La batalla de los ¡®chalecos amarillos¡¯
El movimiento que surgi¨® hace un a?o en Francia no es coyuntural. Es producto de una ¡°revoluci¨®n lenta¡± de las clases populares que, en todo el mundo, se niegan a seguir relegadas cultural y geogr¨¢ficamente
Hace un a?o, las clases populares y medias de la Francia perif¨¦rica se reunieron en las glorietas de esa periferia ¡ªciudades peque?as, ciudades medianas, territorios rurales¡ª para emprender el movimiento social m¨¢s prolongado de la historia. La revuelta de los chalecos amarillos, producto de la globalizaci¨®n y la desafiliaci¨®n pol¨ªtica y cultural, hizo visibles a los perdedores de la globalizaci¨®n. Obreros, empleados, aut¨®nomos, campesinos, j¨®venes, trabajadores en activo y en paro y jubilados participaron en el renacimiento de una Francia popular que cre¨ªamos desaparecida. La mayor¨ªa de los franceses se reconoci¨® en este movimiento social, cultural y existencial. Tratar de aplicar a estas protestas un modelo de interpretaci¨®n cl¨¢sico, utilizando las viejas oposiciones de los siglos anteriores, no sirve de nada. Ni el enfrentamiento entre la clase obrera tradicional y la patronal ni los choques entre la izquierda y la extrema izquierda y la derecha y la extrema derecha son relevantes.
Nos encontramos ante un bloque popular que se ha recompuesto y se ha hecho m¨¢s fuerte. La secesi¨®n de las ¨¦lites y las clases superiores iniciada al final del siglo pasado desemboca hoy en la emancipaci¨®n de los de abajo. Esa autonom¨ªa cultural es la que explica la potencia y la duraci¨®n del movimiento de los chalecos amarillos y de la ola populista en el mundo. En realidad, lo que llamamos ¡°populismo¡± no es m¨¢s que la forma pol¨ªtica de un nuevo modo de empoderamiento de las clases populares.
Par¨ªs, s¨ªmbolo de ciudad abierta, se transform¨® en una ¡°habitaci¨®n del p¨¢nico¡± para las clases dominantes
Este movimiento provoc¨® un verdadero p¨¢nico entre los de arriba. Hoy sabemos que, en el apogeo de la crisis, los empresarios franceses desfilaron por el El¨ªseo para exigir que se les dejara soltar lastre y llegaron incluso a proponer un aumento del salario m¨ªnimo. Par¨ªs, s¨ªmbolo de ciudad abierta, se transform¨® en una ¡°habitaci¨®n del p¨¢nico¡±, un territorio de supervivencia para las clases dominantes. La aparici¨®n de una protesta popular y perif¨¦rica desestabiliz¨® a una burgues¨ªa que basaba su dominio cultural y pol¨ªtico en la invisibilidad de las clases populares. Ese p¨¢nico contribuy¨® a la recomposici¨®n de los de arriba: las burgues¨ªas de derecha y de izquierda hicieron frente com¨²n al fusionarse en el macronismo. Empezaron a utilizar a menudo el arma del antifascismo para deslegitimar a los manifestantes. Pero eso no tuvo ning¨²n efecto en la opini¨®n p¨²blica, porque el movimiento se inscrib¨ªa en un marco democr¨¢tico: una de sus primeras reivindicaciones era el ¡°refer¨¦ndum de iniciativa ciudadana¡± (RIC).
Un punto esencial es que esta protesta es resultado de un diagn¨®stico de las consecuencias negativas de un modelo econ¨®mico, no de una ideolog¨ªa. Eso es lo que la asemeja a la revuelta populista surgida en Occidente: en todas partes, los perdedores de la globalizaci¨®n utilizan marionetas populistas para hacerse visibles. Trump, Salvini y Farage no son demiurgos ni genios de la pol¨ªtica, sino esas marionetas de las clases populares. Los que protestan en la calle no tienen conciencia de pertenecer a un nuevo proletariado, pero comparten una percepci¨®n com¨²n del modelo econ¨®mico y la convicci¨®n de que est¨¢n relegados cultural y geogr¨¢ficamente, apartados de los territorios que crean el empleo y la riqueza. Es una percepci¨®n razonable, sacada no de ninguna manipulaci¨®n, sino de un an¨¢lisis real.
