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La trampa de la capital del sur

La ciudad mexicana de Tapachula es un hervidero de gente de diferentes nacionalidades que se topa con el muro que L¨®pez Obrador ha levantado para contentar a Trump. Los reci¨¦n llegados a esta tierra, dominada por los caciques del campo, malvenden su cuerpo y casi regalan su trabajo. Solo tienen una opci¨®n: intentar sobrevivir

FRONTERA SUR. CAP 5.

La trampa de la capital del sur

[Si no ve el player del audio, pinche aqu¨ª para escuchar el relato]

Son las 19.24 en el parque central de Tapachula. A la hora que se escriben estas l¨ªneas se esconde el sol sobre la explanada de un lugar con alma de provincia y cuerpo de sicario. Un rinc¨®n deforestado de la selva chiapaneca donde los m¨²sicos de marimba y los vendedores de helados se cruzan con una realidad menos buc¨®lica. En esta ciudad de una de las fronteras m¨¢s calientes del planeta, una mujer que espera en una esquina es casi seguro una prostituta hondure?a que cobra menos de tres d¨®lares por una felaci¨®n; en la cabina telef¨®nica no hay una madre cualquiera, sino una salvadore?a suplicando a su abogado que mueva cielo y tierra para que no deporten a su hijo; y en un sem¨¢foro, un ni?o vende los pl¨¢tanos desechados de una finca donde explotan a peque?os como ¨¦l. A unas calles, grupos de cameruneses, angole?os y haitianos acomodan los cartones en el suelo para pasar su d¨¦cimo d¨ªa a la intemperie con el est¨®mago vac¨ªo. Todas las fronteras tienen una capital y Tapachula es la de la frontera sur. Un sitio al que se llega como se puede y se sale deportado en un autob¨²s. Lo m¨¢s parecido que hay en Am¨¦rica a un campo de refugiados, sin lonas blancas ni apenas ayuda humanitaria que los libre de la miseria. Y aqu¨ª, atrapados, no tienen otra opci¨®n que resistir.

Eso es lo que lleva haciendo Marbella desde que puso un pie en Tapachula, hace m¨¢s de dos meses.

[Pinche sobre cada imagen para escuchar el testimonio de los atrapados en la capital del sur. En el audio podr¨¢ reproducir el mosaico de voces que representa el Babel de Tapachula]

LAS CAUTIVAS DE TAPACHULA

Si Marbella pudiera dar marcha atr¨¢s al reloj, si volviera a empezar, lo ¨²nico que pedir¨ªa es que su hijo no supiera que es puta. Pero tambi¨¦n, comer carne dos veces a la semana, pagar las pastillas para la hipertensi¨®n y, si no fuera mucho pedir, dormir en un colch¨®n. La prostituci¨®n en Tapachula permite pocos lujos m¨¢s que el de sobrevivir. Quince minutos entre sus piernas cuesta lo mismo que una Coca-Cola en una terraza de Madrid, 50 pesos (2,3 euros / 2,6 d¨®lares). M¨¢s barato que una raci¨®n de tacos al pastor con Boing de guayaba.

Marbella es su nombre de guerra. Es una mujer atractiva, la m¨¢s cotizada de la plaza. Mide algo m¨¢s de 1,65, tiene 37 a?os, el cabello dorado, los ojos color miel, la frente blanca y grasienta y un piercing de bolita que retuerce como un Chupa-Chups mientras habla. Hace un mes pesaba m¨¢s de 100 kilos, ahora dice que ha bajado unos 20. ¡°La dieta del migrante, mamacita¡±.

?l tiene 15 a?os, y la espera cada noche en el parque donde trabaja su madre, jugando con el celular. Mira Facebook, y habla con su hermana mayor, que no quiso huir con ellos de Honduras. Su madre se demora como 20 minutos en llegar de un motel al que se fue con un cincuent¨®n que apuraba en dos tragos una lata de cerveza Tecate. El primer cliente de la noche. Lo que tarda en dejar que se suba encima de ella, bajarse los pantalones ¡ªla ¨²nica prenda que se quita¡ª, colocarlos en su sitio de nuevo y cruzar la esquina. Su hijo asiste a la fase previa, al precio que los hombres ponen a su madre. Cuando no puede m¨¢s, se va a casa.

La trampa de la capital del sur

MARBELLA: HONDURAS ¡°Tu mam¨¢ no disfruta con esto. ?Entend¨¦s?¡± Tiene 37 a?os. Lleg¨® hace dos meses a M¨¦xico con su hijo de 15, su hija adoptiva y su hermana. Huy¨® de su pa¨ªs, amenazada de muerte por la pandilla Barrio 18. Al cruzar la frontera, lo perdi¨® todo. Su ¨²nica forma de sobrevir es vender su cuerpo. Con el dinero que gana, puede comer y alquilar el cuartucho de la cochera que aparece en la imagen. No le alcanza para el colch¨®n.

Unos d¨ªas antes de que decidiera hacer esto, sent¨® a su hijo y se lo cont¨® todo.

¡ªHijo, ven¨ª. Ven¨ª ac¨¢. Sentate. Ya sos grande y ten¨¦s que saber que esto es lo que hay ahora. Tu mam¨¢ no disfruta con esto, ?entend¨¦s? Tu t¨ªa tampoco ¡ªrecuerda.

Merilyn, Esmeralda, Wendy, Tifany, Deborah¡­ Si no fuera porque todas responden a nombres de actrices de telenovelas o leyendas de Hollywood, nadie sospechar¨ªa lo que sucede entre la iglesia principal y el Ayuntamiento. Las putas en esta ciudad no llevan minifalda ni tacones. La mayor¨ªa ni sonr¨ªen, ni buscan a un cliente. Si un forastero cruzara ese parque por primera vez, no ver¨ªa m¨¢s que mujeres sentadas pasando la tarde.

Las calles de Tapachula ni siquiera tienen un nombre, solo son n¨²meros y puntos cardinales. El tr¨¢fico es lo ¨²nico que tiene de gran ciudad este municipio de 320.000 habitantes. Un atasco de coches, cl¨¢xones y mentadas de madre que se produce todos los d¨ªas hacia las dos de la tarde en el centro. Ah¨ª se encuentran los comercios, oficinas de Gobierno y cientos de migrantes de diferentes pa¨ªses que hacen fila para pedir refugio en M¨¦xico. La ¨²nica opci¨®n si no quieren ser deportados. El presidente mexicano, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, ha expulsado en los primeros siete meses del a?o a 82.132 personas, las suficientes como para llenar el Estadio Azteca. Unas 22.000 m¨¢s que en el mismo periodo del a?o pasado, cuando gobernaba Enrique Pe?a Nieto, del PRI, criticado por su pol¨ªtica de mano dura frente a la inmigraci¨®n.

Mientras esperan a que un papel los reconozca como ciudadanos, los que han quedado atrapados en Tapachula, como Marbella, defecan a las afueras, se ba?an en los r¨ªos y dan a luz entre los escombros de casas de l¨¢mina. Resistir en esta ciudad rural que apenas tiene industria ni turismo es el objetivo m¨¢s inmediato. Despu¨¦s, huir de aqu¨ª.

Adam Smith seguramente no pensaba en Tapachula cuando explic¨® que el ¨¢nimo de lucro era lo que realmente hac¨ªa girar al mundo. Que no era por la benevolencia del carnicero o del panadero que se pod¨ªa cenar cada noche. Y esta ciudad de miles de inmigrantes al borde de la desesperaci¨®n representa el ejemplo m¨¢s radical de su teor¨ªa de la mano invisible. Las crudas reglas de la oferta y la demanda hacen que las personas se vendan a precios irrisorios. No solo el cuerpo de las mujeres, sino tambi¨¦n el de jornaleros, camareros, trabajadoras del hogar, que buscan una necesidad m¨¢s b¨¢sica que la del bienestar: la de seguir existiendo. Y aqu¨ª, se?ores, oferta sobra.

En Tapachula al menos una de cada 100 mujeres es prostituta. El doble que en Espa?a y una tasa por habitante mayor que la capital de M¨¦xico. 2.500 en una localidad de 320.000 habitantes. Las cifras, recogidas por la mayor asociaci¨®n en defensa de sus derechos, Brigada Callejera, solo cuentan a las que lo ejercen en cantinas, bares y cabar¨¦s, no a las que trabajan en la calle. Marbella y una decena de mujeres del parque ni siquiera figuran en estos registros del lumpen. Sobre estas ¨²ltimas estiman que hay unas 300 m¨¢s.

El sexo en este rinc¨®n del Estado m¨¢s pobre de M¨¦xico deja al a?o 500 millones de pesos (unos 26 millones de d¨®lares / 23 millones de euros), m¨¢s dinero que el que destina el Estado rural de Chiapas a fomentar el campo. De los cuales, unos 150 millones se van para las empresas donde trabajan o en el pago de mordidas, seg¨²n los testimonios recogidos por Brigada Callejera y M¨¦dicos del Mundo.

La prostituci¨®n ha sido un negocio en Tapachula desde que existe la frontera, y por eso, la sede m¨¢s importante de la ONG, fuera de la capital, se encuentra en esta ciudad. Las mujeres de Brigada imparten charlas, regalan condones y pruebas de VIH, s¨ªfilis y gonorrea en sus lugares de trabajo.

Los negocios de copas no pueden tener una licencia que permita la prostituci¨®n, pero es casi imposible encontrar un bar en Tapachula donde no haya mujeres que se prostituyan, entretengan sobre sus rodillas a unos clientes o bailen en una barra. El Ayuntamiento saca de esto su tajada correspondiente: los m¨¢s de 2.000 establecimientos que venden alcohol pagan m¨¢s de tres millones de pesos en impuestos, seg¨²n los datos de transparencia.

