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?rase una vez una frontera por la que trasegaban ma¨ªz, toneladas y toneladas de ma¨ªz. Lo pasaban de un pa¨ªs a otro sin pagar tasas ni aranceles, sin controles fitosanitarios. Cada d¨ªa, tr¨¢ileres y m¨¢s tr¨¢ileres colmados con ma¨ªces cosechados qui¨¦n sabe d¨®nde llegaban hasta Nuevo Orizaba, sobre la frontera de M¨¦xico y Guatemala. En ese pueblito, en un predio espacioso, los granos se ensacaban para disimular sus or¨ªgenes, y esos sacos se cargaban en otros camiones venidos desde Guatemala. Y todo esto suced¨ªa junto a una aduana sin estrenar custodiada noche y d¨ªa por el ej¨¦rcito mexicano .
No es cuento.
EL PA?S y El Faro fueron testigos del ingreso ilegal de toneladas de ma¨ªz desde M¨¦xico a Guatemala, y lo documentaron.
Camionadas. A plena luz, amparados en lo rec¨®ndito de un lugar demasiado alejado de las capitales, de la institucionalidad y del periodismo. Un d¨ªa s¨ª, otro tambi¨¦n. Un trasiego transfronterizo industrial que no est¨¢ ocurriendo por pasos ciegos, sino por uno de los ocho cruces formales que M¨¦xico reconoce en los m¨¢s de 900 kil¨®metros compartidos con Guatemala.
Los militares mexicanos destacados en Nuevo Orizaba, de hecho, detienen los camiones cuando regresan cargados a Guatemala, pero hay ¨®rdenes expl¨ªcitas de respetar la compraventa. ¡°El ma¨ªz lo transportan para ac¨¢, pero nom¨¢s se les revisa lo que es que no haya drogas y armas¡±, se limita a responder uno de los soldados ¡ªbajo condici¨®n de anonimato¡ª.
Esos ma¨ªces no solo se riegan por toda Guatemala. ¡°Van para Honduras y El Salvador, solo que all¨¢ entran como si fuera ma¨ªz guatemalteco¡±, dice Gustavo Adolfo Rivas, presidente de la guatemalteca Asociaci¨®n Nacional de Granos B¨¢sicos.
Un negocio ilegal espoleado por los precios a uno y otro lado de la frontera. El quintal de ma¨ªz (45,36 kilos o 100 libras) que en la segunda semana de septiembre pod¨ªa adquirirse en Veracruz por 13,56 d¨®lares (12,35 euros) costaba 18,48 d¨®lares (16,83 euros) en Ciudad de Guatemala, un 35% m¨¢s. Los precios disparejos y la pasividad estatal ¡ªel paso fronterizo lo custodian la Secretar¨ªa de la Defensa Nacional de M¨¦xico y el ej¨¦rcito de Guatemala¡ª han consolidado un contrabando que mueve millones de d¨®lares.
Y para comprender por qu¨¦ se ha desarrollado a niveles tan superlativos, nada mejor que desenredar los enredos pasados y presentes de la regi¨®n en la que suceden: el Ixc¨¢n.
1. LOS CUATRO D?AS ETERNOS DE LA FAMILIA LUX
Febrero de 1982. Cuando el ej¨¦rcito de Guatemala se encamin¨® hacia la aldea Santa Mar¨ªa Tzej¨¢, la familia Lux se hab¨ªa partido en dos. Ante los rumores de que los soldados estaban arrasando con todo y con todos en el Ixc¨¢n, los Lux ¡ªpadre, madre, seis hijos entonces¡ª hab¨ªan abandonado su hogar a primera hora y se hab¨ªan ocultado en su parcela, selva adentro.
Estando all¨¢, Juan Lux, el padre, intuy¨® que no ser¨ªa una incursi¨®n m¨¢s y regres¨® a la casa por provisiones, con la esperanza de llegar antes que los militares. Pidi¨® a sus hijos m¨¢s crecidos ¡ªJuan y Delfina¡ª que lo acompa?aran; el mayor ten¨ªa 15 a?os. En la parcela quedaron Isabel Santos, la madre, y otros cuatro hijos; el menor a¨²n no hab¨ªa cumplido los dos.
Los Lux son ind¨ªgenas maya k'iche' y se hab¨ªan instalado en el Ixc¨¢n a finales de los sesenta; colonizadores en clave cooperativista.
En febrero de 1982 Guatemala estaba en plena campa?a electoral, quiz¨¢ la m¨¢s violenta de su historia. Cuatro grupos guerrilleros acababan de formalizar la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), y el Estado acentu¨® sus pol¨ªticas de tierra arrasada [la guerra civil dej¨® 200.000 muertos, seg¨²n la Comisi¨®n para el Esclarecimiento Hist¨®rico] en las zonas que cre¨ªa que apoyaban m¨¢s a los guerrilleros. A los ojos del alto mando, el Ixc¨¢n era un semillero de comunistas.
Antes de Santa Mar¨ªa Tzej¨¢, las Fuerzas Armadas hab¨ªan arrasado, una tras otra, cuanta aldea y comunidad organizada ten¨ªan identificada: Trinitaria, Santa Clara, San Juan la 15, El Quetzal, Pueblo Nuevo¡ Masacraban a los incautos que a¨²n no hab¨ªan huido y quemaban hogares, propiedades y cultivos. Luego avanzaban al siguiente poblado.
¡°Yo era cooperativista y alcalde auxiliar, me ten¨ªan en la lista negra¡±, dice Juan Lux 37 a?os despu¨¦s. La guerrilla del Ej¨¦rcito Guerrillero de los Pobres (EGP) operaba en el Ixc¨¢n desde hac¨ªa a?os, y ¨¦l hab¨ªa aprendido a lidiar con las visitas espor¨¢dicas, ora de guerrilleros, ora de militares. Pero aquello de febrero de 1982 era distinto. ¡°Yo ten¨ªa una buena casa, de pura caoba, y los soldados me la quemaron¡±, dice.
La casa en llamas, aquel d¨ªa, era el problema menor. Cuando Juan Lux y sus dos hijos regresaban con las provisiones, vieron una docena de cad¨¢veres, ni?os y adultos. Despu¨¦s, oyeron r¨¢fagas de fusil cerca de donde hab¨ªan dejado a Isabel Santos. Se movieron con el mayor sigilo posible, lejos de las veredas, pero no hallaron al resto de la familia donde la hab¨ªan dejado. Se temieron lo peor.
Enmonta?ados, Juan e Isabel no supieron el uno de la otra durante cuatro d¨ªas y cuatro noches eternas.
Una tarde, por la tozudez de Juan Lux y tras incontables caminatas por zonas en las que intu¨ªa que podr¨ªa estar su familia, termin¨® hallando a su esposa y a sus cuatro hijos. No hab¨ªan comido nada. El chiquito, Jos¨¦ Luis, estaba tan d¨¦bil que no pod¨ªa pararse [ponerse de pie], mucho menos caminar. Pero la alegr¨ªa de aquel rencuentro qued¨® marcada para siempre en la memoria del primog¨¦nito. ¡°Cuando mi padre trajo a mi mam¨¢ y a mis hermanos, esa noche hicimos una fogata en la monta?a, cocinaron y comimos...¡±, dice.
Fue una felicidad corta. Como miles de ixcanecos antes que ellos ¡ªind¨ªgenas en su inmensa mayor¨ªa¡ª, los Lux concluyeron que era el momento de enfilar hacia la frontera y buscar alg¨²n campo de refugiados en M¨¦xico. Y hacia all¨¢ marcharon caminando con poco m¨¢s que lo puesto.
?QU? ES EL IXC?N?
Ayer, a mediados del siglo XX, el Ixc¨¢n era una selva casi virgen.
