Consumidora
Al ministro de Consumo se le va a amontonar el trabajo: casas de juego, compa?¨ªas telef¨®nicas, letra peque?a, obsolescencia programada¡
No soy de mucho consumir, pero me consumo mucho. Atravieso el periplo menop¨¢usico amojam¨¢ndome, y mis consumos son alimentarios y farmac¨¦uticos. Intento compensar tanta indigencia corporal con consumos de restauraci¨®n recreativa: verm¨² y torreznos. Consumo cine, teatro y libros. Aunque yo, tan fil¨®loga y preocupada por las solidaridades l¨¦xicas ¡ªun idioma se habla y no se dice; un chiste se cuenta y no se habla¡ª, no s¨¦ si estamos haci¨¦ndole flaco favor a la cultura cuando la ¡°producimos¡± y la ¡°consumimos¡±, en lugar de ¡°construirla¡± e ¡°interpretarla¡±. La cultura se procesa como sustancia hormonal que nos recorre el cuerpo. Consumo poca ropa: si fuera patriota y gente de bien como Pablo Casado y Dios mandan, deber¨ªa consumir m¨¢s no solo por glamur, sino porque la costura constituye parte relevant¨ªsima de nuestro PIB. Hoy, desde el respeto a la naturaleza, mi pobre consumo de ali?os indumentarios es vintage y sostenible. Vale. Me rechin¨® que en los Goya la gente alardeara de llevar un modelo sostenible: si hay un d¨ªa de insostenibilidad y lam¨¦, debe ser ese. Mi est¨¦tica es peliculera y, para m¨ª, ir bien vestida es ponerse el traje rojo con tocado plum¨ªfero de Monroe y Russell en Los caballeros las prefieren rubias.Y no me digan que el dinero no da la elegancia ni la felicidad, porque esas aproximaciones triunfalistas a hacer de la necesidad virtud me escaman.
Al ministro de Consumo se le va a amontonar el trabajo: casas de juego, compa?¨ªas telef¨®nicas, letra peque?a, aseguradoras, publicidad enga?osa, obsolescencia programada¡ En una sociedad capitalista vivir es consumir y para consumir es imprescindible cobrar como m¨ªnimo 950 euros. Porque tambi¨¦n se consume lo imprescindible: agua, luz, gas. Vivir es consumir y quiero contar una an¨¦cdota en la que me mataron un poco. Fue en un vuelo Madrid-Tenerife programado a la hora de comer. Ped¨ª un men¨². Cuando quise pagar, me dijeron: ¡°No admitimos cash¡±. En aero-spanglish. Les tend¨ª mi tarjeta: ¡°Huy, esta da problemas". Me retiraron lo que acababan de servirme. La pasajera del asiento 21B acudi¨® al rescate: ¡°Yo pago con mi tarjeta y t¨² me das el dinero¡±. Acept¨¦ y me devolvieron el bocadillo. A la mujer le dieron otro. Las azafatas pasaron la nueva tarjeta. Tambi¨¦n era mala. Pero ya hab¨ªamos mordisqueado nuestros bocadillos de conservantes y colorantes. Mir¨¢bamos a las azafatas con la boca llena mostrando obscenamente la bola de masticaci¨®n y d¨¢ndonos codazos. Nos humillaron, pero re¨ªamos como las alima?as en que nos estaban convirtiendo. ¡°Ahora, dime que lo eche¡±, pensaba yo, ¡°que me lo digas¡±. Mientras, me aferraba a mi lata de cerveza. Me call¨¦ porque las azafatas son trabajadoras que no tienen la culpa de la reducci¨®n al absurdo de ciertas pr¨¢cticas capitalistas. Somos lo que consumimos ¡ªacidulantes bocadillos de jam¨®n conformadores del car¨¢cter¡ª y, si no nos dejan consumir incluso cuando tenemos pasta, sacamos la bestia que llevamos dentro. Aquella mujer y yo fuimos espa?olas pobres y p¨ªcaras, lazarillas de Tormes, bandoleras, piratas, que, mientras derram¨¢bamos nuestra privilegiada huella de carbono, entendimos, desde una ¨®ptica neoliberal a la que nadie es inmune, que nos estaban robando la libertad. Como al Vaquilla.
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