s elevadas¡ª todos los escenarios que aparecen en esta historia, todos los lugares, son seguros; y todos los personajes m¨ªnimos que trajinan all¨¢ abajo son ciudadanos de pa¨ªses declaradamente seguros. Pero aquel mi¨¦rcoles de julio todav¨ªa no lo sab¨ªamos.

Mientras volaba sobre el Pet¨¦n, a muchos kil¨®metros de ah¨ª, en el m¨¢s oval de los despachos en Washington y en las solemnes oficinas de gobierno en Ciudad de Guatemala, se avecinaban corrientes poderosas y volaban papeles m¨¢s pesados que mi avioneta.

En aquellos d¨ªas, Guatemala atravesaba laberintos espesos como la selva Lacandona y se enredaba, intentando complacer a la diplomacia estadounidense y su modelo de me lo das o te lo arranco. Para sorpresa de la mayor¨ªa de guatemaltecos, el presidente Donald Trump hab¨ªa amenazado al pa¨ªs centroamericano con imponerle tarifas ¡°prohibitivas¡± a sus exportaciones o gravar con impuestos las remesas que los guatemaltecos env¨ªan a su pa¨ªs desde Estados Unidos. No era poca cosa.

Trump alegaba, en la que parece ser su lengua materna en la pol¨ªtica ¡ªsus tuits¡ª, que Guatemala se hab¨ªa echado para atr¨¢s en un acuerdo que nadie conoc¨ªa y que lleva por nombre un aut¨¦ntico monumento al eufemismo pol¨ªtico: ¡°tercer pa¨ªs seguro¡±.

"Guatemala, que ha estado formando caravanas¡­ ha decidido romper el acuerdo que ten¨ªa con nosotros para firmar un necesario tratado de tercer pa¨ªs seguro", tuite¨®.

Dicho de forma simple, la idea era convertir a Guatemala en una sucursal ¡ªo en una c¨¢rcel, seg¨²n se mire¡ª de las personas que pidan refugio en Estados Unidos: si un migrante indocumentado ingresa a Estados Unidos y alega que necesita protecci¨®n de los espantos que lo echaron de su pa¨ªs, los norteamericanos podr¨ªan enviarlo a Guatemala y obligarlo a solicitar refugio ah¨ª, siempre y cuando el solicitante no sea guatemalteco. De forma que de la noche a la ma?ana, el pa¨ªs centroamericano ¡ªdonde seis de cada diez personas son pobres, seg¨²n el Banco Mundial¡ª se convertir¨ªa, por decreto, en la esperanza obligada de un desamparado que podr¨ªa ser salvadore?o u hondure?o, pero tambi¨¦n africano, cubano, asi¨¢tico¡­

O sea, si alguien llega queriendo sentirse seguro a Estados Unidos, un pa¨ªs con una tasa de homicidios de cinco por cada 100.000 habitantes, ese pa¨ªs le puede responder envi¨¢ndolo a Guatemala, con una tasa de 26.

Solo si Guatemala rechazara al solicitante, este podr¨ªa volver a recorrer todo M¨¦xico, sorteando agentes migratorios, carteles, trenes can¨ªbales, miles y miles de kil¨®metros, para, finalmente, pedir refugio en Estados Unidos, argumentando que se lo negaron en el ¡°tercer pa¨ªs seguro¡±, y esperar a que un juez estadounidense se apiade de sus circunstancias.

La ruta sureste parte de Tenosique, en la frontera con Guatemala, y llega a Tierra Blanca

La ruta suroeste parte de Tapachula, en la frontera con Guatemala, y llega hasta Tierra Blanca

La ruta del centro une las ciudades de Tierra Blanca y Quer¨¦taro

La ruta del noreste conecta el centro de M¨¦xico, desde Quer¨¦taro, con tres puntos de entrada a Estados Unidos: Matamoros, Nuevo Laredo y Ciudad Acu?a

La ruta del norte conecta Quer¨¦taro con Ciudad Ju¨¢rez, en la frontera con Estados Unidos

La ruta del noroeste une el centro de M¨¦xico, desde Quer¨¦taro, con tres puntos de entrada a Estados Unidos: Tijuana, S¨¢sabe y Agua Prieta

En realidad, el presidente de Guatemala, Jimmy Morales, jam¨¢s tuvo el prurito de la resistencia o la insubordinaci¨®n ante Trump. Todo indica que su idea era firmar el acuerdo sin contarlo a nadie y dejar esa bomba con la mecha encendida al pr¨®ximo presidente, que lo sustituir¨ªa en unos meses.

El acuerdo se negoci¨® en secreto durante d¨ªas en los que ambos Gobiernos informaban vagamente de que discut¨ªan ¡°temas migratorios¡± y hab¨ªan establecido una visita del presidente Morales a la Casa Blanca el 15 de julio. Aquella reuni¨®n fue anunciada con toda la alegr¨ªa y la pompa con la que los presidentes centroamericanos festejan ser invitados a esa casa. Hasta que Jonathan Blitzer, periodista de la revista The New Yorker, les arruin¨® la intimidad tres d¨ªas antes del encuentro.

Blitzer public¨® que lo que se estaba cocinando en realidad era el acuerdo de tercer pa¨ªs seguro. Aunque otros medios, como Voice of America, hab¨ªan alertado antes del tema, la publicaci¨®n de The New Yorker apareci¨® cuando el ambiente estaba ya cargado de p¨®lvora.

Por otro lado, la Corte de Constitucionalidad guatemalteca resolvi¨® dos amparos ciudadanos con inmediatez, emitiendo una advertencia al presidente: ese tipo de tratados no pod¨ªan ser firmados por Jimmy Morales sin la aprobaci¨®n del Congreso. As¨ª que Morales se qued¨® con las ganas y Trump echaba chispas por Twitter. O me lo das o te lo arranco.

Morales neg¨® m¨¢s de una vez que su Gobierno estuviera negociando semejante compromiso con Estados Unidos, hasta que el mismo Trump lo dej¨® al descubierto con su exabrupto tuitero del 23 de julio.

