San Bartolom¨¦, la isla caribe?a donde se escucha fado y se come bacalao
La comunidad lusa crece y crece en la isla caribe?a de San Bartolom¨¦, refugio de la 'jet set'
![Actuaci¨®n del grupo Rancho Folcl¨®rico Franco-Portugu¨ºs, en Gustavia, capital de Saint-Barth¨¦lemy.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/PNEOL7A26CTJFHX3XZ5XXMBTSA.jpg?auth=c47fc11a3cc022e50eac0abc5f288d1d1bf6bb2d64b7d2ae7b0b3bcbf16408e7&width=414)
Magnates al sol, playas de ensue?o, yates de precio inconcebible y fastuosas fiestas de la jet-set vertebran el d¨ªa a d¨ªa en San Bartolom¨¦ ¡ªo Saint-Barth¨¦lemy o St. Barths¡ª, la glamurosa isla de 24 kil¨®metros cuadrados de las Antillas francesas. Todo eso¡ y 3.000 portugueses. ?C¨®mo llegaron aqu¨ª?
La historia de la isla es la de una cenicienta caribe?a desdichada por su terreno inh¨®spito. Durante siglos fue despreciada incluso por los indios de la regi¨®n y luego por los diferentes conquistadores, que no lograban afincarse en ella. Primero lleg¨® Crist¨®bal Col¨®n en 1493 y nombr¨® la isla en honor a su hermano Bartolomeo. Luego seguir¨ªan la Orden de Malta, Francia y Suecia. Los suecos acabar¨ªan devolvi¨¦ndola a Francia en 1877, abatidos por un comercio empobrecido, enfermedades, un hurac¨¢n y un incendio devastador.
Su suerte cambi¨® en 1957, cuando David Rockefeller se enamor¨® de la isla y construy¨® una casa encaramada al borde de una playa. Pronto le seguir¨ªa un flujo continuo de grandes fortunas americanas que buscaban su parcela de para¨ªso.
En 1984 se encontraban all¨ª cuatro portugueses que fueron contratados en la construcci¨®n de la central el¨¦ctrica. Al ver la falta de mano de obra para asumir la incesante demanda de construcci¨®n de villas por parte de los norteamericanos pudientes, estos constructores avisaron a sus amigos en Portugal. Un a?o m¨¢s tarde ya eran 20 los portugueses instalados y al a?o siguiente se fundaba la primera empresa de construcci¨®n lusa en la isla. Los de San Bartolom¨¦, descendientes de franceses que habitan en la isla desde generaciones atr¨¢s, apreciaban los valores de cat¨®licos practicantes de los portugueses, su ¨¦tica trabajadora y la confraternidad europea.
Cuando el hurac¨¢n Luis azot¨® las Antillas francesas en 1995, unos 250 portugueses viv¨ªan en la isla. San Bartolom¨¦ hab¨ªa quedado devastada y la necesidad de mano de obra para reconstruirla era cr¨ªtica. En cinco a?os se duplicar¨ªa el n¨²mero de portugueses instalados, llegando a 500 en 2000. El optimismo econ¨®mico generalizado hac¨ªa que la isla incrementase a?o tras a?o el n¨²mero de turistas adinerados, que anclaban sus yates en el peque?o puerto de Gustavia. La demanda de mano de obra creci¨® en paralelo, triplicando el n¨²mero de portugueses viviendo en San Bartolom¨¦ hasta llegar a 1.500 en 2007. Hoy se estima que el n¨²mero de portugueses viviendo en la isla alcanza al menos los 3.000.
La mayor¨ªa proviene de la regi¨®n de Minho, en el norte de Portugal, de ciudades como Braga, Guimar?es o Valen?a. Constituye una comunidad muy respetada y a la vez discreta; los hombres se concentran en la construcci¨®n, y las mujeres, en servicios como la limpieza y, recientemente, la gesti¨®n de las empresas de construcci¨®n. La comunidad cuenta con una asociaci¨®n cultural, un mayorista y un restaurante que sirve vinos portugueses y bacalao, pescado ajeno a las aguas c¨¢lidas del Caribe. Pero la mayor prueba del peso de la presencia portuguesa fue el nombramiento de un c¨®nsul honorario en la isla hace menos de un a?o.
Su presencia se acentu¨® con el ¨¦xodo de trabajadores portugueses que a partir de la crisis de 2008 fueron en b¨²squeda de mejores condiciones laborales en el extranjero. Hoy d¨ªa, Portugal, pa¨ªs aclamado por su mano de obra, necesita incentivar a extranjeros que vengan a cubrir la falta de trabajadores locales.
El portugu¨¦s en San Bartolom¨¦ mantiene un coraz¨®n de inmigrante. Solo piensa en volver a su tierra. Algunos se han casado con isle?os, pero la mayor¨ªa se queda una media de unos 10 a?os. Mientras permanecen en esta isla de ensue?o, se re¨²nen a menudo para compartir un pica no ch?o o un bacalao a la brasa, rodeados de palmeras, con un fado sonando de fondo, compartiendo juntos su saudade desde el Tr¨®pico. Est¨¢ claro: en las Antillas, el para¨ªso fala em portugu¨ºs.
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