Atar corto a las palabras
Precisemos desde el principio qu¨¦ efectos pr¨¢cticos tiene el aplicar el nombre de naci¨®n a algo
Una buena manera de evitar las discusiones interminables, esas que a nada provechoso salvo al mutuo disgusto y a la general confusi¨®n conducen, consiste en empezarlas con una exigencia metodol¨®gica: definamos primero de qu¨¦ vamos a hablar. Aquel es un fascista, dice uno; defina ¡°fascista¡± antes de seguir, por favor, propone el otro. Padania es una naci¨®n¡ defina primero ¡°naci¨®n¡±. Esos son unos negacionistas¡ defina previamente el t¨¦rmino ¡°negacionista¡±. Y as¨ª.
Otros art¨ªculos del autor
Como jurista siempre me sedujo la forma de comenzar que ten¨ªan los convenios internacionales que pretend¨ªan establecer una regulaci¨®n uniforme en determinadas materias. Parec¨ªa infantil y pobre (adoramos la abstracci¨®n conceptual) pero era prudente. Y era la de estipular en su primer art¨ªculo el significado que se atribuir¨ªa a las palabras clave usadas en su parte dispositiva: ¡°A los efectos de este tratado, tales palabras significar¨¢n lo siguiente...¡±. Y segu¨ªa una ristra de t¨¦rminos y significados. Era la ¨²nica manera de establecer una regulaci¨®n com¨²n para Estados de diversa tradici¨®n jur¨ªdica en los que las palabras no ten¨ªan el mismo significado. Hablar mediante conceptos, que es la manera de avanzar del pensamiento y de la conversaci¨®n, no sirve para acercarse siquiera al acuerdo interpersonal cuando las palabras que designan los conceptos pueden significar cosas diversas, que es lo que sucede fuera del campo cient¨ªfico estricto.
Entonces se recurre a estipular: ¡°A los efectos de esta conversaci¨®n se entender¨¢ por¡¡±. Permite un acuerdo limitado y solo a limitados efectos. Es imposible de usar con car¨¢cter general y para todo, pues no pasar¨ªamos del comienzo. Pero en terrenos muy conflictivos limpia la conversaci¨®n de malos entendidos y le da un poco de utilidad. Una de las obras seminales de la ciencia pol¨ªtica (la Teor¨ªa de la democracia, de Giovanni Sartori) comienza por una notable confesi¨®n: ¡°Las ideas err¨®neas sobre lo que significa la democracia determinan que la democracia funcione mal. Esta es una raz¨®n suficiente para escribir este libro¡±.
La conversaci¨®n nacional sobre la naci¨®n y sus derivadas se ha convertido en tal gallinero sem¨¢ntico que est¨¢ pidiendo a gritos un poco de estipulacionismo
Bueno, pues la conversaci¨®n nacional sobre la naci¨®n y sus derivadas se ha convertido en tal gallinero sem¨¢ntico que est¨¢ pidiendo a gritos un poco de estipulacionismo. Estipular no es definir, no se trata de establecer lo que ¡°es¡± una naci¨®n (por ah¨ª nos perdemos en teor¨ªas y clases de naciones), sino lo que ¡°vamos a entender¡± por naci¨®n cuando usemos ese t¨¦rmino en la conversaci¨®n pol¨ªtica actual, aqu¨ª y ahora. Provisional y limitadamente. A qu¨¦ exactamente nos estaremos refiriendo cuando disputemos ardorosamente si Catalu?a es una naci¨®n o no, si lo es Espa?a, qu¨¦ es la plurinacionalidad, y qu¨¦ la naci¨®n de naciones, si por ac¨¢ hay ocho o tropecientas naciones, si la naci¨®n pol¨ªtica o la cultural, la patri¨®tica o la ¨¦tnica, y as¨ª indefinidamente. Porque si no hay una estipulaci¨®n del significado de aquello sobre lo que discutimos, todos tendr¨¢n raz¨®n y ninguno la tendr¨¢. Babel, en estado puro.
Hay quien critica como af¨¢n bobo por ingenuo cualquier intento de estipular significados. Resuena la risa desde?osa de Humpty Dumpty: las palabras significan lo que quiere el que manda. ?S¨ª? ?Qu¨¦ m¨¢s quisiera el que manda! La hegemon¨ªa total a lo Gramsci no existe, y por todas partes se le cuelan altersentidos al poderoso. Tambi¨¦n la docta sorna del populista: las palabras son significantes vac¨ªos listos para ser cargados con el lastre que convenga, es cuesti¨®n de habilidad y de verlas venir. ?S¨ª? Y despu¨¦s, ?c¨®mo convivimos en paz? Al final, se impone una conclusi¨®n: cierto grado de imprecisi¨®n en el significado de los conceptos pol¨ªticos (igualdad, libertad, justicia, etc¨¦tera) es lo que permite a una sociedad proseguir su eterna conversaci¨®n, como dir¨ªa Oakeshott. Pero una falta total de acuerdo metodol¨®gico previo en la discusi¨®n sobre las ideas estructurales de esa misma sociedad la vuelve cacof¨®nica.
Y ya, por pedir, no vendr¨ªa mal recordar a los pragmatistas norteamericanos y su afirmaci¨®n b¨¢sica de que la verdad de un concepto no est¨¢ en ¨¦l mismo sino en sus consecuencias. William James nos hubiera dicho que en lugar de perdernos en una discusi¨®n nominalista inconcreta y metaf¨ªsica acerca de la naci¨®n intentemos precisar desde el principio qu¨¦ consecuencias pr¨¢cticas emp¨ªricas tiene el aplicar ese nombre a algo. ?Qu¨¦ cambia, qu¨¦ efecto produce, qu¨¦ modificaci¨®n de su estatus trae consigo o debe traer? No se limite usted, apreciado interlocutor, a decir que Catalu?a es una naci¨®n, o que el futuro de Espa?a es el federalismo. An¨ªmese a intentar estipular con precisi¨®n qu¨¦ significa tal concepto y, sobre todo, qu¨¦ consecuencias pr¨¢cticas considera usted que se derivan de aplicar ese concepto. Consecuencias concretas, de esas que pueden ponerse en un texto legal como derechos, competencias, atribuciones, y dem¨¢s. Haga las cuentas del haber y el debe en el libro mayor de la realidad en vez de largar ideas vaporosas. Porque eso de decir que la consecuencia es mayor reconocimiento, m¨¢s solidaridad, mejor autogobierno, y similares generalidades, eso lo dice cualquiera porque no dice nada.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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