Una democracia irritada
La oleada de protestas en todo el mundo, aunque tiene motivaciones diferentes, expresa en general la quiebra de la confianza ciudadana en que los Gobiernos sean capaces de afrontar los problemas
Las democracias se est¨¢n viendo sacudidas por explosiones de indignaci¨®n bajo la forma de protestas, irrupci¨®n del populismo y malestar general. No es que se trate de fen¨®menos estrictamente nuevos y adem¨¢s forma parte de la naturaleza de la democracia su imprevisibilidad y la legitimidad de la protesta, pero su concentraci¨®n parece estar dici¨¦ndonos algo que no hab¨ªamos advertido suficientemente. Beirut, Par¨ªs, Barcelona, Quito, Santiago de Chile, Hong Kong¡, pero tambi¨¦n incrementos de la extrema derecha y del populismo en sus distintas versiones en Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Espa?a, Brasil e Italia.
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Es dif¨ªcil resistir a la seducci¨®n de ofrecer una explicaci¨®n universal, pese a la diversidad de causas y manifestaciones de estos fen¨®menos. Entre la m¨¢s socorrida y plausible se encuentra la explicaci¨®n por la desigualdad. Pienso que se trata de una causa que est¨¢ detr¨¢s de muchas revueltas pero que no vale como explicaci¨®n ¨²nica, aunque solo sea por el hecho de que mayores desigualdades en otros momentos no han producido inestabilidad pol¨ªtica. No siempre la rebeli¨®n es de los perdedores y hay formas de regresi¨®n democr¨¢tica que est¨¢n protagonizada por los ganadores que cuestionan las instituciones de la solidaridad. Es verdad que hay malestar por el capitalismo liberal, pero tambi¨¦n por la ineficacia de sus experimentos alternativos.
Voy a tratar de explicar la naturaleza de estas irritaciones (que a mi juicio no permite entenderlas con la l¨®gica mediante la que hemos interpretado los movimientos revolucionarios, ni como la antesala de una subversi¨®n) y sus causas (que deben retrotraerse a la categor¨ªa de la desconfianza, un fen¨®meno m¨¢s b¨¢sico que la protesta por la desigualdad).
Las derechas desconf¨ªan de los gobiernos porque los creen ineficaces y las izquierdas porque son poco participativos
Comencemos por su naturaleza. No podemos interpretar estas irritaciones como golpes de Estado o revoluciones, que son las categor¨ªas enf¨¢ticas a las que se ha recurrido tradicionalmente para explicar el final de las democracias. Se trata, a mi juicio, de fen¨®menos que son m¨¢s expresivos que estrat¨¦gicos, que responden m¨¢s a un malestar difuso que carga contra el sistema pol¨ªtico en general pero no se concreta en programas de acci¨®n con la intenci¨®n de producir un resultado concreto; hay en ellos m¨¢s frustraci¨®n que aspiraci¨®n; son agitaciones poco transformadoras de la realidad social.