En la esquina de la Sexta avenida sur con la Segunda poniente, una; giro a la derecha, dos; sube la calle, tres, cuatro, cinco; llega al parque, 10, 12, 15... ?Hay alguna mujer parada en esta ciudad que no se dedique a esto? A un costado de la iglesia, siete, ocho, nueve. Junto al Palacio Municipal, unos polic¨ªas les sonr¨ªen. En la calle 12, un grupo en cada esquina. Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Cuba. Hay una regla entre ellas y es que ninguna se prostituye en su pueblo. Una morenita hondure?a pide que en la foto no salga el tatuaje de una rosa que lleva la espalda: ¡°Si mi madre se entera, le da un infarto¡±.

Una c¨¢rcel llamada Tapachula

Marbella lleg¨® hace dos meses a M¨¦xico con su hijo de 15 a?os, una hija adoptiva de 23 y su hermana peque?a, de 28. Una de las pandillas m¨¢s s¨¢dicas de Honduras, Barrio 18, les dio un d¨ªa para abandonar su casa o morir¨ªan todos. Llevaban meses esquivando extorsiones. Y huyeron, como hacen todos, recaudando la mayor cantidad de dinero posible, tomando un autob¨²s y haciendo autoestop, pagaron 6.000 d¨®lares (en total) a un coyote, que las dej¨® tiradas en medio del camino. Siguieron huyendo. Llegaron al ¨²ltimo pueblo de Guatemala, cruzaron el r¨ªo. A partir de aqu¨ª, comienza otra historia.

¡ª?rale, hijas de su pinche madre, dennos todo lo que traen o les partimos la madre aqu¨ª mismo.

Los balseros que las hab¨ªan cruzado desde Guatemala, a trav¨¦s del r¨ªo Suchiate, exigieron que esperaran unos minutos en lo que les dec¨ªan hacia d¨®nde ir. Esperaron. Y ah¨ª, en un basurero a pocos metros de los puestos de Migraci¨®n y del enorme despliegue militar para frenar la temida ola migratoria, un grupo de maleantes, armados con machetes y alg¨²n palo, las amenazaron de muerte.

Diez minutos despu¨¦s de pisar M¨¦xico, ya se hab¨ªan quedado sin medicinas, sin muda limpia, sin calzado, sin pasaporte y sin dinero. El poco orgullo que les quedaba lo perder¨ªan unos kil¨®metros m¨¢s adelante.

¡ªMuy bien. Ahora, v¨¢yanse por esa calle de all¨¢. Ah¨ª hay unas combis que las llevan a Tapachula. Cuando lleguen a la ciudad, pregunten por la Comar [Comisi¨®n Mexicana de Ayuda al Refugiado], all¨¢ est¨¢n yendo todos. Si dicen que migran por la violencia tienen m¨¢s opciones. Y ?aguas con los retenes de los militares en la carretera! Cuando los vean, se bajan y caminan m¨¢s seguras por el monte.

La esquizofrenia de la frontera. Las instrucciones de seguridad y tr¨¢mites migratorios en boca de unos bandidos que unos minutos antes estaban dispuestos a coserlas a machetazos.

Se fueron por el monte. Y unas horas m¨¢s tarde, unos agentes de Migraci¨®n las detuvieron y fueron directas a la enorme c¨¢rcel de migrantes de la frontera sur, el centro de detenci¨®n Siglo XXI, en Tapachula. 24 d¨ªas. Diarrea, depresi¨®n, angustia. Sus instalaciones llevan colapsadas meses, su poblaci¨®n duplica la capacidad, despu¨¦s de que el presidente mexicano decidiera obedecer el mandato de Trump y levantar el muro invisible del sur. Al salir de ah¨ª, sin m¨¢s opciones que pedir el refugio en M¨¦xico a cambio de no ser deportados, en este municipio pobre del M¨¦xico miserable, nadie encuentra m¨¢s trabajo que el de vender lo que sea: frutas que caen de los ¨¢rboles, limpiar coches en los sem¨¢foros o unos paquetes de chicles en la calle.

Y con eso no se come.

La hermana de Marbella, Estefani, llega ba?ada en sudor al parque central. Son las 21.30 pero en esta ciudad de hormig¨®n, el calor pegajoso y espeso no da tregua ni siquiera en la noche. 30 grados h¨²medos que recuerdan que ah¨ª, antes de que los cafetaleros alemanes y suizos y los productores de pl¨¢tano acabaran con toda la vegetaci¨®n en el siglo XIX, lo que hab¨ªa era selva.

Se abanica con un cart¨®n de fruta que acaba de recoger del suelo. Su hermana la llama: ¡°Mamacita, ven¨ª ac¨¢. ?C¨®mo te fue?¡±. No se quiere ni acercar. Siente que su ropa, una playera blanca ajustada y unos leggings negros, todav¨ªa huele al se?or que se la llev¨® a una pensi¨®n por horas del centro. ¡°500, mami, 500¡±, responde sofocada. Esa noche han tenido suerte.

Ha llovido y no hay muchos clientes. Un grupo de mujeres se acerca a Marbella y su hermana. No son amigas. Una no se puede fiar de nadie ah¨ª. Charlan simplemente para no aburrirse.

¡ª ?Ay, si al menos se ba?aran, esto ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil! Mir¨¢, yo a muchos viejos les digo que se vayan a la ducha. Se lo digo as¨ª, suavecito¡­ Mi hermana ni les sonr¨ªe, ?verdad?

¡ª?Qu¨¦ tufo!

¡ªMi l¨ªmite, amiga, son los penes negros¡­ No puedo. As¨ª tan grandes, tan negros¡­ La primera vez que vi uno fue aqu¨ª se los juro, de los morenos estos del ?frica¡­

¡ª?Y usted? ?Tan jodidas est¨¢n las cosas en Espa?a para que se venga de reportera hasta ac¨¢?

El ni?o sigue sin despegar los ojos de la pantalla. Y hace como si no viera ni escuchara a su t¨ªa ni a su madre. La verg¨¹enza que siente ¨¦l enfurece a Marbella. ¡°?Pero qu¨¦ hacemos? Usted d¨ªgame¡±. Con lo que ha sacado en dos semanas, ha pagado la renta de este mes y ha comprado un ventilador.

La tarde siguiente, Marbella muestra el lugar donde viven. Sesenta d¨®lares al mes por un cuartucho en la cochera de una casa. Solo cuatro paredes. No m¨¢s de 10 metros cuadrados. All¨ª duermen sobre unas mantas en el suelo. En la calle, el term¨®metro roza los 36 grados. Ah¨ª dentro, la sensaci¨®n t¨¦rmica es de por lo menos 10 m¨¢s.

Do?a Concha, una se?ora rubia, bien peinada, de unos 70 a?os, que renta esos cuchitriles sin ventilaci¨®n a migrantes desesperados, sale de su cocina al escuchar el traj¨ªn de la entrada. Vive en una casa sencilla, pero fortificada con concertinas sobre los muros. ¡°Con ellos una nunca sabe¡±. Ha cerrado el acceso que hay en el patio a la azotea por si a alguno se le ocurre subir y aventarse desde un segundo piso, su mayor preocupaci¨®n. ¡°Si se me muere uno aqu¨ª, imag¨ªnese en los problemas en los que me meto¡±. Adora a la reina Sof¨ªa ¡ª¡°yo nunca entend¨ª c¨®mo esa mujer que ven¨ªa de la nada, Letizia, lleg¨® hasta donde est¨¢, le falta porte, clase¡­¡±¡ª. Y en cada frase repite que su marido es militar.

Sin querer, en mitad de una conversaci¨®n en la que se queja de tener que volar cada mes desde Ciudad de M¨¦xico a cobrar las rentas, porque no se f¨ªa ni de su sombra en Tapachula, se le escapa su pecado. Estos zulos costaban hace un a?o la mitad, pero con la llegada de miles de migrantes y el miedo a continuar hacia el norte por el aumento de la represi¨®n contra ellos, la demanda en la ciudad se ha disparado. Y de esto han sacado ventaja los vecinos como ella. Adem¨¢s, muchos les pintan su casa, les barren la entrada y deben mostrar una actitud servil: do?a Concha en la capital es Concha; aqu¨ª, La Patrona.

Marbella se aleja de la conversaci¨®n y, como una sirvienta d¨®cil, agarra una escoba y mueve las hojas secas de la entrada de do?a Concha. Cuando se mete de nuevo en su casa, aprieta los dientes: ¡°Yo en Honduras no era as¨ª, ni habr¨ªa aguantado esto. Se lo juro¡±.

 

Las calles son de las centroamericanas; los puticlubs, del Caribe.

Desde el parque donde se prostituye Marbella, un cartel publicitario gigante anuncia otro de los atractivos de Tapachula: ¡°El Marinero, si¨¦ntete como en Cuba¡±. Y dos mujeres en bikini.

La trampa de la capital del sur

TO?O ARMAS, DUE?O DE UN ¡®TABLE DANCE¡¯ ¡°Las cubanas me han levantado el negocio¡± Tiene 50 a?os. Regenta el cabar¨¦ El Marinero, donde emplea a inmigrantes irregulares a las que asegura ayudar con los tr¨¢mites de migraci¨®n.

To?o Armas, de 50 a?os, el due?o de este table dance, reconoce que incluso lleg¨® a replantearse decorar su negocio con la bandera de la isla. Pero luego pens¨®: ¡°Y si de pronto se me van todas porque consiguen sus papeles, ?qu¨¦ hago?¡±. Entonces, decidi¨® una decoraci¨®n sugerente: piratas, palmeras, un estilo caribe?o, as¨ª en general. Tiene una novia cubana, como 20 a?os m¨¢s joven, rubia, alta. La presenta orgulloso. ¡°Ahorita te veo, mami¡±.