Cuando el mandatario estadounidense tir¨® al cielo esa cuidada ensarta de amenazas econ¨®micas contra Guatemala, Jimmy Morales dijo a la Corte de Constitucionalidad que todo era su culpa, que las familias humildes se quedar¨ªan sin remesas gracias a su decisi¨®n p¨¦rfida y que ello ser¨ªa el detonante de que m¨¢s personas decidieran migrar hacia Estados Unidos.

Seg¨²n el Banco de Guatemala, durante 2018 ese pa¨ªs recibi¨® m¨¢s de un mill¨®n de d¨®lares cada hora, en concepto de remesas: un total de 9.287 millones de d¨®lares (8.344 millones de euros) en todo el a?o, un 10% del producto interior bruto y el equivalente a un 82% del presupuesto total del pa¨ªs.

Las principales c¨¢maras empresariales tambi¨¦n saltaron al cuello de la Corte de Constitucionalidad: los agroindustriales, los comerciantes, los due?os de la industria y los banqueros se indignaron, responsabilizando a sus magistrados de un inminente descalabro econ¨®mico y de estar metiendo las narices en asuntos que solo competen al poder ejecutivo. Las exportaciones hacia Estados Unidos representan un 5% del producto interior bruto y los voceros de esas fortunas alegaron que negarse a los deseos de Trump atentar¨ªa contra el bienestar de un pa¨ªs tan pobre como Guatemala.

Tanto los magistrados de la Corte, como el presidente y los empresarios pasearon la Constituci¨®n en sus comunicados, en una direcci¨®n y en la otra, la esgrimieron, la jalonearon, le juraron lealtades inquebrantables, todos anunciaron tormentas y apocalipsis de distintos pelajes. Pero all¨¢ abajo, en el Pet¨¦n, en la ruta encharcada de los migrantes sin papeles, todav¨ªa no alcanzaba a escucharse todo el ruido que se produc¨ªa en las alturas.

 

El negro gar¨ªfuna era el gu¨ªa de un nutrido grupo conformado por sus primos y sobrinos que pretend¨ªan llegar a Estados Unidos. ?l no es un coyote, simplemente conoce el camino mejor que los dem¨¢s. Vivi¨® seis a?os en Nueva York, pero un d¨ªa, cuando iba al trabajo, record¨® que hab¨ªa olvidado unas herramientas en su casa, as¨ª que volvi¨® para recogerlas, solo para encontrar a su esposa retozando con un amante. Los moli¨® a garrotazos a los dos. Despu¨¦s de pasar cuatro a?os preso fue deportado a Honduras. Pero no encontr¨® forma de sobrevivir en su pa¨ªs, as¨ª que volvi¨® a caminar hacia el norte hasta llegar a Monterrey, M¨¦xico, donde se estableci¨® como vendedor ambulante de dulces t¨ªpicos de su regi¨®n. Aun as¨ª, se arriesg¨® a bajar de nuevo al Caribe hondure?o para acompa?ar a sus familiares en el viaje y ense?arles el camino. A cambio, sus primos se encargaban de los costos de la ruta. Aquel jueves 25 de julio le hab¨ªan comprado una salvaje sopa de res en el comedor de la gasolinera 243.

La 243 es una estaci¨®n de camino, fundamental en la principal ruta migratoria de hondure?os. All¨ª todo es di¨¢fano y nadie intenta disimular nada. Todo el d¨ªa, desde la madrugada, entran y salen autobuses llenos de migrantes. Los coyotes no buscan confundirse con el resto de la gente: se bajan del autob¨²s, cuentan a sus pollos a gritos y los obligan a permanecer juntos. Dependiendo del tipo de servicio que se ha contratado, algunos coyotes compran platos de almuerzo para toda su tribu; otros, solo para ellos y comen sin pesar, frente a ojos hambrientos y panzas vac¨ªas. Aquellos pobres diablos que viajan sin gu¨ªa intentan arrimarse a los grupos de pollos, para ver si consiguen robarse alguna instrucci¨®n del coyote.

¡®pollos¡¯ (v): migrantes acompa?ados por un coyote

El grupo de gar¨ªfunas que se hab¨ªa lanzado sobre sus sopas; el gordo estruendoso que se paseaba como rey de aquel lugar, conectando una demanda con una oferta; aquellos dos muchachitos sin dinero suficiente para comprar nada m¨¢s que agua y que persegu¨ªan con los ojos las sopas y los emparedados; los ni?os, los muchos ni?os, min¨²sculos, aburridos, acalorados; los coyotes, siempre apurados, cuchicheando entre s¨ª. Abundan vendedores de tel¨¦fonos y chips para tel¨¦fonos y cargadores de tel¨¦fonos y bater¨ªas port¨¢tiles para cargar tel¨¦fonos. Pululan los reclutadores, los choferes de autob¨²s, hombres y mujeres j¨®venes, algunos experimentados viajeros y otros primerizos. Aquella gasolinera vive esta escena en una repetici¨®n perpetua. Se llena y se vac¨ªa. Algunos llegar¨¢n a Estados Unidos, algunos quedar¨¢n atrapados en M¨¦xico, otros ser¨¢n deportados, otros morir¨¢n en el intento.

La 243 es apenas el inicio del camino. Se encuentra en el municipio de Morales, en el departamento de Izabal, frontera con Honduras. Y para salir de ese lugar hay que estar en paz con el tiquetero.

Ese es el personaje m¨¢s poderoso de todos los que circulan por este paisaje: aunque ¨¦l se maneja con aires de g¨¢nster, en realidad vende tiquetes de autob¨²s para seguir el camino. Parece poca cosa, pero si al tiquetero no le da la gana venderte un boleto, quedar¨¢s en el limbo absoluto de la 243, como un fantasma, hasta que ¨¦l cambie de parecer. All¨ª el tiquetero es un semidi¨®s y, como suele pasar con las deidades, para obtener sus favores, hay que hacer ofrendas. La que ¨¦l prefiere es una ofrenda de 25 quetzales por persona.

Los tiquetes que te sacan de la 243 y te llevan a Flores, en Pet¨¦n, cuestan 100 quetzales (13 d¨®lares / 11,6 euros), pero a ese valor hay que agregar la ofrenda al semidi¨®s.

