El 'cuerpo' de Cristo y de Tommaso
En 1995, en Mil¨¢n, la ciudad que tanto am¨® y acerca de la que tan insuperablemente escribi¨®, fue publicado, en edici¨®n biling¨¹e francesa e italiana, un texto in¨¦dito de Stendhal hallado entre sus papeles de Civitavecchia, el lugar donde con m¨¢s constancia y continuidad ofici¨® como c¨®nsul de Francia en los Estados Pontificios durante la ¨¦poca de Luis Felipe, y en el que alcanz¨® a redactar sus dos obras imperecederas: Rojo y negro y La cartuja de Parma.
Aquel in¨¦dito, en realidad un fragmento de novela inconclusa, abortada no sabemos si por falta de tiempo, desinter¨¦s u otras razones inconfesables, sali¨® de la imprenta bajo el t¨ªtulo Qui¨¦n me defender¨¢ de tu belleza y no fue traducido en nuestro pa¨ªs hasta 2007 por Pre-Textos. El embri¨®n de la obra stendhaliana contaba la pasi¨®n entre un ya maduro Michelangelo Buonarroti, Miguel ?ngel, y un todav¨ªa joven Tommaso Cavalieri; el bell¨ªsimo t¨ªtulo del libro estaba tomado de uno de los endecas¨ªlabos -Chi mi difender¨¤ dal tuo bel volto- que el autor del David dedic¨® a quien, junto a Vittoria Colonna, fue el gran amor de su vida.
El artista ten¨ªa 57 a?os; su amado contaba apenas 22. Lo retrat¨® y cant¨®, y tambi¨¦n lo am¨® carnalmente
No importa el tema. Dibuja el cuerpo en el esplendor del esfuerzo y en la minucia de la belleza
La luminosidad renacentista tiene mucho que ver con la celebraci¨®n de la carne como templo
Miguel ?ngel conoci¨® a Tommaso en 1532. El artista ten¨ªa entonces 57 a?os y se hallaba entregado a una de sus cumbres, la construcci¨®n en Florencia de la Biblioteca Medicea Laurenciana, que solo un par de a?os despu¨¦s abandonar¨ªa para viajar a Roma a trabajar en el omega de su genio, el Juicio final de la Capilla Sixtina; su amado contaba apenas 22 a?os. Miguel ?ngel no solo retrat¨® y cant¨® al joven Tommaso; tambi¨¦n lo am¨® carnalmente. Educ¨®, pues, su inteligencia y su cuerpo, como S¨®crates hiciera con Alcib¨ªades o Eur¨ªpides con Agat¨®n, y si lo diviniz¨® en el dibujo y en el verso, no desde?¨® humanizarlo en el m¨²sculo y en el hueso. Al final de su longeva existencia, all¨¢ por 1564, cuando la llama del amor f¨ªsico se hab¨ªa consumido hac¨ªa tiempo, Tommaso acompa?¨® a Miguel ?ngel en el instante de su muerte. Fue un final emocionante y sin duda solemne, pero sobre todo digno, para una hermosa historia de amor, aunque es razonable pensar que har¨ªa falta ser Stendhal para contarla como merece.
El abandonado empe?o narrativo del creador de Fabrizio del Dongo sirve, en cualquier caso, para iluminar la gigantesca personalidad de Miguel ?ngel, su avasalladora humanidad, su grandeza sin parang¨®n en una ¨¦poca donde la grandeza parece constituir la norma, un fragmento de historia que todav¨ªa hoy -en plena expansi¨®n de la cultura del simulacro y en un momento en el cual un poshumanismo m¨¢s o menos edificante se baraja como plausible- es capaz de provocar admiraci¨®n entre sus fruidores. Ni la anomia intelectual de nuestro nuevo siglo ni la puesta en suspenso de valores como el de la belleza, domesticado hace tiempo por la mirada c¨ªnica y desencantada de quien parece haberlo visto ya todo, han logrado que palidezca la figura del m¨¢s universal de los toscanos junto a Dante y Leonardo.
As¨ª, en la peripecia so?ada por Stendhal, a una edad en la que muchos hombres est¨¢n penetrando con dulzura y un acaso inconfesable sentimiento de alivio en el apaciguamiento de ciertas pulsiones, Miguel ?ngel se enamora de un muchacho que podr¨ªa ser su hijo, lo celebra en la gracia de lo ef¨ªmero -el cuerpo, la sangre- y lo catapulta a la gloria de lo trascendente -la pintura, la literatura-. Claro que Miguel ?ngel no fue un hombre cualquiera. En ¨¦l la estatura creativa y la humana se tienden la mano sin fractura ni contradicci¨®n. Como en el caso de Byron o de Tolst¨®i, arte y existencia se compadecen en Miguel ?ngel levantando un puente firme, imposible de dinamitar. Vigoroso entre los vigorosos -un hombre capaz de convivir con Lorenzo el Magn¨ªfico, Julio II y Le¨®n X-, feroz entre los feroces -una voluntad capaz de sobrevivir a la astucia del m¨¢s grande de los M¨¦dici y al maquiavelismo de los dos ¨²ltimos papas del Renacimiento-, prestigiado entre los prestigiosos -el primer artista de la historia de Occidente cuya biograf¨ªa se public¨® en vida-, Miguel ?ngel fue tambi¨¦n un hombre armonioso en el Himalaya de la armon¨ªa, una de las piezas m¨¢s polim¨®rficas y proteicas del excelso canon renacentista, primus inter pares de un Olimpo donde se rindi¨® pleites¨ªa a lo bello como manifestaci¨®n de la potencia creadora. De esa tensi¨®n entre pasi¨®n y mesura, arrojo y equilibrio, de esa dial¨¦ctica entre una vida arrebatada y un arte alci¨®nico, nace la fascinaci¨®n que todav¨ªa hoy provocan el hombre y su legado.