A 10 minutos caminando desde la plaza donde Estefani se abanicaba con un cart¨®n y el hijo de Marbella miraba el celular, unas camionetas Chevrolet Suburban, con los cristales tintados aparcan dentro de un garaje privado. El entramado de seguridad: tres cubanos de metro ochenta.

De ellas bajan grupos de cuarentones, casi todos con la misma camisa de cuadros azules. Est¨¢n animados. Y eso que es lunes. Al mismo tiempo, entre los veh¨ªculos desfila un goteo de chicas de unos veintipocos. Van vestidas de calle, pero pronto se transformar¨¢n en colegialas o conejitas de Playboy con poco presupuesto.

Entran por unas puertas traseras que desembocan en cuartos de ladrillo pintados de rosa y azul celeste. Se desnudan, se maquillan, se peinan, se perfuman con colonias que embriagan el aire con aroma a melocot¨®n, coco y frambuesa. Su tono de voz al cruzar ese umbral tambi¨¦n es empalagoso; su sonrisa, complaciente. Ya est¨¢n trabajando.

Frente a la barra de estriptis, el mismo grupo de cuarentones se ha montado la fiesta en la mesa m¨¢s cercana. Uno de ellos introduce la nariz entre las nalgas que rebota, con mucho menos entusiasmo del que le gustar¨ªa, Rosel, de 21 a?os, de Cienfuegos (Cuba). En su brazo lleva marcados los tragos que logr¨® que este hombre bebiera al ritmo de sus caderas, una pulsera por cada bebida. Cinco d¨®lares de ganancia. Lo que ser¨ªan dos arrimones en el parque central.

Un d¨ªa antes de la visita a este local, la asociaci¨®n en defensa de los derechos de las prostitutas en M¨¦xico, Brigada Callejera, hab¨ªa repartido condones, anticonceptivos y pruebas de VIH gratuitas para las chicas. Pero ning¨²n responsable del negocio puede mencionarlo en voz alta y menos ante una grabadora, pues les cierran pronto el changarro. Desde que en 2014 el Gobierno de Chiapas emprendiera una cruzada contra la explotaci¨®n sexual, en Tapachula ning¨²n bar puede tener una licencia de ese tipo. Esto, oficialmente, es lo que ven: un cabar¨¦.

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MUJERES CUBANAS EN EL MARINERO ¡°Parece que han nacido para esto¡± Pocas pasan de los 30. Con un sueldo de entre 500 y 1.000 pesos diarios, son las migrantes mejor remuneradas de la frontera. Bailan frente a grupos de hombres, semidesnudas o desnudas sobre plataformas como las de la imagen. Ellos no dudan en meter sus narices entre sus nalgas.

Las chicas, a las que ayudan con los tr¨¢mites de migraci¨®n, les buscan una casa con seguridad y les pagan un sueldo que va desde los 500 pesos a los 1.000 al d¨ªa ¡ªlas migrantes mejor remuneradas de toda la frontera¡ª prefieren mantener la boca cerrada. Ah¨ª solo bailan, se desnudan y entretienen a los clientes.

Entonces, durante unas horas, tanto To?o Armas como nosotros jugamos el juego de creer que lo que ah¨ª sucede es solo lo que se ve. No lo que esconden algunos cuartos oscuros, reservados para diputados o funcionarios de m¨¢s alto rango; tampoco los pasillos que comunican con los ba?os o con el despacho del due?o ni lo que han confirmado las activistas. ¡°Si lo hacen, es fuera de aqu¨ª. Es su vida privada¡±, insiste Armas.

¡ªMire, le digo la verdad: me han levantado el negocio. La hondure?a es as¨ª m¨¢s t¨ªmida, m¨¢s callada¡­ Pero la cubana tiene otra educaci¨®n, muchas tienen una carrera y los clientes est¨¢n encantados. ?M¨ªrelas! Parece que nacieron para esto.

Despu¨¦s de entretener ¡ªcon seis pulseras¡ªal hombre de la camisa de cuadros y de frotarse en la barra del bar, de quitarse la minifalda y conservar solo una corbata fucsia, Rosel regresa a los vestidores. Parece otra chica, m¨¢s joven incluso de lo que pretend¨ªa con ese disfraz de colegiala. Tiene un tatuaje de un coraz¨®n de color rojo en el lugar donde algunos delincuentes se pintan una l¨¢grima. Dentro de su mochila, bajo unos tacones plateados, guarda una porra o macana de polic¨ªa y un arma de electrochoque. La realidad ni sabe ni huele a frambuesa.

Hace unos a?os, la prostituci¨®n de Tapachula se concentraba en un lugar a las afueras. A la orilla de un r¨ªo maloliente, el Coat¨¢n, en una calle sin salida sembrada de locales que se anunciaban como bares diurnos o cabar¨¦s. Unos negocios que con licencia municipal pod¨ªan albergar en sus patios traseros decenas de cuartos sin techo ni asfalto, mujeres prostituy¨¦ndose como si fueran ganado.

Este rinc¨®n conocido como Las Huacas todav¨ªa conserva un edificio del Gobierno al que deb¨ªan acudir las mujeres cada semana para hacerse ex¨¢menes de enfermedades ven¨¦reas. Ahora la calle es un basurero, un esqueleto de casas abandonadas donde ha crecido la hierba y no camina casi nadie.

Don Alfredo, de unos 40 a?os, es el ¨²ltimo habitante de Las Huacas. Vive atrincherado en La Do?a, el que fuera un burdel de mala muerte, con sus cuatro hijos desde que se arruin¨®. Cierra con cadenas las puertas de metal y se asoma a trav¨¦s de unas rejas para comprobar que quienes llaman a su puerta no son del grupo de ladrones que, armados con piedras, intent¨® la otra noche robar lo poco que les quedaba. Entre los restos de este negocio muerto todav¨ªa hay algo que no han saqueado: una rocola.

El ¨²ltimo bar de la calle, El Manguito, cerr¨® hace menos de un a?o. Su due?a, do?a Dulce, de unos 60 a?os, advert¨ªa a los medios locales con una preocupaci¨®n interesada que la prostituci¨®n no se acabar¨ªa con Las Huacas, se ir¨ªa al centro de la ciudad. Y as¨ª ha sido.

Por la calle desierta pasea solo don Ram¨®n con un reba?o de cabras. Una de ellas camina torpe con las dos patas de atr¨¢s amarradas por una cuerda. ¡°Mire, ese se?or tuvo encadenada a una mujer en uno de los negocios de ac¨¢¡±, cuenta don Alfredo. El chisme se ha extendido unas calles m¨¢s arriba de Las Huacas, tambi¨¦n entre los reporteros de la ciudad. Pero esta informaci¨®n no aparece en la hemeroteca de ning¨²n peri¨®dico local, como casi nada de lo que suced¨ªa en este tiradero de mujeres de la frontera.

 

Marbella no cree que haya un lugar m¨¢s inhumano que Tapachula. El lugar por el que ser¨ªa capaz de regresar a Honduras y asumir, como fuera, la amenaza de muerte de la pandilla. Escucha indignada c¨®mo sobreviven otras migrantes en Huixtla, a media hora en coche de ah¨ª.

En este pueblo, un hombre termina lo que duran dos canciones de banda.

Al abrirse la puerta de madera, sale un veintea?ero que se sube la bragueta y se recoloca al hombro una bolsa negra. Dentro espera una chica guatemalteca, de 29 a?os, sentada sobre un colch¨®n rosado y sucio a que otro hombre la escoja a ella.

Desde un pasillo angosto se cuela el olor a or¨ªn mezclado con la tierra mojada. El suelo no est¨¢ asfaltado y sobre ¨¦l caminan se?ores y j¨®venes arrastrando el barro. Echan un vistazo a trav¨¦s de las puertas abiertas de estos establos de mujeres. Se detienen un minuto a mirarlas fijamente sin intercambiar una palabra. Ellas, mudas, solo les devuelven la mirada.

Wendy, nombre tambi¨¦n de guerra, ha perdido su car¨¢cter. Vive en uno de estos cuartos y su vida consiste en soportar a nueve hombres al d¨ªa, 10 o 15 minutos cada uno. Jornaleros que bajan en la hora de la comida de las plantaciones de caf¨¦, pl¨¢tano o cacao y j¨®venes que se pavonean en motos por la calle. Con suerte, si llegan muy borrachos, despacha el trabajo con una masturbaci¨®n y deja que se duerman unos minutos. Al terminar, cierra con candado la puerta y espera hasta el d¨ªa siguiente.

¡ª?Se toma alg¨²n d¨ªa libre?

¡ªLos domingos voy a misa.

La trampa de la capital del sur

WENDY ¡°Los domingos voy a misa¡± Vive en un cuarto de Huixtla, como los que aparecen en esta fotograf¨ªa, esperando a que un hombre la elija. Cada d¨ªa pasan por su habitaci¨®n unos nueve, entre 10 y 15 minutos. Cuando termina su jornada, cierra con candado la puerta y espera hasta el d¨ªa siguiente.

Lo que en Tapachula era escandaloso, 40 kil¨®metros al norte ni preocupa. En Huixtla, primer municipio del corredor migrante para los que escapan de la ciudad, una localidad de 50.000 habitantes que hace vida alrededor de las v¨ªas de La Bestia ¡ªferrocarril tambi¨¦n conocido como el tren de la muerte, que une las fronteras sur y norte de M¨¦xico y que es utilizado por los migrantes¡ª que no tiene ni cine, ni biblioteca, ni centro comercial, ni un parque decente, hay una calle a la ribera de otro r¨ªo que huele mal, que no tiene salida, que tiene un burdel cada 20 metros.