Considero que su causa m¨¢s relevante reside en la desconfianza, en que se ha sobrepasado un cierto umbral de desconfianza por debajo del cual las democracias pueden funcionar aceptablemente. En las sociedades preindustriales los sujetos estaban amenazados por riesgos mortales, que eran asociados a la mala fortuna, no a los seres humanos. Se sobrellevaban con fe y no mediante la confianza. La sociedad moderna percibe que la mayor parte de los riesgos son debidos a la acci¨®n humana y exige intervenciones humanas concretas, especialmente por parte de los gobernantes. Lo que hoy se ha quebrado es la confianza de que los Gobiernos quieran o sean capaces de afrontar los riesgos de la existencia de manera eficaz e igualitaria. Las derechas y las izquierdas coinciden en la desconfianza y difieren en el modo como lo atribuyen. Para la derecha el problema es que los Gobiernos no pueden gobernar con eficacia y para la izquierda el problema es que los Gobiernos no quieren hacerlo con equidad. Un estudio reciente llevado a cabo en Francia muestra estas coincidencias y estas distinciones. Desde hace tiempo se comprueba que hay una desconfianza generalizada respecto a las mediaciones ¡ªperiodistas, m¨¦dicos, profesores¡ª, pero de quien m¨¢s recela este proceso general de desintermediaci¨®n de nuestras sociedades es de la pol¨ªtica y quienes la ejercen como nuestros representantes. Esta desconfianza se concreta luego seg¨²n los asuntos y los grupos de poblaci¨®n. Las generaciones mayores son las m¨¢s inclinadas a adoptar posturas antiliberales. Las generaciones m¨¢s j¨®venes son las m¨¢s afectadas por la desregulaci¨®n del capitalismo. Los electores de la extrema derecha desconf¨ªan de los diferentes, de las minor¨ªas; los de la extrema izquierda son los m¨¢s inclinados a desconfiar de las promesas de los representantes. Unos y otros desconf¨ªan del Estado aunque por diferentes motivos. Unos no conf¨ªan en que la redistribuci¨®n sea justa y a otros no les parece suficiente.
Si este enfoque es acertado, entonces no deber¨ªamos incurrir en la simplificaci¨®n de explicar lo que pasa contraponiendo las ¨¦lites al pueblo, a quienes saben lo que habr¨ªa que hacer y no quieren hacerlo frente a quienes, sabiendo igualmente lo que habr¨ªa de hacerse, lo reclaman y no son atendidos por quienes tienen el poder de hacerlo.
Mientras no suturemos esa ruptura seguiremos teniendo motivos para no confiar en los Gobiernos
No nos lo pongamos tan f¨¢cil porque en ambos ¡ªen el pueblo y en sus representantes¡ª hay m¨¢s ignorancia de lo que solemos admitir. Ese manido antagonismo contribuye a desresponsabilizarnos a todos en la medida en que atribuimos nuestros males a la resistencia de los otros a obedecer ¡ªa la autoridad de los gobernantes o a la legitimidad que proporcionan los gobernados¡ª. La desconfianza funciona en la doble direcci¨®n. La desconfianza de las ¨¦lites hacia la ciudadan¨ªa se corresponde con la arrogancia de los electores que quieren que sus representantes no sean m¨¢s que una correa de transmisi¨®n, sin ning¨²n momento deliberativo, de sus aspiraciones. Solo obtendremos un diagn¨®stico equilibrado de los males de nuestra democracia si nos situamos en un horizonte de responsabilidades compartidas ¡ªsin que esto signifique, por supuesto, id¨¦nticas responsabilidades¡ª. La gente no tiene necesariamente la raz¨®n del mismo modo que tampoco los expertos son infalibles. Si las pol¨ªticas de redistribuci¨®n son dif¨ªciles es debido en buena parte a la oposici¨®n del cuerpo electoral. Hay una falta de sinceridad en nuestra resistencia a admitir que existe alguna vinculaci¨®n entre los malos gobernantes y los malos gobernados.
La reconstrucci¨®n de la confianza en una democracia requiere el concurso de todos y poner en juego factores diversos.
Las derechas desconf¨ªan de los Gobiernos porque los creen ineficaces y las izquierdas porque son poco participativos; unos conf¨ªan demasiado en los expertos y otros conf¨ªan demasiado en la gente. Mientras no suturemos esa ruptura entre los resultados y los procedimientos, de manera que haya tanta delegaci¨®n como sea necesaria y tanta participaci¨®n como sea posible, seguiremos teniendo motivos para no confiar en las buenas intenciones de los Gobiernos, pero ser¨¢ igualmente razonable no confiar demasiado en la sabidur¨ªa popular. Y mientras tanto la intervenci¨®n de la gente en el proceso pol¨ªtico ser¨¢ una irritaci¨®n ocasional, que tensiona sin transformar y se resuelve finalmente en frustraci¨®n colectiva.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Fue candidato de Geroa Bai a las elecciones europeas.
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