Hoy, el Ixc¨¢n es un municipio de unos 100.000 habitantes y 1.575 kil¨®metros cuadrados que ocupa el norte del departamento de Quich¨¦, en la Guatemala m¨¢s ind¨ªgena y genuina. Es una regi¨®n lluviosa ¡ªen un mes cae m¨¢s agua ac¨¢ que en Madrid en un a?o entero¡ª y caliente ¡ªes raro que el term¨®metro baje de los 18 grados y con facilidad supera los 34¡ª; clima tropical de manual. M¨¢s datos de boca de Ra¨²l Gutierrez, el alcalde de Ixc¨¢n: siete microrregiones, 196 comunidades, una cabecera llamada Playa Grande, el 77% de poblaci¨®n ind¨ªgena ¡ªq'eqchi', mam, q'anjob'al, k'iche', poqomchi', popti', kaqchikel, ixil¡ hasta 12 grupos etnoling¨¹¨ªsticos¡ª y el 22% de mestizos; Babel. Otro dato: el Ixc¨¢n est¨¢ en la cuenca de un r¨ªo poderoso, el Chixoy, cuyas aguas terminan en el mar Caribe rebautizadas como r¨ªo Usumacinta. Y un dato m¨¢s, uno esencial para comprender el boom del contrabando: el conf¨ªn norte del municipio es una l¨ªnea recta de 54 kil¨®metros, una de esas fronteras trazadas con escuadra y cartab¨®n; y al otro lado de la l¨ªnea se suceden ejidos, fincas y peque?as comunidades pertenecientes a Benem¨¦rito de las Am¨¦ricas, Marqu¨¦s de Comillas y Ocosingo, tres municipios del Estado de Chiapas.
Playa Grande est¨¢ a ocho horas en carro de la capital; a tres y media de la cabecera departamental m¨¢s cercana, Cob¨¢n; y a dos y media del hospital m¨¢s pr¨®ximo, el de Barillas. Lejos de casi todo, sin apenas presencia en los noticieros y peri¨®dicos nacionales. Parad¨®jicamente, fue un escenario medular durante la guerra que desangr¨® el pa¨ªs entre 1960 y 1996. El ej¨¦rcito de Guatemala concibi¨® y pertrech¨® la base militar Playa Grande (que despu¨¦s cedi¨® su nombre al enclave) como el centro neur¨¢lgico de la represi¨®n y el genocidio.
El 30 de diciembre de 1996, el d¨ªa despu¨¦s de la firma de los acuerdos de paz, un grupo de comandantes guerrilleros vol¨® al Ixc¨¢n y fueron recibidos en la base por el ministro de Defensa y dem¨¢s generalotes. Se abrazaron, brindaron con whisky, sembraron un ¨¢rbol. El acto, cargado de simbolismo, fue impulsado por la Nobel de la Paz Rigoberta Mench¨². En aquella avioneta que despeg¨® desde la capital logr¨® colarse Blanche Petrich (66 a?os), periodista mexicana que hab¨ªa cubierto la guerra para el diario La Jornada.
Petrich cumpl¨ªa 44 a?os aquel 30 de diciembre y estaba en Guatemala con su hijo de ocho, pero ni lo uno ni lo otro impidieron el viaje: ¡°Yo ten¨ªa mucho v¨ªnculo con la zona por las tres o cuatro veces que hab¨ªa estado, y tambi¨¦n con la comandancia; quise ir porque sab¨ªa que el Ixc¨¢n fue un teatro de guerra muy intenso al que se le prest¨® poca atenci¨®n, y para m¨ª period¨ªsticamente era un cierre importante¡±. Incluso consigui¨® una plaza para su hijo en la avioneta. ¡°Por ah¨ª tengo una foto de ¨¦l en un tanque, algo que no le hizo mucha gracia¡±, dice.
En un plano m¨¢s subjetivo, datos raspados de mi libreta que quiz¨¢ ayuden a imaginar el Playa Grande actual son sus calles sin pavimentar salvo pocos centenares de metros; la infinidad de cantos rodados en sus calles polvorientas, m¨¢s propios de las orillas de los r¨ªos; el avispero de motocicletas en el que se mueven adolescentes, padres, abuelas y familias completas, sin casco nadie; sus casonas de colores y dise?os histri¨®nicos; una ciudad en la que la noche en uno de los hoteles de m¨¢s renombre, el Reina Vasti, cuesta menos de 20 d¨®lares; y de nuevo su calor, diab¨®lico por ratos, que te hace sudar tanto que apenas es necesario orinar, aunque uno se la pase bebiendo todo el d¨ªa.
Como municipio, el Ixc¨¢n es m¨¢s joven que yo: un decreto gubernamental le dio vida administrativa el 21 de agosto de 1985.
A. EL 'TRANSE' COMIENZA EN UN PUEBLO FRONTERIZO MEXICANO
En este pueblito chiapaneco llamado Nuevo Orizaba, el producto estrella del contrabando es el ma¨ªz. Se transa en un predio espacioso y todos ac¨¢ saben que andan en algo ilegal. Quiz¨¢ eso explica la malquerencia al periodista.
Nuevo Orizaba es un conjunto de casas y negocios levantados sin mucho orden a orillas de una carretera conocida como la Fronteriza del Sur; m¨¢s de 400 kil¨®metros de v¨ªa asfaltada junto a la frontera con Guatemala. Nuevo Orizaba pertenece al municipio de Benem¨¦rito de las Am¨¦ricas, pero el casco urbano est¨¢ a 80 kil¨®metros de distancia.
Alguien eligi¨® este lugar ignoto para establecer un paso fronterizo formal. De la Fronteriza del Sur a la frontera hay menos de un kil¨®metro, y quien lo recorre pasa s¨ª o s¨ª junto al predio en el que se trasiegan los ma¨ªces.
Hoy es lunes 24 de junio, tres de la tarde, y el predio est¨¢ especialmente movido. Hay no menos de 20 camiones parqueados, incluidos cuatro tr¨¢ileres Kenworth articulados y con remolque ¡ªnueve ejes por todo, 34 ruedas¡ª, capaces de mover 50 toneladas por viaje. Placas mexicanas y placas guatemaltecas, casi mitad y mitad. Est¨¢n a lo suyo, como si nada.
Camino hacia un grupo de personas junto a un cami¨®n. Son trabajadores que se ganan la vida ensacando y moviendo el ma¨ªz mexicano. Me presento como periodista y, para justificar mi presencia, pregunto primero por la Guardia Nacional, que el Gobierno dice que ya despleg¨® en esta frontera. Se miran unos a otros. Nadie responde. Caras de pocos amigos.
Me alejo y voy hacia la rudimentaria cancha de f¨²tbol situada a la par del predio, cuyo contorno tambi¨¦n sirve como parqueadero para camiones, otros ocho. Bajo la sombra de unos ¨¢rboles, en unas hamacas ro¨ªdas, descansan dos j¨®venes. Tambi¨¦n hay desconfianza, pero no tanta hostilidad.
Son ind¨ªgenas q'eqchi' de Chisec, municipio del departamento de Alta Verapaz, con dificultades para expresarse en espa?ol. Se ganan la vida descargando camiones. Son parte de un grupo de ocho venido de Chisec y suman ya cuatro semanas en Nuevo Orizaba.
Les pagan dos quetzales por cada quintal empacado y movido. Cada uno junta entre 350 y 400 quetzales diarios, entre 40 y 50 d¨®lares. Es un trabajo rompedor, bajo el calor diab¨®lico, y el salario puede sonar escaso ante ojos europeos o de los estratos privilegiados de las sociedades latinoamericanas, pero para ellos ganar hasta 1.400 d¨®lares mensuales [el salario medio en Guatemala es inferior a 600 d¨®lares] representa una fortuna. Trabajan a destajo dos o tres meses, viven amontonados en una casucha rentada y, cuando juntan suficiente plata, regresan a sus aldeas. ¡°Nosotros descargamos el ma¨ªz y ya¡±, me dice entre dientes uno de ellos.
El precio del ma¨ªz fluct¨²a durante el a?o, pero en M¨¦xico siempre est¨¢ m¨¢s barato que en Guatemala. En estos d¨ªas en Nuevo Orizaba se compra a 120 quetzales el quintal (15,6 d¨®lares), cuando en Ciudad de Guatemala se est¨¢ pagando a 150 quetzales (19,4 d¨®lares).
Hay una caseta en la entrada al predio. Tanto los camiones mexicanos como los guatemaltecos cancelan ah¨ª una peque?a cantidad por utilizarlo, dineros que dizque se usan para beneficio de la comunidad. Una actividad ilegal se gana as¨ª la empat¨ªa ¡ªy la protecci¨®n¡ª de los lugare?os, mayas tzeltales en su mayor¨ªa.