Las Carmelitas, La Turqueza, El Drag¨®n, El Infiernito. Todos son, aparentemente cantinas. Donde no se vende m¨¢s alcohol que el de un litro de cerveza. Tras una puerta doble de madera, como de cabar¨¦ del oeste, hay un muro de hormig¨®n que oculta lo que sucede dentro: una decena de mujeres se prostituye por cada negocio.

Todas migrantes. La mayor¨ªa llevan a?os en este pueblo perdido de Chiapas. Muchas vivieron en Tapachula e intentaron seguir su camino hacia el norte. Pero cada d¨ªa que pasaban en M¨¦xico era uno menos que sus hijos com¨ªan en Honduras, El Salvador, Nicaragua o Guatemala. Y en este vertedero termina para muchas su historia. Estados Unidos queda muy lejos de Huixtla.

LOS SE?ORES DEL R?O

Cuando la polic¨ªa le pisaba los talones, sus compadres se acordaron de recoger todo menos la coca. En la camioneta en la que hu¨ªa hacia Guatemala hab¨ªa suficiente mercanc¨ªa como para pasar una buena temporada en cana. Llevaba un cuerno de chivo (AK-47), un R15, una star, una browning 9 mil¨ªmetros y un lanzagranadas, seg¨²n el informe de la polic¨ªa. De 4 a 15 a?os de c¨¢rcel como m¨ªnimo. En una casa a su nombre ten¨ªa un laboratorio para cortar la droga y distribuirla. Trabajaba para Los Zetas y los ordenadores y documentos eran m¨¢s valiosos que cualquier cosa. Cuando recibieron el pitazo de que la polic¨ªa iba hacia all¨¢, sus compa?eros se llevaron todo menos los kilos de perico. Y las armas se convirtieron pronto en un delito m¨¢s: homicidios, secuestros y crimen organizado. Lo suficiente como para pasar el resto de su vida en prisi¨®n. Ten¨ªa solo 24 a?os y hab¨ªa empezado a estudiar Derecho.

Sobre las escaleras de la prisi¨®n estatal de Tapachula se observa un campo de c¨¦sped reseco de unas tres hect¨¢reas por el que deambulan cientos de hombres cojos, mancos, con cicatrices en los brazos y en las piernas y tatuados de las mejillas a los tobillos. En este punto de la entrada se agolpan una veintena de presos contra el que viene de fuera. A la mayor¨ªa no los visita nadie desde hace a?os, pero est¨¢n ah¨ª para controlar las llegadas, las salidas, y de paso sacarse unos 10 o 15 pesos (menos de un d¨®lar) a cambio de ir a buscar a un jefe. Son los estafetas, los mensajeros.

En el penal n¨²mero 3 del Estado de Chiapas no hay ni un arco de seguridad. El entramado de vigilancia consiste en tres puntos de identificaci¨®n donde solo se cercioran de que seas el mismo que dice tu pasaporte y un polic¨ªa que palpa, en una habitaci¨®n cerrada, el cuerpo del visitante.

¡ª?A qui¨¦n viene a ver?

El preso ni siquiera sabe que estamos aqu¨ª. El polic¨ªa solo anota un nombre en un ordenador donde no se realiza ninguna b¨²squeda, simplemente se rellenan huecos en blanco. El reo podr¨ªa no querer que lo visiten, pero nadie le avisa. Entramos.

Uno de los estafetas sale disparado a buscar al l¨ªder de la prisi¨®n.

El criminal que estudiaba para ser abogado ahora tiene 36 a?os. Se sienta en una de las mesas de pl¨¢stico de un restaurante improvisado en medio del patio gigante y habla de c¨®mo el error de sus compa?eros de banda lo llev¨® hasta ah¨ª. ¡°Me dejaron la coca¡­¡±. Pero los dem¨¢s, cuenta, no corrieron con m¨¢s suerte que ¨¦l.

¡ªY para los que trabajaba, ?ya no est¨¢n?

Traga saliva y responde.

¡ªDurante un tiempo s¨ª estuvieron. Me pasaban un dinerito por no haber dicho ning¨²n nombre mientras me torturaron como a un animal durante una semana. Pero ahora¡­ Los que estaban conmigo o ya no est¨¢n o est¨¢n muertos. Si te metes con el Gobierno, te chinga. Eso es seguro.

Sobre el campo de c¨¦sped hay instalados cuatro o cinco puestos de comida, que consisten en una barra de madera, un toldo de pl¨¢stico y un frigor¨ªfico de Coca-Cola. Los que lo regentan venden quesadillas, patatas de bolsa y refrescos en botellas de dos litros. A un lado de este local, unos hombres cosen unas hamacas para vender a las visitas de este domingo. Y en el lugar de las cabinas telef¨®nicas han instalado una barber¨ªa.

El preso al que hemos venido a visitar controla uno de los m¨®dulos de esta prisi¨®n. Hay pocos con un perfil criminal como el suyo dentro de esta c¨¢rcel estatal, pues los que tienen delitos de crimen organizado y portaci¨®n de armas propias del Ej¨¦rcito suelen cumplir condena en las c¨¢rceles federales, con sus barrotes, comedores con bancos de metal y bandejas de aluminio. Y, por su expediente, es uno de los m¨¢s respetados del penal. Logr¨® hace unos siete a?os que lo trasladaran aqu¨ª a base de amparos, cerca de su esposa y de sus hijos.

¡ªAhora las cosas han cambiado mucho ah¨ª fuera¡­

NARCOTRAFICANTE PRESO ¡°Me pasaban un dinerito por no haber dicho ning¨²n nombre mientras me torturaron¡± Tiene 36 a?os. Los ¨²ltimos 12 los ha pasado en la c¨¢rcel y todav¨ªa pasar¨¢ unas cuantas d¨¦cadas m¨¢s. Trabajaba para Los Zetas cuando lo detuvieron.

El mayor dolor de cabeza que Tapachula le ha producido al Gobierno en los ¨²ltimos a?os han sido los miles de migrantes varados en la frontera, no la violencia del narco. La segunda ciudad m¨¢s importante de Chiapas ocupa los noticieros nacionales desde las caravanas de centroamericanos y estos d¨ªas, con cientos de congole?os, cameruneses, angole?os y haitianos que suplican poder salir de ah¨ª.

Cuando la guerra contra el narcotr¨¢fico estaba en su punto m¨¢s sangriento, en 2011, y los carteles se acribillaban a balazos en Ciudad Ju¨¢rez, Tijuana o Reynosa, en esta zona solo se contabilizaron 17 homicidios en un a?o. En Nuevo Laredo, en la frontera con Estados Unidos y de una poblaci¨®n similar a Tapachula, murieron asesinadas 192 personas.

Aqu¨ª no hay colgados de puentes, decapitados ni narcomantas. Los militares desplegados por L¨®pez Obrador persiguen a los migrantes, no a los capos de la droga. Pero entre sus campos de pl¨¢tano, sus hect¨¢reas de palma africana, cacao, mango y aguacate, esta zona sigue siendo un corredor clave para la droga que M¨¦xico importa de Sudam¨¦rica.

A mediados de agosto, la Marina intercept¨® un barco con m¨¢s de una tonelada de coca¨ªna cerca de Puerto Chiapas, que pertenece a Tapachula y est¨¢ a 28 kil¨®metros. La semana anterior, una avioneta con media tonelada que cay¨® 100 kil¨®metros m¨¢s al norte por la costa del Pac¨ªfico, en el municipio de Pijijiapan. El Gobierno valor¨® este golpe al crimen organizado en m¨¢s de 15 millones de d¨®lares. A ese ritmo, si solo se traficara esa cantidad, en un a?o y medio superar¨ªa el presupuesto general de todo el Estado.

Un informe de 2012 de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (Undoc) sobre la ruta centroamericana se?ala que, sin que corriera la sangre con la misma ligereza que en el norte, por estas tierras cruzaban cantidades ingentes de droga desde que en los ochenta los capos mexicanos importaran con fiereza la coca¨ªna colombiana.

Y el trasiego no se ha detenido en los ¨²ltimos a?os en esta zona: en 2015 el Ej¨¦rcito decomisaba 400 kilos de coca¨ªna oculta en costales de fertilizantes en Mazat¨¢n (a 25 kil¨®metros de Tapachula), otros 430 en un tr¨¢iler en Huixtla (a 40 kil¨®metros). Hacia la costa del Pac¨ªfico, en Tonal¨¢, 170 kilos de hero¨ªna en un tr¨¢iler y media tonelada de coca escondida entre pl¨¢tanos.

Los se?ores de la droga en Tapachula no se han hecho famosos. Operan en la sombra. Muchos en esta ciudad los conocen y no se atreven a nombrarlos en voz alta. Solo algunos, con poco que perder y con experiencia dentro del negocio del crimen organizado, pueden mencionarlos con naturalidad. Y est¨¢n en la c¨¢rcel.

 

¡ª?Y qui¨¦n controla Tapachula?

¡ªAhora¡­ Puros independientes.

Han sido sus vecinos o los ricos del pueblo en el r¨ªo Suchiate. El preso al que visitamos se?ala los negocios de sus herederos, algunos de los cuales roban los camiones que cruzan desde Guatemala. ¡°La droga da dinero. Pero los tr¨¢ilers tambi¨¦n, no se crea, algunos facturan dos millones de pesos¡­¡±. Menciona a todos con naturalidad, pero un amigo suyo que est¨¢ fuera de prisi¨®n pide en su nombre que borre los nombres de la libreta. Porque aunque le quedan todav¨ªa d¨¦cadas de condena, tiene familia fuera de ese penal.

¡ª?Tienen algo que ver las pandillas, la Mara Salvatrucha, el Barrio 18¡­?

¡ªNo, no. Esos cuates est¨¢n locos. Ellos se dedican a las calles. Extorsionan, controlan barrios, puede que trafiquen con personas. Y se matan entre ellos. Pero los pesados, los que de veras mueven el dinero, son de ac¨¢.