Los alrededor de cien dibujos que hasta el 9 de enero del a?o pr¨®ximo se exhiben en las salas del museo vien¨¦s de la Albertina revelan la furia y el b¨¢lsamo de Miguel ?ngel hasta sus ¨²ltimos rincones, el arco de puro fuego y de di¨¢fano cristal en que se perfilan el estallido y la ligereza, el m¨¢rmol y el agua, la excelencia del gesto y el primor del detalle. Es un descenso vertiginoso al talento de un maestro para el que el dibujo se convierte en la retorta donde se elaborar¨¢n algunos de sus mayores logros: el dibujo como taller, el dibujo como argumento, el dibujo como diorama. Pero, sobre todo, constituye una visita guiada al tema por antonomasia del gran arte miguelangeliano, a su motivo m¨¢s querido y reiterado: el cuerpo.
Si a partir del barroco el cuerpo se convertir¨¢ en sustancia sufriente, casi siempre velado bajo ropajes o solo expuesto en lo que tiene de ruina f¨¦tida, abominable, vilipendiado por una filosof¨ªa que halla en ¨¦l una c¨¢rcel indigna, herencia de las peores ense?anzas de un cristianismo empe?ado en repudiar la parte mortal y doliente de lo humano, la luminosidad renacentista tiene mucho que ver con la celebraci¨®n de la carne como templo purificado y victorioso, breve pero solar. No importa el tema que Miguel ?ngel aborde en sus dibujos. Desde lo m¨¢s gen¨¦rico -hombres desnudos en pie o sentados, gimnastas en escorzo convertidos en materia para estudios anat¨®micos, cabezas macizas como trofeos- hasta lo m¨¢s preciso -apuntes para la Sibila Libia, el rostro idealizado de la reina Cleopatra, un violento retrato del castigo de Tito-, pasando por el imaginario religioso al uso -Cristo en piedad, Cristo crucificado, la Virgen y el Ni?o-, Miguel ?ngel dibuja el cuerpo humano en el esplendor del esfuerzo y en la minucia de la belleza. Las tizas rojas y negras celebran de igual modo la suntuosidad de un ropaje que la musculatura de un atleta, la alegr¨ªa del Hijo en sus juegos que la agon¨ªa del Hijo en su G¨®lgota. Paisajes de lo sublime y de lo trivial, muchos de ellos apenas esbozados, todos admirablemente vivos, el dibujo en manos de Miguel ?ngel cobra una inmediatez asombrosa. Hasta el punto de que resulta imposible contemplar algunas de estas representaciones sin que a los labios del espectador acudan nombres tan alejados en el tiempo como los de Lucien Freud o Zoran Music. La historia del arte, toda ella, como una flecha viva, afila su punta en el transcurso de estas obras.
Pero volvamos a Stendhal. "Hab¨ªa alcanzado ese punto de emoci¨®n en el que se encuentran las sensaciones celestes procuradas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, notaba pulsaciones en el coraz¨®n, aquellas que en Berl¨ªn llaman nervios; se me escapaba la vida, caminaba con temor a caerme". En efecto, un d¨ªa de 1817, en Florencia, el viajero se siente indispuesto: sudor fr¨ªo, palpitaciones, una sensaci¨®n de v¨¦rtigo y ahogo. No es un anticipo de la apoplej¨ªa que lo matar¨¢ en una calle de Par¨ªs un cuarto de siglo m¨¢s tarde, sino lo que, con el discurrir de los a?os, cobrar¨¢ carta de naturaleza en la literatura psicosom¨¢tica bajo el marbete de "s¨ªndrome de Stendhal", un malestar causado por una exposici¨®n excesiva a la belleza, el mal m¨¢s rom¨¢ntico que hombre alguno jam¨¢s haya padecido.
Aunque quiz¨¢ Santa Croce no sea la m¨¢s bella de las iglesias de una de las ciudades m¨¢s asombrosas del mundo, aunque quiz¨¢ deba ceder ese honor a San Miniato al Monte, a Santa Maria Novella o a Santa Maria dei Fiore, sin duda puede presumir de encerrar entre sus muros el mayor pante¨®n de la gloria de Italia: Maquiavelo, Galileo, Ghiberti y Rossini, entre muchos otros, descansan en el per¨ªmetro de su f¨¢brica. Tambi¨¦n la tumba de Miguel ?ngel, "a la derecha de la entrada", seg¨²n apreciaci¨®n del aqu¨ª escueto Stendhal, admite all¨ª el beneficio del rezo o la admiraci¨®n muda para quien no necesita de dioses. Tres estatuas que representan a la Arquitectura, la Escultura y la Pintura velan el descanso del artista de la nariz chata y el coraz¨®n ancho. No hacen justicia a su genio. Tampoco la Piedad de Vasari que corona el monumento resulta especialmente memorable. Hay que acatarlo resignado. La furia y el b¨¢lsamo no han vuelto a ser representados con tanta grandeza despu¨¦s de la muerte del hombre cuya historia de amor Stendhal quiso un d¨ªa contar.
La exposici¨®n 'Miguel ?ngel. Los dibujos de un genio' puede verse en el Museo Albertina de Viena hasta el 9 de enero. www.albertina.at
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