Aunque sale un autob¨²s cada hora, desde las siete de la ma?ana hasta las tres de la madrugada, hay suficiente demanda como para que el tiquetero se diera unos lujos: cada vez que llegaba un nuevo autob¨²s, todos los coyotes se arremolinaban alrededor de ¨¦l, gritando n¨²meros y blandiendo billetes: ¡°?yo llevo siete!¡±; ¡°?yo llevo tres!¡±. ?l apuntaba el nombre del coyote y un n¨²mero al lado, hasta que uno se anim¨®: ¡°Ey, ?por qu¨¦ nos cobra 125 quetzales? ?Ya no valen 100?¡±. Hubo un silencio. Semidi¨®s levant¨® la vista con teatralidad y le arroj¨® el mazo de billetes que acababa de recibir: el dinero de 12 pollos, m¨¢s el boleto del coyote. El otro comprendi¨® su error y mendigaba sin resultados: ¡°Nombre, calmate, calmate¡±, pero no hubo modo, a semidi¨®s no le gustan esas preguntas. De todas formas, sus solidarios colegas de coyotaje se pelearon esos 13 asientos enseguida, mientras el desterrado explicaba a sus clientes que habr¨ªa que esperar una hora m¨¢s, a ver si la ira del tiquetero desaparec¨ªa.

Los afortunados, cuyos coyotes no hicieron preguntas tontas, consiguieron tomar un autob¨²s que les llevar¨ªa cuatro horas hasta el municipio de Flores. El m¨¢s conocido enclave del municipio est¨¢ construido en una isla, alrededor del pac¨ªfico lago Pet¨¦n Itz¨¢. Ah¨ª compartir¨¢n la geograf¨ªa con otros viajeros, usualmente europeos y gringos, con mochilas de backpacker y gafas oscuras, con las blancas pieles enrojecidas por el sol, saturando las agencias de turismo que prometen mostrarte el coraz¨®n del mundo maya. Jam¨¢s se juntar¨¢n ni compartir¨¢n autobuses ni hoteles ni restaurantes ni se prestar¨¢n mucha atenci¨®n mutua, como si habitaran el lugar desde universos paralelos.

Cuando llegamos a Flores los coyotes bajaron a sus reba?os y los condujeron a hospedajes de paso, dise?ados para recibir migrantes, donde nadie es tan riguroso ni hace muchas preguntas. Los gar¨ªfunas, los jovencitos inexpertos, los que saben a lo que van, el gordo fanfarr¨®n, las mujeres con sus ni?os, los muchachos recelosos, todos se esfuman entre las ventas de comida callejera y la noche.

 

Tres d¨ªas despu¨¦s de que Trump amenazara a Guatemala con sanciones econ¨®micas, el viernes 26 de julio, el ministro de Gobernaci¨®n del pa¨ªs centroamericano, Enrique Degenhart, estaba en Washington. No es que la controversia por el acuerdo de tercer pa¨ªs seguro se hubiera esfumado, ni mucho menos. Tampoco hab¨ªa pasado por el Congreso ni la Corte de Constitucionalidad se hab¨ªa retractado de sus amparos. Sin embargo, Degenhart estaba en Washington.

Nuestra meta para ese d¨ªa era entrar a M¨¦xico por una ruta migratoria con muy mala fama. Incluso mi compa?ero de viaje, Rub¨¦n Figueroa ¡ªdefensor de derechos humanos, cuyo trabajo es acompa?ar a los migrantes en su traves¨ªa¡ª la hab¨ªa hecho solo una vez. En Ciudad de Guatemala me presagiaron toda suerte de terrores, de cat¨¢strofes: dicen ¡°narco¡±, dicen ¡°secuestro¡±, dicen ¡°desaparecidos¡±. Un equipo de colegas de EL PA?S y El Faro intentaron, antes que yo, llegar a la frontera y una Hummer negra con gente armada ¡ªuna Hummer negra en medio de la selva¡ª les cerr¨® el paso, se?al bastante universal de ¡°no son bienvenidos¡±.

Pero Rub¨¦n, que se las sabe todas, y que le gusta alardear de que se las sabe, consider¨® que si nos ¨ªbamos en un autob¨²s, junto con los migrantes, pasar¨ªamos sin llamar la atenci¨®n. Dicho y hecho. Por la ma?ana nos subimos al primer autob¨²s que sal¨ªa para nuestro destino: un poblado en la ribera del r¨ªo Usumacinta, al final de un camino rural, a cuatro horas de distancia de Flores, habitado por poco m¨¢s de mil personas, en cuya p¨¢gina de Facebook ¡ªtienen una p¨¢gina de Facebook¡ª se describen as¨ª: ¡°Despu¨¦s de estar involucrados en el conflicto armado pasamos a ser agricultores y hoy prestadores de servicios tur¨ªsticos¡±, con un nombre laborioso y nada tur¨ªstico: La T¨¦cnica Agropecuaria.

La T¨¦cnica Agropecuaria est¨¢ en la frontera con M¨¦xico
La T¨¦cnica Agropecuaria est¨¢ en la frontera con M¨¦xico

En el autob¨²s viajaba Byron ¡ªhondure?o, 29 a?os¡ª con su look de cantante de reguet¨®n, reci¨¦n deportado de Estados Unidos, gu¨ªa de su hermano y de dos primos en el camino hacia el norte. Hab¨ªa rebotado en su pa¨ªs, donde comprendi¨® muy r¨¢pido que sus tatuajes lo meter¨ªan en l¨ªos con las pandillas y emprend¨ªa el viaje de nuevo, con la esperanza de no ser atrapado en Estados Unidos y acusado con cargos penales.

Iba tambi¨¦n un sonriente coyote, gordo y bigot¨®n, veterano de esta ruta, con siete pollos a su cargo. Otro coyote con un solo cliente, pariente suyo, que aprovech¨® para subir a M¨¦xico a cobrar ¡°unas deudas¡±. Varias mujeres, varios ni?os. En ese autob¨²s nadie ten¨ªa la intenci¨®n de entrar a M¨¦xico con papeles. Salvo el chofer, su asistente, Rub¨¦n y yo.

