El hechizo de la normalidad
El virus del resentimiento corroe hoy a los pa¨ªses del Este de Europa, que en 1989 quer¨ªan imitar a las democracias occidentales
El historiador Tony Judt explicaba, en unas conferencias que dio en el Centro John Hopkins de Bolonia en mayo de 1995 y que recogi¨® en su libro ?Una gran ilusi¨®n?, que la Europa del Este no es tanEuropa como la otra. El hecho de que aquellos pa¨ªses que sal¨ªan entonces del ostracismo tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn pudieran ser admitidos unos a?os despu¨¦s en la Uni¨®n, dec¨ªa, ¡°no borrar¨ªa los efectos de m¨¢s de 50 a?os de terror, dictadura, represi¨®n y estancamiento¡±. Enfatizar lo propio y lo m¨¢s cercano, los rasgos identitarios, se convirti¨® en los pa¨ªses del Este en una manera de batallar contra la internacionalizaci¨®n que impon¨ªa el comunismo, as¨ª que Judt advert¨ªa que si este hab¨ªa sido vulnerable a los nacionalismos tambi¨¦n pod¨ªa serlo el club europeo. Tem¨ªa que Bruselas, borracha de ¨¦xito, se precipitara e impusiera sus reformas en el Este a la manera de un d¨¦spota ilustrado. Y dejara a los perdedores de sus pol¨ªticas en manos de las fuerzas populistas y reaccionarias.
Un cuarto de siglo m¨¢s tarde, los investigadores y acad¨¦micos Ivan Krastev y Stephen Holmes le han dado la raz¨®n en La?luz que se apaga, un ensayo que lleva un elocuente subt¨ªtulo: C¨®mo Occidente gan¨® la Guerra Fr¨ªa pero perdi¨® la paz. La Hungr¨ªa de Viktor Orb¨¢n y la Polonia de Kaczynski, los abanderados m¨¢s radicales de esas pol¨ªticas que est¨¢n contagiando al resto de pa¨ªses del Este y que horadan los cimientos de la democracia liberal, llevan ya tiempo en el coraz¨®n de la Uni¨®n, y desde all¨ª bombean sus discursos xen¨®fobos y populistas al resto de Europa con una capacidad de convicci¨®n nada desde?able.
Krastev y Holmes utilizan el concepto de imitaci¨®n para contar lo que ha sucedido en el Este. A finales de los ochenta, los habitantes de esos pa¨ªses suspiraban por la normalidad que ve¨ªan en la Europa Occidental: poder moverse de un lado a otro, quitarse de encima la asfixiante atm¨®sfera de falta de libertades, tener un horizonte despejado y no la grisura de unas sociedades estancadas. ¡°Los ni?os en edad de escolarizaci¨®n aprendieron a buscar referentes en Occidente y solo en Occidente¡±, explican; les resultaba cada vez menos atractiva la idea de imitar a sus padres. Los j¨®venes ni siquiera se rebelaban ya contra los adultos, simplemente empezaron ¡°a sentir pena por ellos o dejaron de prestarles atenci¨®n¡±. ¡°Puesto que Alemania era el futuro de Polonia ¡ªy todo revolucionario quiere vivir el futuro¡ª, los m¨¢s sentidos revolucionarios podr¨ªan asimismo hacer las maletas y marcharse all¨ª¡±, escriben en otro lugar de su trabajo. Curiosa situaci¨®n: tanto en la Revoluci¨®n Francesa de 1789 como en la bolchevique de 1917 en Rusia fueron los enemigos derrotados los que abandonaron el pa¨ªs. ¡°Desde 1989 ser¨ªan los ganadores de las revoluciones de terciopelo, y no los vencidos, quienes decidieran salir por piernas¡±. Para empaparse de sus modelos a imitar.
Se quedaron en casa los sectores menos din¨¢micos, y el virus del resentimiento fue creciendo. Nada hay m¨¢s eficaz que ese veneno para destruir el proyecto europeo. Ahora que la Comisi¨®n de Ursula von der Leyen ha lanzado su plan verde para combatir la emergencia clim¨¢tica tendr¨ªa que prestarle atenci¨®n a Judt (y a Krastev y a Holmes): por mucha raz¨®n que le asista, sus recetas no tendr¨¢n mucho recorrido si las impone (y la rebeli¨®n est¨¢ cantada). Es, pues, la hora de ejercer el liderazgo, de seducir y convencer.
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