La revoluci¨®n no ser¨¢ digital
Internet es una gran herramienta, pero resulta indispensable impulsar una cultura desconectada
Aunque las herramientas creativas y la edici¨®n son hoy m¨¢s accesibles que nunca, las condiciones que necesita un artista para poder desarrollar su visi¨®n y su talento est¨¢n desapareciendo. Una persona que nunca est¨¢ suficiente tiempo a solas, que nunca tiene ocasi¨®n de buscar a tientas en la oscuridad para encontrar una voz propia, poco podr¨¢ desarrollar aparte de la pasi¨®n por retuitear la ch¨¢chara y las opiniones de otros. El arte exige introspecci¨®n.
Con sus promesas de entretenimiento y camarader¨ªa sin fin, el utopismo digital sigue arrastr¨¢ndonos hacia el fondo de unas aguas cada vez m¨¢s oscuras. ?Hasta d¨®nde nos vamos a hundir? ?Cu¨¢nto de nuestras vidas y nuestra cultura vamos a entregar a nuestros nuevos se?ores digitales? Y, si le contamos todo a la Red, si no nos reservamos lo que amamos o lo que a¨²n no est¨¢ maduro, ?qu¨¦ nos impide confiar en esa Red m¨¢s que en nosotros mismos? ?Qu¨¦ necesidad tenemos de intimidad?
Esta b¨²squeda de una conexi¨®n continua con la Red es la que impulsa la innovaci¨®n. El smartphone es un dispositivo prehist¨®rico en comparaci¨®n con el futuro de unas superficies invisibles dise?adas para mantenernos conectados sin esfuerzo en todo momento. Y, si bien la conectividad constante puede representar la c¨²spide del progreso para los Gobiernos y las empresas, ?c¨®mo influir¨¢ en las artes y las letras? Pensamos que la innovaci¨®n y el talento est¨¢n relacionados con la libertad de pensamiento, pero ?qu¨¦ libertad hay si la mente colmena est¨¢ observ¨¢ndonos siempre, si todos nuestros clics est¨¢n vigilados, si nuestros pensamientos y nuestras emociones est¨¢n controlados por algoritmos que nos conocen mejor que nosotros mismos? Las democracias se definen por aquellos que luchan a favor de la libertad. Por eso la revoluci¨®n no se digitalizar¨¢.
Antes estaba m¨¢s claro d¨®nde terminaba el mercado y empezaban nuestras vidas personales. Aunque la historia est¨¢ muy familiarizada con el autoritarismo, hubo un tiempo en el que la idea del dominio total de las corporaciones pertenec¨ªa al ¨¢mbito de las teor¨ªas de la conspiraci¨®n y la ciencia ficci¨®n. Incluso en los peores momentos del capitalismo, supon¨ªamos que el alcance del libre mercado ten¨ªa unos l¨ªmites. Nunca habr¨ªamos podido imaginar que el mercado iba a acabar penetrando en todos los rincones de nuestras vidas. En nuestros hogares, nuestras universidades, nuestros venerados museos y bibliotecas, nuestros parques y aceras, los bosques, incluso el mar abierto; qu¨¦ dif¨ªcil se ha vuelto huir de los fr¨ªos brazos del comercio.
Antes estaba m¨¢s claro d¨®nde terminaba el mercado y empezaban nuestras vidas personales
En este instante, millones de personas est¨¢n confesando a sus dispositivos su miedo a envejecer y morir, y los dispositivos reaccionan ofreciendo m¨²sica y descuentos. Hemos traspasado el umbral del absurdo y llegado a un momento cr¨ªtico en el que tenemos que identificar qu¨¦ partes de nuestra vida y nuestra cultura deben permanecer fuera de la Red, desconectadas del peligroso pensamiento colectivo y alejadas de las ignorantes perturbaciones que causa el capital de las tecnol¨®gicas.
Hace varios a?os, mis colegas y yo decidimos crear Analog Sea, una editorial y un instituto al margen de la Red. Defendemos el derecho de los seres humanos a desconectarse. Internet es una herramienta espectacular, pero creemos que es indispensable una cultura desconectada. Es primordial proteger la palabra impresa, as¨ª como los espacios f¨ªsicos vitales en los que los humanos se miran a los ojos, en los que el di¨¢logo civilizado y la total atenci¨®n son prioritarios y las reflexiones y la imaginaci¨®n tienen margen para vagar y deambular. Se trata de medidas imprescindibles para contrarrestar la locura pixelada que est¨¢ apoder¨¢ndose de nuestro mundo. M¨¢s que amigos sin rostro y memes virales, lo que necesitamos con urgencia son comunidades humanas llenas de empuje.
Nuestro trabajo en Analog Sea consiste en una misi¨®n de b¨²squeda y rescate para encontrar un tipo especial de persona, una especie en peligro, pero crucial para proteger la verdad y la belleza durante una nueva era oscurantista. Buscamos y cultivamos a quienes piensan que las ra¨ªces de la vida est¨¢n firmemente plantadas en el mundo real, sin las ataduras de Internet y su goteo incesante de ruido y espect¨¢culo. Queremos inspirar a los artistas, escritores y fil¨®sofos que mantienen nuestra capacidad colectiva de so?ar. Una sociedad que no puede so?ar carece de la imaginaci¨®n necesaria para saber c¨®mo es la libertad. Si eliminamos a los so?adores, la sociedad cae demasiado f¨¢cilmente en la trampa del fascismo y la guerra. Necesitamos desesperadamente la fuerza para so?ar y a los artistas y pensadores para ense?arnos c¨®mo.
Jonathan Simons es fundador y editor de la editorial y el instituto anal¨®gicos Analog Sea y de The?Analog Sea Review.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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