Cuando se acab¨® la calle pavimentada, entramos en un camino de tierra, que atravesaba paisajes soberbios, con el verde brutal que el invierno del tr¨®pico deja en los montes, y el lodo rojizo que tinta los charcos y las veredas. Conmovido iba yo, apuntando colores en mi libreta, cuando nos par¨® la polic¨ªa por primera vez.

Era una patrulla de la Divisi¨®n de Puertos, Aeropuertos y Puestos Fronterizos, que se abrevia DIPAFRONT, para hacerlo todav¨ªa menos amigable. Llevaba la identificaci¨®n GUA-16114, de la comisar¨ªa 16.

Entraron dos polic¨ªas muy serios y uno hizo una pregunta en voz alta: ¡°?Tienen alg¨²n documento que les autorice a estar en Guatemala?¡±, y todos en el bus se cagaron de risa. Yo estaba realmente perdido. Aquella era una situaci¨®n seria. Un agente se qued¨® inm¨®vil al inicio del pasillo y el otro lo recorri¨® se?alando gente: ¡°?Vos, cu¨¢ntos tra¨¦s?¡±, ¡°?cu¨¢ntos menores?¡±. Cuando lleg¨® a mi asiento, me pidi¨® mis documentos, vio mi pasaporte, me vio la cara, vio de nuevo el pasaporte, extra?amente con sello de entrada al pa¨ªs, y me lo devolvi¨® con asco. A los que hab¨ªa se?alado les orden¨® bajar del autob¨²s de inmediato. En el camino, esperaban otros dos agentes. De verdad pens¨¦ que estaban en problemas, pero al cabo de diez minutos volvieron todos. Uno de los oficiales se subi¨® para hacer un gesto de cortes¨ªa: ¡°Que les vaya bien, se?ores¡±, y nos fuimos.

Los agentes de DIPAFRONT no hacen distinciones, seguir el camino vale 100 quetzales por persona, seas adulto o ni?o. Solo con mi autob¨²s se embolsaron al menos 400 d¨®lares (360 euros) para repartir entre cuatro agentes. Nada mal para diez minutos de trabajo, sobre todo si se considera que estos autobuses salen de Flores cada media hora.

El coyote gordo de mostacho me adelant¨® que nos faltaban ¡°dos puntos de cobro¡± y que, gracias a las lluvias, nos hab¨ªamos librado de al menos siete retenes de este tipo.

Pasando un paup¨¦rrimo caser¨ªo, llamado Las Cruces ¡ªal que le cuelga grande el t¨ªtulo de cabecera municipal¡ª nos par¨® otra patrulla con las placas PET-165. Estos ten¨ªan modales m¨¢s, digamos, ¨¢speros.

De nuevo, dos oficiales en el bus y dos abajo. Todos con armas largas. Uno llevaba una risita mal¨¦vola en la cara, y la suspend¨ªa para se?alar a alguien y decir a su compa?ero: ¡°Bajame a este¡±. Cuando pas¨® a mi lado, le mostr¨¦ mi pasaporte. Ni lo vio: ¡°Bajate¡±, me dijo. Obedec¨ª.

Los agentes sacaron a todos los hombres y a alg¨²n ni?o que les pareci¨® lo suficientemente hombre y el jefe comenz¨® su breve charla motivacional: ¡°Miren, no lo hagamos largo, ya saben c¨®mo es esto¡±. Byron, el hondure?o reguetonero, apresur¨® todav¨ªa m¨¢s las cosas: ¡°De una, jefe, ?de a cu¨¢nto es?¡±. Esta vez la tarifa estaba en oferta: 50 quetzales por adulto y 100 por ni?o. ¡°Oiga, yo tengo mis documentos en regla¡±, me atrev¨ª a decir. ¡°?Nada de regla, son 50 quetzales!¡±, me dijo, en medio de la selva, un tipo uniformado, con un chaleco antibalas lleno de cargadores de fusil¡­ y un fusil, claro. Hasta me qued¨¦ con ganas de darle m¨¢s.

El muro del sur

BYRON Honduras, 29 a?osAcaba de ser deportado de Estados Unidos. Ha vuelto a emprender el viaje, esta vez con su hermano y dos primos. Se subir¨¢ a La bestia, el temible tren que atraviesa M¨¦xico, con la esperanza de que no lo atrapen las autoridaes estadounidenses y le imputen, esta vez, cargos penales

Uno de sus compa?eros adorn¨® el asunto: ¡°Nosotros somos buena onda y los ayudamos barato. Los mexicanos s¨ª son cabrones y esos s¨ª les piden¡­¡± y se frot¨® sus dedos gordos, mir¨¢ndome a los ojos para asegurarse de que le estaba siguiendo el ritmo. ¡°Es verdad¡±, le dije. Porque es verdad.

El jefe le dio unas palmadas en la espalda al asistente del chofer: ¡°Ha estado bajo el negocio¡±, le dijo, a modo de charla casual.

Vi¨¦ndome asustado, uno de los coyotes se sent¨® a mi lado. Dijo tener a?os dedic¨¢ndose al negocio de transportar indocumentados a Estados Unidos, pero me cont¨® que ¨²ltimamente el trabajo se estaba poniendo extra?o. ?l, por ejemplo, acompa?a a sus clientes solo hasta cierto punto en M¨¦xico, donde los entrega a operadores locales, asociados a una estructura criminal mayor, cuyo nombre dijo no conocer. Me explic¨® que los precios se han elevado hasta las nubes, porque cada vez hay que repartir m¨¢s dinero: a los socios mexicanos, al narco, a la migra, a los conductores de autobuses, a los polic¨ªas municipales, estatales y federales. Con un elemento extra: los miembros de la nueva Guardia Nacional mexicana, que han encarecido el viaje, sin aceptar dinero.

¡°Los de la Guardia Nacional no quieren negociar, no te agarran dinero y entonces hay que ir con bandera ¡ªun carro vig¨ªa que se adelanta en el camino para avisar si hay retenes¡ª y eso eleva mucho el costo. La esperanza que tenemos es que, cuando ellos vean que todo mundo est¨¢ agarrando dinero, tambi¨¦n negocien¡±, dijo, aunque reconoci¨® que se hab¨ªan tardado m¨¢s de lo que cre¨ªa: llevaban entonces poco m¨¢s de un mes en el terreno. Sin embargo, en su diagn¨®stico, no acaban el a?o limpios.