¡ª?De ac¨¢ se refiere a los grandes carteles de M¨¦xico?

¡ªNo, tampoco. De ac¨¢ digo de Tapachula, del Suchiate. Familias que toda la vida han controlado este negocio. Gente que, mire, si vienen los de Jalisco a entrarle, se sientan y dicen t¨² contratas a 20 sicarios, t¨² otros 20, t¨² otros y as¨ª¡­ Por eso desde hace a?os no les han tumbado la plaza.

Fuera de los muros de esa prisi¨®n se escuchan algunos nombres, como el de Faustino Dami¨¢n Castro, a quien muchos llaman El Patr¨®n o El Jefe. La Fiscal¨ªa mexicana hizo p¨²blico su nombre en 2015 entre una lista de capos socios de Joaqu¨ªn El Chapo Guzm¨¢n en Chiapas. Seg¨²n una decena de empresarios, diputados y polic¨ªas consultados, hay otros a quien nadie est¨¢ buscando. Son due?os de miles de hect¨¢reas a la ribera del r¨ªo Suchiate y viven oficialmente de lo que producen sus plantaciones de fruta.

¡ªOigan, tengan cuidado. Esto que les estoy diciendo es muy peligroso. Pueden parecer amables, cercanos¡­ Pero si los mencionan en su reportaje¡­ A esta gente no le importa desaparecer a uno o a 100. Y les da igual si son de Espa?a o de Honduras ¡ªnos advierte una fuente del Gobierno local cercana a uno de ellos, que insiste en que no anotemos nada que lo pueda delatar.

El martes, 27 de agosto, la mafia local nos envi¨® su amable primer aviso: l¨¢rguense de aqu¨ª y dejen de hacer preguntas.

 

Aunque del lado mexicano de la frontera, los l¨ªderes del narco siguen en la sombra, del otro lado del r¨ªo, en Tec¨²n Um¨¢n (Guatemala, a 40 kil¨®metros de Tapachula), la corrupci¨®n pol¨ªtica ha sido demasiado evidente. El alcalde, ?rick S¨²?iga, alias El Pocho, fue requerido en abril por un juzgado de Texas que lo vinculaba con delitos de crimen organizado. Su nombre estaba manchado por una ficha de la DEA.

Como dejar el poder de una zona tan codiciada no era una opci¨®n y las elecciones municipales estaban cerca, decidi¨® nombrar a su hija como l¨ªder del partido. Isel, Miss Universo por Guatemala en 2017, fue incluida en las listas de este a?o. Todos en la ribera del r¨ªo Suchiate sab¨ªan que quien gobernar¨ªa ser¨ªa su padre. Ni siquiera conoc¨ªan el nombre de la joven. Finalmente, el partido se deshizo y S¨²?iga cre¨® otro en el que puso a un hombre de confianza, aunque el exalcalde corrupto aparec¨ªa en todos los carteles de campa?a. El Pocho gan¨® por cuarta vez consecutiva la presidencia municipal de Tec¨²n Um¨¢n en las elecciones de junio.

La putrefacci¨®n pol¨ªtica no es exclusiva del lado guatemalteco del r¨ªo.

¡ª?Te sabes la historia del D¨®lar?¡ªpregunta emocionado el preso.

Manuel Morales Mar¨ªn se hizo famoso en Tapachula porque en 2001 fue detenido con una lancha que cargaba m¨¢s de tres millones de d¨®lares en paquetes. Era tanto dinero para contar, que los soldados estuvieron un d¨ªa encerrados con la ¨²nica misi¨®n de sumar los billetes verdes. Desde entonces, a Morales se le conoce como El D¨®lar. Y es el cu?ado de la exalcaldesa de Ciudad Hidalgo ¡ªel municipio mexicano pegado al r¨ªo Suchiate, frente a Tec¨²n Um¨¢n¡ª, Matilde Espinosa.

La expresidenta municipal fue detenida en 2017, y poco despu¨¦s liberada, por repartir m¨¢s de 1.500 actas de nacimiento falsas a guatemaltecos para las elecciones estatales. El esposo de Espinosa trabajaba en el Registro Civil. En las calles de su pueblo todav¨ªa la conocen como La Loba del Suchiate.

¡ª?Y los que dice que controlan ahora el tr¨¢fico, los independientes, no han tenido problemas con el Gobierno?

¡ª?Problemas? ¡ªse r¨ªe¡ª. Son compadres, m¡¯hija.

Aunque a primera vista parece un penal tranquilo, hace algo menos de 10 meses decapitaron a un hombre y dejaron el resto de su cuerpo cerca del taller de carpinter¨ªa; a otro lo apu?alaron en el comedor. Los m¨®dulos de la Mara Salvatrucha y Barrio 18 ¡ªlas pandillas rivales centroamericanas cuyos miembros llevan a?os mat¨¢ndose¡ªest¨¢n separados solo por este patio. Una vez dentro, no hay ni un hombre uniformado ni nada que le haga a uno sentir que quienes mandan en ese rect¨¢ngulo abierto no son los criminales.

Las celdas de esta prisi¨®n no tienen barrotes. Son peque?as vecindades, abiertas al cielo en su patio interior, con puertas de metal que se pueden cerrar por dentro con un seguro. Muchas tienen televisi¨®n, cocina y en casi todas hay un celular. Cualquiera puede pasarlo con algo de dinero. Porque aqu¨ª dentro se puede conseguir cualquier cosa, aseguran.

¡ªLa verdad es que yo he comido una o ninguna vez en ese comedor. Gracias a Dios puedo pedir que me traigan cuando quiera una hamburguesa, pizzas, incluso para alguna fiesta, unos pomos de Buchanan¡¯s o Bacard¨ª.

¡ª?Y c¨®mo lo mete?

¡ªSolo hay que darles un dinero a los que est¨¢n en la entrada. Y al que va a comprarlo, claro.

¡ª Y cu¨¢ndo hubo la ¨²ltima revuelta, ?qu¨¦ paso?

¡ªEs que mire, aqu¨ª uno no se puede pasar de listo. Al que le cortaron la cabeza, yo le hab¨ªa dicho ya que no se metiera en pedos. No me hizo caso¡­

¡ª?Tiene miedo aqu¨ª dentro?

Responde por ¨¦l otro compa?ero, ansioso por compartir esta informaci¨®n.

¡ª?Sabe qu¨¦ es lo peor que le pueden hacer a uno ac¨¢? Bueno, adem¨¢s de que te maten, hay algo que para m¨ª es mucho peor. Hay unos tipos que si te quieren chingar lo que hacen es que te clavan un fierro infectado con sida¡ª. Su jefe asiente, en silencio.

¡ª?C¨®mo?

¡ªS¨ª, s¨ª. Vienen cuando no miran los de las torres y ?zas! Ya con eso te joden la vida.

La hora de visitas todav¨ªa no ha finalizado. Pero unos j¨®venes llevan m¨¢s de media hora observando tensos desde las celdas del piso de arriba la conversaci¨®n. El preso al que vinimos a ver estrecha la mano amablemente, su familia est¨¢ a punto de llegar. Uno de sus estafetas acude r¨¢pido y muestra la salida.

LA PLANTACI?N ETERNA

Alrededor de un banano que colea, se entretienen alegres los patrones en la finca. A la vista de los caporales, de un comprador y del terrateniente, estos ¨¢rboles no han dejado de parir cada ocho meses un racimo de 30 kilos de pl¨¢tanos por tronco. Estas plantas, estimuladas por litros de fertilizantes rociados desde avionetas, bajo un calor y humedad insufribles, maduran airosas para seguir nutriendo a la compa?¨ªa. El due?o de las tierras, uno de los empresarios m¨¢s ricos de Tapachula, se seca satisfecho el sudor con la manga de su camisa.

¡ªM¡¯hijo, tr¨¢igalos, que han venido los reporteros.

La trampa de la capital del sur

EDUARDO ALT?ZAR, EMPRESARIO PLATANERO ¡°Mire, aqu¨ª tenemos de todo: salvadore?os, hondure?os y de Guatemala¡± Es uno de los productores m¨¢s ricos de Tapachula. Admite sin reparos que sus trabajadores no tienen ni contrato ni seguro m¨¦dico. Se jacta de codearse con los ministros de L¨®pez Obrador.

Tiene 47 a?os, lleva unos pantalones vaqueros desgastados y anchos, amarrados a su cintura por un sobrio cintur¨®n de piel negro. Recoge de una camioneta Nissan de gama media un sombrero de paja. Y por su forma de moverse entre la maleza y de limpiar las hojas muertas de los ¨¢rboles, parece un hombre de campo al que le ha ido muy bien. El agricultor que naci¨® entre la miseria y ha roto todos los esquemas en una regi¨®n donde si se nace pobre, se muere pobre.

Es el propietario de gran parte de la ribera del Suchiate, el r¨ªo que hace frontera entre M¨¦xico y Guatemala, y de la mitad de sembrad¨ªos de los municipios que rodean a Tapachula. Una tierra que hierve, ideal para el cultivo de esta fruta. Y que configura el esquema de una ciudad rural, que come y se divierte con el dinero que sale del campo. Sin la agricultura es imposible comprender por qu¨¦ esta ciudad de 320.000 habitantes es la m¨¢s rica de todo el Estado de Chiapas. ?l es Eduardo Alt¨²zar, pero aqu¨ª todos le llaman don Eduardo.

