El debate sobre las fuerzas armadas en M¨¦xico
Es necesaria una discusi¨®n profunda sobre el papel del Ej¨¦rcito y la Armada en la sociedad mexicana
El tremendo fiasco que represent¨® para M¨¦xico el intento fallido de capturar al hijo de El Chapo Guzm¨¢n en la ciudad de Culiac¨¢n el 17 de octubre debiera suscitar una profunda discusi¨®n sobre el papel de las fuerzas armadas en la sociedad mexicana. Se recordar¨¢ que despu¨¦s de un operativo de varias horas, de la detenci¨®n del heredero del Chapo, de la virtual toma de la ciudad por sicarios del cartel de Sinaloa y de la amenaza por estos ¨²ltimos de ejecutar a soldados y familiares, el Ej¨¦rcito se vio obligado a liberar a Ovidio Guzm¨¢n L¨®pez. Por desgracia, es poco probable que dicha discusi¨®n tenga lugar.
La llamada comentocracia le profesa un respeto reverencial a quienes los chilenos llaman ¡°los milicos¡±. Las cifras de supuesta aprobaci¨®n o confianza que inspiran las fuerzas armadas en M¨¦xico entre la ciudadan¨ªa desalientan su cr¨ªtica o escrutinio period¨ªstico o acad¨¦mico. La oposici¨®n ?tanto del PRI como del PAN ? le tiene terror por motivos distintos. El viejo partido ¨²nico siempre sostuvo una relaci¨®n simbi¨®tica con el Ej¨¦rcito: los priistas veneraban a los militares y estos eran priistas de coraz¨®n. El PAN ha albergado desde tiempo atr¨¢s un complejo de inferioridad o culpa ante el estamento castrense. Sospechan que los militares no los quieren y que los dejaron acceder al poder en 2000 y 2006 de manera recalcitrante. Por ¨²ltimo, el Gobierno de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador prefiere, al igual que sus predecesores, resignarse a manifestar su sentimiento a trav¨¦s de una serie de lugares comunes o cursiler¨ªas.
A pesar de este escepticismo fundado, vale la pena proponer algunos puntos de discusi¨®n, que hipot¨¦ticamente podr¨ªan caber en un debate de esa naturaleza. Un debate tanto m¨¢s necesario bajo el actual r¨¦gimen, donde las fuerzas armadas mexicanas adquieren cada d¨ªa mayor protagonismo y responsabilidades inconmensurables que las de antes. Van desde conformar una Guardia Nacional, bajo mando militar de facto, hasta garantizar la seguridad de m¨¢s de medio millar de camiones ? tanque o pipas para transportar gasolina ?, la construcci¨®n de un nuevo aeropuerto civil, seguir en el combate al narcotr¨¢fico, evitar la entrada a y la salida de M¨¦xico de decenas de miles de migrantes centroamericanos, cubanos y africanos, e incluso impedir el acceso de Uber a los aeropuertos de M¨¦xico.
Un primer tema consiste en la persistencia anacr¨®nica, primitiva y contraproducente de conservar secretarios de la Defensa y de la Marina uniformados. Hasta ahora, M¨¦xico, a diferencia de la enorme mayor¨ªa de los pa¨ªses de ingreso medio y/o democr¨¢ticos, pone en mano de los militares la conducci¨®n de los militares. No solo no se encuentran unificadas todas las ramas castrenses en un solo ministerio, sino que los dos ministerios existentes, desde los a?os veinte del siglo pasado, se encuentran en manos de un militar o un marino. Ning¨²n pa¨ªs de la OCDE, de la que M¨¦xico forma parte desde 1994, carece de un ministerio unificado bajo mando civil. La ¨²nica excepci¨®n es Turqu¨ªa, y solo por las obsesiones y tribulaciones actuales de Erdogan. Antes, no era el caso.
Ciertamente, se trata de pa¨ªses mayoritariamente desarrollados y de viejas democracias. Pero si escogemos un rasero diferente para M¨¦xico, ning¨²n pa¨ªs de Am¨¦rica Latina ? salvo Venezuela; Cuba no cuenta ? conserva esa disposici¨®n obsoleta. Ni los pa¨ªses grandes con viejos ej¨¦rcitos aristocr¨¢ticos como Brasil o Argentina, ni los peque?os como Nicaragua, El Salvador o Ecuador, m¨¢s recientes en su construcci¨®n castrense. Ning¨²n presidente mexicano ha optado por modificar este esquema, cuya raz¨®n de ser se remonta a los a?os treinta del siglo XX. En aquella ¨¦poca se fragu¨® un acuerdo t¨¢cito, funcional y provechoso para M¨¦xico. Los militares no se involucrar¨ªan en los asuntos de los civiles ? gobernar? y los civiles se abstendr¨ªan de intervenir en sus asuntos de mando y administraci¨®n, desde luego, pero sobre todo de compras, industria militar y la manera de cumplir las ¨®rdenes que el poder civil les extend¨ªa. Los civiles tra¨ªan a los militares con las riendas cortas, pero eran sus riendas. Muchos recuerdan la an¨¦cdota de un director de la empresa petrolera estatal, al exigirle el presidente la entrega de m¨¢s combustible al Ej¨¦rcito. El de Pemex respondi¨®: ¡°As¨ª no pueden movilizarse m¨¢s que tres d¨ªas; despu¨¦s quedan paralizados. ?Quiere usted que les surta de gasolina para siete, quince o treinta d¨ªas de movilizaci¨®n?¡± El presidente declin¨® la oferta. Hoy, sin embargo, este quid pro quo es disfuncional y antidemocr¨¢tico. Contribuye a m¨¢s anacronismos.
