Autoritarismo viral
Todo el mundo dice ser dem¨®crata igual que dice estar en contra de la corrupci¨®n o a favor de la paz mundial
La buena prensa de la palabra democracia no se generaliz¨® hasta despu¨¦s de la II Guerra Mundial. Desde entonces, todos los reg¨ªmenes se pusieron ese apellido, ya fueran sistemas autoritarios (las democracias populares) o de corte liberal occidental. Lo democr¨¢tico se volvi¨® lo deseable, de modo que se hizo complicado medir su apoyo en las encuestas. Todo el mundo dice ser dem¨®crata igual que dice estar en contra de la corrupci¨®n o a favor de la paz mundial.
Una manera de superar este escollo es preguntar como alternativa si, en determinadas circunstancias, podr¨ªa ser tolerable que un hombre fuerte se haga cargo del pa¨ªs. Algo que no quita que se alcancen niveles del 85% de espa?oles a favor de la democracia. Ya los polit¨®logos Montero y Torcal mostraron muchas veces como, pese a nuestra tradicional desafecci¨®n pol¨ªtica, en Espa?a el apoyo al sistema democr¨¢tico es equivalente a la del resto de pa¨ªses europeos.
Sin embargo, es justamente en la condicionalidad o no de la legitimidad democr¨¢tica donde se libra la batalla. La literatura cl¨¢sica ha tendido a distinguir entre los conceptos de legitimidad: difusa o espec¨ªfica. La difusa se refiere a en qu¨¦ medida un sistema pol¨ªtico se lo considera justo en tanto que sus procedimientos y reglas, per se. La espec¨ªfica trata sobre si el apoyo al sistema pol¨ªtico es instrumental, est¨¢ condicionado a los rendimientos que genera.
Tradicionalmente se dec¨ªa que la democracia, frente a la dictadura, estaba a salvo de shocks externos porque se pod¨ªa separar lo justo de sus procedimientos de sus resultados. Es decir, que con una crisis econ¨®mica te enfadas con el gobierno, pero no cuestionas las reglas democr¨¢ticas. Ahora bien, el polit¨®logo Pedro Magalh?es ha apuntado que esta visi¨®n es demasiado complaciente; el apoyo a nuestros sistemas se ve mucho m¨¢s afectado por sus rendimientos de lo que pens¨¢bamos.
Ya hac¨ªa tiempo que algunos sectores sociales miraban con indisimulada envidia a China. Un pa¨ªs que ha crecido espectacularmente durante la ¨²ltima d¨¦cada sin pasar por el engorro de la lentitud en decidir y la fiscalizaci¨®n de las opiniones p¨²blicas. La gesti¨®n sanitaria del coronavirus la han aprovechado para remachar este argumento; la contenci¨®n ha sido posible tomando decisiones dr¨¢sticas y vulnerando derechos que para nuestros est¨¢ndares son fundamentales.
De ah¨ª que cada vez se escuche en m¨¢s foros la duda sobre si la democracia no es el modelo ¨®ptimo para competir o gestionar amenazas globales. Algo que parte de la terrible idea de que la democracia s¨®lo tiene valor por los rendimientos que genera, no por los derechos que garantiza. Pero, y aunque esa ineficacia de nuestro modelo no est¨¢ demostrada (o, aunque fuera as¨ª), como una infecci¨®n se empieza a extender esta tesis, algo que nos lleva a una pregunta inc¨®moda ?Somos dem¨®cratas o depende?
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