Agentes de la Guardia Nacional de M¨¦xico
Agentes de la Guardia Nacional de M¨¦xico

El ¨²ltimo caser¨ªo antes de llegar a La T¨¦cnica Agropecuaria se llama Bethel y lo pasamos de largo, en direcci¨®n a la caseta fronteriza, que, junto con los polic¨ªas que nos robaron, constituye la ¨²nica prueba tangible de que hay un Estado que gobierna estos montes.

¡°Vayan preparando el dinero, porque estamos llegando a Migraci¨®n¡±, anunci¨® el ayudante del chofer¡­

Mientras rod¨¢bamos por aquel camino desangelado, en las alturas el ambiente estaba candente: ese mismo d¨ªa se hizo del conocimiento p¨²blico que el ministro guatemalteco de Gobernaci¨®n, Enrique Degenhart, hab¨ªa firmado, en representaci¨®n del Gobierno, el acuerdo de tercer pa¨ªs seguro.

Las fotograf¨ªas que acompa?aron el anuncio son de una elocuencia pasmosa: tienen por escenario el sal¨®n oval de la Casa Blanca. Sentados en una especie de pupitre ¡ªsin comparaci¨®n con el majestuoso escritorio del presidente¡ª, codo a codo, est¨¢n Degenhart y su contraparte, el secretario de Seguridad estadounidense, Kevin McAleenan, firmando el acuerdo ¡ªMcAleenan dimitir¨¢ el 12 de octubre por no estar de acuerdo con el tono y el enfoque de la pol¨ªtica migratoria de Trump¡ª. Detr¨¢s de ellos, se?orial, est¨¢ Trump, de pie, supervisando las firmas. Como fondo hay un retrato de Abraham Lincoln y tres banderas. Las tres son de Estados Unidos.

Degenhart (izquierda) y McAleenan, en el momento de la firma del acuerdo.  GETTY
Degenhart (izquierda) y McAleenan, en el momento de la firma del acuerdo. / GETTY

De nuevo se hizo la trifulca: la constituci¨®n jaloneada, los magistrados, los empresarios, los banqueros, el presidente Morales, el presidente Trump, el Congreso, el procurador guatemalteco de Derechos Humanos, protestantes con batucada, los c¨¢lculos electorales¡­ En fin. Lo cierto es que hasta julio de ese a?o, Guatemala solo ten¨ªa 390 personas refugiadas en su territorio y tiene una institucionalidad tan a?eja y experimentada como lo permiten sus tres a?os de existencia: apenas en 2016 se cre¨® el Instituto Nacional de Migraci¨®n bajo una nueva legislaci¨®n.

El acuerdo, de solo seis p¨¢ginas, deja claro que Estados Unidos se har¨¢ cargo financieramente de los solicitantes de refugio, solo hasta que sean depositados en Guatemala. Entonces, el pa¨ªs centroamericano deber¨¢ rascarse con sus propias u?as, que son cortas. Si ya hemos dicho que seis de cada diez guatemaltecos son pobres, habr¨¢ que afinar el foco para desglosar esos n¨²meros: por ejemplo, si se voltea a ver a los campesinos, diremos que la pobreza alcanza al 76% de su poblaci¨®n rural; que cuatro de cada diez ni?os menores de cinco a?os est¨¢n desnutridos, pero si se cierra la lente sobre la poblaci¨®n ind¨ªgena ¡ªque solo representa al 80% de su poblaci¨®n¡ª la cifra se dice as¨ª: ocho de cada diez ni?os ind¨ªgenas menores de cinco a?os est¨¢n desnutridos. Es el ¨²nico pa¨ªs de Am¨¦rica Latina en que la pobreza no se ha reducido en dos d¨¦cadas. O sea, Guatemala es un pa¨ªs pobre.

Aunque su tasa de homicidios de 26 (por cada 100.000 habitantes) es considerablemente menor que la de sus sangrientos vecinos, El Salvador y Honduras, duplica lo que las Naciones Unidas considera epidemia. Seg¨²n ese organismo, cuando una causa de muerte afecta a diez de cada 100.000, ese pa¨ªs padece una epidemia de lo que sea que haya causado esas muertes. Pues bien, los guatemaltecos viven una epidemia de asesinatos multiplicada por dos, tirando a tres. Seg¨²n la ONU, ese pa¨ªs es el noveno m¨¢s violento del mundo. O sea, Guatemala no es un pa¨ªs seguro.

Quiz¨¢ por esas razones es que tantos guatemaltecos se quieren ir de Guatemala: solo en 2018, 33.100 pidieron refugio en Estados Unidos. En los tres a?os anteriores al acuerdo, Estados Unidos deport¨® a 120.772 guatemaltecos, aunque M¨¦xico lo super¨®, al deportar a 146.218. O sea, que en tres a?os, esos dos pa¨ªses deportaron a m¨¢s de un cuarto de mill¨®n de personas a Guatemala.

Y quedan algunos detalles que afinar: ?Cu¨¢ntas personas podr¨¢ recibir Guatemala? ?Con qu¨¦ dinero se mantendr¨¢n? ?C¨®mo y qui¨¦n procesar¨¢ esas solicitudes? ?Esas personas estar¨¢n recluidas en alg¨²n recinto? ?Qu¨¦ pasa si uno de esos solicitantes forzados de refugio no quiere quedarse en Guatemala a esperar su proceso? Y otras tantas.

Antes de llegar a La T¨¦cnica Agropecuaria, el autob¨²s de indocumentados en el que viajamos pas¨® a hacer una ¨²ltima escala para recoger a una chica deportada recientemente, con un ni?o que no tendr¨ªa m¨¢s de tres a?os. Con ella a bordo, el coyote gordo del mostacho hizo una llamada: ¡°Ten¨¦ listos los carros que ya estamos llegando¡±.