En la caseta, meci¨¦ndose en una hamaca, hay un joven camionero guatemalteco. ?l descansa mientras cargan su cami¨®n, que luego llevar¨¢ hasta San Agust¨ªn Acasaguastl¨¢n, a siete horas de Nuevo Orizaba.
El vaiv¨¦n de camiones no cesa, y eso que toma horas vaciar cada uno. Lo habitual es que las rastras mexicanas traigan el ma¨ªz a granel, a la par se parquea un cami¨®n chap¨ªn [t¨¦rmino que se utiliza para referirse de forma coloquial a los guatemaltecos], y los cargadores comienzan a ensacar los granos y a cargarlos. Ponen un pl¨¢stico en el suelo, para que se pierda lo m¨ªnimo, y otro pl¨¢stico sobre las cabezas, para que el sol no los achicharre.
Justo donde termina el predio hay una aduana, o lo que el Gobierno mexicano levant¨® para que fuera una flamante aduana; son unas instalaciones primermundistas en completo desuso, aunque custodiadas por el ej¨¦rcito mexicano. Un soldado vigila a apenas 20 metros de donde se transan los ma¨ªces.
Nuevo Orizaba es en esencia eso: un poblado en el que convergen camioneros mexicanos y chapines y grupos de cargadores que se disputan mover los ma¨ªces de un cami¨®n a otro. Quiz¨¢ eso explique que, pese a estar en medio de la nada, en Nuevo Orizaba haya hoteles en los que quedarse una o dos noches, por si hay m¨¢s camiones que brazos para vaciarlos, y hasta un prost¨ªbulo.
2. JUAN LUX, EL COLONIZADOR
Juan Lux (75 a?os) naci¨® pobre entre los pobres en una aldea llamada Canill¨¢ ¡ªdevino municipio en 1951¡ª, en el coraz¨®n del Quich¨¦. Naci¨® pobre pero con una viveza que a¨²n irradia esta tarde de finales de junio, en su casa de Santa Mar¨ªa Tzej¨¢, en el Ixc¨¢n.
Le toc¨® ganarse la vida desde ni?o limpiando milpas ajenas, estudi¨® lo que le permitieron y siempre estuvo dispuesto a viajar. Trabaj¨® estacionalmente en los campos de algod¨®n de la costa del Pac¨ªfico y pas¨® unos meses en Ciudad de Guatemala, en casa de una abuela.
JUAN LUX, EL COLONIZADOR ¡°Yo era cooperativista y alcalde auxiliar, me ten¨ªan en la lista negra¡± Edad: 75 a?os.Coloniz¨® Santa Mar¨ªa Tzej¨¢ (Ixc¨¢n) junto a un grupo de ind¨ªgenas maya k'iche'. El ej¨¦rcito quem¨® su casa en 1982. No tiene jubilaci¨®n: cultiva milpa y cuida de sus animales.
Ah¨ª, dice, abri¨® los ojos: ¡°En la capital vi el desarrollo, ?va? La gente ten¨ªa carro, ten¨ªa tantas cosas, y yo... yo no ten¨ªa nada, pues; estaba cabr¨®n¡±. Juan Lux habla sin filtros. Se lo ha ganado. Peque?o, enjuto y piel requemada, es alguien que septuagenario todav¨ªa siembra su milpa y alimenta a sus animales, alguien para el que jubilaci¨®n, pensi¨®n y vacaci¨®n siguen siendo conceptos extra?os.
A inicios de los sesenta lleg¨® al Quich¨¦ un sacerdote gallego ¡ªgallego de Galicia¡ª llamado Luis Gurriar¨¢n, el padre Luis. En aquella d¨¦cada, el Gobierno guatemalteco impuls¨® a trav¨¦s del Instituto Nacional de Transformaci¨®n Agraria la colonizaci¨®n de ¨¢reas selv¨¢ticas despobladas, como el Pet¨¦n y el Ixc¨¢n, y se apoy¨® en una Iglesia cat¨®lica en plena efervescencia interna, tras el Concilio Vaticano II.
Desde la di¨®cesis de Quich¨¦, el padre Luis se sum¨® a otros esfuerzos colonizadores iniciados por otros curas ¡ªGuillermo Woods, Ram¨®n Falla¡ª y organiz¨® un grupo para movilizarse hasta un terreno selv¨¢tico de propiedad estatal en la margen izquierda del r¨ªo Tzej¨¢, un afluente del r¨ªo Chixoy. Ya casado con Isabel Santos y padre, el joven Juan Lux ¡ª25 a?os ten¨ªa¡ª vio aquello como la oportunidad de ser al fin propietario.
Unos pocos valientes m¨¢s atendieron el llamado del padre Luis y se fueron caminando desde Uspant¨¢n hasta el pedazo de selva que hoy se llama Santa Mar¨ªa Tzej¨¢, seis d¨ªas de traves¨ªa. As¨ª lo recuerda Juan Lux: ¡°Luis nos dijo: vamos a ir a ver si nos favorece, porque si no, ?para qu¨¦? Y nos fuimos; no hab¨ªa nada, nada, nada, pura monta?a virgen, selva todo esto. Hab¨ªa unas familias en Santa Mar¨ªa Dolores, pero hasta ac¨¢ nos toc¨® romper el camino¡±.
Los de aquel grupo eran casi todos ind¨ªgenas maya k'iche'. Que casi todos los llegados pertenecieran al mismo grupo ayud¨® a preservar el idioma; al menos para ganar una generaci¨®n. ¡°Mis hijos dominan m¨¢s el espa?ol, pero no se les ha olvidado el k'iche'¡±, dice Juan Lux.
El modelo econ¨®mico elegido por el padre Luis fue el cooperativismo, y la cooperativa que comenz¨® a operar en Santa Mar¨ªa Tzej¨¢ fue bautizada como Zona Reyna R.L., constituida legalmente en octubre de 1969.
A los meses, con parcela asignada, Juan Lux concluy¨® que exist¨ªan las condiciones para traer a su familia. Y ah¨ª, en Tzej¨¢, en medio de la selva, comenz¨® a levantar aquella casa de pura caoba que el ej¨¦rcito de Guatemala le quem¨® el 15 de febrero de 1982.
CONTRABANDO Y NARCOTR?FICO
Una avioneta de no menos de 600.000 d¨®lares tirada en un meandro del Chixoy, accidentada. La Fuerza A¨¦rea guatemalteca la ubic¨® el pasado 13 de junio en la aldea Nueva M¨¢quina, en el Ixc¨¢n, cubierta con unos pl¨¢sticos negros, para disimularla. Sola y vac¨ªa, en la orilla, a¨²n dejaba escapar fluidos aceitosos sobre las aguas achocolatadas del r¨ªo.
Era una Beechcraft, modelo Super King Air 200. Un aparato poco m¨¢s largo que un bus, pero capaz de volar de un tir¨®n hasta Ecuador cargada con una tonelada y media. Se accident¨® a apenas cinco kil¨®metros de la frontera, a siete del destacamento militar del ej¨¦rcito de Guatemala en Ingenieros.
Dos semanas despu¨¦s, el 26 de junio, el Estado guatemalteco se propuso inutilizar una pista clandestina en la aldea Nueva M¨¢quina. Era mi pen¨²ltimo d¨ªa en el Ixc¨¢n. Durante toda la ma?ana, Playa Grande fue un vaiv¨¦n de camionetas y patrullas. Fiscales, soldados y polic¨ªas de la Divisi¨®n Antinarc¨®tica llegaron hasta Nueva M¨¢quina con la voluntad ¡ªy el papeleo¡ª de destruir la pista, pero docenas de vecinos los esperaban, les impidieron el paso, y ah¨ª qued¨® todo. A un guionista de esas series de narcos tan Netflix le costar¨ªa inventar una secuencia que retrate tan bien el raquitismo del Estado guatemalteco en el Ixc¨¢n.
No fue una casualidad que algo as¨ª ocurriera justo cuando yo estaba en el Ixc¨¢n. Dos meses despu¨¦s, el 17 de agosto, otra avioneta se accident¨® cuando quiso aterrizar en otra pista clandestina, esta en la aldea Tres Lagunas. Nueva M¨¢quina y Tres Lagunas est¨¢n a ocho kil¨®metros una de la otra. Tambi¨¦n hubo tiempo para vaciar la aeronave, quemarla en un zanj¨®n y hasta cubrirla con hojas de palma. Y tambi¨¦n los vecinos obstaculizaron a fiscales y polic¨ªas cuando al d¨ªa siguiente se apersonaron.
