Democracia y bienestar
Los Estados con econom¨ªas avanzadas y mayor capacidad de innovaci¨®n tienen menos desigualdad
En los cl¨¢sicos balances de final de a?o, las referencias al escenario pol¨ªtico mostraban una evidente sensaci¨®n de desasosiego e insatisfacci¨®n. Andr¨¦s Ortega lo resum¨ªa as¨ª en EL PA?S: ¡°Estamos ante un fracaso de la pol¨ªtica para atender las necesidades y expectativas de los ciudadanos¡±. Constatando que si bien nunca se hab¨ªa votado tanto, al mismo tiempo, nunca hab¨ªa habido un nivel de protesta y de insatisfacci¨®n tan alto con relaci¨®n al funcionamiento de la democracia. La democracia es una sucesi¨®n de experiencias hist¨®ricas nada f¨¢ciles, ya que, como afirma Nadia Urbinati, ¡°la democracia naci¨® al mismo tiempo que sus adversarios¡±. Pero, lo cierto es que ¨²ltimamente han proliferado los ensayos que apuntan a que la crisis actual de la democracia es muy aguda o incluso terminal.
Las razones esgrimidas son diversas. Las m¨¢s evidentes hacen referencia al cambio de ¨¦poca en el que estamos y que exigen adaptaciones no solo epid¨¦rmicas de los par¨¢metros de funcionamiento de las democracias. Por otro lado, proliferan reg¨ªmenes pol¨ªticos que alteran los principios considerados esenciales de una democracia. Principios que, seg¨²n Norberto Bobbio, exigen que los electores tengan alternativas reales entre las que puedan escoger, y, para que ello sea posible, han de estar vigentes los derechos b¨¢sicos, de expresi¨®n, de reuni¨®n, de asociaci¨®n, que permitan que cada individuo pueda determinar de manera aut¨®noma su voluntad. La alteraci¨®n y vulneraci¨®n de esos principios es lo que provoca que se hable de conceptos contradictorios ¡ªcomo ¡°democracias iliberales¡±¡ª para referirse a casos en que se mantiene la apariencia de democracia con una vulneraci¨®n constante de los derechos antes mencionados.
En ese contexto, sigue presente el cl¨¢sico interrogante sobre la compatibilidad entre democracia y capitalismo. Son legi¨®n los autores que, desde perspectivas distintas, se han mostrado esc¨¦pticos al respecto. La globalizaci¨®n y financierizaci¨®n econ¨®mica reforzaron ese escepticismo, al permitir que el anclaje territorial del poder econ¨®mico fuera menos importante y, por tanto, menos inclinado a la solidaridad redistributiva. No obstante, observamos ahora que la creciente concentraci¨®n de talento y de capacidad en ciudades y territorios espec¨ªficos es muy dif¨ªcilmente reemplazable en un capitalismo tecnol¨®gico que no facilita los desplazamientos de la industria fordista buscando reducci¨®n de costes laborales y sociales.
En esa misma l¨ªnea, vemos que los Estados con econom¨ªas m¨¢s avanzadas y con mayor capacidad de innovaci¨®n y de resiliencia son aquellos que menor desigualdad tienen y que m¨¢s invierten en mejorar la educaci¨®n, la salud, las capacidades culturales de sus ciudadanos y la sostenibilidad ambiental. Las econom¨ªas m¨¢s innovadoras necesitan altos niveles de protecci¨®n social, ya que las personas que sustentan sus centros neur¨¢lgicos est¨¢n s¨®lidamente enraizados en ciudades y territorios con altos niveles de vida y de habitabilidad, buenos sistemas educativos y culturales y redes sociales densas y creativas. Democracia e innovaci¨®n est¨¢n s¨®lidamente relacionadas.
Las aportaciones de Mariana Mazzucato o de Elizabeth Warren apuntan a la necesidad de liderazgo p¨²blico en los procesos de transformaci¨®n tecnol¨®gica y cient¨ªfica, en las nuevas dimensiones del Green New Deal y la conveniencia de que las estructuras del capital entiendan que deben contribuir necesariamente a la mejora de las condiciones de vida de los que trabajan en sus empresas y centros de negocio. Cocreando valor p¨²blico, y no solo extrayendo ese valor para unos pocos. Recuperando, en definitiva, una idea tan simple como ahora en declive: cualquiera debe poder vivir de su trabajo. Y ese ¡°vivir¡± ha de ser lo m¨¢s digno posible, permitiendo mantener esperanzas de progreso social para cada quien y para sus allegados, sin hipotecar el futuro sobreexplotando los recursos naturales.
Esas son tambi¨¦n las conclusiones de Iversen y Soskice en su reciente libro Democracia y prosperidad. Las incertidumbres que tenemos planteadas como sociedad exigen combinar avances tecnol¨®gicos, nuevos caminos en ciencia y en inteligencia artificial con un renovado protagonismo de la agencia humana, evitando la sensaci¨®n de que toda persona acabar¨¢ siendo sustituible. No se trata solo de mejorar la eficiencia de los algoritmos que ya tenemos, sino de renovar e incrementar sus capacidades, y ello solo ser¨¢ posible desde las aportaciones de complejidad que las personas somos capaces de incorporar, marcando l¨ªmites, escogiendo escenarios, eludiendo l¨®gicas de eficientismo ciego. Hemos de politizar el gran salto tecnol¨®gico y cient¨ªfico, discutiendo costes y beneficios, valorando los equilibrios entre ganadores y perdedores, situando los valores de la convivencia y el progreso social como marcadores finales. Lo que da sentido y direcci¨®n al progreso es algo espec¨ªficamente humano, y no es sustituible por la capacidad de c¨¢lculo y de aprendizaje del mundo maquinal. M¨¢s educaci¨®n y cultura, m¨¢s complejidad en aprendizaje y en experimentaci¨®n, m¨¢s igualdad en condiciones de vida y en oportunidades vitales. M¨¢s democracia, en definitiva, es lo que necesitamos para seguir manteniendo un mundo en el que podamos vivir y en el que valga la pena hacerlo.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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