Estos movimientos hacen que hablemos con frecuencia sobre el peligro de un regreso de las ideolog¨ªas totalitarias del siglo XX. El peligro existe, pero no perdamos de vista la cuesti¨®n fundamental: la reintegraci¨®n econ¨®mica y cultural de la gente corriente. En otras palabras, el gran reto para la democracia y la sociedad es c¨®mo lograr que Par¨ªs conviva con la Francia perif¨¦rica, la City con la Inglaterra perif¨¦rica, Madrid y Barcelona con la Espa?a perif¨¦rica.
Hoy, pese a todo, las clases populares est¨¢n ganando una batalla esencial: la de las representaciones culturales. Excluidas, marginadas, precarizadas, sin poder econ¨®mico ni pol¨ªtico, parec¨ªan eliminadas de la historia. Sin embargo, contra todo pron¨®stico, hoy ejercen un poder blando invisible que est¨¢ contribuyendo a que se venga abajo la hegemon¨ªa cultural de una clase dominante llena de vacilaciones.
Macron reconoce los l¨ªmites de un modelo econ¨®mico que no contribuye a la construcci¨®n de la sociedad
Consciente de este giro, el presidente Emmanuel Macron (J¨²piter) reconoce los l¨ªmites de un modelo econ¨®mico que no contribuye a la construcci¨®n de la sociedad. No se limita a ponerse al d¨ªa, sino que tambi¨¦n interpela al ¡°progresismo¡±, no para ponerlo en tela de juicio, sino para alertar sobre el peligro de un proyecto que solo comparten las clases dirigentes. Macron explica que ese ¡°progresismo¡± quedar¨¢ autom¨¢ticamente condenado si no beneficia a las clases populares. Despu¨¦s de meses de contestaci¨®n social y pol¨ªtica, el presidente constata el callej¨®n sin salida en el que est¨¢ un modelo que refuerza la desconfianza de las ¨¦lites en las clases populares y de las clases populares en las ¨¦lites. Y confiesa que la irrupci¨®n de los chalecos amarillos ha sido para ¨¦l una ¡°conmoci¨®n intelectual¡±, hasta el punto de decir ahora: ¡°En cierto modo, los chalecos amarillos han sido muy buenos para m¨ª¡±.
Se ve c¨®mo el movimiento real de la sociedad, el de las clases populares mayoritarias, hace que se derrumben, uno a uno, todos los principios del discurso dominante. Este vuelco no es producto de una ideolog¨ªa, y mucho menos de una ¡°toma de la Bastilla¡±, sino de la permanencia de una sociedad popular obligada a tomar las riendas de una realidad social y cultural que contradice por completo la visi¨®n irenista de las clases dominantes. Ante la voluntad de reducir el Estado del bienestar, de privatizar, las clases populares ponen por delante la necesidad de preservar el bien com¨²n y los servicios p¨²blicos; ante la voluntad de desregular y desnacionalizar, proponen un marco nacional que condiciona la defensa del bien com¨²n; ante el mito de la hipermovilidad, revelan la realidad de un mundo popular sedentario mucho m¨¢s duradero; ante la construcci¨®n de un mundo de indiferenciaci¨®n cultural, plantean un capital cultural protector.
Este poder blando de las clases populares no es un s¨ªntoma de repliegue sino, al contrario, de una voluntad de reconstruir la sociedad, proteger el bien com¨²n y mantener viva la democracia. Este momento democr¨¢tico sit¨²a la ¡°burgues¨ªa moderna¡± frente a sus contradicciones. Encerrada en sus ciudadelas geogr¨¢ficas e intelectuales, no puede seguir fomentando el mito de la sociedad abierta mientras excluye a los m¨¢s modestos. Ya es hora de que las clases dominantes ajusten sus relojes seg¨²n la mec¨¢nica de la sociedad popular. Creer que el movimiento de los chalecos amarillos y el del Brexit no son m¨¢s que fen¨®menos coyunturales es absurdo. Por el contrario, son producto de una ¡°revoluci¨®n lenta¡±, la de las clases populares que, en todo el mundo, se niegan a seguir relegadas cultural y geogr¨¢ficamente. Esta revoluci¨®n lenta no es fruto de una manipulaci¨®n, sino de un diagn¨®stico, el de la desaparici¨®n de la clase media occidental. Este movimiento cultural y existencial no va a detenerse, as¨ª que m¨¢s vale incluirlo en un marco democr¨¢tico normal.
Christophe Guilluy, ge¨®grafo, es autor de No society: el fin de la clase media occidental, (Taurus).
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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