Desde hace d¨¦cadas, el Ixc¨¢n es un eslab¨®n m¨¢s en la cadena que permite que toneladas de coca¨ªna vuelen cada a?o desde Sudam¨¦rica hasta los orificios nasales de los gringos. Si en esta cr¨®nica no se le ha dado m¨¢s volumen al tema del narcotr¨¢fico es porque ya se narr¨® en La frontera perdida en la selva y en El Caribe turbio. Pero ac¨¢ todos saben. Es secreto a voces.
En la conciencia colectiva ixcaneca, el narco explica las mansiones desmedidas, los hoteles y negocios sin apenas clientela, la pasividad de las autoridades locales, y hasta el arraigo que tienen la m¨²sica grupera y la mexicanidad. Y va m¨¢s all¨¢ de la vox populi. ¡°Aqu¨ª hay grupos narcotraficantes, y ya empezaron a implementar la violencia como medio para apoderarse de los territorios¡±, me dir¨¢ el alcalde.
B. LOS MA?CES ENTRAN EN GUATEMALA
Los espa?oles dicen ¡®Como Pedro por su casa¡¯ donde en Centroam¨¦rica y M¨¦xico decimos ¡®Como Juan por su casa¡¯. Da igual Juan que Pedro; el dicho ilustra a cabalidad c¨®mo ingresan en Guatemala los ma¨ªces trasegados en Nuevo Orizaba.
El ej¨¦rcito mexicano custodia la aduana sin estrenar, pero no sellan pasaportes, ni siquiera los exigen. Tres soldados pasan el d¨ªa bajo una gigantesca bandera mexicana, deteniendo a cuanto carro se acerca, pero con una consigna clara: ¡°Se les revisa lo que es que no haya drogas y armas¡±. Los ma¨ªces, las Corona, el aceite Patrona y todo lo dem¨¢s va de un pa¨ªs al otro sin reparo.
Del lado chap¨ªn no hay aduana ni nada que se le asemeje; solo una garita en la que el propietario del terreno exige un pago por cada carro, pick-up o cami¨®n que pasa con mercader¨ªa mexicana. En la aldea Ingenieros, el ej¨¦rcito de Guatemala tiene un destacamento, pero como si no hubiera nada.
Y si por el paso formal de Nuevo Orizaba/Ingenieros entra y sale de todo, adquiere tintes enigm¨¢ticos saber por qu¨¦ los 54 kil¨®metros de frontera que el Ixc¨¢n tiene con M¨¦xico est¨¢n salpicados de pasos ciegos para veh¨ªculos de todo tipo, camiones incluidos. ¡°Unos 20¡±, me dir¨¢ el alcalde; seguramente son m¨¢s.
Escuch¨¦ varias explicaciones: que est¨¢n para la droga y las armas; que son los planes b para cuando comience a operar una aduana en toda regla; que porque el tr¨¢nsito se cierra cuando los soldados se van a las nueve de la noche; que por las mordidas que exigen los polic¨ªas guatemaltecos a los camioneros desde Ingenieros a Playa Grande. Sea la raz¨®n que sea, la frontera entre el Ixc¨¢n y M¨¦xico es un colador.
Para esta cr¨®nica yo entr¨¦ en territorio mexicano por los pasos ciegos de Dari¨¦n, de Primavera Frontera y de San Felipe, adem¨¢s de Ingenieros. Recorr¨ª unos 40 kil¨®metros por la carretera Fronteriza del Sur y almorc¨¦ en dos taquer¨ªas de Nuevo Orizaba, pero seg¨²n los registros migratorios, yo no he estado en M¨¦xico este a?o.
Adem¨¢s de los tres citados, hay pasos ciegos en Los ?ngeles, Pueblo Nuevo, Cuarto Pueblo, Tierra Linda, Punto Chico, Carolina-Atenas, Sonora, Santa Cruz, Nuevo Para¨ªso, Las Mu?ecas¡ en casi la totalidad de las aldeas y comunidades ixcanecas que est¨¢n junto a la frontera, sobre una calle que es el espejo chap¨ªn de la Fronteriza del Sur, solo que sin asfaltar.
Sin asfalto no significa sin mantenimiento. El Estado guatemalteco contrata una vez al a?o una empresa para que con motoniveladoras y rodos garantice el acceso hasta Nuevo Orizaba, mantenimiento que beneficia sobremanera a los trasegadores de ma¨ªz.
¡°Camiones, carros, motos¡ por ac¨¢ pasa de todo¡±, dice Miguel.
Miguel M¨¦ndez (60 a?os) y su sobrino Juan M¨¦ndez (29) caminan de Guatemala a M¨¦xico. Para ellos no es m¨¢s que un paseo de 25 minutos entre Nuevo Veracruz, el ejido en el que viven, y San Felipe, la aldea del Ixc¨¢n a la que Juan y Miguel se acercaron a tomar unas cervezas.
¡°En Veracruz no venden y fuimos a echarnos un par¡±, dice Juan con la soltura que da estar bajo sus efectos.
Son tambi¨¦n mayas, pero tzeltales. Ambos adoran al presidente mexicano, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, porque desde enero el Gobierno les deposita en sus cuentas dinero ¡ª3.000 pesos a Miguel, 4.500 a Juan (unos 150 y 230 d¨®lares)¡ª por ser beneficiarios de programas sociales.
Les ense?o en mi celular la portada del diario El Universal del 20 de junio, con un titular que dice: Guardia Nacional sella 23 municipios del sur, acompa?ado de un mapa en el que aparece Nuevo Orizaba como uno de los lugares de despliegue del nuevo cuerpo armado. Miguel y Juan se miran y luego me miran con la misma incredulidad con la que en el Ixc¨¢n me respondieron cuando pregunt¨¦ si esta frontera se puede sellar.
3. JUAN LUX HIJO, EL GUERRILLERO
Juan Lux hijo (52 a?os) ten¨ªa apenas 15 a?os cuando el Ej¨¦rcito arras¨® su aldea. ¡°Despu¨¦s de ver aquello, me incorpor¨¦ en la guerrilla¡±, dice mientras maneja un microb¨²s desde Playa Grande a Cob¨¢n en el que solo vamos ¨¦l, su hijo adolescente y yo.
Durante cuatro a?os fue parte del Ej¨¦rcito Guerrillero de los Pobres (EGP), la guerrilla m¨¢s activa en el Ixc¨¢n. Una adolescencia fusil en mano de la que le qued¨® un recuerdo que hoy me muestra con orgullo, apart¨¢ndose el pelo del lado derecho de su cabeza: un balazo.
JUAN LUX, EL GUERRILLERO ¡°Despu¨¦s de ver aquella matanza, me incorpor¨¦ a la guerrilla¡± Edad: 52 a?os. Con 15 a?os, despu¨¦s de que militares guatemaltecos arrasaran su aldea, se alist¨® en el Ej¨¦rcito Guerrillero de los Pobres.
Profesi¨®n actual: conductor
En 1986 se alej¨® del EGP. ¡°Ya me hab¨ªa cansado y me estaba atacando la debilidad; sin comida y todos los d¨ªas bombardeos, guerras, plomo... estaba muy d¨¦bil¡±, dice. Cruz¨® la frontera para juntarse con el resto de los Lux, instalados ya en Chetumal, Quintana Roo, en la misma condici¨®n de refugiados que el Acnur otorg¨® a m¨¢s de 45.000 guatemaltecos huidos por la guerra.
Trabaj¨® en el campo y tambi¨¦n en la ciudad ¡ªfue barman en la tur¨ªstica Canc¨²n¡ª, pero en 1990 quiso probar suerte y march¨® indocumentado a Estados Unidos, a Los ?ngeles. All¨¢ estaba cuando finaliz¨® la guerra civil, y no le cost¨® regresarse al Ixc¨¢n cuando su padre le dijo que, fruto de las negociaciones, hab¨ªa logrado que les devolvieran las tierras de Santa Mar¨ªa Tzej¨¢ de las que el ej¨¦rcito los sac¨® en febrero de 1982.