La T¨¦cnica Agropecuaria es un caser¨ªo que est¨¢ a un no s¨¦ qu¨¦ de ser un lugar bonito: recibe el aire fresco que viene del r¨ªo, el tiempo pasa despacio y sus habitantes intentan vender alguna cosa a los migrantes que est¨¢n a punto de abandonar Centroam¨¦rica. Byron, el hondure?o, y sus primos compraron cervezas para tomar aliento y valor para lo que se les viene encima; el resto nos subimos a unas lanchitas pintadas de colores y atravesamos el imponente r¨ªo Usumacinta a contracorriente, escuchando a los monos aullar desde las copas de los ¨¢rboles. ¡°Bueno, yo aqu¨ª los dejo, a partir de aqu¨ª van bajo la responsabilidad de otra gente¡±, dijo a su reba?o el coyote del mostacho. ¡°?O sea que los papelitos que nos dio ya no valen?¡±, pregunt¨® una hondure?a. ¡°No, ya no¡±, respondi¨® el coyote, se empin¨® una cerveza hasta el fondo y lanz¨® la lata al agua.

Al poner un pie en M¨¦xico, los migrantes comienzan a desaparecer, a alejarse de las carreteras transitadas. Los que han pagado un servicio caro, ser¨¢n transportados en veh¨ªculos por rutas vigiladas. Los dem¨¢s buscar¨¢n veredas y escondites.

Al cruzar la frontera de M¨¦xico, los migrantes empiezan a desaparecer. Algunos son detenidos
Al cruzar la frontera de M¨¦xico, los migrantes empiezan a desaparecer. Algunos son detenidos

En la caseta migratoria mexicana de Frontera Corozal, puesta a unos pocos metros de la ribera del r¨ªo, hab¨ªa ¡ªcomo en la estaci¨®n guatemalteca de Bethel¡ª un muy inexperto se?or de jornada laboral relajada, solo que este, en lugar de comer, reposaba en una hamaca. Luego de que interrumpi¨¦ramos su paz, le tom¨® un tiempo monumental procesarnos el ingreso: tropez¨® una y otra vez con el programa inform¨¢tico con el que a todas luces no estaba muy familiarizado. ¡°No, no es mucha la gente que sella aqu¨ª¡±, reconoci¨®, y desde la altura de su ¨¢rbol un mono lanz¨® su aullido ronco.

Pasados unos d¨ªas, me reencontr¨¦ con Byron y sus parientes en el municipio de Palenque, en Chiapas. Hab¨ªan conseguido sortear a las autoridades y planeaban escapar del sur subidos en La Bestia, ¡°el tren de la muerte¡±. Los vi partir despu¨¦s, entre los chillidos aterradores de aquella m¨¢quina herrumbrosa, armados de valor y de botellas de agua, junto a medio centenar de hombres y mujeres con miradas hoscas, alertas, como animalillos furtivos.

Otros m¨¢s llegaron a Palenque con los zapatos rotos y los pies desollados. Un grupo de muchachos, muy proclives a cantar rancheras, fueron asaltados en Babilonia: un amasijo de casas muy pobres que sirven de atajo para sortear los controles migratorios. ¡°Pens¨¦ que nos iban a matar a machetazos, que iba a ver c¨®mo mataban a mi primo¡±, me dijo ¡ªtodav¨ªa con el susto tembl¨¢ndole en la boca¡ª uno de ellos.

Otros fueron detenidos por la Guardia Nacional, cuando viajaban ocultos en un camioncito. Los atrap¨® un pomposo operativo militar: al menos cuatro veh¨ªculos repletos de hombres en verde olivo y armas largas. Los migrantes fueron ¡°rescatados¡± y metidos en ¡°perreras¡±, como se conoce a los busitos-c¨¢rcel del Instituto Nacional de Migraci¨®n. El conductor fue esposado y detenido.

Esta ruta ¡ªque comienza adentr¨¢ndose en los Estados de Chiapas, Tabasco y Veracruz¡ª es normalmente usada por migrantes hondure?os. Los guatemaltecos suelen entrar por un recorrido temible, a unas seis horas de distancia de Palenque. Es uno de los trayectos menos vigilados por las autoridades y con mayor presencia del gran crimen organizado mexicano. Para avanzar hacia el norte, los centroamericanos deben ingresar por La Mes¨ªa, una frontera casi inexistente, atravesar un poblado llamado Carmeshan y seguir por el municipio de Frontera Comalapa, se?alado como un punto rojo en el camino.

Maya Casillas, una de las pocas, de las muy pocas, personas que se dedica a la defensa de los migrantes en esta ruta, habla de Frontera Comalapa con terror: de los tantos espantos posibles, ese lugar se especializa en esclavizar mujeres para explotarlas sexualmente. Maya relat¨® el caso de dos hondure?as forzadas a prostituirse, que cuando quisieron escapar fueron interceptadas por un pandillero del Barrio 18 y amenazadas de muerte. Mientras Maya nos contaba su relato, esas chicas segu¨ªan siendo esclavizadas. Seg¨²n ella, la Fiscal¨ªa lo sabe, las autoridades del municipio lo saben, la polic¨ªa lo sabe, pero est¨¢n coludidos. ¡°Y ojo con el municipio de Maravilla Tenejapa, ese es todav¨ªa peor que Comalapa de la Frontera¡±, dijo, y me pregunt¨¦ c¨®mo puede ser eso posible.

A cuatro horas de distancia, en direcci¨®n al oc¨¦ano Pac¨ªfico, est¨¢ la ruta que sol¨ªa ser usada por los migrantes salvadore?os que atravesaban en balsas de neum¨¢tico el r¨ªo Suchiate para llegar a Ciudad Hidalgo y caminar hasta Tapachula. En realidad no era un cruce rodeado de dramatismo: los migrantes centroamericanos pasaban a todas horas, en lanchitas que todo mundo puede ver desde el puesto fronterizo. Al llegar a M¨¦xico ten¨ªan un peque?o respiro de paz en la ribera del r¨ªo, donde pod¨ªan comer un taco para animarse a entrar en aquel pa¨ªs.

