El alta
El bicho canalla est¨¢ a¨²n lejos de ser desterrado, pero queda algo del Madrid del ¡°no pasar¨¢n¡± en los altos del Cl¨ªnico
El alta del hospital te sorprende como lo hacen siempre las liberaciones sin tiempo fijado. Como el final de la antigua mili.
Vas vestido como si fueras un veterano de muchos conflictos, al que se suponen reca¨ªdas en las distintas secciones. All¨ª no hay nada que te puedan curar. Te pueden eliminar de un ¡°grupo de riesgo¡±. Eso no es poco visto el n¨²mero creciente de los fallecidos mayores de 70 a?os y con patolog¨ªas previas del aparato respiratorio. Hoy te marchas de la Fundaci¨®n Jim¨¦nez D¨ªaz curado, eso s¨ª, pero no del coronavirus que ha llenado el hospital de casos sospechosos. Est¨¢s curado de una neumon¨ªa por aspiraci¨®n que si la llega a pillar un virus de los nuevos te devora en minutos.
Y est¨¢s curado tambi¨¦n, por origen profesional, porque no tienes nada que ver con las profesiones sanitarias. Que son ahora grupos en riesgo.
Y pides un taxi, y te piras. Ante las miradas at¨®nitas de los que han sido, hasta hace poco, unos compa?eros que bien pod¨ªan ser para siempre. Los que te liberan supones t¨² que lo hacen aliviados por la idea de que cuanto antes te marches antes podr¨¢s curarte de otra cosa. Perogrullo casi siempre tiene raz¨®n.
Los altos del Hospital Cl¨ªnico fueron uno de los lugares m¨¢s sangrientos de la batalla de Madrid. Desde all¨ª, los legionarios franquistas acribillaban a balazos a los hombres de Buenaventura Durruti, venidos a Madrid para participar en una guerra que era muy distinta a la que se encontraron. Era una guerra, de la que ven¨ªan y en la que deseaban participar, muy similar a las Carlistas que hab¨ªan asolado Espa?a durante buena parte del siglo anterior.
Mi infancia est¨¢ llena de fantas¨ªas con casquillos de bala encontrados por mis hermanos mayores en el campo de las Calaveras, que entonces todav¨ªa no se llamaba el Campo de las Naciones. Aparec¨ªa, o eso se dec¨ªa, de cuando en cuando alg¨²n hueso humano, producto del uso ocasional como cementerio de alguna de las parcelas de que se compon¨ªa. Y los ni?os, por supuesto, magnific¨¢bamos el hecho y d¨¢bamos solemnes y siempre falsas descripciones de calaveras vengadoras y f¨¦mures que buscaban due?o.
Pero ahora se trata de huir de las aglomeraciones de grupos de riesgo, como los mayores o los sanitarios, y darse un viaje por un Madrid in¨¦dito, el mismo viaje o muy parecido, que hizo Durruti con las entra?as perforadas por la descarga de un ¡°naranjero¡±.
Por la ancha avenida que lleva hasta la carretera de Barcelona, hay que desviarse a la derecha, y tomar el paseo de Recoletos, dejando el Prado a la izquierda, hasta llegar a los dos hotelazos, el Ritz y el Palace, que ya fueron una vez hospitales de sangre. O sea, que no hay que inventar nada. Los grupos de riesgo, que seg¨²n la rumorolog¨ªa de la corte, pasan a tener una nueva calificaci¨®n, o sea, los que tienen dos o m¨¢s a?os de esperanza de vida para tener ventilaci¨®n asistida y los que no, tienen otra cosa con la que distraerse, que es salir o no del reconfortante circuito de los aplausos, que han bordado los polic¨ªas en la puerta de la FJD, al lado de los altos del Cl¨ªnico.
El taxista se queja con raz¨®n de que ¨¦l no recibe aplausos, y hay que improvisarle una ovaci¨®n para que se deje atr¨¢s la morri?a de la exclusi¨®n. Al menos, se lleva un paseo tur¨ªstico-hist¨®rico como regalo.
El bicho canalla est¨¢ a¨²n lejos de ser desterrado, pero queda algo del Madrid del ¡°no pasar¨¢n¡± en los altos del Cl¨ªnico.
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