El a?o de la ira
No hubo tregua en la protesta. Los j¨®venes de Hong Kong pidieron democracia al r¨¦gimen chino y los argelinos exhibieron su hast¨ªo pol¨ªtico. En L¨ªbano, Irak e Ir¨¢n, los ciudadanos chillaron contra la corrupci¨®n. Chile, Bolivia y Ecuador fueron hervideros populares, y Venezuela sigui¨® desangr¨¢ndose entre Maduro y Guaid¨®. Un 2019 de permanente ira en las calles.
ES DIF?CIL saber qu¨¦ hay en com¨²n entre los numerosos estallidos de ira popular que se han producido este a?o en todos los continentes, sin apenas distinci¨®n en cuanto a color o ideolog¨ªa de los reg¨ªmenes pol¨ªticos. Los j¨®venes de Hong Kong, alzados contra el r¨¦gimen comunista chino, est¨¢n reivindicando el sencillo principio democr¨¢tico ¡°Un ciudadano, un voto¡± a la hora de elegir a sus gobernantes. No est¨¢n lejos de los argelinos, hastiados de una democracia escenogr¨¢fica bajo la que se oculta un r¨¦gimen militar, aunque se caracterizan por su actitud radicalmente pac¨ªfica, adoptada en sus movilizaciones semanales desde el 22 de febrero, cuando descubrieron que su anciano presidente, Abdelaziz Buteflika, en el poder desde hac¨ªa 20 a?os, era de nuevo candidato a las siguientes elecciones presidenciales a pesar de su estado de evidente incapacidad f¨ªsica y mental. Tampoco est¨¢n lejos de los sudaneses, movilizados igualmente en favor de la democracia, pero inadvertidos por una opini¨®n p¨²blica internacional atenta solo a las malas noticias: han sido los ¨²nicos que han conseguido sus objetivos este a?o, en el que han echado a Omar al Bashir, dictador durante 26 a?os, y empezado su transici¨®n hacia un r¨¦gimen de pluralismo y libertades pol¨ªticas.
Si todas las movilizaciones fueran como estas, podr¨ªamos imaginar una ¨¦poca de resurrecci¨®n de las primaveras ¨¢rabes e incluso de las revoluciones de colores que levantan tantas alertas en Mosc¨² y Pek¨ªn. Pero hay mucho m¨¢s que una reivindicaci¨®n democr¨¢tica, como demuestran las protestas de tres pa¨ªses vecinos de Oriente Pr¨®ximo como son L¨ªbano, Irak e Ir¨¢n, donde los ciudadanos se han movilizado contra la corrupci¨®n, la desastrosa situaci¨®n de los servicios p¨²blicos, el incremento de los precios al consumo, el desempleo, el aumento de las desigualdades y la ineptitud de los Gobiernos. La ira popular ha sido la que ha unido tanto a la poblaci¨®n libanesa como a la iraqu¨ª, por primera vez desbordando barreras sectarias y religiosas que organizaban la vida pol¨ªtica. Tanto en Irak como en Ir¨¢n ha sido sangrienta la represi¨®n de las manifestaciones callejeras, aunque en este ¨²ltimo caso la reacci¨®n represiva de la dictadura islamista, acorralada por el bloqueo econ¨®mico dictado por Washington, ha alcanzado una dureza ins¨®lita.
Estas reivindicaciones pegadas a la vida de los ciudadanos son las que tambi¨¦n han lanzado a las calles a manifestarse, a veces violentamente, a los ciudadanos de numerosos pa¨ªses latinoamericanos, especialmente en Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela. En ocasiones el detonante ha sido el incremento de precio del billete del transporte p¨²blico, como en Chile, o del combustible, como en Ecuador. Hay casos singulares en que se trata directamente de una crisis de r¨¦gimen, como es Venezuela, donde todo el malestar ha quedado absorbido por un brutal enfrentamiento entre el Gobierno de Nicol¨¢s Maduro y la oposici¨®n dirigida por el autoproclamado presidente Juan Guaid¨®, empatados en un equilibrio de debilidades que se traduce sobre todo en el empobrecimiento galopante de la poblaci¨®n, una creciente emigraci¨®n y un balance represivo pavoroso.
No hay que olvidar en esta explosi¨®n reivindicativa la persistencia de las protestas francesas de los chalecos amarillos, que han erosionado la presidencia del centrista Emmanuel Macron durante todo el a?o, o las movilizaciones independentistas en Catalu?a, al principio singularizadas como un movimiento circunscrito y local, pero ahora en sinton¨ªa con la explosi¨®n populista de ira internacional y con el uso pol¨ªtico de las redes sociales.
Junto a las causas profundas de las protestas, radicadas en la miseria que sufre gran parte de la poblaci¨®n mundial y en la disfuncionalidad de los sistemas de gobierno, hay elementos m¨¢s coyunturales que tambi¨¦n han jugado poderosamente en los pa¨ªses m¨¢s desarrollados donde no se han producido estallidos populares de este tipo. El desaceleramiento de la econom¨ªa mundial, tras la ca¨ªda de los precios de las materias primas, explica buena parte de las protestas. Pero no se puede entender su alcance y, sobre todo, la rapidez con que se han extendido sin la popularizaci¨®n de las tecnolog¨ªas digitales, al alcance incluso de las clases m¨¢s despose¨ªdas, con su enorme capacidad para movilizar instant¨¢neamente, polarizar ideol¨®gicamente, interferir exteriormente en los procesos pol¨ªticos y electorales, tal como est¨¢n haciendo los servicios secretos de la Rusia de Putin, o incluso destruir las instituciones de la diplomacia, como hace el presidente Donald Trump diariamente desde su cuenta de Twitter.
