Uno no sabe (Venecia, Bogot¨¢)
Hoy hay 80.000 familias colombianas a la espera de alguna noticia de los hijos o las hijas que de un d¨ªa para otro jam¨¢s volvieron a ver

En La vor¨¢gine, la novela de 1924 que encarna esta violencia, hay un personaje secundario con vocaci¨®n de personaje principal que un siglo despu¨¦s sigue resumiendo el drama colombiano: se trata de un anciano de ¡°elevada estatura¡±, ¡°t¨ªmidos ojos¡± y ¡°canillas llenas de ¨²lceras¡±, el traicionado Clemente Silva, que ¡°durante diecis¨¦is a?os hab¨ªa vagado por los montes trabajando como cauchero y no ten¨ªa ni un solo centavo¡±, pero que hac¨ªa lo que hac¨ªa en busca de los huesos de su hijo. En La siempreviva, la obra de teatro de 1993, se pone en escena el mismo asunto de una manera espeluznante: a la se?ora Luc¨ªa se le va la vida siguiendo el rastro de una hija perdida en las tomas del Palacio de Justicia. Y uno, como lector de Colombia y de sus tramas, vive pensando que ya son t¨ªpicas de ac¨¢ esas familias que a duras penas viven con los fantasmas de sus desaparecidos.
Hoy hay 80.000 familias colombianas a la espera de alguna noticia de los hijos o las hijas que de un d¨ªa para otro jam¨¢s volvieron a ver. Y ahora que acaba de cumplirse el primer a?o del atentado que termin¨® con la vida de 22 personas en la Escuela de Cadetes General Santander, y ahora que se confirma que en lo que va de este 2020 se ha estado asesinando a un l¨ªder social cada d¨ªa, no solo va siendo hora de encontrar un colombianismo para nombrar a quienes han sufrido el rev¨¦s ¨Cla emboscada de la vida: la traici¨®n¨C de quedarse hu¨¦rfanos de hijos, sino que va siendo el momento de aceptar que no hemos terminado de entender las dimensiones de nuestro horror: ¡°Muchos sectores siguen sin reconocer la gravedad de lo que aconteci¨®¡±, dijo la investigadora Mar¨ªa Emma Wills en el balance de los primeros dos a?os del tribunal especial para la paz, y podr¨ªa haber dicho ¡°de lo que acontece¡±.
Pienso en todo esto, o sea en Colombia como una naci¨®n de padres que entierran a sus hijos, porque en plena conmemoraci¨®n del primer a?o del salvaje ataque del ELN a la Escuela de Cadetes ¨Cen el barrio Venecia del sur de Bogot¨¢¨C los padres de algunas de las v¨ªctimas reflexionaron sobre el duelo que han tratado de sacar adelante, lamentaron que la justicia siga siendo as¨ª de lenta a la hora de investigar semejantes actos de barbarie, y recordaron, en un especial del diario El Tiempo, que en los d¨ªas previos sus hijos viv¨ªan temiendo que viniera un atentado porque ¡°hab¨ªan encontrado dentro de las instalaciones una bolsa con dos pistolas y un lema que dec¨ªa que en la General Santander correr¨ªa sangre¡±: ¡°Pap¨¢, nos tienen asustados porque est¨¢n pasando muchos drones por encima de la Escuela y es peligroso que nos manden una bomba¡±, dijo uno de los muchachos unas semanas antes de morir.
Duele en el est¨®mago, porque al tiempo da rabia, que los padres del cadete Mosquera hayan tenido que ir al grado p¨®stumo de su hijo. Duele que tantos supieran que aquello pod¨ªa pasar. Duele que, en medio de una guerra tan evidente y tan brutal, el Gobierno prefiera gritar a negociar.
Pues todo vuelve, una y otra vez, a una frase que pronunci¨® la hermana del cadete Carvajal hace unos d¨ªas: ¡°Uno no sabe cu¨¢l es el precio de la guerra hasta que pone un muerto¡±, dijo.
Tengo entre mis archivos una fotograf¨ªa de 1976 en la que puede verse a mi abuelo, de sombrero y de bast¨®n, unos segundos antes de entrar a la morgue a reconocer el cad¨¢ver de su hijo asesinado. Y pienso que Clemente Silva, el padre de La vor¨¢gine, no clama justicia, sino que cree que vivir es seguir viviendo. Y do?a Luc¨ªa, la madre de La siempreviva, asume ese coraje colombiano que se parece a la locura. Y mi abuelo parece estar pensando, en esa foto, que uno no sabe nada de Colombia hasta que le sucede. Y ojal¨¢ alguien est¨¦ escuchando las plegarias de los padres sin hijos.
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