Cincuent¨®n ya, Juan Lux hijo habla con orgullo de su condici¨®n de ind¨ªgena y de hombre de campo: cuida a sus animales y siembra varias manzanas con ma¨ªz, frijol, soya, pero lo hace sin qu¨ªmicos ni quemas, rotando cultivos. Es un activista contra la palma africana.
Le comento el caso de los agricultores tzeltales que conoc¨ª en el paso ciego; ellos s¨ª cedieron y sembraron varias manzanas de su parcela con palma africana, cultivo que est¨¢ en el ojo del hurac¨¢n por su capacidad para desecar nacimientos de agua. ¡°Es gente que solo mira el hoy y no por sus hijos¡±, responde, calla unos segundos, y dispara: ¡°?Qu¨¦ futuro voy a dejar a mis nietos si nos acabamos el agua?¡±.
LOS IXCANECOS SE MATAN POCO
A pesar de la guerra; a pesar de la base militar Playa Grande, del Ej¨¦rcito Guerrillero de los Pobres y de los patrulleros civiles; a pesar de la frontera, del contrabando y del narco; a pesar de la institucionalidad raqu¨ªtica; a pesar de que todo se ha concentrado en medio siglo; a pesar de que este municipio es parte del Tri¨¢ngulo Norte de Centroam¨¦rica; a pesar de los pesares¡ el Ixc¨¢n es una zona tranquila. Apelando a un lugar com¨²n, podr¨ªa considerarse un remanso de paz dentro de la regi¨®n m¨¢s violenta del mundo.
Lo dicen los datos oficiales. Seg¨²n la Polic¨ªa Nacional Civil, en el Ixc¨¢n se cometieron 29 homicidios en el lustro comprendido entre 2014 y 2018, uno cada dos meses. La tasa en 2018 fue de cuatro homicidios por cada 100.000 habitantes, mientras que en toda Guatemala fue de 26; en M¨¦xico, 29; en Honduras, 40; y en El Salvador, 50 homicidios por cada 100.000 habitantes.
En mayo de 2019 mataron a una mujer en la feria de Playa Grande, un asesinato que todo mundo al que pregunt¨¦ relacion¨® con el narcomenudeo. Para hallar otro asesinato de una mujer en el Ixc¨¢n hay que remontarse hasta junio de 2012; siete a?os sin homicidios de mujeres en un municipio de 100.000 habitantes del Tri¨¢ngulo Norte.
Lo avala tambi¨¦n un experto. Carlos Mendoza (47 a?os) es el director del Observatorio de Violencia de la oeneg¨¦ Di¨¢logos, un referente en Guatemala en el monitoreo de la violencia homicida. Los n¨²meros del Ixc¨¢n est¨¢n en sinton¨ªa con los de la Guatemala de amplia mayor¨ªa ind¨ªgena; es decir, muy por debajo del promedio nacional.
¡°La cosmovisi¨®n maya es un freno para la violencia, definitivamente ¡ªdice Mendoza¡ª. Hablando de modelos econom¨¦tricos, la variable ¨¦tnica es estad¨ªsticamente significativa; es decir, en aquellos municipios en los que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n se identifica como ind¨ªgena, es m¨¢s probable que haya tasas de violencia homicida bajas. Hay una variable cultural relacionada con el derecho consuetudinario de los pueblos ind¨ªgenas, adem¨¢s de su cohesi¨®n social, su fuerte identidad ¨¦tnica, y sus propios mecanismos de solucionar conflictos¡±.
Y lo dicen tambi¨¦n quienes conviven con la violencia d¨ªa a d¨ªa en el Ixc¨¢n. Ante una emergencia m¨¦dica, los ixcanecos tienen dos opciones: llevar al herido por cuanta propia o llamar a Bomberos Voluntarios, el ¨²nico cuerpo de socorro que opera en el municipio.
Mildred Di¨¦guez (41 a?os) y Domingo Tiul Caal (32) trabajan en la 87? compa?¨ªa de Bomberos Voluntarios ¡ªla radicada en Playa Grande¡ª desde hace 21 y 8 a?os, respectivamente. Responden sin titubear que los asesinatos son algo excepcional en su trabajo. Las emergencias que m¨¢s atienden son los accidentes de motocicleta ¡ªnadie lleva casco en el Ixc¨¢n¡ª, los embarazos complicados y lo que en sus fichas registran como ¡®enfermedad com¨²n¡¯.
C. LOS MA?CES ILEGALES INVADEN GUATEMALA
Despu¨¦s de Nuevo Orizaba/Ingenieros, los camiones colmados de ma¨ªces recorren 25 kil¨®metros hasta rencontrarse con el asfalto. Ocurre en las afueras de Playa Grande, cuando la calle sin pavimento desemboca en la llamada Franja Transversal del Norte.
El camionero con el que platiqu¨¦ en Nuevo Orizaba iba a San Agust¨ªn Acasaguastl¨¢n, a siete horas. ¡°Pero el ma¨ªz mexicano lo encontr¨¢s a nivel nacional¡±, dice Gustavo Adolfo Rivas (57 a?os), el presidente de la guatemalteca Asociaci¨®n Nacional de Granos B¨¢sicos (Anagrab). Ma¨ªces mexicanos los han hallado en Mazatenango (a 11 horas de Nuevo Orizaba), en Escuintla (a nueve horas y media), en Uspant¨¢n (a seis), en Jutiapa (a nueve), en¡ ¡°Y esto sigue creciendo cada a?o¡±, dice Rivas.
La C¨¢mara Guatemalteca de Alimentos y Bebidas calcula que el 22,5% del ma¨ªz blanco ¡ªel usado para hacer tortillas¡ª que se consumi¨® en el pa¨ªs en 2018 era de contrabando. Y el consumo en Guatemala se estima en m¨¢s de 40 millones de quintales anuales.
F¨¢cil podr¨ªan traducirse esos n¨²meros en dinero que el Estado guatemalteco deja de recaudar, pero los impactos mayores son en otros ¨¢mbitos. En el Ixc¨¢n, por ejemplo, cientos de hect¨¢reas en las que hace una d¨¦cada se sembraba ma¨ªz hoy est¨¢n tomadas por la palma africana; el grano b¨¢sico ya no es rentable. Y una regi¨®n que por d¨¦cadas fue receptora de migrantes hoy es tan expulsora de sus hijos como el resto de Centroam¨¦rica.
¡°Tenemos la sospecha de que una parte del ma¨ªz viene desde Estados Unidos y est¨¢ gen¨¦ticamente modificado¡±, apuntala Rivas el combo de problemas que genera el contrabando.
El trasiego industrial de ma¨ªces en el Ixc¨¢n se conoce en Guatemala. Espor¨¢dicamente alg¨²n peri¨®dico o televisi¨®n lo vuelve noticia, las gremiales afectadas lo denuncian e incluso el tema concentr¨® los reflectores en 2016 y 2017 por el llamado caso El Bodeg¨®n, que termin¨® con un ministro de Agricultura condenado a tres a?os de c¨¢rcel por comprar ma¨ªces contrabandeados para repartirlos en programas sociales gubernamentales.
El problema se conoce, pero no se detiene. ¡°Aqu¨ª hay una alianza perversa entre contrabandistas y gente del mismo Gobierno¡±, dice Rivas.
4. KEILLY LUX, LA MUJER EMPODERADA
Keilly Felipa Lux (46 a?os) ten¨ªa ocho a?os cuando le toc¨® esconderse en la selva cuatro d¨ªas y noches eternas junto a su madre y tres hermanos, sin comida. La suya fue una ni?ez marcada por militares calcinando su hogar, por la huida a M¨¦xico, por dos a?os en un campo de refugiados en Chiapas, y por la reubicaci¨®n en Quintana Roo. Una ni?ez rota se mire por donde se mire, con el agravante de su condici¨®n de mujer e ind¨ªgena.
Los Lux fueron sacados de una aldea en la que casi todos eran maya k'iche', con una escuelita en la que se ense?aba en ese idioma, para terminar en asentamientos multi¨¦tnicos en los que su grupo era minoritario. ¡°Est¨¢bamos organizadas, s¨ª, pero hubo p¨¦rdida de nuestra cultura, del idioma, de la utilizaci¨®n de los trajes t¨ªpicos¡±, se lamenta Keilly Lux.
KEILLY LUX, MUJER EMPODERADA ¡°Con el exilio, perdimos parte de nuestra cultura¡± Edad: 46 a?os. De ni?a pas¨® cuatro d¨ªas en la selva sin comida mientras hu¨ªa de las matanzas del Ej¨¦rcito.
