Los cementerios de Luxemburgo
Mientras que en Europa la normalidad anima a conocer la historia con sus claroscuros, en Espa?a seguimos tratando de ocultarla
A las afueras de Luxemburgo, entre bosques de abedules y con¨ªferas, dos gigantescos cementerios, separados apenas por un kil¨®metro y medio, guardan los restos de miles de soldados norteamericanos y alemanes muertos en la batalla de las Ardenas, una de las m¨¢s terribles de la II Guerra Mundial. El cementerio norteamericano, que preside una bandera del pa¨ªs de las barras y estrellas y un monumento a los all¨ª presentes, es un perfecto abanico de cruces blancas sobre el c¨¦sped verde, tan cuidado como si fuera un campo de golf. El alem¨¢n, en cambio, es sombr¨ªo, lleno de cruces de granito gris y sin una bandera identificativa (la nazi est¨¢ prohibida y la oficial alemana no quieren sustituirla por lo que se ve), en claro contraste con el anterior. Tanto en uno como en otro cementerio, sin embargo, yacen muchachos, incluso adolescentes, arrastrados a la contienda por la sinraz¨®n de unos cuantos locos desde sus lugares de procedencia, que figuran escritos sobre las cruces junto con sus nombres. En total son m¨¢s de 10.000, apenas una parte de los millones que fallecieron en los distintos frentes de batalla de la mayor contienda b¨¦lica de la historia.
Paseando por ambos cementerios, como antes por el jud¨ªo, que ocupa un lugar destacado dentro de Luxemburgo y en el que se repiten sobre muchas l¨¢pidas las fechas de deportaci¨®n de las personas que deber¨ªan ocupar las tumbas, uno pensaba en la diferencia con la que se contempla en Europa y en Espa?a la historia reciente, as¨ª como el trato que se da a los muertos. Mientras que en Europa la normalidad anima a conocer la historia con sus claroscuros, en Espa?a seguimos tratando de ocultarla, incluso negando su conocimiento a los m¨¢s j¨®venes con el argumento de que es dolorosa. Como si para los alemanes no lo fuera la suya, convertidos en los malos de una pel¨ªcula que se ha contado casi siempre desde la ¨®ptica de los vencedores, entre los que tambi¨¦n hay razones para avergonzarse de su actuaci¨®n. El mero hecho de que los luxemburgueses puedan visitar las tumbas de quienes se enfrentaron en el campo de batalla y ahora reposan tan cerca, as¨ª como las de quienes sufrieron deportaci¨®n y muerte lejos de su ciudad por el simple hecho de ser jud¨ªos, supone una normalizaci¨®n de la historia que ya quisi¨¦ramos en un pa¨ªs en el que, cuando se cumplen ya 20 a?os de la apertura de la primera fosa com¨²n de la guerra en Priaranza del Bierzo, todav¨ªa se considera af¨¢n de revancha el deseo de muchas personas de exhumar a sus familiares de las cunetas para poder enterrarlos con dignidad. Solo cuando en Espa?a la gente pueda pasear por sus cementerios como los europeos hacen con naturalidad, sin que ello suponga ni morbosidad ni af¨¢n de avivar odios como interesadamente mantienen algunos, habremos conseguido la normalidad en nuestra relaci¨®n con el pasado que uno envidia cuando sale fuera.
Dec¨ªa Patton, el general que dirigi¨® a las tropas norteamericanas en la batalla de las Ardenas y que reposa junto a sus hombres en el cementerio norteamericano de Luxemburgo (no muri¨® en la batalla, muri¨® poco despu¨¦s en accidente de coche), que el patriotismo en la guerra consiste en conseguir que otro desgraciado muera por su pa¨ªs antes de que consiga que t¨² mueras por el tuyo. Pasado eso, no tiene ning¨²n sentido prolongar la batalla m¨¢s all¨¢.
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