A don Eduardo le ha ido mucho mejor que bien. En Chiapas ¡ªel principal productor de pl¨¢tano del pa¨ªs¡ª se destinan 23.454 hect¨¢reas al cultivo de esta fruta y ¨¦l es el propietario de 10.500. Don Eduardo, que habla de s¨ª mismo en tercera persona y con el ¡°don¡± cuando recuerda estas cifras, se?ala que si no sacas 80 toneladas de pl¨¢tano por hect¨¢rea al a?o, es que no vales como productor. Y ¨¦l, asegura, nada de eso: m¨¢s de 840.000 toneladas anuales de pl¨¢tano con denominaci¨®n de origen de Chiapas. Que van en su mayor¨ªa directas a Estados Unidos en barcos desde Puerto Madero (en el Pac¨ªfico, a 28 kil¨®metros de Tapachula), para una de las multinacionales de fruta m¨¢s poderosas del mundo: Chiquita.

Las cantidades de dinero que mueve su firma, prefiere no mencionarlas. Pero uno de sus trabajadores, el nuevo encargado de experimentar con un abono a base de huevo de lombriz, Hugo Ju¨¢rez, que siente devoci¨®n por don Eduardo y su imperio, echa las cuentas: ¡°Cada hect¨¢rea requiere unos 120.000 pesos de inversi¨®n [unos 6.000 d¨®lares / 5.600 euros] y cada caja de 20 kilos se la vende al gringo por seis d¨®lares. Imag¨ªnese¡±, dice con los ojos como platos esperando la misma reacci¨®n. Lo resume con cuatro movimientos en la calculadora: ¡°Si le va mal, gana 200.000 pesos por hect¨¢rea al a?o. M¨¢s de 108 millones de d¨®lares¡±.

Su historia es tan poco com¨²n en esta frontera sur, donde el mito de hacerse a s¨ª mismo se reserva para los terratenientes del norte, que una decena de empresarios, polic¨ªas y diputados consultados sospechan que la compra de estas tierras, que se multiplic¨® a partir del a?o 2001 y se dispar¨® en 2005, tiene mucho m¨¢s que ver con la coca¨ªna colombiana que con el pl¨¢tano. Y lo se?alan como uno de los capos ¡°m¨¢s pesados¡± de la regi¨®n, pues sus miles de hect¨¢reas est¨¢n ubicadas dentro de una franja clave en el corredor de las drogas que cruzan desde Centroam¨¦rica.

Don Eduardo evita hablar del crimen organizado. Y zanja la conversaci¨®n.

¡ªMire, Tapachula y esta zona es un lugar tranquilo. Ac¨¢ no suceden estas cosas que vemos en Tamaulipas¡­ No. Yo mismo, por ejemplo, no llevo a nadie armado, voy tranquilo con mi coche y ni a m¨ª ni a nadie de mi familia le ha pasado nunca nada.

Naci¨® en un rancho de pl¨¢tanos a las orillas del r¨ªo Suchiate, en una familia humilde hace 47 a?os. Y desde los 16 ya manejaba 60 hect¨¢reas que le hab¨ªa heredado su padre, un agricultor que poco a poco fue comprando algunos terrenos de los se?ores para los que trabajaba. No ten¨ªa ni siquiera la edad para cobrar los m¨¢s de 100.000 d¨®lares mensuales que ganaba con su producci¨®n, cuenta. Y mientras Tapachula agonizaba entre los restos del hurac¨¢n Stan (en 2005), ¨¦l adquiri¨® a precio de saldo las tierras devastadas de los productores de la zona. Su nombre empez¨® a moverse entre los empresarios de esta regi¨®n y ahora, que es el l¨ªder local de los plataneros, se jacta de codearse con los ministros del Gobierno de L¨®pez Obrador, como Marcelo Ebrard (Exteriores). En su tel¨¦fono guarda una foto con el secretario en su ¨²ltima visita a Tapachula.

En mitad de la charla, insiste en desviar el tema hacia lo ¨²nico de lo que habla todo el mundo estos d¨ªas en la ciudad.

¡ªTraigan a cuatro o cinco de all¨¢¡ªrepite a uno de sus empleados.

¡ª?Qu¨¦ es lo que van a traer?

¡ªA los migrantes, mujer. Mire, aqu¨ª tenemos de todo: salvadore?os, hondure?os y de Guatemala, por supuesto. ?Saluden, hombre, que han venido a verlos!

Un grupo de cinco hombres deshechos se acercan al corro de caporales, encargados de la finca, y al personal de seguridad presidido por Alt¨²zar. Apenas levantan la cabeza para saludar y todos, como si fuera un ritual, hacen el mismo gesto con la mano: acercan el pu?o en modo de apret¨®n. Se averg¨¹enzan de que sus dedos ennegrecidos se junten con los del resto.

¡ªBuenos d¨ªas, patrona.

Uno de los cuatro, Ram¨®n, tiene 28 a?os, pero el campo ha acelerado cruelmente su calendario y aparenta unos 50. Lleva una sudadera azul con capucha y ninguna camiseta debajo. El sudor le corre desde el pecho hasta la mu?eca y la prenda est¨¢ tan mojada, que parece que vaya a diluirse entre sus nudillos. Una gorra gris sombrea la mitad de su rostro y bajo la atenta mirada del jefe declara que ¨¦l est¨¢ bien ah¨ª, que gracias a Dios que tiene trabajo y que pudo traerse a su esposa y sus hijos de Guatemala. ¡°Lo malo es cuando uno se enferma. Ah¨ª s¨ª est¨¢ bien jodido¡±.

Ninguno de ellos tiene contrato ni seguro m¨¦dico. ¡°Pero estamos trabajando para que todos lo tengan. Solo que es complicado, muchos no tienen documentos¡±, se excusa extra?amente Alt¨²zar. Es tan com¨²n que en el campo los jornaleros no est¨¦n contratados, que no muestran reparos en reconocer esta pr¨¢ctica ilegal.

Entre los surcos de tierra mojada que separan los ¨¢rboles, deambulan los jornaleros con bolsas de 30 kilos de pl¨¢tano a sus espaldas. Los racimos son para algunos tan altos, que los pl¨¢sticos que los envuelven sobresalen sobre sus cabezas y parece que tuvieran patas. Una y otra y otra¡­ Por cada una que recogen al d¨ªa cobran 1,40 pesos. No llega a un c¨¦ntimo de d¨®lar. Los m¨¢s fuertes cargan 100 bolsas al d¨ªa y con eso sacan siete d¨®lares.

En los per¨ªmetros de cada finca, un cableado recorre la plantaci¨®n. Es el sistema rudimentario que emplean para transportar las bolsas de pl¨¢tanos, colgadas por ganchos, hacia el lugar donde los lavan y empaquetan. Un hombre escu¨¢lido, de 19 a?os que aparentan 30, se ata bajo la cadera una cuerda que le cruza la espalda. Lleva una camiseta de color caf¨¦ de tirantes que la humedad ha estirado tanto que deja al descubierto su pecho y espalda, tallada por las hendiduras de la cinta. Su trabajo consiste en correr arrastrando las bolsas enganchadas al cable y transportarlas al lugar de destino. Est¨¢ descalzo. Un trabajo que podr¨ªa hacerse con un sencillo motor o una bestia de carga. Pero la luz y la comida del animal son m¨¢s caras que su sueldo.

¡ªF¨ªjese, una vez un compa?ero le pregunt¨® a uno de ellos que qu¨¦ com¨ªa para estar tan fuerte¡ª cuenta a carcajadas Alt¨²zar en medio del corro.

¡ª?Y qu¨¦ le respondi¨® ¨¦l?¡ª le pregunta un empleado.

¡ªQue si tuviera qu¨¦ comer, no estar¨ªa aqu¨ª.

En este rinc¨®n pobre de M¨¦xico, donde los due?os de las tierras se cuentan con los dedos de la mano, los migrantes que huyen de la miseria de sus pa¨ªses y buscan sobrevivir no tienen m¨¢s remedio que trabajar en el campo. Apenas hay industria y el ¨²nico turismo es principalmente de negocios. Empresarios de Guatemala que acuden al otro lado de la frontera para sellar acuerdos comerciales con los finqueros de la zona. Y este municipio rural y miserable se alimenta de la mano de obra que la violencia y el hambre de Centroam¨¦rica regalan.

En Tapachula, a 30 kil¨®metros de este rancho, viven los due?os de las tierras en residenciales fortificados a las afueras. En sus callejones, sobrevive la pobreza urbana, mendigando en las calles unos pesos a cambio de limpiar un coche, vendiendo chatarra usada en sus aceras o prostituy¨¦ndose en un parque. Carne de ca?¨®n para la mano de obra campesina.

Pero en las fincas de pl¨¢tano, caf¨¦, mango o cacao hay todav¨ªa menos esperanza. La mayor¨ªa vive con sus familias en casas que ellos mismos levantaron con l¨¢mina cerca de las plantaciones. Lejos de las escuelas o de un centro de salud. Y cada d¨ªa, desde antes de que amanezca, los m¨¢s afortunados se suben en una bicicleta para llegar al campo; otros, en camiones de carga que los bajan como ganado para recoger los pl¨¢tanos que Estados Unidos se come.

¡ªA muchos les sorprende c¨®mo lleg¨® a hacerse tan rico.

En el momento m¨¢s tenso de la conversaci¨®n con Alt¨²zar lo interrumpe una llamada. Es su esposa. Han quedado para cenar en el Toks y tiene prisa. El Toks es una cadena de restaurantes de sillones de escay y un men¨² de 250 pesos (unos 13 d¨®lares / 11,7 euros). Un lugar al que acude la clase media mexicana en el resto del pa¨ªs, pero donde en Tapachula se re¨²nen las se?oras de misa y perlas y los finqueros de chevrolet suburban.

¡ªMire, aqu¨ª no hay secreto. Yo me lo gan¨¦ trabajando¡ª y resuelve el asunto antes de despedirse.