Vivi¨® como refugiada en M¨¦xico.
Forma parte de una red de mujeres del Ixc¨¢n.
Con alguna dificultad, a¨²n habla k'iche'. Sus hijas, no.
El cooperativismo impulsado por la Iglesia cat¨®lica gener¨® comunidades organizadas; y las comunidades organizadas, mujeres insumisas. No por casualidad durante el exilio en M¨¦xico, a inicios de los noventa, se fund¨® Mam¨¢ Maqu¨ªn, una organizaci¨®n feminista que podr¨ªa considerarse el germen de la actual y vigorosa Red de Organizaciones de Mujeres de Ixc¨¢n (ROMI), de la que forma parte Keilly Lux.
¡°Cuando se firma la paz, las mujeres vinimos con nuestra organizaci¨®n¡±, dice Reyna Caba (59 a?os), una de las l¨ªderes m¨¢s activas. El feminismo que promueven, eso s¨ª, es muy propio y pragm¨¢tico, alejado de los reclamos m¨¢s sentidos de la agenda m¨¢s globalizada; por ejemplo, la exigencia n¨²mero uno de la ROMI es que se proh¨ªba la venta de alcohol en las comunidades que as¨ª lo decidan en asamblea.
¡°El exilio ¡ªdice Keilly Lux¡ª tuvo una parte positiva, como es la organizaci¨®n de las mujeres, pero tambi¨¦n una negativa, como es la p¨¦rdida de parte de nuestra cultura¡±. Con dificultad Keilly a¨²n habla k'iche'; sin embargo, sus dos hijas ya no.
No son solo ellas dos. El espa?ol y no el k'iche' es la lengua con la que Juan Lux e Isabel Santos tienen que hablar ahora con la mayor¨ªa de sus nietos.
NO S?LO DE MA?Z VIVE EL HOMBRE
La Corona es una cerveza de gama alta en Centroam¨¦rica. Es cara, comparada tanto con las locales como con algotras importadas. No en el Ixc¨¢n.
Llamarla zona de bares ser¨ªa exagerar, porque a las 10 de la noche todo est¨¢ cerrado, pero a unos 300 metros calle abajo de la municipalidad hay tres o cuatro chupaderos que se conocen en toda Playa Grande como la Baratera. Son espacios simples, sin decoraci¨®n, con parlantes asiduos a la m¨²sica grupera y al reguet¨®n, y en los que se toma con ganas desde buena ma?ana. Ac¨¢ sigue arraigado lo de tirar el primer trago de la botella al suelo o, peor a¨²n, escupirlo. Pues bien, por cuatro Coronas servidas fr¨ªas y en la mesa pagu¨¦ en la Baratera 25 quetzales (3,25 d¨®lares).
La Corona contrabandeada es muy f¨¢cil de reconocer. En la corcholata tiene impreso un gran ¡®+18¡¯ y debajo un ¡®No venta a menores¡¯. La corcholata de la Corona que se importa pagando impuestos al Estado guatemalteco solo dice ¡®Corona Extra¡¯, adem¨¢s de tener un gran texto impreso sobre el vidrio que especifica importadores y n¨²meros de registro.
¡°Si pedimos una Corona, seguramente sea de M¨¦xico¡±, me dijeron nom¨¢s llegu¨¦ a Playa Grande. Y cabal, las que tienen el ¡®+18¡¯ en la corcholata [chapa] son mayor¨ªa aplastante. En cantinas, restaurantes y tiendas ixcanecas es habitual ver cajas de 24 Coronas apiladas una sobre otra, hasta el techo. El contrabando est¨¢ tan asumido en el Ixc¨¢n que no hace falta disimularlo.
Pasa tambi¨¦n con el jab¨®n, los yogures, el cemento, los abonos, los frijoles, las medicinas, los repuestos, las sodas, los desodorantes, el aceite Patrona¡ No en las cantidades supremas del ma¨ªz que M¨¦xico inyecta en Centroam¨¦rica, pero casi todo lo que se consume en el Ixc¨¢n ¡ªy m¨¢s al sur¡ª ha ingresado ilegalmente en Guatemala. Con una frontera tan agujereada y unos Estados tan condescendientes, el contrabando de productos mexicanos a peque?a, mediana y gran escala es cotidianidad pura.
Y en esa relaci¨®n de ¡®frontera abierta¡¯, Guatemala pellizca tantito; las gasolineras, por ejemplo, que venden m¨¢s barato. Pero el ganador indiscutible de la situaci¨®n es M¨¦xico.
D. LOS MA?CES DE NUEVO ORIZABA CRUZAN M?S FRONTERAS
Hay ma¨ªz mexicano que entra por Nuevo Orizaba y se va hasta El Salvador.
Lo dijeron los ind¨ªgenas q'eqchi' de Chisec que se ganan la vida ensacando. Lo dijeron unos j¨®venes con los que platiqu¨¦ largo en la gasolinera El Gran Jefe, en la aldea de Ingenieros. Lo dijo tambi¨¦n el alcalde. Y lo dijo Gustavo Adolfo Rivas, el presidente de Anagrab.
Tambi¨¦n apareci¨® nombrado Honduras como pa¨ªs destinatario, pero con menor insistencia.
Google Maps calcula en 11 horas el tiempo que hay que invertir para recorrer los 540 kil¨®metros entre Nuevo Orizaba y San Salvador.
Agricultores y productores salvadore?os tambi¨¦n creen que el mercado del ma¨ªz est¨¢ afectado por el contrabando, y Guatemala es el sospechoso habitual. Luis Alberto Treminio (52 a?os) es el presidente de la C¨¢mara Salvadore?a de Peque?os y Medianos Productores Agropecuarios (Campo). Cuestionado sobre si el contrabando est¨¢ en el terreno de las sospechas o en de las certezas, responde esto: ¡°Est¨¢ en el terreno de los secretos a voces. Aqu¨ª se sabe que entra ma¨ªz, todo mundo se da cuenta, pero vas a revisar los datos oficiales del Gobierno y nada¡±.
Treminio cree ¡°muy probable¡± que los salvadore?os est¨¦n comiendo tortillas palmeadas con ma¨ªces que entraron ilegalmente en Centroam¨¦rica.
EL ALCALDE SABE QUE NO ES CUENTO
Los ind¨ªgenas son mayor¨ªa aplastante en el Ixc¨¢n, pero de los nueve alcaldes habidos desde 1985, siete han sido mestizos. El actual ¡ªhasta enero del a?o 2020¡ª es Ra¨²l Guti¨¦rrez (63 a?os) y vive de procesar y revender el cardamomo que otros cultivan y cosechan. Tambi¨¦n es mestizo, de Zacapa, un departamento fronterizo con Honduras. Lleg¨® a Playa Grande a mediados de los ochenta, animado por las facilidades que el Gobierno otorgaba para repoblar las aldeas arrasadas por el ej¨¦rcito con personas pol¨ªticamente afines. Nos recibe en el despacho municipal.
?Por qu¨¦ hay tanto contrabando en el Ixc¨¢n?
A tres horas de aqu¨ª, y por carretera asfaltada, est¨¢ Comit¨¢n [Comit¨¢n de Dom¨ªnguez, una de las ciudades m¨¢s importantes de Chiapas], que es donde la gente m¨¢s se provee. Si un lapicero aqu¨ª le cuesta un quetzal, all¨¢ cuesta 75 centavos. Las empresas de Guatemala traen caros los productos y sale m¨¢s f¨¢cil ir a Comit¨¢n. La maquinaria es m¨¢s barata, el hierro es m¨¢s barato, el alcohol, los abarrotes... todo es m¨¢s barato. El contrabando es una consecuencia de vivir en un municipio fronterizo.
?Cu¨¢ntos pasos ciegos hay en su municipio?
Unos 20. Es un tema complicado el de los pasos ciegos. Despu¨¦s de los Acuerdos de Paz, empoderaron a las comunidades. ?Qui¨¦nes son los que mandan ahora? Los alcaldes comunitarios, y si una comunidad est¨¢ cerca de la frontera, ponen una cadena y ya. Hay pasos ciegos en Dari¨¦n, en Victoria, en Cuarto Pueblo, la de Carolina para motos, all¨¢ por San Jacobo... y adem¨¢s de eso, todas las comunidades que est¨¢n a la orilla del r¨ªo Chixoy, que si lo bajas en la lancha, ya est¨¢s en M¨¦xico.
