Mi suegra y Greta
Es necesario concienciar a la sociedad de que eliminar las emisiones de carbono y adaptarnos a la lucha contra el cambio clim¨¢tico no es barato
Mi suegra no conoci¨® a Greta Thunberg, pero era la persona m¨¢s ecologista que me he encontrado nunca. Educada en la m¨¢s pura tradici¨®n castellana de la austeridad, practic¨® de manera innata, y mucho antes de que Greenpeace lo convirtiera en doctrina, la norma de las tres R: reducir, reutilizar, reciclar. Era su manera genuina de estar en el mundo: dejar la menor huella posible en el entorno.
La cosa viene a cuento a ra¨ªz de la pol¨¦mica provocada por el Alto Representante para la Pol¨ªtica Exterior de la Uni¨®n Europea, Josep Borrell, al declarar que habr¨¢ que ver si los j¨®venes que se manifiestan por el clima est¨¢n dispuestos a rebajar su nivel de vida para asumir el coste que supone, y supondr¨¢, tratar de atajar el cambio clim¨¢tico. El ¡°s¨ªndrome Greta¡±, lo llam¨®. Poco despu¨¦s rectific¨® su comentario.
Tiempo les ha faltado a los ap¨®stoles del no para volver a arremeter contra todo lo que trate de combatir uno de los mayores desaf¨ªos de nuestro tiempo. Como en tantos otros campos, la lucha por la sostenibilidad se ha convertido tambi¨¦n en terreno abonado para la polarizaci¨®n.
No es la primera vez que Borrell alerta sobre los elevados costes de la descarbonizaci¨®n, aunque tachar de fr¨ªvolos a los j¨®venes que buscan defender su futuro no parece la mejor forma de hacerlo. Pero s¨ª es necesario concienciar a la sociedad de que eliminar las emisiones de carbono de nuestro sistema econ¨®mico y adaptarnos a la lucha contra el cambio clim¨¢tico, como todos los grandes procesos de transformaci¨®n de la historia, no va a salir barato.
La factura de la descarbonizaci¨®n se ha convertido en uno de los debates del momento. Entran el factor econ¨®mico y el social. Cu¨¢nto costar¨¢ y cu¨¢ntos puestos de trabajo se perder¨¢n por el camino; c¨®mo afectar¨¢ a determinadas formas de vida. La resistencia est¨¢ garantizada. El ejemplo recurrente es el de los chalecos amarillos, que saltaron ante una subida del precio del di¨¦sel.
Pero no hacer nada no es una opci¨®n. Ya en 2006 el Informe Stern calculaba que reducir las emisiones para limitar el aumento de temperaturas costar¨ªa un 1% del PIB global al a?o; de no hacerlo, el da?o se llevar¨ªa un 20% de dicho PIB. Con datos m¨¢s recientes, el informe Global Futures de WWF prev¨¦ un coste total por la p¨¦rdida de naturaleza, entre 2011 y 2050, de 10 billones (con b) de d¨®lares. Adem¨¢s, por supuesto, de las p¨¦rdidas en vidas humanas directas e indirectas.
En todo el mundo cada vez m¨¢s gente es consciente del desaf¨ªo, aunque sigue habiendo una brecha entre la conciencia y la acci¨®n. S¨ª, es cierto que j¨®venes y mayores tendremos que adaptar nuestro estilo de vida. Pero como mi suegra demostraba en su d¨ªa a d¨ªa, no es algo que tenga por qu¨¦ costar demasiado.
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