Pero desde que M¨¦xico blind¨® su frontera sur, el Suchiate parece territorio en guerra: humvees llenos de militares armados recorr¨ªan la ribera, de poco m¨¢s de un kil¨®metro, sembrada de tiendas de campa?a militares y de agentes migratorios que patrullan todos los puertos de llegada de barquitas, desde el elocuente paso del Coyote, pasando por Palenque, El Lim¨®n, Los Rojos, hasta Los Cascajos.

Los lancheros se quejaban, porque antes de la militarizaci¨®n de la frontera sur, hac¨ªan cinco viajes con sus barcas, y ahora solo dos; el se?or que vend¨ªa tacos en su carret¨®n Taquer¨ªa Royer sol¨ªa vender de cinco a seis kilos de tortillas diarias y ahora dice que, con suerte, vende dos. Sobreviven apenas, ofreciendo viajes y tacos a las personas que transportan productos mexicanos de contrabando hacia Guatemala. Nadie tiene un solo gesto restrictivo para los contrabandistas; los migrantes, en cambio, deben jugarse el cuero r¨ªo abajo, por pasos solitarios y acechados.

El paso del Coyote
El paso del Coyote

Hoy Tapachula est¨¢ llena de migrantes cubanos, haitianos y africanos que han quedado atrapados en los limbos legales inexpugnables y deambulan por la ciudad como piezas que no encajan.

En las oficinas del Servicio Jesuita para los Refugiados se agolpan todos los d¨ªas decenas de migrantes extracontinentales buscando alguna luz y la asesor¨ªa de abogados que no dan abasto. Once ni?os muy ni?os jugaban a hacer el sonido de los animales en el patio de aquella instituci¨®n. Un peque?¨ªn de unos cinco a?os imitaba el sonido de un pavo, para el deleite de unas ni?as de un color diferente al de ¨¦l: gorgoteaba como ¨¦l sabe que hacen los pavos y durante unas horas era solo un ni?o, incapaz de distinguir la raza de sus peque?as amigas, y no un migrante indocumentado a merced de horrores que no podr¨ªa imaginar.

Salvador Lacruz, coordinador del Centro Fray Mat¨ªas, una ONG de ayuda a los migrantes, describi¨® una situaci¨®n que se balancea peligrosamente en la frontera del colapso: ¡°El trabajo aqu¨ª en Tapachula no tiene condiciones dignas para los mexicanos, para los centroamericanos es de semiesclavitud¡­ Hemos registrado tortura en los centros de reclusi¨®n de migrantes¡­ No hemos atendido aqu¨ª a un solo salvadore?o que no huya de violencia extrema¡±.

Todos los migrantes que dej¨¦ cientos de kil¨®metros atr¨¢s, en la ribera mexicana del Usumacinta, viajar¨¢n por el extenso e inclemente M¨¦xico, un pa¨ªs que prometi¨® detenerlos a como d¨¦ lugar, a cambio de que el presidente Trump retirara su amenaza de establecer sanciones econ¨®micas en su contra. Recorrer¨¢n miles y miles de kil¨®metros, sortear¨¢n trampas incalculables y finalmente intentar¨¢n penetrar a escondidas en el ansiado territorio estadounidense. Cuando los vi por ¨²ltima vez, ninguno de ellos sab¨ªa que es muy probable que terminen de vuelta en el pa¨ªs que acababan de dejar, porque en las alturas ¡ªque parecen inalcanzables desde esta selva¡ª se han firmado papeles que lo declaran seguro.

El 13 de agosto, 18 d¨ªas despu¨¦s de que entrara a M¨¦xico a bordo de una lancha, Byron me escribi¨® desde Caborca, en el Estado de Sonora, al norte del pa¨ªs. Permanecer¨ªa ah¨ª unos d¨ªas, intentando cruzar otro r¨ªo, para entrar a los Estados Unidos. Diez d¨ªas despu¨¦s, recib¨ª este mensaje: ¡°La verdad estamos en la frontera, ya lo intentamos, pero est¨¢ muy perra la migra. Estuvimos seis d¨ªas casi a la orilla de la l¨ªnea de EE UU, entramos, pero nos correte¨® la migraci¨®n, se nos acab¨® la comida y tuvimos que regresarnos. Ma?ana o pasado, si Dios lo permite, vamos a volver a intentarlo¡±. Eso fue lo ¨²ltimo que supe de ¨¦l. Nunca m¨¢s consegu¨ª contactarlo.

En los siguientes dos meses, desde que entr¨¦ a M¨¦xico aquel 26 de julio, El Salvador y Honduras ¡ªdos de los pa¨ªses m¨¢s violentos del mundo¡ª firmaron tratados similares al de Guatemala y as¨ª, de un plumazo, el tri¨¢ngulo norte de Centroam¨¦rica se convirti¨® en tiempo r¨¦cord en un territorio ¡°seguro¡± o en un muro planificado desde el norte.

[Consulte todos los cap¨ªtulos de Frontera sur]

Sobre este proyecto

La frontera desconocida de Am¨¦rica

Jos¨¦ Luis Sanz / Javier Lafuente

Ha sido ignorada por d¨¦cadas. La franja de tierra que conecta M¨¦xico con Centroam¨¦rica no tiene la fotogenia de un muro, ni la leyenda que el cine y los medios estadounidenses han dado al r¨ªo Bravo o los desiertos de Arizona. Se la ha tratado como una frontera latinoamericana m¨¢s: desordenada, salvaje, porosa y silenciosa. Pero se trata de la l¨ªnea divisoria que m¨¢s personas cruzan cada d¨ªa en el continente americano; una de las m¨¢s transitadas del mundo. Es cruce obligado para los cientos de miles de centroamericanos que caminan hacia el norte. M¨¢s de 120.000 migrantes han sido detenidos en M¨¦xico cada a?o en el ¨²ltimo lustro. Se estima que un 90% de la coca¨ªna que llegar¨¢ a Estados Unidos ha tocado en alg¨²n momento suelo centroamericano antes de burlar la frontera con M¨¦xico. Es una torpeza hablar de migraci¨®n, de narcotr¨¢fico, de esta regi¨®n entera, sin adentrarse en este l¨ªmite.

