Alabar el mundo herido
El Brexit ha coincidido con el 75? aniversario de Auschwitz y la palabra ¡°odio¡± ha vuelto a resonar
A modo de despedida, sonrisa c¨ªnica incluida, el l¨ªder del Partido del Brexit, Nigel Farage, solt¨® en Bruselas esta bravuconada: ¡°Les puedo prometer que, tanto en el UKIP como en mi partido, amamos Europa, pero odiamos la Uni¨®n Europea¡±. Y, con orgullo exacerbado, el adalid euroesc¨¦ptico onde¨® un bander¨ªn del Reino Unido, cuyo reducido tama?o parec¨ªa simbolizar cu¨¢l es, en realidad, su pretendida grandeza pol¨ªtica. Habr¨ªa podido recurrir a verbos como ¡°discrepar¡± u ¡°oponerse¡±, pero escogi¨® ¡°odiar¡±, en una sala desprovista de los colores de las banderas nacionales sobre las mesas de los europarlamentarios.
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En estos d¨ªas, en los que se ha conmemorado el 75? aniversario de la liberaci¨®n de Auschwitz, no est¨¢ de m¨¢s tener presente que la Europa contempor¨¢nea se recompuso sobre los escombros de un pasado totalitario. La ¨²ltima diatriba de Farage vino a constatar que el odio es un viejo h¨¢bito (¡°un t¨®nico que hace vivir¡±, seg¨²n Balzac) y que estamos muy lejos de haber dado con un remedio que neutralice el veneno de la repulsi¨®n. Precisamente, en su reciente novela El monstruo de la memoria (Sigilo/Club Editor), el israel¨ª Yishai Sarid sintetiza que lo ocurrido en el Viejo Continente fue posible gracias a una sencilla pero efectiva f¨®rmula: odio, maldad y econom¨ªa.
El ¨²ltimo tr¨¢mite en el Parlamento Europeo que ha dado luz verde al Brexit me ha sorprendido en Cracovia. Aqu¨ª, a una hora de distancia de trayecto en coche de esa ¡°capital del mal¡± que fue Auschwitz, el cap¨ªtulo final del indigesto divorcio brit¨¢nico se ha mezclado con la emotividad, a¨²n viva, en torno a la ceremonia de homenaje en el antiguo campo de exterminio. Una fecha tan sensible como ¨¦sta, aun as¨ª, tampoco se ha salvado de acusaciones cruzadas (Putin, Duda, Zelenski, etc¨¦tera) y de discursos m¨¢s pr¨®ximos a la vieja geopol¨ªtica que suscitan una pertinente pregunta: ?c¨®mo se est¨¢ gestionando la memoria de esa larga noche oscura, concretada en Auschwitz, a medida que su memorial ha avanzado inevitablemente hacia la museificaci¨®n de un acontecimiento tan dif¨ªcil de transmitir? De eso va el libro de Sarid. El protagonista, un doctorando, acad¨¦mico luego, experto en los ¡°detalles t¨¦cnicos del exterminio¡±, sufre la impotencia de no saber c¨®mo comunicar mejor sus conocimientos cuando ejerce de gu¨ªa de los grupos de israel¨ªes, la mayor¨ªa adolescentes, pero tambi¨¦n soldados, que acompa?a primero en Jerusal¨¦n por Yad Vashem ¡ªel Centro Mundial de Conmemoraci¨®n de la Sho¨¢¡ª, y luego por los campos en Polonia. Ese pa¨ªs, dice Sarid, en cuyas tierras se cometi¨® el asesinato masivo ¡°para que Alemania permaneciera hermosa, limpia y ordenada, para que la materia org¨¢nica se pudriera sin que la pestilencia molestara al progreso y la cultura¡±. Pese a esforzarse en penetrar en las mentes de los visitantes, ¡°llenas de los resplandores de los tel¨¦fonos m¨®viles¡±, se da cuenta de lo imprevisible que es el monstruo de la memoria cuando uno de los j¨®venes declara, tras su visita a un campo, que ha entendido que, para sobrevivir, hay que ser ¡°un poco nazi¡±.
La Europa contempor¨¢nea se recompuso sobre los escombros de un pasado totalitario
En Cracovia me alojo en el barrio de Podg¨®rze, el antiguo gueto jud¨ªo donde fueron forzados a vivir hacinados 15.000 jud¨ªos. Bajo a la calle y, antes de cruzar la plaza de los H¨¦roes del Gueto, con sus 70 sillas de bronce vac¨ªas en recuerdo de los desaparecidos, esquivo los silenciosos veh¨ªculos el¨¦ctricos, destinados a turistas. El funesto itinerario comprende la farmacia que regent¨® el cat¨®lico Tadeusz Pankiewicz, una suerte de embajada protectora para los marcados con la estrella amarilla; el campo de concentraci¨®n de Plasz¨®w, donde Amon G?th, apostado en el balc¨®n de su villa, disparaba contra los presos para entretenerse; la f¨¢brica de Oskar Schindler¡ Aqu¨ª, el despliegue expositivo, con efectos escenogr¨¢ficos, provoca cierto efecto kitsch, por no decir banal, que tiene algo de relato trillado. No hay espacio para la reflexi¨®n, que s¨ª encuentro, en cambio, en un solitario fragmento del antiguo muro del gueto. De un gris tosco, encajonado entre dos inmuebles modernos, invita al recogimiento. Es solo una reliquia que resiste antes de desmoronarse alg¨²n d¨ªa, y su digna sencillez, que tiene algo de monumento improvisado, nos apela contra el odio y la indiferencia.
Didi-Huberman propuso en Cortezas, su ¨ªntima ¡°visita¡± a Auschwitz, emular la mirada del arque¨®logo, que compara lo que se ve en el presente ¡ªlo que ha sobrevivido¡ª con lo que se sabe que ha desaparecido. Porque todo lo acontecido es inimaginable y, por eso mismo, se impone ¡°imaginarlo, pese a todo¡±. Una de las fuerzas estrat¨¦gicas del aniquilamiento, con sus mentiras y brutalidades, fue operar en el impasse de la imaginaci¨®n: el abismo de la raz¨®n entre la imposibilidad de las v¨ªctimas de representarse lo que les iba a pasar y la negativa de los SS, mientras observaban ¡°el buen funcionamiento de las cosas¡±, a otorgar humanidad a los primeros. Los supervivientes de los campos a los que escuch¨¦ el 26 de enero en la biblioteca municipal de Oswiecim son algunos de los ¨²ltimos testigos del mayor crimen de la historia. La vicepresidenta de la Euroc¨¢mara, McGuinness, despidi¨® as¨ª a Farage: ¡°Se ha usado la palabra odio en la ¨²ltima intervenci¨®n, y no deber¨ªamos odiar a nadie, a ninguna naci¨®n, a ning¨²n pueblo¡±. Lo que s¨ª deber¨ªamos hacer, como dice un verso de Zagajewski, es alabar (y honrar) el mundo herido.
Marta Reb¨®n es escritora y traductora.
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