Les nacer¨¢n monstruos
Uno se empieza a morir cuando la percepci¨®n de ti mismo est¨¢ tan alejada de la que tienen los dem¨¢s que corres el riesgo de convertirte en la persona que un d¨ªa detestaste
No hay mejor virtud que aburrirse. Una ma?ana de 1832, una amante dej¨® plantado a Stendhal por un primo de ella, a lo que el escritor contest¨® en la soledad de sus habitaciones alquiladas en un palacio de Roma: ¡°Les nacer¨¢n monstruos¡±. Cuando entr¨® una camarera con el desayuno, le cont¨® a qui¨¦n pertenecieron sus aposentos 300 a?os antes: Miguel ?ngel Buonarroti. No solo eso; ah¨ª, donde descansaba Stendhal, Miguel ?ngel hab¨ªa conocido a Tommaso Cavalieri. Me gusta la expresi¨®n que utiliza Juan Forn en P¨¢gina 12 cuando recuerda la historia: la camarera es romana, por tanto ¡°habla de 300 a?os antes como si hablara de antes de ayer¡±.
Lo que sigue a continuaci¨®n es uno de esos momentos en los que parece que Dios, adem¨¢s de existir, saca un seis doble cuando juega los dados. Cuenta Forn que Stendhal pasa el d¨ªa escribiendo en los m¨¢rgenes de las Rimas de Miguel ?ngel unos apuntes enfebrecidos sobre la relaci¨®n del genio. Tres siglos m¨¢s tarde, el autor franc¨¦s relata aquel amor de un hombre de 52 a?os y un chico de 22. ¡°Miguel ?ngel no solo retrat¨® y cant¨® al joven Tommaso; tambi¨¦n lo am¨® carnalmente. Educ¨®, pues, su inteligencia y su cuerpo, como S¨®crates hiciera con Alcib¨ªades o Eur¨ªpides con Agat¨®n, y si lo diviniz¨® en el dibujo y en el verso, no desde?¨® humanizarlo en el m¨²sculo y en el hueso. Al final de su longeva existencia, all¨¢ por 1564, cuando la llama del amor f¨ªsico se hab¨ªa consumido hac¨ªa tiempo, Tommaso acompa?¨® a Miguel ?ngel en el instante de su muerte¡±, cont¨® en EPS Ricardo Men¨¦ndez Salm¨®n.
Stendhal no sigui¨® escribiendo tras ese d¨ªa, y sus apuntes se perdieron 150 a?os, hasta que aparecieron en Civitavecchia. Se le puso a aquello como t¨ªtulo uno de los versos que Miguel ?ngel dedic¨® a Tommaso: Qui¨¦n me defender¨¢ de tu belleza (¡°Si me has encadenado sin cadenas / y sin brazos ni manos me sujetas, / ?qui¨¦n me defender¨¢ de tu belleza?¡±). En Espa?a lo public¨® Pre-Textos en 2007. Supe de la historia hace a?os por el art¨ªculo de Forn y record¨¦, al leer esto (¡°Stendhal estaba a d¨ªas de cumplir cincuenta ese oto?o de 1832. No le cost¨® nada verse como Miguel Angel: feo, viejo, plebeyo¡±) lo que escribir¨ªa Thomas Mann en 1912, La muerte en Venecia. Un viejo escritor, Gustav von Aschenbach, queda impactado por la belleza de un chico adolescente, Tadzio, cuya contemplaci¨®n convierte en el acto central del d¨ªa; un d¨ªa observa con asco la imagen de un viejo maquillado acerc¨¢ndose a coquetear con un grupo de chicos. Al final de la historia, persiguiendo a Tadzio por Venecia, ¨¦l ya se ha convertido en ese viejo.
Uno se empieza a morir exactamente en ese punto: cuando la percepci¨®n de ti mismo est¨¢ tan alejada de la que tienen los dem¨¢s que corres el riesgo de ser la persona que un d¨ªa detestaste. Cuando se llev¨® al cine Muerte en Venecia (1970) Luchino Visconti quiso a Miguel Bos¨¦ como Tadzio, pero se encontr¨® con la oposici¨®n ¡ª?qui¨¦n lo pod¨ªa imaginar!¡ª de su padre, Luis Miguel Domingu¨ªn, as¨ª que se eligi¨® a un quincea?ero sueco, Bj?rn Andr¨¦sen. Tiempo despu¨¦s el chico cont¨® que Visconti lo oblig¨® a ir a un bar gay, donde los hombres mayores enloquec¨ªan como enloqueci¨® Von Aschenbach. Supo tan bien Andr¨¦sen lo que era ser Tadzio que su vida bien pudo ser la continuaci¨®n no escrita de la ficci¨®n de Thomas Mann. Fracas¨® como actor, como cantante. Fue devorado por su propia belleza, de la que nadie lo defendi¨®. Tanto, que las revistas y los peri¨®dicos se afanaron en perseguir el efecto del tiempo en ella. Quiz¨¢ dentro de 300 a?os alguien la sepa contar mejor.
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