Un conocimiento raqu¨ªtico se cierne sobre dos fronteras separadas por unos 5.000 kil¨®metros. La lejan¨ªa de Estados Unidos agrava el desinter¨¦s por la l¨ªnea del sur: una frontera remota que no se puede contar en ciudades, sino en aldeas, ejidos y caser¨ªos; que no se relata en la voz de gobernadores, sino de alcaldes, l¨ªderes comunales, militares, campesinos y coyotes. Para entender esta l¨ªnea hay que perderse en veredas de tierra.

Son 1.138 kil¨®metros delineados por el cauce del r¨ªo Suchiate en su camino hacia el Oeste, al Pac¨ªfico; el Usumacinta que cruza la frontera entre Guatemala y M¨¦xico en busca del Golfo; y desdibujada por la selva guatemalteca a medida que busca el Caribe. Una frontera de orograf¨ªa complicada y de dif¨ªcil acceso en buena parte de su trazado. Algunos de sus municipios tienen su propio idioma y a veces sus propias leyes de silencio. Muchas de las comunidades m¨¢s olvidadas ¨C y agredidas ¨C por el Estado guatemalteco, como los Queqch¨ªs o los Cakchiqueles, se refugiaron cada vez m¨¢s en lo rec¨®ndito de esta frontera. Y otras poblaciones, como los menonitas de Belice, encontraron en el olvido de estas tierras el ¨¢rea perfecta para asentarse y construir una vida. En muchos de sus puntos, el Estado es un concepto difuso. Casi todas las pol¨ªticas de seguridad de los sucesivos Gobiernos mexicanos en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas han tenido como campo de operaciones este pedazo de tierra en el que Norteam¨¦rica se estrecha para convertirse en istmo, pero ni la implementaci¨®n ni el fracaso de esas pol¨ªticas mereci¨® m¨¢s atenci¨®n que algunas frases sueltas. Hasta ahora, la frontera sur ha vivido y evolucionado alejada de los focos y las preguntas inc¨®modas.

Las maniobras antimigratorias de Donald Trump han abierto una nueva etapa de protagonismo. Su presi¨®n para que M¨¦xico contenga de manera m¨¢s agresiva el flujo de migrantes y su reciente acuerdo para que Guatemala se convierta en primer receptor de deportados para el resto de la regi¨®n centroamericana derivaron en la militarizaci¨®n de partes de la frontera. Del lado centroamericano del Suchiate, Trump encuentra un c¨®modo silencio: ninguno de los tres presidentes del tri¨¢ngulo norte centroamericano -que aporta m¨¢s del 90% de migrantes que cruzan la frontera con M¨¦xico- ha hecho un reclamo p¨²blico a los Gobiernos estadounidense y mexicano por su pacto de empezar ¡°el muro¡± del norte en esta franja del sur.

Tambi¨¦n la construcci¨®n del ¡°tren maya¡±, con el que el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador quiere conectar desde Canc¨²n hasta Palenque, pasando por Tenosique, promete transformar la zona. En ambos casos es incierto el impacto que las nuevas pol¨ªticas tendr¨¢n, no solo en la ecolog¨ªa de la zona sino para los ecosistemas migratorio, laboral y criminal de esta parte del continente americano. La frontera sur de M¨¦xico es una inc¨®gnita en r¨¢pida mutaci¨®n.

EL PA?S y EL FARO nos hemos unido para tratar de destripar este territorio y verterlo en relatos. Como parte de la alianza que iniciamos en abril para contar Centroam¨¦rica fuera de sus fronteras, durante los pr¨®ximos seis meses equipos conjuntos de periodistas de los dos medios, m¨¢s de 20 personas en total, trabajar¨¢n para desvelar las identidades, conflictos y preguntas que esconde esta zona, para narrarla por entregas y en m¨²ltiples formatos.

Es una apuesta arriesgada, no solo por la compleja realidad que pretendemos mostrar sino tambi¨¦n por las caracter¨ªsticas propias de la zona, una de las m¨¢s olvidadas y una de las m¨¢s violentas del planeta.

Aspiramos a ahondar en lugares que, a priori, creemos conocer, como Tapachula o Tec¨²n Um¨¢n; al tiempo que penetramos en otros m¨¢s inh¨®spitos y rec¨®nditos como Xcalak, Ixcan, Bethel o Laguna del Tigre. Trataremos de ilustrar un mosaico formado por ind¨ªgenas mayas, comunidades gar¨ªfunas y misquitas, o blanqu¨ªsimos asentamientos menonitas; por flujos humanos que arrancaron en Centroam¨¦rica, ?frica o Asia; por largas extensiones de cultivos legales e ilegales; por pobreza, desigualdad, poderes pol¨ªticos indefensos y grupos armados en constante recomposici¨®n; por pa¨ªses que se deshacen all¨ª donde se encuentran.

Cap¨ªtulo 5 de Frontera Sur, pr¨®ximamente.

Cr¨¦ditos

  • Direcci¨®n del proyecto: Javier Lafuente, Jos¨¦ Luis Sanz
  • Coordinaci¨®n: Guiomar del Ser y Patricia R. Blanco
  • Edici¨®n: ?scar Mart¨ªnez, Jacobo Garc¨ªa
  • Dise?o e Infograf¨ªa: Fernando Hern¨¢ndez
  • Front-end: Bel¨¦n Polo y Nelly Natal¨ª
  • Desarrollo: Jacinto Corral
  • Textos: Jacobo Garc¨ªa, ?scar Mart¨ªnez, Roberto Valencia, Elena Reina, Carlos Mart¨ªnez y Carlos Dada
  • V¨ªdeo: Teresa de Miguel, H¨¦ctor Guerrero, Gladys Serrano, M¨®nica Gonzalez
  • Foto: H¨¦ctor Guerrero, Fred Ramos, M¨®nica Gonz¨¢lez, V¨ªctor Pe?a, Gladys Serrano
  • Edici¨®n de Imagen: H¨¦ctor Guerrero
  • Redes Sociales: Anna Lagos
  • Edici¨®n de textos: Ana Lorite
  • Edici¨®n y grafismo de v¨ªdeo: Sonia S¨¢nchez Carrasco, Eduardo Ort¨ªz
  • Edici¨®n de audio: Teresa de Miguel
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