Las batallas sin importancia
Dedicar tanto tiempo y energ¨ªas a una aeronave, en vez de abocarse a los asuntos graves y urgentes, solo significa algo: que el presidente no tiene idea de c¨®mo afrontar la crisis
En mitad de la reciente pol¨¦mica, m¨¢s hilarante que agria, que suscit¨® la ocurrencia del gobierno de rifar ese costoso avi¨®n presidencial adquirido hace dos sexenios, circularon en redes ciertos argumentos pasmosos en defensa de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador. Algunos sostienen que no puede criticarse al actual mandatario ya que lleg¨® al cargo con 30 millones de votos. Esta premisa no es marginal, sino que la comparten muchos de sus seguidores. Un presidente que fue electo con un apoyo tan significativo, sostienen, representa mejor que nadie al pueblo. Y, por tanto, hacer notar sus errores e incongruencias es ni m¨¢s ni menos que faltar al respeto a la voluntad popular ¡°encarnada¡± en ¨¦l.
Huelga decir que esto es un sofisma. Muchas elecciones voluntarias y libres acaban demostr¨¢ndose como errores e incluso acarrean a quien las tom¨® toda clase de desastres. De otro modo, no habr¨ªa un solo divorcio, por ejemplo (y recordemos que, seg¨²n las cifras m¨¢s recientes, en nuestro pa¨ªs uno de cada tres matrimonios termina disolvi¨¦ndose). No: elegir con total convencimiento y libre albedr¨ªo no otorga ninguna clase de garant¨ªas de que la selecci¨®n haya sido acertada ni asegura que el camino por el que se ha optado conduzca a un buen lugar. Nos podemos equivocar, a¨²n sin quererlo, en todos los ¨¢mbitos concebibles: en la educaci¨®n de los hijos, en el platillo que encargamos en la fonda, en la marca de servilletas que echamos al carrito del s¨²per. Y la inteligencia no consiste en aferrarse a esos errores sino en reconocerlos como tales y enmendarlos.
Por eso, tampoco tiene sentido un segundo argumento, tachonado ya de resignaci¨®n, que plantea lo siguiente: es verdad que el gobierno comete errores por toneladas y ninguna de sus medidas parece resolver los grandes problemas nacionales. S¨ª: pero cualquiera de las otras opciones en la boleta electoral de 2018 resultaba peor. Solo que el asunto no es ese. A un gobierno se le mide por sus propias acciones y resultados y no con respecto a los hipot¨¦ticos logros o fracasos que habr¨ªan tenido los rivales que venci¨® en las urnas. Es una farsa comparar el gobierno (real) de L¨®pez Obrador con las imaginarias administraciones de quienes no llegaron a presidentes en vez de ¨¦l.
El problema de que el gobierno salte de ocurrencia en ocurrencia (la rifa de seis millones de ¡°cachitos¡± de a 500 pesos fue el episodio m¨¢s pintoresco de la semana pasada, pero cada lunes o martes se suma otro nuevo al anecdotario) es muy diferente al que estos argumentos plantean. Nadie le quita legitimidad al poder de L¨®pez Obrador. Y nadie (objetivo y no militante) dice que sus rivales habr¨ªan resultado preferibles en su lugar. Pero ese no es el tema: el tema es que gobiernos tan leg¨ªtimos y queridos como el suyo pueden cometer toda clase torpezas y negligencias, porque el apoyo y la popularidad no equivalen linealmente a eficacia y claridad de ideas.
Solo hay una persona en este pa¨ªs a la que le parece prioritario el asunto del avi¨®n: al mism¨ªsimo presidente. En mitad de una ola de violencia fuera de control como la que sufrimos, con masacres diarias y ¡°desapariciones¡± por miles, dedicar tanto tiempo y energ¨ªas a una aeronave que, en el mejor de los casos, es un desagradable s¨ªmbolo de gobiernos anteriores, en vez de abocarse a los asuntos graves y urgentes, solo significa algo: que el presidente no tiene idea de c¨®mo afrontar la crisis y se refugia mejor en batallas sin importancia. Justo como aquel borrachito del chiste, que no busca las llaves en el sitio donde las extravi¨® sino debajo de una farola, a 100 metros de distancia, porque all¨ª s¨ª tiene luz.
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