Muerte y ¡®kitsch¡¯
El sentimiento no habilita cualquier cosa. Hay un umbral del amor que no se cruza sin magullarse
Nunca se r¨ªe como en los funerales y en los entierros. Es una realidad compleja, dif¨ªcil de gestionar. La risa que podr¨ªa parecer ofensiva para un extra?o es a veces la ¨²nica manifestaci¨®n aut¨¦ntica para los m¨¢s allegados. Resulta inquietante descubrirlo en el entierro del propio padre o de la hermana, pero quien lo prob¨® lo sabe. Por si fuera poco, en la periferia de lo macabro son demasiadas las situaciones potencialmente c¨®micas: ceremonias en las que es f¨¢cil equivocarse, excesos ret¨®ricos en los que se dice lo contrario de lo que se pretend¨ªa, pantanos desecados a los que hay que arrojar las cenizas¡ Pero si dejamos a un lado el cad¨¢ver y nos centramos en el lado de los vivos, el mal gusto para gestionar el trance de la muerte puede llegar a convertirse tambi¨¦n en una elocuente radiograf¨ªa de nuestra era.
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Influye no solo nuestro deseo de mantener una dignidad ol¨ªmpica ¡ªlo que precipita exponencialmente las posibilidades de perderla¡ª, sino tambi¨¦n la forma en la que nuestros deseos m¨¢s respetables en otros ¨¢mbitos, como la ecolog¨ªa y el reciclaje, se dan la mano en la muerte como un c¨®ctel explosivo. ?Hay un aire de los tiempos en esas manifestaciones kitsch, camp o cutre relacionadas con la muerte? En su monumental Esferas, Peter Sloterdijk atribuye esa inclinaci¨®n a la cursiler¨ªa trascendental, un estado mental que nos lleva a exhibir nuestros sentimientos antes que exponer nuestras ideas, para blindar as¨ª los discursos frente a la cr¨ªtica. Para Sloterdijk, el biempensantismo deber¨ªa tener un l¨ªmite: el que separa su aplicaci¨®n del sentido com¨²n m¨¢s elemental. En filosof¨ªa puede llevar a evaporar la misma noci¨®n de verdad, en pol¨ªtica cambia la l¨®gica distributiva por argumentos ad hominem y en las manifestaciones culturales ¡ªcomo los rituales relacionados con la muerte¡ª puede convertir el funeral de un allegado en un involuntario festival del humor.
Tal podr¨ªa ser el caso, por ejemplo, de la comunidad de artistas autodenominada Chiengora, a partir de las palabras chien (perro) y angora, agrupada en la plataforma Etsy y especializada en hacer prendas de ropa ¡ªjers¨¦is, gorros y hasta mu?ecos de peluche¡ª con el pelo reciclado de mascotas muertas. ?Por qu¨¦ no darle a Sult¨¢n una segunda vida en forma de chaleco, o a Rambo una nueva oportunidad en forma de peluche? No es mentira. Ah¨ª tenemos a Margaret con un gorro con orejas de husky para celebrar la vida de Micky, o un bonito ovillo de lana de tama?o m¨¢s discreto, con la foto de un caniche sin identificar y un color m¨¢s apropiado para unos guantes o un cojincito. Se dir¨¢ que no hay necesidad de burlarse de una iniciativa creada con la generosa ¡ªy lucrativa¡ª intenci¨®n de facilitar el duelo por una mascota, pero si a cualquiera de nosotros se nos ocurriera hacernos un cintur¨®n con nuestro padre o una chaqueta de cuero con la t¨ªa Laura, no solo correr¨ªamos el riesgo de acabar en la c¨¢rcel, sino que har¨ªamos dudar de eso mismo que Chiengora parece dar por descontado: que les quer¨ªamos mucho. El sentimiento no habilita cualquier cosa. Hay un umbral del amor que no es posible cruzar sin magullarse. Nos lo ense?¨® El silencio de los corderos y nos lo recuerda, m¨¢s discretamente, la vida casi todos los d¨ªas.
Nunca se r¨ªe como en los funerales y en los entierros. Es una realidad compleja, dif¨ªcil de gestionar
Otro caso que, creo, gustar¨ªa mucho a Sloterdijk es el de la artista y dise?adora Jae Rhim Lee y su Infinity Burial Project. Preocupada por las enormes emisiones de toxinas que generan nuestros cuerpos al descomponerse, Rhim Lee ha decidido tomar cartas en el asunto para que el cosmos no tenga que gestionar el suyo y ha dispuesto que unos hongos se lo coman cuando llegue el momento. Se objetar¨¢ que los hongos no se alimentan precisamente de carne y que muestran una preferencia m¨¢s declarada por las sustancias vegetales, pero eso es solo un problema menor para Rhim Lee, que ya est¨¢ entrenando a unos champi?ones con esa misi¨®n, oblig¨¢ndoles a alimentarse con piel muerta extra¨ªda de su propia higiene.
Los ejemplos podr¨ªan ser m¨²ltiples e igualmente c¨®micos. Tanto m¨¢s c¨®micos, se podr¨ªa a?adir, cuanto menos pretenden serlo, una de las caracter¨ªsticas recurrentes del kitsch. Pero ¡°?se puede ser gracioso sin saber que se es gracioso?¡±, se pregunta Sloterdijk. Rhim Lee tiene la respuesta: se puede. La pregunta que sigue a esa respuesta es hasta qu¨¦ punto estas nuevas manifestaciones kitsch son un retrato de nuestro tiempo o una muestra m¨¢s de la incapacidad general de los humanos para gestionar ese dichoso problema de que hoy estamos aqu¨ª y ma?ana qui¨¦n sabe. Las leyes, a?ade, no son el fruto de la sabidur¨ªa de nuestros antepasados, sino el retrato de sus improvisaciones, sus envidias y su ambici¨®n. Lo mismo podr¨ªa decirse de nuestra manera de llorar a los muertos convirti¨¦ndolos en parodias de s¨ª mismos. Lo del jersey de pelo, en cualquier caso, tal vez no sea tan mala idea; ahora empieza lo peor del invierno.
Andr¨¦s Barba es escritor y actual Jean Strouse Fellow de la New York Public Library.
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