Se paga por cruzar esos pasos ciegos.
Son cobros ilegales, pero las comunidades est¨¢n empoderadas y cobran un cuota. ?Para qu¨¦? Dicen que lo invierten en la misma comunidad.
El ma¨ªz es el producto m¨¢s contrabandeado.
El Gobierno mexicano subsidia a sus agricultores, y por eso all¨¢ es mucho m¨¢s barato. Es un problema porque deja en desventaja a nuestros productores. Cada rastra trae un promedio 40 toneladas, y son cantidad de rastras las que llegan al otro lado de la frontera. Para los mexicanos es un negocio vendernos, pero nosotros caemos en ese desequilibrio. Guatemala tiene terrenos f¨¦rtiles y capacidad para abastecer su mercados; no necesitamos el contrabando.
?Ese tema del contrabando puede solucionarse a corto o medio plazo?
Media vez haya voluntad, s¨ª. Bastar¨ªa controlar la frontera de ingreso, que es Ingenieros, ?verdad? Porque ah¨ª es donde entra la mayor cantidad.
- ?Por qu¨¦ hay tanto contrabando en el Ixc¨¢n?
- A tres horas de aqu¨ª, y por carretera asfaltada, est¨¢ Comit¨¢n [Comit¨¢n de Dom¨ªnguez, una de las ciudades m¨¢s importantes de Chiapas], que es donde la gente m¨¢s se provee. Si un lapicero aqu¨ª cuesta un quetzal, all¨¢ cuesta 75 centavos. Las empresas de Guatemala traen caros los productos y sale m¨¢s f¨¢cil ir a Comit¨¢n. La maquinaria es m¨¢s barata, el hierro es m¨¢s barato, el alcohol, los abarrotes... todo es m¨¢s barato. El contrabando es una consecuencia de vivir en un municipio fronterizo.
El contrabando est¨¢ tan asumido en el Ixc¨¢n que ni al alcalde le hace falta disimularlo.
- ?Cu¨¢ntos pasos ciegos hay en su municipio?
- Unos 20. Es un tema complicado el de los pasos ciegos. Despu¨¦s de los acuerdos de paz, empoderaron a las comunidades. ?Qui¨¦nes son los que mandan ahora? Los alcaldes comunitarios, y si una comunidad est¨¢ cerca de la frontera, ponen una cadena y ya. Hay pasos ciegos en Dari¨¦n, en Victoria, en Cuarto Pueblo, la de Carolina para motos¡ y adem¨¢s de eso, todas las comunidades que est¨¢n a la orilla del r¨ªo Chixoy que, si lo bajas en la lancha, ya est¨¢s en M¨¦xico.
- Se paga por cruzar esos pasos ciegos.
- Son cobros ilegales, pero las comunidades est¨¢n empoderadas y cobran. ?Para qu¨¦? Dicen que lo invierten en la misma comunidad.
El alcalde habla en tono afable y c¨¢lido, como un abuelito contando historias de juventud, pero no deja de sorprender que lo ilegal se asuma casi como algo natural, que la debilidad de la institucionalidad en Guatemala la explicite el m¨¢ximo representante de una instituci¨®n.
- El ma¨ªz es el producto m¨¢s contrabandeado.
- El Gobierno mexicano subsidia a sus agricultores, y por eso all¨¢ es mucho m¨¢s barato. Es un problema porque deja en desventaja a nuestros productores. Cada rastra [remolque] trae en promedio 30 toneladas, y son cantidad de rastras las que llegan al otro lado de la frontera. Para los mexicanos es un negocio vendernos, pero Guatemala tiene terrenos f¨¦rtiles y capacidad para abastecer su mercados; no necesitamos el contrabando.
- ?Usted cree que ese tema del contrabando puede solucionarse a corto o medio plazo?
- Media vez haya voluntad, s¨ª. Bastar¨ªa controlar la frontera de ingreso, que es Ingenieros, ?verdad? Porque ah¨ª es donde entra la mayor cantidad.
Media vez haya voluntad, dice el alcalde. Quiz¨¢ eso lo explique todo.
5. JOS? LUIS LUX, EL POL?TICO EMERGENTE
Playa Grande estuvo alborotada por un concierto hace un par de d¨ªas, el viernes 21 de junio. En un sal¨®n de usos m¨²ltiples toc¨® el Grupo Liberaci¨®n, un referente de la m¨²sica grupera que hace dos d¨¦cadas se codeaba con Los Temerarios, con Bronco, con Los Tucanes de Tijuana. En los premios Lo Nuestro 1995, cuando miles de ixcanecos viv¨ªan a¨²n al otro lado de la frontera, su canci¨®n Ese loco soy yo fue finalista en la categor¨ªa Regional Mexican Song of the Year, que gan¨® Amor prohibido, el cl¨¢sico de Selena.
En realidad el que vino al Ixc¨¢n no era el verdadero Grupo Liberaci¨®n, sino uno de sus exvocalistas, Gerardo Garc¨ªa, que con su propio grupo ¡ªGerry Garc¨ªa y Los Muchachos¡ª se presenta en plazas como Playa Grande con el repertorio de la agrupaci¨®n para la que en su d¨ªa cant¨®. A casi nadie pareci¨® molestarle el fraude.
Entre el p¨²blico estaba Jos¨¦ Luis Lux (39 a?os), el ni?o maya k'iche' que en febrero de 1982 casi muri¨® de inanici¨®n en la selva tras los cuatro d¨ªas y noches eternas.
JOS? LUIS LUX, EL POL?TICO EMERGENTE ¡°En el Ixc¨¢n hay muchas culturas, estamos muy identificados con la m¨²sica mexicana¡± Edad: 38 a?os. Pol¨ªtico emergente. Casi muere de inanici¨®n con dos a?os mientras hu¨ªa de las matanza del Ej¨¦rcito de Guatemala con su madre. Vivi¨® en un campamento de refugiados en M¨¦xico durante 13 a?os.
Hoy ¡ªcasado, padre de dos hijos y en la antesala de los cuarenta¡ª Jos¨¦ Luis es el Lux m¨¢s involucrado en la pol¨ªtica. En las elecciones del 16 de junio corri¨® como candidato a diputado en el Quich¨¦ por el Movimiento Semilla, una nueva agrupaci¨®n de talante progresista, que se promociona como un punto y aparte respecto a la pol¨ªtica tradicional.
Jos¨¦ Luis Lux vivi¨® en M¨¦xico entre 1982 y 1995, desde los dos hasta los 15 a?os. Le gusta lo grupero y vestir camisas abotonadas, jeans y botas, como casi todos los hombres que llegaron a escuchar al Grupo Liberaci¨®n, una concentraci¨®n humana en la que la cultura ind¨ªgena estaba ausente.
Hoy domingo, en Santa Mar¨ªa Tzej¨¢, y despu¨¦s de un almuerzo irrepetible en el hogar de los Lux, aprovecho para preguntar a Jos¨¦ Luis por qu¨¦ hay tantos mayas mexicanizados en el Ixc¨¢n. ¡°Yo creo que en el concierto ¨¦ramos mitad ind¨ªgenas, mitad mestizos, s¨ª, pero es normal; Ixc¨¢n es un pueblito con muchas culturas, y estamos muy identificados con esa m¨²sica¡±, dice.
Despu¨¦s me invita a conocer el Tzej¨¢, el r¨ªo que hace medio siglo exacto su padre vade¨® para llegar al parcelamiento que luego se convirti¨® en esta aldea. Subimos en su Toyota Hilux y bajamos despacio por un camino serpenteante, hasta el r¨ªo.
Salvo por un imponente puente met¨¢lico de unos 40 metros de largo, todo luce selv¨¢tico, vivo; ¨¢rboles cicl¨®peos y todas las tonalidades del verde que uno pueda imaginar. Por las tormentas de anoche, el Tzej¨¢ baja ahora turbio y f¨¦rtil.