En el rancho de pl¨¢tanos, entre unos paneles de madera y pl¨¢stico donde han instalado el experimento con abono de lombriz que pretende dejarles millones de d¨®lares, su empleado, Hugo Ju¨¢rez, y ¨²nico responsable de estas cinco hect¨¢reas, es m¨¢s tajante.

¡ª?No tiene miedo de que entren a robarles a esta finca?

¡ª?Miedo? Nadie le roba a don Eduardo.

 

En el norte de Tapachula, a media hora en coche de las fincas plataneras, se abre una selva espesa que oscurece la carretera salpicada de baches, piedras y ramas ca¨ªdas. Y a menos de 40 kil¨®metros del infierno sofocante que se sufre en las plantaciones frutales, pero tambi¨¦n en las sucias y grises calles de la ciudad, el clima de repente se torna amable, fresco. La naturaleza virgen env¨ªa un mensaje a sus vecinos: dejen de aniquilarme y vivir¨¢n mejor.

La carretera serpentea las faldas del volc¨¢n del Tacan¨¢ que, como el r¨ªo Suchiate, divide M¨¦xico de Guatemala sobre sus imponentes 4.092 metros de altura. Y las vistas, por primera vez en todo el recorrido de esta frontera, parecen las de una postal de viajes.

En lo alto de la monta?a se produce otro de los cultivos que ha mantenido econ¨®micamente a Tapachula y a los municipios de alrededor desde hace m¨¢s de 100 a?os. El caf¨¦. Esta zona, conocida como la regi¨®n del Soconusco, es la que m¨¢s lo produce de M¨¦xico. La mayor parte del caf¨¦ que presume Chiapas se cosecha en estas coordenadas. Y aunque el desplome de los precios del oro negro ha provocado que en M¨¦xico ocho de cada 10 productores tengan menos de dos hect¨¢reas, sobre esta sierra hay un hombre que tiene m¨¢s de 700.

Una pick up blanca estaciona en un paraje de pel¨ªcula. Las monta?as verdes se alzan sobre las nubes y desde un coqueto restaurante en la cima, de manteles de tela blancos, con un porche de dise?o californiano que huele a caf¨¦ reci¨¦n hecho, la miseria de los migrantes en Tapachula y los burdeles inhumanos de Huixtla quedan muy lejos.

¡°A media cuadra del cielo¡± est¨¢ la finca Hamburgo, reza un eslogan. Una de las plantaciones de caf¨¦ m¨¢s famosas de la zona. Que adem¨¢s se emplea para un turismo de lujo, con tres caba?as boutique, jacuzzi y piscina privada.

¡ªCasas estilo californiano en Tapachula, ?c¨®mo ven? En 1900 las compraron prefabricadas y se las trajeron hasta ac¨¢ arriba¡­ Mi familia y yo vivimos en una de esas, ah¨ª a un lado del beneficio.

El due?o de este complejo tiene el cabello rubio, los ojos de un verde poco com¨²n en esta tierra de agricultores morenos y encorvados y una piel manchada por el sol. En el dedo coraz¨®n de su mano derecha lleva un anillo de oro con el escudo de su familia. Unos ancestros que poco ten¨ªan que ver con la tradici¨®n chiapaneca. Tomas Edelmann, de 57 a?os, es el bisnieto del primer grupo de migrantes alemanes que fundaron esta regi¨®n. Y en eso s¨ª coincide con la realidad tapachulteca de estos d¨ªas.

Es el propietario de tres fincas de caf¨¦, que suman en total m¨¢s de 700 hect¨¢reas. La que lleva el nombre de su marca Hamburgo, la hered¨® de su bisabuelo, Arthur Erich Edelmann, originario de Perleberg (a 150 kil¨®metros de Berl¨ªn), que en su pa¨ªs vend¨ªa maquinaria para caf¨¦ pero solo hab¨ªa visto la planta en fotos.

La trampa de la capital del sur

TOMAS EDELMANN, EMPRESARIO CAFETERO ¡°No podemos subirles el sueldo¡± Es propietario de tres fincas de caf¨¦, que hered¨® de su bisabuelo. Unas cien familias trabajan en sus campos. Hay escuelas, pero no tienen ni seguridad municipal ni hospitales. Todo depende de la benevolencia del patr¨®n.

En 1888, el primer Edelmann se embarca con un grupo de empresarios alemanes invitados por el presidente mexicano Porfirio D¨ªaz para repoblar estas tierras e impulsar econ¨®micamente la regi¨®n del Soconusco. ¡°Antes de que ellos llegaran, en Tapachula solo hab¨ªa selva¡±, cuenta. Y de las ganancias de estos terrenos enclavados en las monta?as viven todav¨ªa sus herederos, que exportan la mayor parte de su producci¨®n a Estados Unidos. Uno de sus clientes en sus mejores tiempos fue la cadena de cafeter¨ªas Seattle¡¯s Best Coffee, antes de que la comprara Starbucks en 2003.

Tomas recorre con su camioneta cada uno de los rincones de esta monta?a, donde las plantas del caf¨¦ se cr¨ªan junto a enormes ceibas, ¨¢rboles de teca, de breadfruit (t¨ªpicos del sudeste asi¨¢tico), de r¨ªos que abastecen de agua a todo el complejo gracias a una peque?a hidroel¨¦ctrica que su abuelo construy¨® hace un siglo. Tiene incluso una isla, acondicionada para que los turistas puedan acampar y experimentar unas noches la sensaci¨®n de dormir en medio de la jungla.

El heredero de los Edelmann es el ¨²nico de sus hermanos que ha mantenido esta finca. Asegura que ya no es un buen negocio. ¡°Hace 30 a?os s¨ª, el caf¨¦ daba mucho dinero, ahora solo intentamos ingresar lo suficiente para no cerrar. Antes hab¨ªa muchas fincas como la nuestra, pero la mayor¨ªa de los due?os ya se han ido¡±, cuenta. En estos meses est¨¢n innovando con el cultivo de nuez de la india.

Este empresario, que se esfuerza para que sus hijos contin¨²en con su legado, es capaz de reconocer, de un solo vistazo, si una planta est¨¢ infectada de broca ¡ªunos gusanos min¨²sculos que se alimentan del grano todav¨ªa rojo¡ª y muestra entusiasmado todas las variedades de caf¨¦ de las que disponen: las hojas grandes y densas del Maragogype y del Pacamara, la Robusta o el Catua¨ª.

¡°Imag¨ªnense la monta?a cuando la planta florece. Todo lo que ven se ti?e de blanco, un paisaje nevado en Tapachula¡±. Una cotorra, un ¨¢guila y un zopilote sobrevuelan en menos de una hora su cabeza.

En direcci¨®n contraria al cielo viven los campesinos que trabajan estas tierras.

Un pueblo hecho para el cultivo de este grano. Alrededor de 100 familias habitan unas casas de ladrillo que se amontonan alrededor del beneficio, unos 500 metros carretera abajo del hotel boutique. Cuentan con un comedor que sirve platos de caldo de verduras y algo de guisado de pollo, con un horno de le?a a cargo de una familia y una capilla. En lo m¨¢s parecido que hay a una plaza municipal, se encuentran las oficinas donde acuden a sellar una ficha que acredita, en ¨¦poca de cosecha ¡ªa partir de octubre y noviembre¡ª, cu¨¢ntos kilos de grano recogi¨® cada jornalero.

Mar¨ªa, la esposa de un campesino que carga a una ni?a de dos a?os mientras espera una furgoneta que la bajar¨¢ a la finca colindante, cuenta que lo habitual es que se cosechen cinco cajas de 60 kilos cada semana. En total, de media, cobran unos tres d¨®lares al d¨ªa.

Ellos tambi¨¦n han heredado el oficio de sus padres, la mayor¨ªa guatemaltecos. Si existiera oficialmente una nacionalidad para ellos, ser¨ªa la del caf¨¦. Nacieron entre estas plantas y no conocen m¨¢s vida que la de los l¨ªmites de estas hect¨¢reas y las vecinas. Y el esquema est¨¢ dise?ado para que sus hijos tengan el mismo destino.

Tanto para los trabajadores de la finca Hamburgo como para las que la rodean, hay escuelas donde los ni?os aprenden a leer y a escribir, pero tambi¨¦n a cosechar el grano. Son instituciones homologadas por la Secretar¨ªa de Educaci¨®n P¨²blica mexicana.

No cuentan con seguridad municipal ni hospitales. Todo depende de la benevolencia del patr¨®n. Edelmann asegura que sus comunidades se organizan con unos jefes, nombrados por los pobladores, quienes se encargan de mantener el orden. Y cuando alguien se enferma, son sus veh¨ªculos los que trasladan al paciente al centro de salud m¨¢s cercano, que est¨¢ a m¨¢s de 30 kil¨®metros.

Un hombre de unos 60 a?os camina arrastrando un machete por la orilla de una carretera sin asfaltar. Edelmann lo saluda por su nombre y este le responde y vuelve a mirar hacia el suelo. ¡°El se?or lleva toda la vida con nosotros y ahora que ya no puede trabajar como antes, le dejamos que se encargue de tareas menos rudas, como limpiar los caminos¡±, explica el finquero.

Unos metros m¨¢s abajo del pueblo, est¨¢n las galleras. Los barracones donde viven decenas de familias tienen nombre de jaulas de animal. Son unas naves peque?as de hormig¨®n, donde caben alineadas 10 o 15 literas. Ni siquiera tienen un colch¨®n, se recuestan sobre las tablas de madera que cubren con una manta.

Arriba, la hidroel¨¦ctrica de la finca Hamburgo. Abajo, los cuartos de los trabajadores
Arriba, la hidroel¨¦ctrica de la finca Hamburgo. Abajo, los cuartos de los trabajadores

¡ª Aunque no lo crea, estamos teniendo m¨¢s problemas que nunca con la mano de obra. Los campesinos ya no quieren trabajar el caf¨¦ aqu¨ª y se van a Estados Unidos.