La explosi¨®n de las tecnolog¨ªas digitales como armas de empoderamiento popular ha ocupado toda la d¨¦cada, desde que en 2010 se iniciaron las protestas contra las pol¨ªticas de austeridad en el mundo occidental y las primaveras democr¨¢ticas en toda la geograf¨ªa ¨¢rabe. La cara oscura de la tecnolog¨ªa, la que la vincula al control e incluso a la distop¨ªa de un Estado digital totalitario, ha salido plenamente a la luz este a?o con la publicaci¨®n de los documentos secretos sobre los campos de reeducaci¨®n de la regi¨®n de Xinjiang, donde el Gobierno chino ha lanzado una amplia operaci¨®n de internamiento de ciudadanos musulmanes de la etnia uigur basada en el tratamiento digital de los datos utilizados en las redes sociales, en la manipulaci¨®n de aplicaciones, el reconocimiento facial e incluso la creaci¨®n de algoritmos para localizar a disidentes y sospechosos de actividades contra el r¨¦gimen. M¨¢s de un mill¨®n de personas han pasado ya por unos cursillos obligatorios de ¡°entrenamiento vocacional¡±, que constituyen aut¨¦nticos lavados de cerebro ideol¨®gicos y culturales.
China se mueve, a su estilo totalitario, por ideas muy similares a las que imperan en el resto del mundo, y especialmente por la m¨¢s exitosa este a?o, que es el nacionalismo, impregnado en muchos casos de ideas populistas. Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Boris Johnson en el Reino Unido, Viktor Orb¨¢n en Hungr¨ªa, Mateo Salvini en Italia, Tayyip Recep Erdogan en Turqu¨ªa, Xi Jinping en China, Vlad¨ªmir Putin en Rusia, Narendra Modi en la India o Rodrigo Duterte en Filipinas tienen todos un significado muy similar en cuanto a la exaltaci¨®n de la soberan¨ªa nacional, preferencia por la acci¨®n unilateral en las relaciones internacionales, masculinizaci¨®n de la vida pol¨ªtica en reacci¨®n al feminismo e incluso exaltaci¨®n del liderazgo personal, en una especie de regreso de los hombres fuertes que imitan en versi¨®n menor el ascenso de los fascismos de los a?os treinta.
Estos dirigentes autoritarios son los que le gustan al presidente de Estados Unidos, cada vez m¨¢s desatado durante su tercer a?o en la Casa Blanca con su sistem¨¢tica demolici¨®n del orden internacional y de sus instituciones internacionales. Destaca en esta nueva pol¨ªtica exterior trumpista el reconocimiento de la legitimidad de las colonias jud¨ªas en territorio palestino de Cisjordania y sirio del Gol¨¢n, en abierta contravenci¨®n de las principales resoluciones de Naciones Unidas. Este paso diplom¨¢tico, que completa el traslado de la Embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusal¨¦n y la ruptura de relaciones con la Autoridad Palestina, ha servido para echar una mano a la campa?a electoral de otro ultranacionalista como Benjam¨ªn Netanyahu, asediado judicialmente por asuntos de corrupci¨®n e incapaz de alcanzar mayor¨ªas de gobierno en Israel. Significa, en todo caso, la liquidaci¨®n del proceso de paz entre israel¨ªes y palestinos iniciado con los Acuerdos de Oslo en 1993, que iban a conducir al reconocimiento de dos Estados, uno jud¨ªo y otro ¨¢rabe, conviviendo en paz y seguridad.
Estados Unidos est¨¢ abandonando Oriente Pr¨®ximo para dejar la gesti¨®n del conflicto palestino en manos de Israel y de Arabia Saud¨ª, dos pa¨ªses en abierta confrontaci¨®n con la Rep¨²blica Isl¨¢mica de Ir¨¢n. Las tropas estadounidenses est¨¢n saliendo paulatinamente de Siria, donde combat¨ªan al Estado Isl¨¢mico en alianza con la guerrilla kurda, para dejar el terreno expedito al Ej¨¦rcito turco y a su aliado ruso, en una maniobra de desentendimiento p¨¦simamente recibida por la Uni¨®n Europea y especialmente por Francia. El trumpismo ha dejado a los kurdos a merced de la represi¨®n de Erdogan y ha abierto a la vez la posibilidad de nuevos flujos de refugiados sirios y del regreso de terroristas europeos a sus pa¨ªses de origen. Todos estos movimientos se han hecho sin consultas pol¨ªticas dentro de la OTAN ni por parte de Washing?ton ni de Ankara, abriendo as¨ª una grieta en la Alianza que se ha manifestado especialmente en su cumbre de diciembre en Londres.
Nadie sabe expresar tan bien la ira de este a?o como Donald Trump, con sus tuits, sus explosivas declaraciones y sus numerosos incidentes diplom¨¢ticos. De ah¨ª el alcance del proceso para su destituci¨®n iniciado en la C¨¢mara de Representantes, en el que se juzgar¨¢n sus presiones sobre Ucrania para obtener ventajas personales ante sus rivales en las elecciones presidenciales de 2020. Trump ser¨¢ enjuiciado por los congresistas como presunto reo de abuso de poder, obstrucci¨®n a la justicia y quiz¨¢s, incluso, de soborno. Aunque es dif¨ªcil que la destituci¨®n prospere en el Senado, los dem¨®cratas esperan que todo el proceso de impeachment pese sobre su candidatura a la renovaci¨®n de la presidencia en 2020, de forma que Estados Unidos pueda librarse al fin del imperio del caos que se ha instalado en la Casa Blanca.
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