En un arrebato, y a pesar de sus Levi's ajustados y sus botas, Jos¨¦ Luis Lux trepa como adolescente por una de las estructuras de acero que delimitan el puente. Se sienta a unos tres metros de altura y, luego de un par de minutos en silencio, saca su celular para fotografiar el r¨ªo y la naturaleza salvaje que a¨²n lo rodea ac¨¢.
¡°Este puente no estaba cuando regres¨¦ del exilio ¡ªme dice Jos¨¦ Luis Lux, la nostalgia acentuando cada palabra¡ª. Hab¨ªa uno de hamaca m¨¢s abajito, pero no esto¡±.
Ayer esto era una selva casi virgen. En medio siglo se han sucedido la colonizaci¨®n, el cooperativismo, la guerrilla, la represi¨®n, el repoblamiento, el narcotr¨¢fico, la mexicanizaci¨®n, el contrabando superlativo¡ Todo parece estar cambiando siempre en el Ixc¨¢n, demasiado deprisa quiz¨¢.
[Consulte todos los cap¨ªtulos de Frontera sur]
Sobre este proyecto
La frontera desconocida de Am¨¦rica
Jos¨¦ Luis Sanz / Javier Lafuente
Ha sido ignorada por d¨¦cadas. La franja de tierra que conecta M¨¦xico con Centroam¨¦rica no tiene la fotogenia de un muro, ni la leyenda que el cine y los medios estadounidenses han dado al r¨ªo Bravo o los desiertos de Arizona. Se la ha tratado como una frontera latinoamericana m¨¢s: desordenada, salvaje, porosa y silenciosa. Pero se trata de la l¨ªnea divisoria que m¨¢s personas cruzan cada d¨ªa en el continente americano; una de las m¨¢s transitadas del mundo. Es cruce obligado para los cientos de miles de centroamericanos que caminan hacia el norte. M¨¢s de 120.000 migrantes han sido detenidos en M¨¦xico cada a?o en el ¨²ltimo lustro. Se estima que un 90% de la coca¨ªna que llegar¨¢ a Estados Unidos ha tocado en alg¨²n momento suelo centroamericano antes de burlar la frontera con M¨¦xico. Es una torpeza hablar de migraci¨®n, de narcotr¨¢fico, de esta regi¨®n entera, sin adentrarse en este l¨ªmite.
Un conocimiento raqu¨ªtico se cierne sobre dos fronteras separadas por unos 5.000 kil¨®metros. La lejan¨ªa de Estados Unidos agrava el desinter¨¦s por la l¨ªnea del sur: una frontera remota que no se puede contar en ciudades, sino en aldeas, ejidos y caser¨ªos; que no se relata en la voz de gobernadores, sino de alcaldes, l¨ªderes comunales, militares, campesinos y coyotes. Para entender esta l¨ªnea hay que perderse en veredas de tierra.
Son 1.138 kil¨®metros delineados por el cauce del r¨ªo Suchiate en su camino hacia el Oeste, al Pac¨ªfico; el Usumacinta que cruza la frontera entre Guatemala y M¨¦xico en busca del Golfo; y desdibujada por la selva guatemalteca a medida que busca el Caribe. Una frontera de orograf¨ªa complicada y de dif¨ªcil acceso en buena parte de su trazado. Algunos de sus municipios tienen su propio idioma y a veces sus propias leyes de silencio. Muchas de las comunidades m¨¢s olvidadas ¨C y agredidas ¨C por el Estado guatemalteco, como los Queqch¨ªs o los Cakchiqueles, se refugiaron cada vez m¨¢s en lo rec¨®ndito de esta frontera. Y otras poblaciones, como los menonitas de Belice, encontraron en el olvido de estas tierras el ¨¢rea perfecta para asentarse y construir una vida. En muchos de sus puntos, el Estado es un concepto difuso. Casi todas las pol¨ªticas de seguridad de los sucesivos Gobiernos mexicanos en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas han tenido como campo de operaciones este pedazo de tierra en el que Norteam¨¦rica se estrecha para convertirse en istmo, pero ni la implementaci¨®n ni el fracaso de esas pol¨ªticas mereci¨® m¨¢s atenci¨®n que algunas frases sueltas. Hasta ahora, la frontera sur ha vivido y evolucionado alejada de los focos y las preguntas inc¨®modas.
Las maniobras antimigratorias de Donald Trump han abierto una nueva etapa de protagonismo. Su presi¨®n para que M¨¦xico contenga de manera m¨¢s agresiva el flujo de migrantes y su reciente acuerdo para que Guatemala se convierta en primer receptor de deportados para el resto de la regi¨®n centroamericana derivaron en la militarizaci¨®n de partes de la frontera. Del lado centroamericano del Suchiate, Trump encuentra un c¨®modo silencio: ninguno de los tres presidentes del tri¨¢ngulo norte centroamericano -que aporta m¨¢s del 90% de migrantes que cruzan la frontera con M¨¦xico- ha hecho un reclamo p¨²blico a los Gobiernos estadounidense y mexicano por su pacto de empezar ¡°el muro¡± del norte en esta franja del sur.
Tambi¨¦n la construcci¨®n del ¡°tren maya¡±, con el que el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador quiere conectar desde Canc¨²n hasta Palenque, pasando por Tenosique, promete transformar la zona. En ambos casos es incierto el impacto que las nuevas pol¨ªticas tendr¨¢n, no solo en la ecolog¨ªa de la zona sino para los ecosistemas migratorio, laboral y criminal de esta parte del continente americano. La frontera sur de M¨¦xico es una inc¨®gnita en r¨¢pida mutaci¨®n.
EL PA?S y EL FARO nos hemos unido para tratar de destripar este territorio y verterlo en relatos. Como parte de la alianza que iniciamos en abril para contar Centroam¨¦rica fuera de sus fronteras, durante los pr¨®ximos seis meses equipos conjuntos de periodistas de los dos medios, m¨¢s de 20 personas en total, trabajar¨¢n para desvelar las identidades, conflictos y preguntas que esconde esta zona, para narrarla por entregas y en m¨²ltiples formatos.
Es una apuesta arriesgada, no solo por la compleja realidad que pretendemos mostrar sino tambi¨¦n por las caracter¨ªsticas propias de la zona, una de las m¨¢s olvidadas y una de las m¨¢s violentas del planeta.
Aspiramos a ahondar en lugares que, a priori, creemos conocer, como Tapachula o Tec¨²n Um¨¢n; al tiempo que penetramos en otros m¨¢s inh¨®spitos y rec¨®nditos como Xcalak, Ixcan, Bethel o Laguna del Tigre. Trataremos de ilustrar un mosaico formado por ind¨ªgenas mayas, comunidades gar¨ªfunas y misquitas, o blanqu¨ªsimos asentamientos menonitas; por flujos humanos que arrancaron en Centroam¨¦rica, ?frica o Asia; por largas extensiones de cultivos legales e ilegales; por pobreza, desigualdad, poderes pol¨ªticos indefensos y grupos armados en constante recomposici¨®n; por pa¨ªses que se deshacen all¨ª donde se encuentran.
Cap¨ªtulo 4 de Frontera Sur, pr¨®ximamente.
Cr¨¦ditos
- Direcci¨®n del proyecto: Javier Lafuente, Jos¨¦ Luis Sanz
- Coordinaci¨®n: Guiomar del Ser y Patricia R. Blanco
- Edici¨®n: ?scar Mart¨ªnez, Jacobo Garc¨ªa
- Dise?o e Infograf¨ªa: Fernando Hern¨¢ndez
- Front-end: Bel¨¦n Polo y Nelly Natal¨ª
- Desarrollo: Jacinto Corral
- Textos: Jacobo Garc¨ªa, ?scar Mart¨ªnez, Roberto Valencia, Elena Reina, Carlos Mart¨ªnez y Carlos Dada
- V¨ªdeo: Teresa de Miguel, H¨¦ctor Guerrero, Gladys Serrano, M¨®nica Gonzalez
- Foto: H¨¦ctor Guerrero, Fred Ramos, M¨®nica Gonz¨¢lez, V¨ªctor Pe?a, Gladys Serrano
- Edici¨®n de Imagen: H¨¦ctor Guerrero
- Redes Sociales: Anna Lagos
- Edici¨®n de textos: Ana Lorite
- Edici¨®n y grafismo de v¨ªdeo: Sonia S¨¢nchez Carrasco, Eduardo Ort¨ªz
- Edici¨®n de audio: Teresa de Miguel