En particular de la segregaci¨®n o separaci¨®n de los militares del resto de la sociedad. Adem¨¢s de provenir en su gran mayor¨ªa de los estratos m¨¢s desfavorecidos ? el equivalente de facto de un ej¨¦rcito voluntario ? los soldados viven en unidades habitacionales apartadas de las dem¨¢s zonas de las ciudades. No conviven con los mexicanos de a pie, ni en sus moradas, las escuelas de sus hijos, los cines, hoteles, centros de diversi¨®n o deportivos. Nunca se ver¨¢ un marino uniformado paseando por Chapultepec con su pareja. Ellos y los dem¨¢s mexicanos pertenecemos a compartimentos estancos. Cuando los presidentes mexicanos hablan del ¡°pueblo uniformado¡±, como si M¨¦xico fuera excepcional en esta materia, recurren a un eufemismo: los militares en M¨¦xico conforman una parte del pueblo, separada de los dem¨¢s. Son lo mismo que en muchas otras naciones, en cuanto a su extracci¨®n social, aunque la tropa proviene casi exclusivamente de los sectores m¨¢s humildes de la sociedad. Pero debido a la segregaci¨®n f¨ªsica y social, son muy diferentes. Si la ley mexicana no permitiera que los militares acudieran a los estadios de f¨²tbol, a las corridas de toros, o los parques p¨²blicos en uniforme, habr¨ªa que cambiar la ley, como se hace todos los d¨ªas en M¨¦xico. Aunque el art¨ªculo 404 del C¨®digo de Justicia Militar solo proh¨ªbe la portaci¨®n del uniforme o de insignias militares a "quienes no les corresponda".
La verticalidad militar de la jerarqu¨ªa, sin mando civil como en los pa¨ªses normales, junto con la segregaci¨®n castrense, lleva a un tercer anacronismo, quiz¨¢s el m¨¢s antidemocr¨¢tico y disfuncional de todos. Se trata de la opacidad, o de la ausencia de mecanismos de rendici¨®n de cuentas y de transparencia. No menciono los temas de derechos humanos o de justicia civil; en ese ¨¢mbito se ha avanzado en a?os recientes. Me refiero a la transparencia y la rendici¨®n de cuentas presupuestales, de compras y ventas, de asignaciones directas y de licitaciones, de formas ocultas de cooperaci¨®n con otros pa¨ªses, de recurrir sistem¨¢ticamente a la reserva por motivos de ¡°seguridad nacional¡± para no divulgar informaci¨®n comprometedora. Esto debiera ser inaceptable en una democracia moderna, con l¨ªmites razonables. Hace poco, la construcci¨®n del nuevo aeropuerto en la base a¨¦rea de Santa Luc¨ªa fue declarada ¡°estrat¨¦gica¡±, y por lo tanto no sujeta a procedimientos normales de concurso, de permisos y de procedimientos jur¨ªdicos, sobre todo amparos contra su realizaci¨®n. Esto tambi¨¦n significar¨¢, a la larga, que nadie podr¨¢ determinar cu¨¢nto se gast¨®, c¨®mo y por qu¨¦. Y mucho menos si alguien se enriqueci¨® gracias a esa obra quim¨¦rica e incomprensible.
Se afirma con frecuencia que las fuerzas armadas reciben una elevada valoraci¨®n de parte de la opini¨®n p¨²blica mexicana. M¨²ltiples encuestas, desde hace a?os, lo corroborar¨ªan. Lo que no sabemos, porque eso no se pregunta, es si los mexicanos aprueban el desempe?o del estamento castrense en materia de corrupci¨®n, de derechos humanos, de cooperaci¨®n internacional y de una mayor presencia en la vida nacional. Una manera de avanzar en la adquisici¨®n de este conocimiento reside en la discusi¨®n de los temas aqu¨ª abordados y de muchos m¨¢s. Pero ya sin ceremonias, abyecciones y frases huecas. Con vigor y claridad.
Jorge G. Casta?eda es un pol¨ªtico mexicano y exsecretario de Relaciones Exteriores de 2000 a 2003. Adem¨¢s, es acad¨¦mico de la Universidad de Nueva York y autor de varios libros.?
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