Querido chico nutria
Dej¨¦ de dudar para siempre cuando hace un mes me sub¨ª a tu barca redonda de junco trenzado para cruzar el r¨ªo Tungabhadra, al sur de la India
CUENTA UN SUE?O y pierde un lector, suele decirse. Espero no desanimarte en tu lectura de esta carta, que ya es de por s¨ª muy improbable, si te cuento ahora el primero que recuerdo en mi vida: tendr¨ªa yo unos seis a?os, me convert¨ªa en nutria y por ¨²ltima vez asomaba la cabeza sobre la superficie de un r¨ªo y me desped¨ªa de los ¨¢rboles de la orilla antes de sumergirme para siempre. No era un sue?o triste, o no del todo.
Lo he recordado tantas veces despu¨¦s que a veces sospecho si no ser¨¢ inventado. Pero dej¨¦ de dudar para siempre cuando hace un mes me sub¨ª a tu barca redonda de junco trenzado para cruzar el r¨ªo Tungabhadra. Fluye lento entre arrozales y palmeras y moles redondas de granito, a orillas de las ruinas de la ciudad milenaria de Vijayanagar, en Karnataka, al sur de la India.
No nos dijimos nada por timidez y porque no compart¨ªamos ni una palabra de ning¨²n idioma. T¨² mismo parec¨ªas un poco nutria: la piel muy oscura, el bigote casi tapando los dientes perfectos, los pies y las manos grandes y palmeados. Remabas muy serio, se hac¨ªa de noche, los bandos de garcillas blancas volaban a ras de agua de vuelta a sus dormideros.
Y de repente o¨ªste algo entre las rocas de la orilla: una mezcla de gru?ido y de silbido y de burbujeo y de risa, fraseos de un segundo idioma que s¨ª dominabas a la perfecci¨®n, porque contestaste sin dudar con palabras parecidas. Se te ilumin¨® la cara. Y asom¨® una sonrisa tambi¨¦n blanqu¨ªsima bajo el bigote impenetrable justo cuando asomaron entre las rocas y sobre el agua las cabecitas y los incisivos de toda una manada de nutrias. Parec¨ªan saludarnos, perfectamente pod¨ªan ser tus amigas o tus hermanas.
Nos miramos y sonre¨ªmos de pura felicidad animal, mientras las nutrias nadaban y jugaban en torno a la barca y tu remo. Y al final result¨® que s¨ª habl¨¢bamos un idioma com¨²n: me explicaste con gestos, con sonrisas, con el lenguaje antiqu¨ªsimo de esas nutrias que ya habitaban Vijayanagar antes de que se construyesen y arruinasen sus templos, que aquellas eran las ¨²ltimas de su especie, que cada vez eran menores sus camadas, que los pescadores las matan para que no les roben la pesca escasa, que el r¨ªo cada vez lleva menos agua y est¨¢ cada vez m¨¢s contaminada.
Se hizo de noche y sali¨® la luna. Las nutrias, una por una, se despidieron antes de sumergirse en el agua oscura. Llegamos a la otra orilla y volviste a componer el gesto de esfinge, como si todo hubiera sido un sue?o o tuvi¨¦ramos que conjurarnos para guardar el secreto. Te pagu¨¦ unas monedas que aceptaste sin contar y diste la vuelta en tu barca, rumbo a la otra orilla, sin despedirte ni mirar atr¨¢s.
Me qued¨¦ en tierra sintiendo la misma melancol¨ªa no del todo triste de mi sue?o de infancia. De repente entend¨ª lo que significaba, despu¨¦s de tantos a?os. Habr¨ªa querido contarte todo esto tambi¨¦n en un idioma imposible, habr¨ªa querido agradecerte con algo un poco m¨¢s valioso o digno que las pocas monedas de tu ¨®bolo de barquero. Eso intento hacer ahora, en realidad, al escribiros esta carta a ti y a esas nutrias que a lo mejor s¨ª que eran nuestras hermanas
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