Guerra cultural
La sociedad necesita un espacio de representaci¨®n pol¨ªtico donde se vean reflejados de manera s¨®lida y constante los valores humanistas frente a los valores antiilustrados y oscurantistas
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Gracias al debate sobre esa tentativa de veto educativo que algunos denominan pin parental, hemos escuchado y le¨ªdo muchas veces que, en Espa?a, estamos viviendo una guerra cultural. Un conflicto entre dos visiones contrapuestas que pelean por la hegemon¨ªa de los valores, las creencias y las pr¨¢cticas sociales asentadas y hegem¨®nicas.
No son tan frecuentes los ciclos hist¨®ricos en los que se producen este tipo de fen¨®menos. Si echamos la vista atr¨¢s, el m¨¢s importante de cuantos hemos conocido comenz¨® en el a?o 1979 con la llegada de Margaret Thatcher al Gobierno brit¨¢nico. En el London Calling de los Clash, de forma ic¨®nica y premonitoria, una letra que describ¨ªa bien la ¨¦poca; ¡°London calling to the faraway towns, now war is declared and battle come down¡±.
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Una d¨¦cada despu¨¦s, la gran l¨ªder conservadora ya hab¨ªa ganado aquella guerra. Lo hizo junto al presidente de EE?UU Ronald Reagan y sobre el marco te¨®rico de Milton Friedman y la escuela econ¨®mica de Chicago. Las consecuencias tuvieron alcance universal. Tanto, que el mundo desarrollado ya nunca volver¨ªa a ser igual.
Bajo los envoltorios de la provocaci¨®n y la protesta, Morrissey ¡ªex de los Smiths¡ª firmaba la canci¨®n simb¨®lica de la derrota en el a?o 1988: Margaret on the Guillotine. ¡°The kind people have a wonderful dream, Margaret on the guillotine¡¡±. Todav¨ªa faltaban dos a?os para el final de aquel liderazgo pol¨ªtico, pero la suerte ya estaba echada.
Entre las aristas de un capitalismo salvaje, la sociedad brit¨¢nica qued¨® entregada a un individualismo feroz en el que el otro dej¨® de importar. Sobre todo, cuando ese otro se encontraba entre los m¨¢s d¨¦biles. Thatcher edific¨® su iglesia sobre una trilog¨ªa de individuo, familia y propiedad privada. Y no se movi¨® de ah¨ª. Gan¨® con tanta contundencia que modific¨® los marcos de valores.
Y el Reino Unido dej¨® atr¨¢s una narrativa cultural, econ¨®mica y social basada en estructuras para entrar en otra muy distinta, ordenada a trav¨¦s de un lenguaje de elecciones personales y de responsabilidades individuales que resignificaba por completo los v¨ªnculos de pertenencia a la comunidad. La profundidad del cambio tuvo una derivada final; el contrincante, una izquierda que trataba de reorientarse ante las primeras luces de la globalizaci¨®n y el creciente peso de una econom¨ªa financiera desregulada, ya nunca saldr¨ªa igual de aquel ring. Lo har¨ªa cambiada para siempre en la que, sin duda, fue una de las m¨¢s grandes derrotas culturales de toda su historia.
Es preciso reivindicar la importancia del lenguaje y mostrar respeto de nuevo por el valor de las palabras
Si nos acercamos a nuestro ¨¢mbito dom¨¦stico, el ¨²ltimo ejemplo que encontramos de conflicto cultural por los valores fue en el ciclo 2004-2011.
En aquellos a?os, conviv¨ªan en la izquierda espa?ola diferentes proyectos de pa¨ªs. Pero a la vez, esquemas similares de valores junto a una idea similar de sociedad. Y en el n¨²cleo de esa idea, dos elementos irrenunciables. En primer lugar, un valor republicano; no es aceptable forma alguna de discriminaci¨®n o de supeditaci¨®n de unas formas de vida a otras. En segundo lugar, un principio liberal; el Estado ¡ªo los poderes p¨²blicos¡ª no pueden tener acceso a todo aquello que compete al ¨¢mbito ¨ªntimo de cada ciudadana y de cada ciudadano. La lectura de lo que somos se articulaba as¨ª a trav¨¦s de los conceptos de ciudadan¨ªa y sociedad. Desde ese marco, la izquierda supo implementar avances en el campo de los derechos de ciudadan¨ªa y las libertades p¨²blicas que modificaron para bien los marcos compartidos de valores de la sociedad espa?ola. El tiempo nos ha ense?ado que de ah¨ª nacieron nuevos c¨®digos en nuestra manera de ser y de estar y en nuestra forma de convivir y de relacionarnos. Atr¨¢s quedaron limitaciones at¨¢vicas en las aproximaciones culturales que hac¨ªamos a nuestro modelo de familia, a nuestra sexualidad, a nuestras creencias o a nuestros sentimientos de pertenencia.