¡ª?Y han pensado en subirles el sueldo?

Edelmann se molesta. La miseria entre la que viven estos jornaleros es m¨¢s que evidente.

¡ªNo podemos. De verdad que no¡­ Tal y como est¨¢n las cosas, es que no nos dan las cuentas.

Huir del campo, de los parques, de los burdeles y salir de esta regi¨®n ha sido siempre el ¨²nico objetivo de quienes pisan estas tierras. Pero este punto de la frontera con Guatemala se ha convertido para muchos en una sima profunda y larga de la que no consiguieron escapar. Cuatro mil kil¨®metros hacia la frontera norte son muchos kil¨®metros.

Tapachula est¨¢ desbordada por una emergencia humanitaria insostenible, con cientos de migrantes sobreviviendo en sus calles, parques, hoteles y fincas. Un hervidero que ha captado cierta atenci¨®n medi¨¢tica en los ¨²ltimos meses. Pero esta capital del sur es tambi¨¦n una parte del M¨¦xico cruel al que no mira nadie. Los focos y la ayuda internacional quedan tan lejos como su destino.

En las galleras, dos ni?os de dos y cinco a?os corretean con unos gatos en la entrada de estas viviendas paup¨¦rrimas.

¡ªBuenas tardes, patroncita.

Unas mujeres preparan un caldo para sus maridos en una cacerola sobre un fuego de le?a en un patio exterior. La sopa, tan trasl¨²cida que deja a la vista el fondo oxidado de la olla, no tiene m¨¢s ingredientes que un tomate, algunas verduras y una papa. Con eso tendr¨¢n que apa?arse por ese d¨ªa cuatro adultos hambrientos y cinco ni?os.

Un cerdo hermoso y rosado devora un kilo de tortillas de ma¨ªz entre cuatro cajas de madera. ¡°Mire, se?o, en cuanto engorde un poco m¨¢s, lo vendo por unos 2.500 pesos [unos 130 d¨®lares]¡±, desvela esperanzada la se?ora Mercedes, una mujer de m¨¢s de 70 a?os, hija de guatemaltecos, que naci¨® en esta finca. El animal vale el doble de lo que ganar¨ªa su marido por un mes de cosecha.

[Consulte todos los cap¨ªtulos de Frontera sur]

Sobre este proyecto

La frontera desconocida de Am¨¦rica

Jos¨¦ Luis Sanz / Javier Lafuente

Ha sido ignorada por d¨¦cadas. La franja de tierra que conecta M¨¦xico con Centroam¨¦rica no tiene la fotogenia de un muro, ni la leyenda que el cine y los medios estadounidenses han dado al r¨ªo Bravo o los desiertos de Arizona. Se la ha tratado como una frontera latinoamericana m¨¢s: desordenada, salvaje, porosa y silenciosa. Pero se trata de la l¨ªnea divisoria que m¨¢s personas cruzan cada d¨ªa en el continente americano; una de las m¨¢s transitadas del mundo. Es cruce obligado para los cientos de miles de centroamericanos que caminan hacia el norte. M¨¢s de 120.000 migrantes han sido detenidos en M¨¦xico cada a?o en el ¨²ltimo lustro. Se estima que un 90% de la coca¨ªna que llegar¨¢ a Estados Unidos ha tocado en alg¨²n momento suelo centroamericano antes de burlar la frontera con M¨¦xico. Es una torpeza hablar de migraci¨®n, de narcotr¨¢fico, de esta regi¨®n entera, sin adentrarse en este l¨ªmite.

Un conocimiento raqu¨ªtico se cierne sobre dos fronteras separadas por unos 5.000 kil¨®metros. La lejan¨ªa de Estados Unidos agrava el desinter¨¦s por la l¨ªnea del sur: una frontera remota que no se puede contar en ciudades, sino en aldeas, ejidos y caser¨ªos; que no se relata en la voz de gobernadores, sino de alcaldes, l¨ªderes comunales, militares, campesinos y coyotes. Para entender esta l¨ªnea hay que perderse en veredas de tierra.

Son 1.138 kil¨®metros delineados por el cauce del r¨ªo Suchiate en su camino hacia el Oeste, al Pac¨ªfico; el Usumacinta que cruza la frontera entre Guatemala y M¨¦xico en busca del Golfo; y desdibujada por la selva guatemalteca a medida que busca el Caribe. Una frontera de orograf¨ªa complicada y de dif¨ªcil acceso en buena parte de su trazado. Algunos de sus municipios tienen su propio idioma y a veces sus propias leyes de silencio. Muchas de las comunidades m¨¢s olvidadas ¨C y agredidas ¨C por el Estado guatemalteco, como los Queqch¨ªs o los Cakchiqueles, se refugiaron cada vez m¨¢s en lo rec¨®ndito de esta frontera. Y otras poblaciones, como los menonitas de Belice, encontraron en el olvido de estas tierras el ¨¢rea perfecta para asentarse y construir una vida. En muchos de sus puntos, el Estado es un concepto difuso. Casi todas las pol¨ªticas de seguridad de los sucesivos Gobiernos mexicanos en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas han tenido como campo de operaciones este pedazo de tierra en el que Norteam¨¦rica se estrecha para convertirse en istmo, pero ni la implementaci¨®n ni el fracaso de esas pol¨ªticas mereci¨® m¨¢s atenci¨®n que algunas frases sueltas. Hasta ahora, la frontera sur ha vivido y evolucionado alejada de los focos y las preguntas inc¨®modas.

Las maniobras antimigratorias de Donald Trump han abierto una nueva etapa de protagonismo. Su presi¨®n para que M¨¦xico contenga de manera m¨¢s agresiva el flujo de migrantes y su reciente acuerdo para que Guatemala se convierta en primer receptor de deportados para el resto de la regi¨®n centroamericana derivaron en la militarizaci¨®n de partes de la frontera. Del lado centroamericano del Suchiate, Trump encuentra un c¨®modo silencio: ninguno de los tres presidentes del tri¨¢ngulo norte centroamericano -que aporta m¨¢s del 90% de migrantes que cruzan la frontera con M¨¦xico- ha hecho un reclamo p¨²blico a los Gobiernos estadounidense y mexicano por su pacto de empezar ¡°el muro¡± del norte en esta franja del sur.

Tambi¨¦n la construcci¨®n del ¡°tren maya¡±, con el que el presidente Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador quiere conectar desde Canc¨²n hasta Palenque, pasando por Tenosique, promete transformar la zona. En ambos casos es incierto el impacto que las nuevas pol¨ªticas tendr¨¢n, no solo en la ecolog¨ªa de la zona sino para los ecosistemas migratorio, laboral y criminal de esta parte del continente americano. La frontera sur de M¨¦xico es una inc¨®gnita en r¨¢pida mutaci¨®n.

EL PA?S y EL FARO nos hemos unido para tratar de destripar este territorio y verterlo en relatos. Como parte de la alianza que iniciamos en abril para contar Centroam¨¦rica fuera de sus fronteras, durante los pr¨®ximos seis meses equipos conjuntos de periodistas de los dos medios, m¨¢s de 20 personas en total, trabajar¨¢n para desvelar las identidades, conflictos y preguntas que esconde esta zona, para narrarla por entregas y en m¨²ltiples formatos.

Es una apuesta arriesgada, no solo por la compleja realidad que pretendemos mostrar sino tambi¨¦n por las caracter¨ªsticas propias de la zona, una de las m¨¢s olvidadas y una de las m¨¢s violentas del planeta.

Aspiramos a ahondar en lugares que, a priori, creemos conocer, como Tapachula o Tec¨²n Um¨¢n; al tiempo que penetramos en otros m¨¢s inh¨®spitos y rec¨®nditos como Xcalak, Ixcan, Bethel o Laguna del Tigre. Trataremos de ilustrar un mosaico formado por ind¨ªgenas mayas, comunidades gar¨ªfunas y misquitas, o blanqu¨ªsimos asentamientos menonitas; por flujos humanos que arrancaron en Centroam¨¦rica, ?frica o Asia; por largas extensiones de cultivos legales e ilegales; por pobreza, desigualdad, poderes pol¨ªticos indefensos y grupos armados en constante recomposici¨®n; por pa¨ªses que se deshacen all¨ª donde se encuentran.

Cap¨ªtulo 6 de Frontera Sur, pr¨®ximamente.

Cr¨¦ditos

  • Direcci¨®n del proyecto: Javier Lafuente, Jos¨¦ Luis Sanz
  • Coordinaci¨®n: Guiomar del Ser y Patricia R. Blanco
  • Edici¨®n: ?scar Mart¨ªnez, Jacobo Garc¨ªa
  • Dise?o e Infograf¨ªa: Fernando Hern¨¢ndez y Ana Fern¨¢ndez
  • Front-end: Bel¨¦n Polo y Nelly Natal¨ª
  • Desarrollo: Jacinto Corral
  • Textos: Jacobo Garc¨ªa, ?scar Mart¨ªnez, Roberto Valencia, Elena Reina, Carlos Mart¨ªnez y Carlos Dada
  • V¨ªdeo: Teresa de Miguel, H¨¦ctor Guerrero, Gladys Serrano, M¨®nica Gonzalez
  • Foto: H¨¦ctor Guerrero, Fred Ramos, M¨®nica Gonz¨¢lez, V¨ªctor Pe?a, Gladys Serrano
  • Edici¨®n de Imagen: H¨¦ctor Guerrero
  • Redes Sociales: Anna Lagos
  • Edici¨®n de textos: Ana Lorite
  • Edici¨®n y grafismo de v¨ªdeo: Sonia S¨¢nchez Carrasco, Eduardo Ort¨ªz
  • Edici¨®n de audio: Teresa de Miguel
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