Los campos de batalla de esa guerra cultural fueron, en primer lugar, deliberativos. O, mejor dicho, dial¨¦cticos. Y despu¨¦s tomaron forma en procesos legislativos ordenados en el Congreso de los Diputados para terminar en el Bolet¨ªn Oficial del Estado. Se afrontaron reformas en el ¨¢mbito de la educaci¨®n p¨²blica, la fiscalidad, las pol¨ªticas de igualdad, el c¨®digo civil, los pilares del Estado de bienestar, la memoria hist¨®rica, las pol¨ªticas migratorias, la pol¨ªtica exterior, la cooperaci¨®n al desarrollo, etc¨¦tera. Todas ellas, desde una idea elaborada de entender lo que somos. Una idea coherente, constante y estable. Con consciencia de que enfrente hab¨ªa otra. Otra que se situaba en un discurso de defensa de marcos culturales m¨¢s tradicionales y en una posici¨®n pol¨ªtica de oposici¨®n de los avances.
El resultado de aquella dial¨¦ctica ha posibilitado la hegemon¨ªa, en estos a?os, de conjuntos de valores que nos vinculan a una idea de sociedad abierta, que nos hacen considerar, mayoritariamente, que nuestra pluralidad es un elemento de definici¨®n c¨ªvica del que estar orgullosos y no un factor negativo de amenaza convivencial.
Frente a la amenaza de esa Espa?a oscurantista de la extrema derecha, hay una batalla urgente que dar
Con esos valores predominantes hemos llegado hasta este tiempo. Y es en este tiempo cuando ha aparecido una fuerza pol¨ªtica que ha nacido contra ellos y que los amenaza, por primera vez, de manera seria.
Se ha dicho muchas veces que convendr¨ªa empezar a tom¨¢rsela en serio. Y dejar de jugar con fuego. Por eso ojal¨¢ fuera cierto que estuvi¨¦ramos en una guerra cultural.
Ser¨ªan muchos los ciudadanos que podr¨ªan sumarse a un proyecto elaborado, coherente y constante, de valores humanistas frente a los valores antiilustrados y oscurantistas que la extrema derecha quiere convertir en hegem¨®nicos a trav¨¦s de lo que busca: una victoria cultural.
Un proyecto que empezara, por ejemplo, por reivindicar la importancia del lenguaje, por entrelazar otra vez significantes y significados, por mostrar respeto de nuevo por el valor de las palabras. Un proyecto que destacara la importancia de los principios de coherencia y de contradicci¨®n, que defendiera la institucionalidad democr¨¢tica, que se proyectara sobre esquemas de cooperaci¨®n trasversal entre diferentes, partiendo de valores de aceptaci¨®n del otro y no de peligrosas estrategias de polarizaci¨®n electoral extrema.
Esos valores y marcos habitan todav¨ªa en la sociedad. Aun son mayoritarios en ella. Pero necesitan del espacio de representaci¨®n pol¨ªtico donde verse reflejados de manera s¨®lida y constante, orientada hacia un proyecto de pa¨ªs para las pr¨®ximas d¨¦cadas y los grandes retos de nuestro tiempo; competitividad econ¨®mica, empleo, igualdad, cohesi¨®n social, digitalizaci¨®n y sostenibilidad.
Ojal¨¢ estuvi¨¦ramos ya ah¨ª, en un conflicto ordenado entre dos visiones coherentes por la hegemon¨ªa en el ¨¢mbito de los valores, las creencias y las pr¨¢cticas sociales preponderantes y asentadas. Frente a la amenaza de esa Espa?a oscurantista de la extrema derecha, ser¨ªa una preciosa batalla que dar. Tan preciosa como urgente.
Eduardo Madina es director de Kreab Research Unit, unidad de an¨¢lisis y estudios de la consultora Kreab en su divisi¨®n en Espa?a.
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